Argentina: La lucha continúa
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Kirchner detrás de las vallas (o la elección de la prudencia)
Daniel Campione
El gobierno Kirchner parece haber iniciado un ‘repliegue’, en dirección a
las posiciones que el poder económico y comunicacional suele designar como
‘prudentes’. El Panorama Político de Clarín del domingo 1° de Agosto
festejaba que el presidente hubiera dejado de apoyarse en el favor popular
‘ahora esquivo’ según el comentarista, para buscar entendimientos en otros
terrenos.
Lo primero a aclarar que ese apoyo en el ‘favor popular’ nunca superó con
seriedad el estadio de un elenco de gobierno feliz por las cifras altísimas de
aprobación que el oráculo de las encuestas le devolvía cada vez que se
efectuaban. No hubo en cambio una actitud movilizadora, una búsqueda de alianzas
en organizaciones populares. La mayoría de los heterogéneos intentos que se
dieron en denominar ‘transversalidad’ tuveron más de acercamiento con
intendentes con altos índices de popularidad, o de cooptación de figuras sin
peso político propio pero con buena imagen en ciertos sectores sociales, que
pudieran oxigenar las oscuras aguas del justicialismo.
En las últimas semanas, se ha vuelto ostensible que los entendimientos se
procuran cada vez más dentro del sistema de poder tradicional, sin excluir a
algunos de sus componentes más cuestionables y desprestigiados. Así el explícito
aval del gobierno a la reunificación de la CGT (con sus flamantes dirigentes
participando en todo acto oficial que se celebre), el silenciamiento del frente
de conflicto con Eduardo Duhalde y sus fieles, el aún más reciente puente de
plata hacia Raúl Alfonsín y demás dirigentes de la Unión Cívica Radical. El
sindicalismo burocratizado, el bipartidismo, hasta el ‘pejotismo’ sin principios
que tanto denostó el propio primer magistrado, parecen volver por sus fueros,
como aliados reales o potenciales del gobierno. Hoy se habla de que el
presidente asumiría en breve la presidencia del Partido Justicialista, la misma
organización que acompañó a Menem en su década de gobierno.
El día 24 de marzo con la reocupación simbólica de la Esma y el descenso del
retrato de Videla del Colegio Militar, el elenco gubernamental pareció subir a
la cumbre de su audacia en el campo político. Sobre el telón de fondo de una
política económica y social que no produjo rupturas de fondo con el itinerario
trazado en la década de los 90’, Kirchner desafiaba no sólo la interpretación
oficial de la última dictadura, sino hasta los presupuestos de la entonces
llamada ‘transición a la democracia’ al incluir hasta al Nunca más en el
sendero inmodificado de la impunidad. La reacción desde la derecha fue vigorosa:
Blumberg y sus manifestaciones, la acentuación de las campañas de
descalificación contra las organizaciones ‘piqueteras’, enfilando cada vez más
contra la falta de acciones represivas por parte del gobierno. Cuando el
gobierno, como parte de una política que no dejaba de estar orientada hacia la
cooptación y en definitiva la neutralización, estuvo ampliamente representado en
una reunión de piqueteros (el lanzamiento de la Asamblea Nacional de
Organizaciones Populares), se redoblaron las críticas. Pero fueron las
manifestaciones piqueteras frente a grandes empresas, empezando por Repsol-YPF,
la ‘toma’ de una comisaría de la Boca, y sobre todo del montaje de violencia
espectacularizada del 16 de Julio frente a la Legislatura, las que marcaron el
cenit de la campaña que, partiendo de los piqueteros, apunta contra toda
movilización popular, y a partir de la ‘pasividad’ de las autoridades frente a
hechos magnificados, se lanza resueltamente contra la política gubernamental en
la materia. La respuesta del gobierno terminó materializándose en la colocación
de vallas para impedir ‘desbordes’ en las manifestaciones, un atrincheramiento
material que lo separa de la movilización social, y destila un significado
simbólico: apenas detrás de esas vallas se oculta el poder real dispuesto a
dirigir cada vez en mayor medida las acciones gubernamentales.
La derecha quiere la ‘normalización’ plena del ámbito político, la vuelta a los
cauces de ‘administración de lo dado’, de respeto absoluto a las relaciones de
poder existentes. No tiene un cuestionamiento frontal al rumbo general del
gobierno, pero no confía en que el diálogo con las organizaciones populares más
radicalizadas, y las tentativas de cooptación de los sectores más ‘moderados’
sea una buena política de cara a sus intereses. Dudan seriamente de la capacidad
de control efectivo de parte del gobierno, de su aptitud para poner límites
cuando, finalmente, no le quede otro camino que colocarlos.
Amplios sectores del gran capital se han beneficiado con la devaluación, la
protección frente a las importaciones, aspiran a usufructuar los negocios
emanados de programas de obras públicas y vivienda. Y se congratulan de que el
gobierno no haya atacado ningún cambio sustantivo ni en el sistema tributario ni
en la política de ingresos. El tipo de cambio favorable a las exportaciones,
unido al alto precio de commodities, hacen el resto. Los ‘desfavorecidos’
en el reparto esta vez, como compañías privatizadas y bancos, tampoco la pasan
nada mal, mas allá de ciertos frenos a tarifas y compensaciones. Pero lo que
enardece a importantes sectores de poder, y sobre todo a sus ‘intelectuales
orgánicos’ de la prensa, la Iglesia y los medios académicos más conservadores,
es la presencia de la organización popular movilizada, en la calle. No los
preocupa el automovilista detenido por el corte de calles ni el comerciante que
no vende por las manifestaciones, como alegan a la hora de buscar consenso más
allá de sus círculos. Es la reaparición en los últimos años de la movilización
popular autónoma, no mediada por la devoción al poder de los ‘punteros’
partidarios ni por un sindicalismo burocratizado siempre dispuesto a la
negociación concesiva, la que les quita el sueño, y no están dispuestos a
permitir su desarrollo. Quieren asfixiarla cuánto antes, y no confían en
estrategias que pretenden lograr el mismo objetivo, como las del gobierno, pero
a las que encuentran excesivamente lentas y permisivas. La ‘plaza vacía’ fue,
para ellos, uno de los logros más importantes del período menemista, y no se
resignan a que primero poco a poco, y después como torrente a partir de
diciembre de 2001, se haya vuelto a llenar. Quieren volver a la plena vigencia
de la ‘política-espectáculo’, centrada en elecciones restringidas a la disputa
entre las elites de poder preconstituidas.
Al buscar entre los viejos actores de la política, en aquéllos comprendidos por
el ‘que se vayan todos’ incumplido, el elenco gubernamental da muestras de
estarse sometiendo a la ‘pedagogía’ que emana del poder, buscando que la
dirigencia haga propio los límites infranqueables que le interesa imponer.
Ocurrió con Alfonsín en los primeros años de su mandato. El poder económico no
cejó hasta ‘educar’ al gobierno en el respeto a sus límites. Y reiteró la
‘terapia’ hacia el final, con la hiperinflación de 1989. La enseñanza fue
fructífera, durante una década y media ningún gobierno pretendió hacer otra cosa
que mostrarse lo más solícito y eficiente posible a la hora de obedecer los
dictados del gran capital. Hacer una política realmente diferente, buscar con
seriedad la reversión de los deletéreos resultados de un cuarto de siglo de
ofensiva patronal y ajuste fiscal permanentes, requiere estar dispuesto a la
confrontación con sectores de poder, y ello no puede ni siquiera intentarse sin
un respaldo popular masivo y activo. No el de la ‘opinión pública’ que coloque
‘bueno’ o ‘muy bueno’ en el casillero correspondiente del cuestionario, sino el
dispuesto a ganar la calle y correr riesgos, el que logra aunar lo organizado y
lo ‘espontáneo’. Ese muy difícilmente será el sendero auspiciado por quiénes le
temen más a las iras del pueblo que a los ataques del gran capital, a quiénes
pretenden hacer cambios sin alterar el ‘orden’, y con el menor ‘costo político’
posible. Más bien toman la dirección contraria, y así lanzan opiniones sobre los
desocupados movilizados que pecan cada vez más de un enfoque despectivo, que
tiende a echar a los pobres la culpa de sus padecimientos, y los conmina a
‘trabajar’ en lugar de hacer oír sus reclamos.
El gobierno parece elegir mostrarse ‘comprensivo’ y ‘prudente’ a la hora de
mostrarle al poder real que no constituye un desafío importante a sus
posiciones. La sociedad constituye una totalidad, y esa deferencia hacia el
poder no puede representar sino mayores pérdidas y retrocesos para las mayorías
populares, los trabajadores, los desocupados. Son las organizaciones populares y
el conjunto de los explotados y oprimidos los que tienen la palabra, los que
deberán ampliar el espectro de alianzas y plantear una disputa ideológica y
práctica de mediano plazo con los detentadores del poder. Se necesita para ello
imaginación, habilidad, ‘realismo’ ponderado y no ramplón, capacidad para
percibir estancamientos y retrocesos, y no sólo avances. Esos ‘bienes’ todavía
escasean, habrá que ver el modo de obtenerlos.