Argentina: La lucha continúa
|
Militares torturadores
Daniel Pereyra
El pasado mes de enero se tuvo conocimiento público que desde 1964 y durante
30 años por lo menos la enseñanza de torturas era práctica habitual en las
Fuerzas Armadas argentinas. Varias fotografías mostraban lugares de preparación
de supuestas fuerzas especiales, también llamados comandos, donde personal
militar era sometido a diversas torturas y tratos aberrantes –picana eléctrica,
submarino, etc-, como parte de su entrenamiento. La identificación proporcionada
por mandos militares permitió señalar la presencia de efectivos de Ejército,
Marina y Aeronáutica, lo que implica al Estado Mayor Conjunto y al Ministerio de
Defensa en el funcionamiento de esas instalaciones. También participaban de esa
formación efectivos de los cuerpos de seguridad Prefectura Naval y Gendarmería
Nacional.
Según el Ministro de Defensa, José Pampuro, estas prácticas se aplicaron hasta
1994, es decir, 11 años después de que las Fuerzas Armadas abandonaran el
ejercicio del poder que tomaron mediante el golpe de estado de 1976. Bajo los
gobiernos civiles de Raúl Alfonsín y Carlos Menem los militares continuaron
entrenándose en la aplicación de torturas, tal como hacían durante la dictadura.
Nada prueba, por otra parte, que tal formación aberrante no se siga utilizando,
aunque con medidas de seguridad más estrictas que impidan su conocimiento
público.
En el libro "Comandos en Acción. El Ejército en Malvinas" del profesor de la
Escuela Superior de Guerra, Isidoro Ruiz Moreno, publicado en 1986, al describir
la formación de comandos, o fuerzas de elite, afirma: "No falta ni siquiera la
experiencia de prisioneros, una de las más fuertes, pues estos campos no
responden a los requisitos establecidos por la Convención de Ginebra (...) todos
los participantes en un ejercicio caen prisionero, (...) el candidato es
capturado sorpresivamente, encapuchado y golpeado (...) sus instructores no le
escatiman el uso de esos garrotes de caucho que usa la policía. Encerrado
desnudo en un estrecho pozo que lo mantiene forzosamente de pie –mejor dicho
sepultado en él- se encuentra el infeliz cubierto por una chapa de lata o zinc
que lo abrasa al sol o lo congela de noche, recibiendo una sola comida por día y
ahí permanece inmóvil por tres dias. Sólo sale para ser interrogado sobre
detalles y características del curso que está realizando. El comando es golpeado
cuando es menester, y también cuando no hace falta (.. .) En su sepultura ha
debido escuchar constantemente música popular centroamericana o proclamas
marxistas y subversivas que un altoparlante propala sin cesar".(1)
No obstante su brutalidad el relato es una visión edulcorada, ya que para nada
se menciona la enseñanza de las torturas más duras. La preparación no era
precisamente para combatir a un enemigo militar –como pretenden demostrarnos-
sino contra el propio pueblo. Y durante la dictadura de Videla, lo habitual no
era que los prisioneros fueran torturados por "sólo" tres días, tal como hacían
los comandos durante su entrenamiento. La tortura podía durar semanas o meses y,
la mayor parte de las veces terminaba con la "desaparición" (asesinato) de la
indefensa víctima.
El entrenamiento descrito no era sino la preparación de las fuerzas
eufemísticamente llamadas "de seguridad" para la función represiva y
aniquiladora que cumplieron los militares desde el Gobierno desde 1976 hasta
1983.
Toda la estructura militar y policial del país se empleó en una represión
generalizada, con el uso indiscriminado de torturas y vejaciones, de expolio a
las víctimas y sus familiares, del empleo de la terrible figura del
desaparecido, en aplicación de un denominado Plan de Batalla que se llevó a cabo
con absoluta frialdad y con el empleo de un personal previamente entrenado y
mentalizado para realizar esa labor. Cuando hablamos de torturas no nos
referimos solamente al hecho de infligir dolor físico a una persona, sino al
conjunto de las vejaciones y sufrimientos que se le hace padecer física y
psíquicamente: nos referimos tanto al dolor físico; al terrible miedo a la
tortura y a la muerte que sufre el prisionero; al aislamiento; a la impotencia
total ante la impunidad con que operan los torturadores; al hambre y frío a los
que habitualmente someten a la víctima; a las enfermedades no tratadas ni
curadas; a las violaciones. En una palabra, al conjunto de los malos tratos a
que fueron sometidos los detenidos en poder de las fuerzas armadas y policiales
argentinas, como lo fueron en los 70 y 80 en tantos otros países de América
Latina..
1- CUAL ES EL ROL ACTUAL DE LAS FUERZAS ARMADAS?
Históricamente el rol de las Fuerzas Armadas fue la defensa de los países contra
enemigos exteriores, la defensa del territorio, de las fronteras. Y, por lo
tanto, el equipamiento del que se dotaba para cumplir ese rol abarcaba desde
barcos de guerra, aviones, blindados, artillería, y numerosos efectivos
reclutados mediante el servicio militar obligatorio. Incluso la distribución
territorial de esas fuerzas tenía sus centros de gravedad en relación a los
potenciales enemigos exteriores, en las fronteras y ubicaciones estratégicas.
Esto no quiere decir que los militares no participaran en tareas represivas
contra los movimientos populares en defensa del sistema, sobre todo cuando las
fuerzas policiales se veían desbordadas, en cuyo caso llevan a cabo
intervenciones sumamente violentas. A pesar de esos casos en que los militares
se veían envueltos en la represión al pueblo, en general, esa tarea era
desarrollada por la policía, más especializada en detener, interrogar…y
torturar.
Sin embargo, esos roles, esas distintas áreas de actuación, comenzaron a cambiar
a partir del fin de la IIª Guerra Mundial, con la aparición de guerras de
liberación en Yugoslavia, Grecia, China, Vietnam y el surgimiento de guerrillas
en numerosos países.
En los países más poderosos se mantuvo el rol de ejércitos ofensivos –contra
enemigos externos- junto con una creciente capacidad de control poblacional. La
Guerra Fría dio el pretexto para ambas funciones, ahora retomado con la lucha
contra el Eje del Mal –Afganistán, Irak, Corea-. En cambio en los países menos
desarrollados, mas afectados por el peligro de resistencia popular, los
ejércitos cambiaron notablemente, orientándose en mayor medida a prepararse para
la lucha contra el enemigo interior, lo que se refleja en el tipo de armamento,
en la distribución territorial de las estructuras militares y en la reducción
del tamaño de las unidades, haciéndolas mas flexibles y operativas.
También se fue dejando de lado el reclutamiento masivo, con una creciente
transformación en ejércitos mercenarios, integrados por personal a sueldo,
básicamente de oficiales y suboficiales.
Dentro de este cambio, ganaron terreno los cuerpos especializados: los comandos,
los servicios de Inteligencia, los equipos de guerra psicológica y propaganda.
En América Latina este cambio estratégico del rol de las Fuerzas Armadas tuvo el
sustento teórico desde los años 50 en la Doctrina de la Seguridad Nacional,
elaborada y desarrollada por Estados Unidos como instrumento de la Guerra Fría y
fielmente aplicada por los militares de la región, rápidamente transformados en
dictadores, a través de innumerables golpes de Estado contra gobiernos
democráticos..
Con el pretexto del peligro comunista encarnado por la URSS, China, Vietnam y
Cuba, en realidad la nueva doctrina militar apuntaba al mantenimiento del
"orden" que podía peligrar ante el creciente malestar popular en América Latina,
que se expresó especialmente a partir de la Revolución Cubana de 1959.
Esa tarea fue la fundamental asumida por los militares latinoamericanos:
mantener el "orden", su orden, en sus respectivos países, incluso mediante la
cooperación entre ellos, traspasando las propias fronteras. La acción de los
militares golpistas se vio facilitada, en algunos casos, por la financiación y
el entrenamiento brindado por el Pentágono y la CIA a través de maniobras
militares conjuntas o por medio de la formación suministrada en centros como la
Escuela de las Américas, sede del Comando Sur del Ejército de EEUU, que operó
hasta fines del siglo XX en el Canal de Panamá..
En ella, miles de militares latinoamericanos aprendieron a utilizar los más
sofisticados métodos de tortura y "guerra sucia".
En otros casos, era a través de la intervención norteamericana directa, como en
Guatemala, República Dominicana, Nicaragua (a través del apoyo abierto a la
"contra"), en Panamá o Granada, por sólo nombrar los casos más notorios de las
últimas décadas..
2- LAS ESCUELAS MILITARES "ANTISUBVERSIVAS"
Pese al importante rol jugado por los militares de Estados Unidos en el manejo
de ese tipo de guerra, están muy lejos de haber sido ellos en realidad los
precursores en este campo. Fueron sí aplicados alumnos de sus pioneros colegas
británicos y franceses, así como los militares latinoamericanos lo fueron de los
norteamericanos.
Fue sin duda en los más importantes estados fascistas europeos–Italia y Alemania-
donde primero las Fuerzas Armadas jugaron el doble papel de brazo armado de su
burguesía y de represores de sus propios pueblos.
La escuela alemana
El caso alemán es sin duda el máximo exponente del rol policíaco militar del
Ejército, el que, a través de los campos de concentración sojuzgó, torturó y
asesinó a millones de personas, civiles en su inmensa mayoría. En esos campos
los militares se desempeñaron como carceleros y torturadores; accionaron las
cámaras de gas y gestionaron el trabajo esclavo; provocando también en muchos
otros casos la muerte por hambre y por no tratar enfermedades de los
prisioneros. Fueron también ellos los precursores de la cruel figura del
detenido-desaparecido. Judíos, gitanos, polacos, rusos, franceses, españoles,
también alemanes, pasaron por esos campos de trabajo y exterminio, gestionados
por la Gestapo y los militares alemanes.
La famosa orden del mariscal Wilheim Keitel, jefe supremo del Ejército alemán,
dictada en 1941, explicita la doctrina represiva que se aplicó: "Una
intimidación efectiva sólo puede ser lograda con la pena máxima, o con medidas
mediante las cuales los familiares del criminal y la población en su conjunto
desconozcan la suerte que ha corrido. (.......) Los prisioneros deben ser
llevados secretamente a Alemania (...) Estas medidas tendrán un efecto
intimidatorio, porque los prisioneros se desvanecerán sin dejar rastro y no
podrá darse información alguna respecto a su paradero o su suerte". (2)
En esta orden está contenido el objetivo buscado con las "desapariciones", una
práctica masivamente aplicada en muchos países de América Latina, y más
particularmente en Guatemala, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y Nicaragua,
entre otros. Queda claro que esta técnica va acompañada siempre de los malos
tratos, torturas y, generalmente, la muerte del prisionero.
La escuela francesa
Fueron sin embargo los militares franceses los que desarrollaron la doctrina de
la guerra antisubversiva en Vietnam y en Argelia, transmitiendo luego su
experiencia a sus colegas de Estados Unidos y de América Latina. En la lucha
contra los movimientos revolucionarios de Vietnam y Argelia, dos de sus entonces
colonias --en las que fueron finalmente derrotados--, los franceses
desarrollaron técnicas militares avanzadas, como el uso del helicóptero en apoyo
directo a las tropas en el terreno y técnicas represivas, como las "aldeas
estratégicas", donde era confinada la población, práctica inicialmente utilizada
por el Ejército británico en Malasia. El uso brutal de la tortura para obtener
información útil para las operaciones militares contra la guerrilla, se
convirtió en una práctica cada vez más habitual.
Meses atrás, en septiembre de 2003, Canal Plus de Francia difundió un vídeo
documental de la periodista Marie-Dominique Robin, dedicado a la implicación de
los militares de ese país en la guerra sucia. El máximo interés de ese vídeo
reside en las entrevistas con viejos militares franceses, veteranos de las
guerras de Vietnam y Argelia..
El teórico de la guerra antisubversiva era el entonces coronel Trinquier, autor
de La Guerra Moderna, que fue el manual utilizado en Argelia. Uno de sus
subordinados, el general (entonces teniente coronel) Paul Aussaresses, ante la
pregunta de si se aplicaban torturas respondió: "¡Qué pregunta! Incluida la
tortura, claro.....aplicarles la picana, electrodos para pasarles corriente
eléctrica........Cuando teníamos a un tipo que ponía una bomba lo apretábamos
para que diera toda la información. Una vez que había cantado todo lo que sabía,
terminábamos con él. Ya no sentiría nada. Lo hacíamos desaparecer." (3)
Y el Prefecto de policía de Argel, Paul Teitgen explicaba el procedimiento: " En
la cárcel no estaban.(se refiere a personas detenidas) Preguntaba por alguno y
me decía que desapareció. Los habían enviado a Bigeard (coronel de
paracaidistas). La gente de Bigeard les ponían los pies en cemento y los tiraban
al mar desde helicópteros. Un método sucio. Así no se hace la guerra." (3)
En 1958 esas técnicas se comenzaron a enseñar en el Centro de Entrenamiento en
Guerra Subversiva, creado por el ministro de Defensa Jacques Chaban-Delmas. Allí
se formaron los militares franceses, pero también israelíes y portugueses.
Esos conocimientos fueron exportados rápidamente. En 1959, se firmó un acuerdo
entre el Ejército argentino y el francés, por el cual se instaló en Buenos Aires
una misión militar conjunta. Como el coronel Bernard Cazaumayou relata en el
citado artículo, "Viajamos a pedido del Ejército argentino (en la misión
francesa entre 1962 y 1965) para enseñar la guerra revolucionaria." Se refiere a
la guerra contrarevolucionaria, evidentemente.
Pero los militares argentinos ya en 1957 habían designado al general Alcides
López Aufranc para estudiar en la Escuela de Guerra francesa la nueva doctrina.
El curso incluía un mes de práctica en Argelia, escenario por entonces de la
feroz represión que llevaba a cabo el ejército francés..
La escuela norteamericana
La célebre Escuela de las Américas se creó en 1946, pero es en 1960 cuando los
norteamericanos invitan a sus colegas franceses para que expliquen la doctrina
de la guerra sucia que seguían. Como dijo el ex ministro de Defensa Pierre
Messmer, " les interesaba la teoría de la guerra revolucionaria. (en
verdad contrarevolucionaria)
Pidieron asesores. Enviamos gente que tenía experiencia."
Experiencia, claro, en interrogar y torturar. Allí fue el ya citado Aussaresses
–destinado a Fort Bragg, sede de las fuerzas especiales que irían a Vietnam- al
que Messmer caracteriza cínicamente: "Me parece que no es un pensador, es un
ejecutor".
En Vietnam el Ejército norteamericano aplicó concienzudamente esas enseñanzas.
La tortura se utilizó como un arma más del arsenal militar. Miles de prisioneros
fueron torturados, miles fueron asesinados. Se aplicó también la técnica de las
aldeas estratégicas. Se utilizaron armas químicas, como el agente naranja y
otros contra la población civil.
Esa metodología de guerra contrarevolucionaria fue luego transmitida a los
militares latinoamericanos, que la aplicarían en sus respectivos países en la
lucha contra sus pueblos. Ya los dictadores locales tenían su propia
experiencia. Recordemos a Somoza, a Batista, Duvalier, Stroessner y el largo
etcétera de dictadores que asolaban América Latina. Pero fue esencialmente
Estados Unidos el que legalizó y elevó al rango de táctica militar la tortura.
La guerra psicológica, el terror como arma militar, los interrogatorios, las
torturas, la presión sobre la población civil, eran elementos que se aprendían
en la Escuela de las Américas, de la cual salieron tantos militares golpistas y
genocidas..
La continuidad en el uso de esas técnicas por parte de los Estados Unidos se
puede constatar en todas sus intervenciones, pero para sólo resaltar las
últimas, basta constatar los métodos empleados en Irak y el trato dispensado a
los prisioneros afganos en Guantánamo.
3- LOS AVENTAJADOS ALUMNOS LATINOAMERICANOS
Las dictaduras de los años 60, 70 y 80, son las que emplearon masivamente a sus
Fuerzas Armadas como contingentes policíacos-militares, utilizando toda la
infraestructura del Estado y los métodos represivos descritos.
En todos los países aplicaron el mismo patrón, aunque adaptándolo a las
características nacionales. Así Guatemala y Argentina se caracterizaron por el
uso masivo de las "desapariciones" y el empleo, junto a las Fuerzas Armadas, de
organismos parapoliciales (aunque siempre dirigidos por mandos militares y/o
policiales), como las AAA (en Argentina) y la Mano Blanca (en Guatemala),
dedicadas a los asesinatos selectivos de líderes populares. En Brasil, Chile y
Uruguay, la práctica de las desapariciones se usó en menor medida, junto con la
tortura y el encarcelamiento masivo de opositores. En Perú la represión más
salvaje se aplicó a las poblaciones campesinas, con desapariciones,
enterramientos clandestinos y torturas generalizadas.
El caso argentino
Las Fuerzas Armadas argentinas tienen una larga trayectoria represiva.
Participaron en la represión de las movilizaciones obreras de 1909 y de la
Semana Trágica de 1919 en Buenos Aires, y de la masacre de los trabajadores
rurales de la Patagonia en 1924.
Protagonizaron la sangrienta represión en el curso del golpe contra el Gobierno
del general Perón en 1955 y 1956, y en la represión de la huelga general de
1959.
Gobernaron a través de sucesivos gobiernos militares entre 1964 y 1973, y desde
1976 a 1983, cercenando las libertades con mano dura, con el uso de la tortura y
asesinando a miles de prisioneros políticos.
Ya desde finales de los años 50 el Ejército conocía y aplicaba las experiencias
francesas de Vietnam y Argelia. El citado general argentino López Aufranc
organizó en 1961 el Primer Curso Interamericano de Guerra Contrarrrevolucionaria
en el que participaron militares de 14 países.
Pero es con el golpe de Estado de 1976 cuando las Fuerzas Armadas ejercen
definitivamente su rol de control total de la población, utilizando todo tipo de
medios represivos. El golpe fue planeado y dirigido por los comandantes en jefe
de las tres fuerzas. El 24 de marzo de 1976 –día del golpe- fue emitida la Orden
de Batalla firmada por los tres comandantes, dando directivas precisas para la
represión. Con el auxilio de las fuerzas policiales y de seguridad controlaron
todo el territorio y la población. Dividieron el país en zonas y subzonas a
cargo de unidades militares. Habilitaron como prisiones clandestinas locales
oficiales –comisarías, cuarteles, cárceles, escuelas- donde recluyeron a decenas
de miles de personas que iban rotando a medida que se decidía su destino, pero
todas ellas bajo la figura del detenido-desaparecido, que no eran sometidos a
jueces ni leyes y sin que sus familiares tuvieran ninguna noticia de su
paradero.
En esos centros de detención se mantenía a las personas incomunicadas,
encapuchadas, esposadas, en espacios reducidísimos, en el suelo, con una comida
mínima, sin atención médica, y sometidos a torturas diariamente. Estas eran
brutales, desde el uso generalizado de la "picana" hasta el ahogamiento con
bolsas de plástico o en agua, pasando por palizas y exposición a fríos extremos.
La gran mayoría era finalmente "desaparecida", eufemismo encubridor del
asesinato, en un destino que siguieron 30.000 detenidos. Para ello se utilizaban
diversos métodos. Desde la simulación de enfrentamientos con la policía, pasando
por enterramientos en fosas comunes, hasta los llamados "vuelos de la muerte",
donde los prisioneros eran arrojados vivos al mar desde aviones militares. Como
declaró el oficial Adolfo Scilingo: " En 1977, siendo teniente de navío y
estando destinado en la Escuela de Mecánica.... participé de dos traslados
aéreos, el primero con 13 subversivos a bordo de un Skyvan de la Prefectura, y
el otro con 17 terroristas en un Electra de la Aviación Naval....Recibieron una
primera dosis de anestesia, la que sería reforzada con otra mayor en vuelo.
Finalmente, en ambos casos, fueron arrojados desnudos a aguas del Atlántico Sur
desde los aviones en vuelo."(4)
Con estos antecedentes, no puede sorprender que la tortura y la vejación a los
prisioneros sean motivo de estudio y entrenamiento de las Fuerzas Armadas
argentinas.
Entrenamientos que, como hemos visto, lo decidían las mas altas jerarquías
militares y que en absoluto pueden considerarse como hechos aislados, sino que
afectaba al conjunto de las instituciones armadas. En particular a las unidades
especiales, a los comandos y a los servicios de Inteligencia, pero que en
determinadas épocas comprendió al conjunto de la oficialidad: Es conocido que
bajo la última dictadura todos los oficiales debían participar en la aplicación
de malos tratos a prisioneros y en ejecuciones sumarias, en un auténtico pacto
de sangre al mejor estilo mafioso.
"En ese sentido hay que destacar por su significación el llamado "Pacto de
Sangre" –ideado e impulsado por el general Luciano Benjamín Menéndez, siendo
jefe del III Cuerpo de Ejército, con sede en Córdoba, en virtud del cual todos
los jefes y oficiales de dicha gran unidad, para verse implicados por igual en
los actos sangrientos de la represión, eran obligados a participar por turno
rotatorio –como en cualquier otro servicio de armas- en dicho tipo de actos,
principalmente en el fusilamiento de personas secuestradas y ya exhaustivamente
torturadas hasta su nula utilidad". (5)
No es extraño que esas prácticas perduraran y que llegaran hasta 1994, más de
una década después del fin del Gobierno militar. Tampoco debe extrañar que su
huella siga siga marcando a muchos oficiales y suboficiales, como lo demuestra
la existencia de malos tratos e incluso de muertes de soldados en cuarteles a
consecuencia de brutales entrenamientos y castigos disciplinarios.
Tampoco debe sorprender el hecho de que en la década de los 80 oficiales
argentinos fueran destinados a diversos países de América Latina donde
organizaron y participaron en tareas de Inteligencia y lucha
contrarrevolucionaria, teniendo la oportunidad de aplicar sus feroces
conocimientos.
Otros ejemplos latinoamericanos
Todos los ejércitos latinoamericanos sin excepción –incluso los considerados más
democráticos y legalistas como el uruguayo y el chileno hasta el golpe
pinochetista- han aplicado métodos represivos brutales, incluyendo la tortura y
el asesinato de prisioneros, amparados en la toma del gobierno a través de
golpes de estado.
Baste recordar los métodos utilizados por el Ejército brasileño desde los años
60, asesorado en la época por militares franceses. Las torturas sufridas por
monjas y curas, son un buen ejemplo de ese proceder. Igualmente los crímenes de
la dictadura de Pinochet vastamente divulgados recientemente, que se cometieron
incluso en los años 80 y que incluyeron desde torturas hasta enterramientos
clandestinos y la "desaparición" de miles de personas.
La salvaje represión de las dictaduras latinoamericanas, encabezadas por la
guatemalteca, que causó 200.000 desaparecidos y sin olvidar la Cuba de Batista;
la Nicaragua de los Somoza; la República Dominicana de Trujillo, el Paraguay de
Stroessner, el Haití de Duvalier o El Salvador. Tampoco se pueden olvidar los
procedimientos militares bajo gobiernos civiles, como el caso de México, donde
se masacró a campesinos y estudiantes y hasta hoy día se siguen utilizando a
grupos parapoliciales en Chiapas. O el caso de Perú, donde se masacraron pueblos
campesinos enteros y se mató a centenares de presos políticos. Está también
Colombia, donde la creación de verdaderos ejércitos mercenarios en apoyo de las
Fuerzas Armadas regulares, ha llevado a la comisión de un verdadero genocidio.
4- REPRESION Y VIOLENCIA
La represión ejercida por los militares es la continuación –en un grado
cualitativamente superior- de la violencia permanente que aplican las policías
en muchos países contra la población civil. La cuestión que debe quedar clara es
que los ejércitos elevaron la represión a un nivel extremo contra toda la
población, y sin ninguna clase de cortapisa o límite.
En realidad los policías son los primeros "técnicos" de la represión cotidiana y
de la violación de los derechos humanos, son los "expertos" de la tortura. Como
lo reconoce explícitamente el general argentino Albano Harguindeguy a la
pregunta de si los militares franceses enseñaron el uso de la picana eléctrica:
"No creo que lo hayan enseñado. Nos explicaron para qué servía y nosotros la
adoptamos a medida que se hacía la lucha. Es un método que ya era conocido por
la Policía Federal".(6)
Sin duda.Y también lo conocían las policías provinciales, el Servicio
Penitenciario, la Gendarmería y la Prefectura. Miembros de estas fuerzas
integraron los Grupos de Tareas de las Fuerzas armadas durante la dictadura,
esencialmente en calidad de torturadores, de expertos interrogadores.
Esos conocimientos les vienen dados por su práctica cotidiana represiva contra
los pequeños delincuentes, contra los jóvenes de los barrios pobres, que siempre
que entran en una comisaría son torturados y vejados, acabando muchas veces con
su vida.
CORREPI, una organización especialmente dedicada a denunciar y combatir la
represión policial documenta esta conducta a través de sus investigaciones.
De su informe de 2002 se desprende que 179 personas fallecieron entre el 1 de
diciembre de 2001 y el 22 de noviembre de 2002, por muertes causadas por
miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. El informe detalla que se
incluyen "casos de gatillo fácil propiamente dicho (fusilamientos enmascarados,
las mas de las veces como pseudoenfrentamientos), gatillo fácil "culposo"
(muertes de terceros causadas por la policía en enfrentamientos reales), tortura
seguida de muerte y desapariciones".
Y que parte de esas muertes fueron de "personas privadas de su libertad, sea en
unidades carcelarias o en comisarías, presentadas oficialmente como
inverosímiles suicidios por ahorcamiento o en incendios".(7)
5- LA TORTURA, METODO GENERALIZADO.
Hechos infrecuentes?
Es evidente que cuando hablamos de la tortura aplicada por las Fuerzas Armadas y
el resto de "fuerzas de seguridad", no nos referimos a hechos aislados, ante
aberraciones cometidas por elementos incontrolados o frente a "excesos" fuera
del alcance de los mandos, como tantas veces se intentó argüir para eludir
responsabilidades. En el caso argentino, desde la Orden de Batalla emitida por
los Comandantes en Jefe de las tres armas, hasta la práctica de torturas como
asignatura de las enseñanzas militares, testimonian que la tortura es concebida
como un elemento de gran importancia, dentro de la metodología castrense. Su
práctica no está circunscripta a períodos excepcionales o dictatoriales, sino
que su enseñanza es continuada y rutinaria.
En el caso del asalto guerrillero al Cuartel de La Tablada, en la periferia de
Buenos Aires, llevado a cabo por el MTP (Movimiento Todo por la Patria) en 1989,
en pleno gobierno democrático de Raúl Alfonsín, el accionar militar es un
trágico ejemplo. Por una parte se eludió cualquier intento de obtener la
rendición de los guerrilleros. Se utilizaron armas pesadas, como tanques y
artillería de grueso calibre, totalmente desproporcionados para la situación. Y
finalmente se torturó, se asesinó e hizo desaparecer a varios combatientes, como
testimonió incluso uno de los militares que participaron en la represión: "El
sargento retirado José Alberto Almada quien participó en la represión del
intento de toma del regimiento de La Tablada, admitió que "varios prisioneros de
ese grupo fueron sometidos a torturas y ejecución sumaria" por los militares que
los detuvieron. Almada sostuvo que fue testigo de situaciones que no guardan
relación con las conductas de un soldado en combate ante personas que deponen
las armas y tratan de rendirse. La Corte Interamericana de Derechos Humanos ya
ha establecido que tras ser reprimida la rebelión hubo fusilamientos sin juicio
y torturas contra los detenidos, además de hacer desaparecer a varios de los
dirigentes del grupo guerrillero, cuyos cadáveres aparecerían varios años
después." (8)
El patrocinio estatal de la tortura
Pese a las convenciones internacionales que establecen la prohibición de la
tortura y a la vigencia de tratados sobre el respeto a los prisioneros de guerra
y el principio de que las cárceles no deben ser lugares de sufrimiento sino
solamente de reclusión, la tortura persiste. Desde el tribunal de Nüremberg, en
el que tras la II Guerra Mundial se juzgó a los jerarcas nazis, ha habido
numerosa legislación sobre el tema y existen varios tribunales internacionales
"ad hoc", como el que juzga los crímenes cometidos en la ex Yugoslavia, o en
Ruanda, o la nueva Corte Penal Internacional. Sin embargo y tal como nos
muestran periódicamente los detallados informes de Amnistía Internacional y
otras organizaciones humanitarias, igue habiendo numerosos estados que toleran,
amparan e incluso promueven la utilización de vejámenes y torturas a los
prisioneros.
No puede menos que recordarse que el Tribunal Supremo de Israel ha aceptado y
dado cobertura legal a la aplicación de torturas a los presos palestinos. El
Ejército israelí reivindica como legítimos los métodos brutales que utilizan sus
tropas para reprimir la Intifada, que incluyen fracturas de piernas y brazos de
los jóvenes manifestantes. Tampoco se puede olvidar el trato dispensado por
Estados Unidos a personas capturadas durante la ocupación de Afganistán –incluso
menores de edad- que hoy todavía sufren incomunicación en su ilegal base militar
de Guantánamo, en Cuba, sin cobertura legal de ningún tipo, donde la impunidad
con la que actúan los mandos norteamericanos es total. En Estados Unidos, un
país que ha dado total cobertura política a dictaduras aliadas de América Latina
y otras regiones del orbe, muchos influyentes "halcones" siguen reivindicando
teóricamente la tortura como método contra enemigos que "amenacen la seguridad
de EEUU".
Los métodos y objetivos de la tortura
El primer objetivo de la tortura es sin duda el de obtener información, tanto
táctica e inmediata, para uso instantáneo, como a más largo plazo, a nivel
estratégico.
Ejemplos del primer caso son las torturas que se practican contra un detenido
para que "cante" citas que tenga con otros miembros de su organización; para que
revele sus contactos, locales o domicilios donde puedan ser capturados antes de
que se produzca la alarma entre compañeros o familiares del
detenido-desaparecido. De esta forma, se pretende una cadena de caídas rápidas
de activistas. Ese objetivo se utiliza fundamentalmente durante las primeras 48
horas desde la detención y para ello se aplica un régimen de tortura intensivo,
que parte desde el momento mismo de la captura, llegando a torturarse a la
víctima en el mismo lugar donde se ha producción la detención o secuestro.
Muchas veces se tortura en el propio vehículo donde se produce el traslado hacia
el centro de detención. También en esa situación se suele presionar al detenido
con amenazas a sus familiares más directos. A menudo se ha golpeado a bebés o
niños en presencia de sus padres, para vencer la resistencia de éstos a los
interrogatorios.
Pero las torturas no se utilizan sólo durante los primeros días de la detención
o secuestro. En muchos casos se convierte en una práctica prolongada,
sistemática, durante días o semanas, con o sin intervalos, jalonada con salidas
a la calle para que el detenido "marque" viviendas de otros compañeros, locales,
oficinas, o que señale concretamente a personas. Cuando los resultados de esas
"salidas" con el detenido no resultan satisfactorias, nuevamente comienza el
ciclo de torturas. En este tipo de prácticas se intentaba, se intenta, obtener
del detenido todo lo que sabe, tanto sobre organizaciones como personas
concretas, a efectos de componer un cuadro general, político y social de su
entorno, que facilite posteriores acciones represivas.
Es en esa etapa cuando las condiciones generales de la detención ejercen su
mayor influencia. Se trata de transmitir al secuestrado la inequívoca sensación
de que está absolutamente aislado del mundo exterior, sin ninguna posibilidad de
obtener ayuda de compañeros, abogados o familiares. El hecho de estar
desaparecido implica ante todo esa sensación de indefensión, constantemente
reforzada por los torturadores, que se une y multiplica los efectos de la
tortura física propiamente dicha
El testimonio del médico detenido Norberto Liwsky es revelador sobre este
aspecto de la detención, cuando relata lo que le decían los torturadores: "Desde
que te chupamos (detuvimos) no sos nada". "Además ya nadie se acuerda de vos".
"Si alguien te buscara, que no te busca, ¿vos creés que te iban a buscar aquí?".
"Nosotros somos todo para vos". "La justicia somos nosotros". "Somos Dios". (9)
Pero la tortura también busca otros objetivos: En el libro citado Duhalde
caracteriza al régimen represivo argentino como el "modelo desintegrador". Y lo
describe así:
"El modelo desintegrador aplicado tiene fines muy precisos: hacer de un hombre
libre, un hombre sometido; de un ser sano, un ser enfermo; de un militante
político, una persona desquiciada" Y refiriéndose a las técnicas utilizadas cita
entre las principales a la presencia de la muerte como trasfondo de la vida en
los campos de detención; al aislamiento y la ruptura con el mundo exterior; a la
pérdida de la visión y de la noción del tiempo, a la cosificación de la persona
y los vejámenes psicofísicos, y a la tensión límite constante.
En suma, un modelo tendiente a la destrucción física y moral del detenido. En
casos como el argentino, aún cuando éste colaboraba de alguna manera con sus
verdugos, la mayor parte de las veces era asesinado, "desaparecido". Ni siquiera
sus restos aparecían, porque era enterrado clandestinamente o arrojado al mar, a
lagos, ríos o volcanes, cuando no quemados o dinamitados simulando falsos
enfrentamientos.
La investigación encomendada a la Comisión Nacional sobre Desaparición de
Personas argentina afirma textualmente: "En la casi totalidad de las denuncias
recibidas por esta Comisión se mencionan actos de tortura. No es casual. La
tortura fue un elemento relevante en la metodología empleada. Los Centros
Clandestinos de Detención fueron concebidos, entre otras cosas, para poder
practicarla impunemente.Transcribimos el primero de los casos (el de Norberto
Liwsky) con todas sus implicancias en la personalidad de la víctima a la que se
quería destruir" (10)
Además de romper la personalidad de los detenidos mediante la aplicación del
método descrito, la presencia represiva constante en las calles, más la
certidumbre de la desaparición de amigos, familiares y vecinos, contribuía a
establecer un temor generalizado en la población, limitando los actos solidarios
e incluso el contacto con los familiares de los desaparecidos.
El objetivo último buscado por la dictadura argentina y su modelo represivo iba
mucho mas allá de la detención de militantes o activistas o la destrucción de
algunas organizaciones. De hecho, los grupos armados ya habían sido duramente
golpeados antes del golpe de Estado de marzo de 1976 y su capacidad operativa
mermada, debido al accionar de los grupos paramilitares del régimen de "Isabelita"
Perón, las temibles AAA y a la implicación cada vez más abierta de las Fuerzas
Armadas en la represión interna. Se trataba en definitiva de imponer un modelo
económico y social, para lo que se requería el silencio, el sometimiento de la
mayoría de la población; de la destrucción de toda forma de organización
popular, fuera sindical, estudiantil, cultural o social. Para ese fin no bastaba
con liquidar a las organizaciones político-militares, sino que era preciso
sembrar el terror en el conjunto de la sociedad.
Por eso la represión fue tan terrible, y por eso las Fuerzas Armadas destinaron
a esa tarea todos sus efectivos y técnicas genocidas. El resultado fue la
práctica liquidación de una generación, a través de los 30.000 desaparecidos y
de los centenares de miles de personas que sufrieron el exilio interior o
exterior, perdiendo trabajo, estudios y vida familiar y social.
Las fuerzas armadas torturadoras
La perversidad mostrada por los militares, que tanto dolor causó a la sociedad
argentina a través de la represión y la tortura, no podía menos que reflejarse
sobre los mismos torturadores y la institución militar en su conjunto.
Los oficiales dedicados a las tareas llamadas de inteligencia, que ejercían un
poder omnímodo sobre las víctimas, fueron transformando su carrera militar, la
que los había preparado para "defender la Patria" de eventuales enemigos
externos en un trabajo más policial, con las aberrantes prácticas mencionadas.
Y en cuanto a los altos mandos, a los generales y almirantes que condujeron la
represión desde la cúspide, los Videla, Massera y Agosti, cuando por su propia
necesidad de aferrarse al poder, cada vez más cuestionado por la población,
decidieron emprender una "huida hacia delante", la aventura bélica de recuperar
las Islas Malvinas, una vieja reivindicación, como Gibraltar. Pero allí se pudo
comprobar que las Fuerzas Armadas, con años de una práctica que desvirtuaba
totalmente los fines para los que habían sido concebidas, eran incapaces de
presentar batalla a las Fuerzas Armadas británicas, inmediatamente movilizadas
por Margaret Thatcher cuando los militares argentinos se atrevieron a tomar las
islas por la fuerza.
La propia Comisión Investigadora de las Fuerzas Armadas que estudió las causas
de la derrota militar sufrida, y que fue presidida por el general Rattenbach,
reconoció la enorme ineptitud demostrada, sobre todo por parte de los altos
mandos del Ejército y la Armada argentinos
El hecho más evidente de ello es que 7.500 combatientes británicos, operando a
miles de kilómetros de sus bases, desembarcaron en un territorio defendido por
12.500 soldados argentinos, y, a pesar de ello, obtuvieron rápidamente su
rendición. La causa fundamental fue la manifiesta incapacidad de sus mandos: Las
tropas sufrieron las consecuencias del desabastecimiento de alimentos y
suministros; el despliegue de los efectivos no se rigió ni por las mínimas
normas militares necesarias para una operación de ese tipo. La Armada retiró
además sus buques del área de operaciones, otorgando a los británicos el dominio
absoluto del mar. Los mandos militares argentinos fueron incapaces de coordinar
sus fuerzas y de evaluar correctamente la situación, corrigiendo inmediatamente
sus movimientos.
Otro ejemplo manifiesto de esa guerra fue la falta de adaptación al combate
contra un enemigo exterior que tenían aquellos oficiales admirados por sus
colegas por su habilidad y ferocidad para reprimir al enemigo interior. Uno de
estos casos es el del tristemente famoso capitán de corbeta Alfredo Astiz,
activo participante en el Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la
Armada, centro represivo y de detención clandestino. Astiz se infiltró en el
movimiento de familiares de desaparecidos para preparar la captura de varias de
sus integrantes, así como de dos monjas francesas, que finalmente fueron
asesinadas. Astiz, condenado a cadena perpetua en rebeldía por la Justicia
francesa y que asesinó también a la joven ciudadana sueca Dagmar Hagelin, jugó
un papel vergozante como militar en la guerra de las Islas Malvinas.
"Siendo comandante de la guarnición de las Islas Georgias del Sur (dependencia
de las Malvinas), en otro de sus acostumbrados actos de valor, se rindió sin
ofrecer la debida resistencia, según el dictamen de la Comisión Rattenbach".
(11)
En realidad no ofreció no sólo la "debida" sino ninguna resistencia, sin
disparar un tiro. Se rindió sin más. Una consecuencia en definitiva lógica si se
tiene en cuenta que se trataba de unos oficiales que, dedicados durante años a
la represión interna, a reprimir a víctimas totalmente indefensas, terminaron
descuidando la preparación que se le supone por su carrera, convencidos de que
la superioridad que mostraban ante la población era una cualidad aplicable
también a un enemigo exterior.
6- A MODO DE CONCLUSION
Las Fuerzas Armadas argentinas durante varias décadas se dedicaron a combatir al
llamado "enemigo interior". Volcaron sus efectivos, sus recursos y su formación
a ese objetivo. Parte importante de ello fue la preparación para la tarea
policial represiva, que incluía como una de sus armas predilectas la tortura, en
todas sus facetas.
Dicha "especialización" fue posible porque desde fines de los años 50, y
coincidiendo con las prioridades estratégicas de EEUU en el continente, los
altos mandos militares argentinos enviaron a muchos de sus oficiales y
suboficiales a la Escuela de las Américas y otros centros similares, donde
aprendieron, como parte de su preparación para enfrentar a la "guerra
revolucionaria", a interrogar y a torturar a los detenidos, así como una amplia
gama de técnicas represivas aplicadas antes por franceses y norteamericanos en
distintos escenarios mundiales.
Esos oficiales transmitieron e intercambiaron a su vez conocimientos con
militares y sevicios de Inteligencia de otros países, como en el Cono Sur en el
curso de la Operación Cóndor, juntamente con sus pares de Chile, Brasil,
Uruguay, Paraguay y Bolivia, que les permitió aunar sus acciones para secuestrar
y asesinar a opositores más allá de sus propias fronteras. Y en Centroamérica
donde, con base en Honduras, sirvieron a los ejércitos de ese país, y a los de
Guatemala y de El Salvador, además de contribuir junto con la CIA activamente a
la guerra sucia que se llevó a cabo contra el Gobierno sandinista a través de la
"contra".
No es extraño por lo tanto que en Argentina fuera "normal" que sus oficiales y
suboficiales se entrenaran para interrogar y torturar, como no lo es que incluso
bajo gobiernos civiles continuaran con esas prácticas.
No sería raro tampoco que en la escuelas militares de las tres Fuerzas Armadas
se siguiera aún dictando la doctrina llamada en su día de la Seguridad Nacional,
hoy reconvertida en la lucha contra el Eje del Mal, pero con los mismos métodos
de ayer.
Tampoco puede sorprender que las fuerzas de seguridad –Policía, Gendarmería y
Prefectura- asesinen a los "subversivos" de hoy, a "piqueteros", en la Provincia
de Buenos Aires, o en la norteña provincia de Salta. Nadie desconoce en
Argentina que en las comisarías se sigue torturando y se asesina a jóvenes en la
calle por el simple delito de serlo.
El hilo conductor que parte desde la cúpula de las Fuerzas Armadas penetra a
todos los rincones de la sociedad, amparando en especial la violencia represiva
policial, de la cual a su vez se nutre cuando necesita de sus especialistas. La
impunidad de que han disfrutado los militares genocidas alimenta la persistencia
de la tortura y la violación de los derechos humanos.
Notas
(1) "La escuelita", Página 12, Argentina, 16/01/04.
<> (2) El caso Pinochet y la impunidad en América Latina, Roberto Montoya y
Daniel Pereyra, Editorial Pandemia, Argentina, 2000.
(3)"La letra con sangre", Marie-Monique Robín, Página 12, Argentina, 3/9/03 (4)
El vuelo, Horacio Verbitsky, Seix Barral, Argentina, 1995.
(5) El estado terrorista argentino, Eduardo Luis Duhalde, Editorial Argos
Vergara, España, 1983.
(6) "El mejor alumno", Marie-Monique Robín, Página 12, Argentina, 3/9/03. (7)
ALDABON, Número 41, Argentina, Diciembre 2002/Febrero 2003.
(8) "Admite ex militar argentino que varios rebeldes fueron ejecutados en La
Tablada" , Stella Calloni, México, 18/02/04.
(9)El drama de la autonomía militar, Prudencio García, Alianza Editorial,
España, 1995.
(10) Nunca Mas, Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, EUDEBA,
Argentina, 1984.
(11) Prudencio García, obra citada.
_________<x_