Argentina: La lucha contin�a
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Militares torturadores
Daniel Pereyra
Mientras Tanto
El pasado mes de enero se tuvo conocimiento p�blico que desde 1964 y durante
30 a�os por lo menos la ense�anza de torturas era pr�ctica habitual en las
Fuerzas Armadas argentinas. Varias fotograf�as mostraban lugares de preparaci�n
de supuestas fuerzas especiales, tambi�n llamados comandos, donde personal
militar era sometido a diversas torturas y tratos aberrantes �picana el�ctrica,
submarino, etc-, como parte de su entrenamiento. La identificaci�n proporcionada
por mandos militares permiti� se�alar la presencia de efectivos de Ej�rcito,
Marina y Aeron�utica, lo que implica al Estado Mayor Conjunto y al Ministerio de
Defensa en el funcionamiento de esas instalaciones. Tambi�n participaban de esa
formaci�n efectivos de los cuerpos de seguridad Prefectura Naval y Gendarmer�a
Nacional.
Seg�n el Ministro de Defensa, Jos� Pampuro, estas pr�cticas se aplicaron hasta
1994, es decir, 11 a�os despu�s de que las Fuerzas Armadas abandonaran el
ejercicio del poder que tomaron mediante el golpe de estado de 1976. Bajo los
gobiernos civiles de Ra�l Alfons�n y Carlos Menem los militares continuaron
entren�ndose en la aplicaci�n de torturas, tal como hac�an durante la dictadura.
Nada prueba, por otra parte, que tal formaci�n aberrante no se siga utilizando,
aunque con medidas de seguridad m�s estrictas que impidan su conocimiento
p�blico.
En el libro "Comandos en Acci�n. El Ej�rcito en Malvinas" del profesor de la
Escuela Superior de Guerra, Isidoro Ruiz Moreno, publicado en 1986, al describir
la formaci�n de comandos, o fuerzas de elite, afirma: "No falta ni siquiera la
experiencia de prisioneros, una de las m�s fuertes, pues estos campos no
responden a los requisitos establecidos por la Convenci�n de Ginebra (...) todos
los participantes en un ejercicio caen prisionero, (...) el candidato es
capturado sorpresivamente, encapuchado y golpeado (...) sus instructores no le
escatiman el uso de esos garrotes de caucho que usa la polic�a. Encerrado
desnudo en un estrecho pozo que lo mantiene forzosamente de pie �mejor dicho
sepultado en �l- se encuentra el infeliz cubierto por una chapa de lata o zinc
que lo abrasa al sol o lo congela de noche, recibiendo una sola comida por d�a y
ah� permanece inm�vil por tres dias. S�lo sale para ser interrogado sobre
detalles y caracter�sticas del curso que est� realizando. El comando es golpeado
cuando es menester, y tambi�n cuando no hace falta (.. .) En su sepultura ha
debido escuchar constantemente m�sica popular centroamericana o proclamas
marxistas y subversivas que un altoparlante propala sin cesar".(1)
No obstante su brutalidad el relato es una visi�n edulcorada, ya que para nada
se menciona la ense�anza de las torturas m�s duras. La preparaci�n no era
precisamente para combatir a un enemigo militar �como pretenden demostrarnos-
sino contra el propio pueblo. Y durante la dictadura de Videla, lo habitual no
era que los prisioneros fueran torturados por "s�lo" tres d�as, tal como hac�an
los comandos durante su entrenamiento. La tortura pod�a durar semanas o meses y,
la mayor parte de las veces terminaba con la "desaparici�n" (asesinato) de la
indefensa v�ctima.
El entrenamiento descrito no era sino la preparaci�n de las fuerzas
eufem�sticamente llamadas "de seguridad" para la funci�n represiva y
aniquiladora que cumplieron los militares desde el Gobierno desde 1976 hasta
1983.
Toda la estructura militar y policial del pa�s se emple� en una represi�n
generalizada, con el uso indiscriminado de torturas y vejaciones, de expolio a
las v�ctimas y sus familiares, del empleo de la terrible figura del
desaparecido, en aplicaci�n de un denominado Plan de Batalla que se llev� a cabo
con absoluta frialdad y con el empleo de un personal previamente entrenado y
mentalizado para realizar esa labor. Cuando hablamos de torturas no nos
referimos solamente al hecho de infligir dolor f�sico a una persona, sino al
conjunto de las vejaciones y sufrimientos que se le hace padecer f�sica y
ps�quicamente: nos referimos tanto al dolor f�sico; al terrible miedo a la
tortura y a la muerte que sufre el prisionero; al aislamiento; a la impotencia
total ante la impunidad con que operan los torturadores; al hambre y fr�o a los
que habitualmente someten a la v�ctima; a las enfermedades no tratadas ni
curadas; a las violaciones. En una palabra, al conjunto de los malos tratos a
que fueron sometidos los detenidos en poder de las fuerzas armadas y policiales
argentinas, como lo fueron en los 70 y 80 en tantos otros pa�ses de Am�rica
Latina..
1- CUAL ES EL ROL ACTUAL DE LAS FUERZAS ARMADAS?
Hist�ricamente el rol de las Fuerzas Armadas fue la defensa de los pa�ses contra
enemigos exteriores, la defensa del territorio, de las fronteras. Y, por lo
tanto, el equipamiento del que se dotaba para cumplir ese rol abarcaba desde
barcos de guerra, aviones, blindados, artiller�a, y numerosos efectivos
reclutados mediante el servicio militar obligatorio. Incluso la distribuci�n
territorial de esas fuerzas ten�a sus centros de gravedad en relaci�n a los
potenciales enemigos exteriores, en las fronteras y ubicaciones estrat�gicas.
Esto no quiere decir que los militares no participaran en tareas represivas
contra los movimientos populares en defensa del sistema, sobre todo cuando las
fuerzas policiales se ve�an desbordadas, en cuyo caso llevan a cabo
intervenciones sumamente violentas. A pesar de esos casos en que los militares
se ve�an envueltos en la represi�n al pueblo, en general, esa tarea era
desarrollada por la polic�a, m�s especializada en detener, interrogar�y
torturar.
Sin embargo, esos roles, esas distintas �reas de actuaci�n, comenzaron a cambiar
a partir del fin de la II� Guerra Mundial, con la aparici�n de guerras de
liberaci�n en Yugoslavia, Grecia, China, Vietnam y el surgimiento de guerrillas
en numerosos pa�ses.
En los pa�ses m�s poderosos se mantuvo el rol de ej�rcitos ofensivos �contra
enemigos externos- junto con una creciente capacidad de control poblacional. La
Guerra Fr�a dio el pretexto para ambas funciones, ahora retomado con la lucha
contra el Eje del Mal �Afganist�n, Irak, Corea-. En cambio en los pa�ses menos
desarrollados, mas afectados por el peligro de resistencia popular, los
ej�rcitos cambiaron notablemente, orient�ndose en mayor medida a prepararse para
la lucha contra el enemigo interior, lo que se refleja en el tipo de armamento,
en la distribuci�n territorial de las estructuras militares y en la reducci�n
del tama�o de las unidades, haci�ndolas mas flexibles y operativas.
Tambi�n se fue dejando de lado el reclutamiento masivo, con una creciente
transformaci�n en ej�rcitos mercenarios, integrados por personal a sueldo,
b�sicamente de oficiales y suboficiales.
Dentro de este cambio, ganaron terreno los cuerpos especializados: los comandos,
los servicios de Inteligencia, los equipos de guerra psicol�gica y propaganda.
En Am�rica Latina este cambio estrat�gico del rol de las Fuerzas Armadas tuvo el
sustento te�rico desde los a�os 50 en la Doctrina de la Seguridad Nacional,
elaborada y desarrollada por Estados Unidos como instrumento de la Guerra Fr�a y
fielmente aplicada por los militares de la regi�n, r�pidamente transformados en
dictadores, a trav�s de innumerables golpes de Estado contra gobiernos
democr�ticos..
Con el pretexto del peligro comunista encarnado por la URSS, China, Vietnam y
Cuba, en realidad la nueva doctrina militar apuntaba al mantenimiento del
"orden" que pod�a peligrar ante el creciente malestar popular en Am�rica Latina,
que se expres� especialmente a partir de la Revoluci�n Cubana de 1959.
Esa tarea fue la fundamental asumida por los militares latinoamericanos:
mantener el "orden", su orden, en sus respectivos pa�ses, incluso mediante la
cooperaci�n entre ellos, traspasando las propias fronteras. La acci�n de los
militares golpistas se vio facilitada, en algunos casos, por la financiaci�n y
el entrenamiento brindado por el Pent�gono y la CIA a trav�s de maniobras
militares conjuntas o por medio de la formaci�n suministrada en centros como la
Escuela de las Am�ricas, sede del Comando Sur del Ej�rcito de EEUU, que oper�
hasta fines del siglo XX en el Canal de Panam�..
En ella, miles de militares latinoamericanos aprendieron a utilizar los m�s
sofisticados m�todos de tortura y "guerra sucia".
En otros casos, era a trav�s de la intervenci�n norteamericana directa, como en
Guatemala, Rep�blica Dominicana, Nicaragua (a trav�s del apoyo abierto a la
"contra"), en Panam� o Granada, por s�lo nombrar los casos m�s notorios de las
�ltimas d�cadas..
2- LAS ESCUELAS MILITARES "ANTISUBVERSIVAS"
Pese al importante rol jugado por los militares de Estados Unidos en el manejo
de ese tipo de guerra, est�n muy lejos de haber sido ellos en realidad los
precursores en este campo. Fueron s� aplicados alumnos de sus pioneros colegas
brit�nicos y franceses, as� como los militares latinoamericanos lo fueron de los
norteamericanos.
Fue sin duda en los m�s importantes estados fascistas europeos�Italia y Alemania-
donde primero las Fuerzas Armadas jugaron el doble papel de brazo armado de su
burgues�a y de represores de sus propios pueblos.
La escuela alemana
El caso alem�n es sin duda el m�ximo exponente del rol polic�aco militar del
Ej�rcito, el que, a trav�s de los campos de concentraci�n sojuzg�, tortur� y
asesin� a millones de personas, civiles en su inmensa mayor�a. En esos campos
los militares se desempe�aron como carceleros y torturadores; accionaron las
c�maras de gas y gestionaron el trabajo esclavo; provocando tambi�n en muchos
otros casos la muerte por hambre y por no tratar enfermedades de los
prisioneros. Fueron tambi�n ellos los precursores de la cruel figura del
detenido-desaparecido. Jud�os, gitanos, polacos, rusos, franceses, espa�oles,
tambi�n alemanes, pasaron por esos campos de trabajo y exterminio, gestionados
por la Gestapo y los militares alemanes.
La famosa orden del mariscal Wilheim Keitel, jefe supremo del Ej�rcito alem�n,
dictada en 1941, explicita la doctrina represiva que se aplic�: "Una
intimidaci�n efectiva s�lo puede ser lograda con la pena m�xima, o con medidas
mediante las cuales los familiares del criminal y la poblaci�n en su conjunto
desconozcan la suerte que ha corrido. (.......) Los prisioneros deben ser
llevados secretamente a Alemania (...) Estas medidas tendr�n un efecto
intimidatorio, porque los prisioneros se desvanecer�n sin dejar rastro y no
podr� darse informaci�n alguna respecto a su paradero o su suerte". (2)
En esta orden est� contenido el objetivo buscado con las "desapariciones", una
pr�ctica masivamente aplicada en muchos pa�ses de Am�rica Latina, y m�s
particularmente en Guatemala, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil y Nicaragua,
entre otros. Queda claro que esta t�cnica va acompa�ada siempre de los malos
tratos, torturas y, generalmente, la muerte del prisionero.
La escuela francesa
Fueron sin embargo los militares franceses los que desarrollaron la doctrina de
la guerra antisubversiva en Vietnam y en Argelia, transmitiendo luego su
experiencia a sus colegas de Estados Unidos y de Am�rica Latina. En la lucha
contra los movimientos revolucionarios de Vietnam y Argelia, dos de sus entonces
colonias --en las que fueron finalmente derrotados--, los franceses
desarrollaron t�cnicas militares avanzadas, como el uso del helic�ptero en apoyo
directo a las tropas en el terreno y t�cnicas represivas, como las "aldeas
estrat�gicas", donde era confinada la poblaci�n, pr�ctica inicialmente utilizada
por el Ej�rcito brit�nico en Malasia. El uso brutal de la tortura para obtener
informaci�n �til para las operaciones militares contra la guerrilla, se
convirti� en una pr�ctica cada vez m�s habitual.
Meses atr�s, en septiembre de 2003, Canal Plus de Francia difundi� un v�deo
documental de la periodista Marie-Dominique Robin, dedicado a la implicaci�n de
los militares de ese pa�s en la guerra sucia. El m�ximo inter�s de ese v�deo
reside en las entrevistas con viejos militares franceses, veteranos de las
guerras de Vietnam y Argelia..
El te�rico de la guerra antisubversiva era el entonces coronel Trinquier, autor
de La Guerra Moderna, que fue el manual utilizado en Argelia. Uno de sus
subordinados, el general (entonces teniente coronel) Paul Aussaresses, ante la
pregunta de si se aplicaban torturas respondi�: "�Qu� pregunta! Incluida la
tortura, claro.....aplicarles la picana, electrodos para pasarles corriente
el�ctrica........Cuando ten�amos a un tipo que pon�a una bomba lo apret�bamos
para que diera toda la informaci�n. Una vez que hab�a cantado todo lo que sab�a,
termin�bamos con �l. Ya no sentir�a nada. Lo hac�amos desaparecer." (3)
Y el Prefecto de polic�a de Argel, Paul Teitgen explicaba el procedimiento: " En
la c�rcel no estaban.(se refiere a personas detenidas) Preguntaba por alguno y
me dec�a que desapareci�. Los hab�an enviado a Bigeard (coronel de
paracaidistas). La gente de Bigeard les pon�an los pies en cemento y los tiraban
al mar desde helic�pteros. Un m�todo sucio. As� no se hace la guerra." (3)
En 1958 esas t�cnicas se comenzaron a ense�ar en el Centro de Entrenamiento en
Guerra Subversiva, creado por el ministro de Defensa Jacques Chaban-Delmas. All�
se formaron los militares franceses, pero tambi�n israel�es y portugueses.
Esos conocimientos fueron exportados r�pidamente. En 1959, se firm� un acuerdo
entre el Ej�rcito argentino y el franc�s, por el cual se instal� en Buenos Aires
una misi�n militar conjunta. Como el coronel Bernard Cazaumayou relata en el
citado art�culo, "Viajamos a pedido del Ej�rcito argentino (en la misi�n
francesa entre 1962 y 1965) para ense�ar la guerra revolucionaria." Se refiere a
la guerra contrarevolucionaria, evidentemente.
Pero los militares argentinos ya en 1957 hab�an designado al general Alcides
L�pez Aufranc para estudiar en la Escuela de Guerra francesa la nueva doctrina.
El curso inclu�a un mes de pr�ctica en Argelia, escenario por entonces de la
feroz represi�n que llevaba a cabo el ej�rcito franc�s..
La escuela norteamericana
La c�lebre Escuela de las Am�ricas se cre� en 1946, pero es en 1960 cuando los
norteamericanos invitan a sus colegas franceses para que expliquen la doctrina
de la guerra sucia que segu�an. Como dijo el ex ministro de Defensa Pierre
Messmer, " les interesaba la teor�a de la guerra revolucionaria. (en
verdad contrarevolucionaria)
Pidieron asesores. Enviamos gente que ten�a experiencia."
Experiencia, claro, en interrogar y torturar. All� fue el ya citado Aussaresses
�destinado a Fort Bragg, sede de las fuerzas especiales que ir�an a Vietnam- al
que Messmer caracteriza c�nicamente: "Me parece que no es un pensador, es un
ejecutor".
En Vietnam el Ej�rcito norteamericano aplic� concienzudamente esas ense�anzas.
La tortura se utiliz� como un arma m�s del arsenal militar. Miles de prisioneros
fueron torturados, miles fueron asesinados. Se aplic� tambi�n la t�cnica de las
aldeas estrat�gicas. Se utilizaron armas qu�micas, como el agente naranja y
otros contra la poblaci�n civil.
Esa metodolog�a de guerra contrarevolucionaria fue luego transmitida a los
militares latinoamericanos, que la aplicar�an en sus respectivos pa�ses en la
lucha contra sus pueblos. Ya los dictadores locales ten�an su propia
experiencia. Recordemos a Somoza, a Batista, Duvalier, Stroessner y el largo
etc�tera de dictadores que asolaban Am�rica Latina. Pero fue esencialmente
Estados Unidos el que legaliz� y elev� al rango de t�ctica militar la tortura.
La guerra psicol�gica, el terror como arma militar, los interrogatorios, las
torturas, la presi�n sobre la poblaci�n civil, eran elementos que se aprend�an
en la Escuela de las Am�ricas, de la cual salieron tantos militares golpistas y
genocidas..
La continuidad en el uso de esas t�cnicas por parte de los Estados Unidos se
puede constatar en todas sus intervenciones, pero para s�lo resaltar las
�ltimas, basta constatar los m�todos empleados en Irak y el trato dispensado a
los prisioneros afganos en Guant�namo.
3- LOS AVENTAJADOS ALUMNOS LATINOAMERICANOS
Las dictaduras de los a�os 60, 70 y 80, son las que emplearon masivamente a sus
Fuerzas Armadas como contingentes polic�acos-militares, utilizando toda la
infraestructura del Estado y los m�todos represivos descritos.
En todos los pa�ses aplicaron el mismo patr�n, aunque adapt�ndolo a las
caracter�sticas nacionales. As� Guatemala y Argentina se caracterizaron por el
uso masivo de las "desapariciones" y el empleo, junto a las Fuerzas Armadas, de
organismos parapoliciales (aunque siempre dirigidos por mandos militares y/o
policiales), como las AAA (en Argentina) y la Mano Blanca (en Guatemala),
dedicadas a los asesinatos selectivos de l�deres populares. En Brasil, Chile y
Uruguay, la pr�ctica de las desapariciones se us� en menor medida, junto con la
tortura y el encarcelamiento masivo de opositores. En Per� la represi�n m�s
salvaje se aplic� a las poblaciones campesinas, con desapariciones,
enterramientos clandestinos y torturas generalizadas.
El caso argentino
Las Fuerzas Armadas argentinas tienen una larga trayectoria represiva.
Participaron en la represi�n de las movilizaciones obreras de 1909 y de la
Semana Tr�gica de 1919 en Buenos Aires, y de la masacre de los trabajadores
rurales de la Patagonia en 1924.
Protagonizaron la sangrienta represi�n en el curso del golpe contra el Gobierno
del general Per�n en 1955 y 1956, y en la represi�n de la huelga general de
1959.
Gobernaron a trav�s de sucesivos gobiernos militares entre 1964 y 1973, y desde
1976 a 1983, cercenando las libertades con mano dura, con el uso de la tortura y
asesinando a miles de prisioneros pol�ticos.
Ya desde finales de los a�os 50 el Ej�rcito conoc�a y aplicaba las experiencias
francesas de Vietnam y Argelia. El citado general argentino L�pez Aufranc
organiz� en 1961 el Primer Curso Interamericano de Guerra Contrarrrevolucionaria
en el que participaron militares de 14 pa�ses.
Pero es con el golpe de Estado de 1976 cuando las Fuerzas Armadas ejercen
definitivamente su rol de control total de la poblaci�n, utilizando todo tipo de
medios represivos. El golpe fue planeado y dirigido por los comandantes en jefe
de las tres fuerzas. El 24 de marzo de 1976 �d�a del golpe- fue emitida la Orden
de Batalla firmada por los tres comandantes, dando directivas precisas para la
represi�n. Con el auxilio de las fuerzas policiales y de seguridad controlaron
todo el territorio y la poblaci�n. Dividieron el pa�s en zonas y subzonas a
cargo de unidades militares. Habilitaron como prisiones clandestinas locales
oficiales �comisar�as, cuarteles, c�rceles, escuelas- donde recluyeron a decenas
de miles de personas que iban rotando a medida que se decid�a su destino, pero
todas ellas bajo la figura del detenido-desaparecido, que no eran sometidos a
jueces ni leyes y sin que sus familiares tuvieran ninguna noticia de su
paradero.
En esos centros de detenci�n se manten�a a las personas incomunicadas,
encapuchadas, esposadas, en espacios reducid�simos, en el suelo, con una comida
m�nima, sin atenci�n m�dica, y sometidos a torturas diariamente. Estas eran
brutales, desde el uso generalizado de la "picana" hasta el ahogamiento con
bolsas de pl�stico o en agua, pasando por palizas y exposici�n a fr�os extremos.
La gran mayor�a era finalmente "desaparecida", eufemismo encubridor del
asesinato, en un destino que siguieron 30.000 detenidos. Para ello se utilizaban
diversos m�todos. Desde la simulaci�n de enfrentamientos con la polic�a, pasando
por enterramientos en fosas comunes, hasta los llamados "vuelos de la muerte",
donde los prisioneros eran arrojados vivos al mar desde aviones militares. Como
declar� el oficial Adolfo Scilingo: " En 1977, siendo teniente de nav�o y
estando destinado en la Escuela de Mec�nica.... particip� de dos traslados
a�reos, el primero con 13 subversivos a bordo de un Skyvan de la Prefectura, y
el otro con 17 terroristas en un Electra de la Aviaci�n Naval....Recibieron una
primera dosis de anestesia, la que ser�a reforzada con otra mayor en vuelo.
Finalmente, en ambos casos, fueron arrojados desnudos a aguas del Atl�ntico Sur
desde los aviones en vuelo."(4)
Con estos antecedentes, no puede sorprender que la tortura y la vejaci�n a los
prisioneros sean motivo de estudio y entrenamiento de las Fuerzas Armadas
argentinas.
Entrenamientos que, como hemos visto, lo decid�an las mas altas jerarqu�as
militares y que en absoluto pueden considerarse como hechos aislados, sino que
afectaba al conjunto de las instituciones armadas. En particular a las unidades
especiales, a los comandos y a los servicios de Inteligencia, pero que en
determinadas �pocas comprendi� al conjunto de la oficialidad: Es conocido que
bajo la �ltima dictadura todos los oficiales deb�an participar en la aplicaci�n
de malos tratos a prisioneros y en ejecuciones sumarias, en un aut�ntico pacto
de sangre al mejor estilo mafioso.
"En ese sentido hay que destacar por su significaci�n el llamado "Pacto de
Sangre" �ideado e impulsado por el general Luciano Benjam�n Men�ndez, siendo
jefe del III Cuerpo de Ej�rcito, con sede en C�rdoba, en virtud del cual todos
los jefes y oficiales de dicha gran unidad, para verse implicados por igual en
los actos sangrientos de la represi�n, eran obligados a participar por turno
rotatorio �como en cualquier otro servicio de armas- en dicho tipo de actos,
principalmente en el fusilamiento de personas secuestradas y ya exhaustivamente
torturadas hasta su nula utilidad". (5)
No es extra�o que esas pr�cticas perduraran y que llegaran hasta 1994, m�s de
una d�cada despu�s del fin del Gobierno militar. Tampoco debe extra�ar que su
huella siga siga marcando a muchos oficiales y suboficiales, como lo demuestra
la existencia de malos tratos e incluso de muertes de soldados en cuarteles a
consecuencia de brutales entrenamientos y castigos disciplinarios.
Tampoco debe sorprender el hecho de que en la d�cada de los 80 oficiales
argentinos fueran destinados a diversos pa�ses de Am�rica Latina donde
organizaron y participaron en tareas de Inteligencia y lucha
contrarrevolucionaria, teniendo la oportunidad de aplicar sus feroces
conocimientos.
Otros ejemplos latinoamericanos
Todos los ej�rcitos latinoamericanos sin excepci�n �incluso los considerados m�s
democr�ticos y legalistas como el uruguayo y el chileno hasta el golpe
pinochetista- han aplicado m�todos represivos brutales, incluyendo la tortura y
el asesinato de prisioneros, amparados en la toma del gobierno a trav�s de
golpes de estado.
Baste recordar los m�todos utilizados por el Ej�rcito brasile�o desde los a�os
60, asesorado en la �poca por militares franceses. Las torturas sufridas por
monjas y curas, son un buen ejemplo de ese proceder. Igualmente los cr�menes de
la dictadura de Pinochet vastamente divulgados recientemente, que se cometieron
incluso en los a�os 80 y que incluyeron desde torturas hasta enterramientos
clandestinos y la "desaparici�n" de miles de personas.
La salvaje represi�n de las dictaduras latinoamericanas, encabezadas por la
guatemalteca, que caus� 200.000 desaparecidos y sin olvidar la Cuba de Batista;
la Nicaragua de los Somoza; la Rep�blica Dominicana de Trujillo, el Paraguay de
Stroessner, el Hait� de Duvalier o El Salvador. Tampoco se pueden olvidar los
procedimientos militares bajo gobiernos civiles, como el caso de M�xico, donde
se masacr� a campesinos y estudiantes y hasta hoy d�a se siguen utilizando a
grupos parapoliciales en Chiapas. O el caso de Per�, donde se masacraron pueblos
campesinos enteros y se mat� a centenares de presos pol�ticos. Est� tambi�n
Colombia, donde la creaci�n de verdaderos ej�rcitos mercenarios en apoyo de las
Fuerzas Armadas regulares, ha llevado a la comisi�n de un verdadero genocidio.
4- REPRESION Y VIOLENCIA
La represi�n ejercida por los militares es la continuaci�n �en un grado
cualitativamente superior- de la violencia permanente que aplican las polic�as
en muchos pa�ses contra la poblaci�n civil. La cuesti�n que debe quedar clara es
que los ej�rcitos elevaron la represi�n a un nivel extremo contra toda la
poblaci�n, y sin ninguna clase de cortapisa o l�mite.
En realidad los polic�as son los primeros "t�cnicos" de la represi�n cotidiana y
de la violaci�n de los derechos humanos, son los "expertos" de la tortura. Como
lo reconoce expl�citamente el general argentino Albano Harguindeguy a la
pregunta de si los militares franceses ense�aron el uso de la picana el�ctrica:
"No creo que lo hayan ense�ado. Nos explicaron para qu� serv�a y nosotros la
adoptamos a medida que se hac�a la lucha. Es un m�todo que ya era conocido por
la Polic�a Federal".(6)
Sin duda.Y tambi�n lo conoc�an las polic�as provinciales, el Servicio
Penitenciario, la Gendarmer�a y la Prefectura. Miembros de estas fuerzas
integraron los Grupos de Tareas de las Fuerzas armadas durante la dictadura,
esencialmente en calidad de torturadores, de expertos interrogadores.
Esos conocimientos les vienen dados por su pr�ctica cotidiana represiva contra
los peque�os delincuentes, contra los j�venes de los barrios pobres, que siempre
que entran en una comisar�a son torturados y vejados, acabando muchas veces con
su vida.
CORREPI, una organizaci�n especialmente dedicada a denunciar y combatir la
represi�n policial documenta esta conducta a trav�s de sus investigaciones.
De su informe de 2002 se desprende que 179 personas fallecieron entre el 1 de
diciembre de 2001 y el 22 de noviembre de 2002, por muertes causadas por
miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. El informe detalla que se
incluyen "casos de gatillo f�cil propiamente dicho (fusilamientos enmascarados,
las mas de las veces como pseudoenfrentamientos), gatillo f�cil "culposo"
(muertes de terceros causadas por la polic�a en enfrentamientos reales), tortura
seguida de muerte y desapariciones".
Y que parte de esas muertes fueron de "personas privadas de su libertad, sea en
unidades carcelarias o en comisar�as, presentadas oficialmente como
inveros�miles suicidios por ahorcamiento o en incendios".(7)
5- LA TORTURA, METODO GENERALIZADO.
Hechos infrecuentes?
Es evidente que cuando hablamos de la tortura aplicada por las Fuerzas Armadas y
el resto de "fuerzas de seguridad", no nos referimos a hechos aislados, ante
aberraciones cometidas por elementos incontrolados o frente a "excesos" fuera
del alcance de los mandos, como tantas veces se intent� arg�ir para eludir
responsabilidades. En el caso argentino, desde la Orden de Batalla emitida por
los Comandantes en Jefe de las tres armas, hasta la pr�ctica de torturas como
asignatura de las ense�anzas militares, testimonian que la tortura es concebida
como un elemento de gran importancia, dentro de la metodolog�a castrense. Su
pr�ctica no est� circunscripta a per�odos excepcionales o dictatoriales, sino
que su ense�anza es continuada y rutinaria.
En el caso del asalto guerrillero al Cuartel de La Tablada, en la periferia de
Buenos Aires, llevado a cabo por el MTP (Movimiento Todo por la Patria) en 1989,
en pleno gobierno democr�tico de Ra�l Alfons�n, el accionar militar es un
tr�gico ejemplo. Por una parte se eludi� cualquier intento de obtener la
rendici�n de los guerrilleros. Se utilizaron armas pesadas, como tanques y
artiller�a de grueso calibre, totalmente desproporcionados para la situaci�n. Y
finalmente se tortur�, se asesin� e hizo desaparecer a varios combatientes, como
testimoni� incluso uno de los militares que participaron en la represi�n: "El
sargento retirado Jos� Alberto Almada quien particip� en la represi�n del
intento de toma del regimiento de La Tablada, admiti� que "varios prisioneros de
ese grupo fueron sometidos a torturas y ejecuci�n sumaria" por los militares que
los detuvieron. Almada sostuvo que fue testigo de situaciones que no guardan
relaci�n con las conductas de un soldado en combate ante personas que deponen
las armas y tratan de rendirse. La Corte Interamericana de Derechos Humanos ya
ha establecido que tras ser reprimida la rebeli�n hubo fusilamientos sin juicio
y torturas contra los detenidos, adem�s de hacer desaparecer a varios de los
dirigentes del grupo guerrillero, cuyos cad�veres aparecer�an varios a�os
despu�s." (8)
El patrocinio estatal de la tortura
Pese a las convenciones internacionales que establecen la prohibici�n de la
tortura y a la vigencia de tratados sobre el respeto a los prisioneros de guerra
y el principio de que las c�rceles no deben ser lugares de sufrimiento sino
solamente de reclusi�n, la tortura persiste. Desde el tribunal de N�remberg, en
el que tras la II Guerra Mundial se juzg� a los jerarcas nazis, ha habido
numerosa legislaci�n sobre el tema y existen varios tribunales internacionales
"ad hoc", como el que juzga los cr�menes cometidos en la ex Yugoslavia, o en
Ruanda, o la nueva Corte Penal Internacional. Sin embargo y tal como nos
muestran peri�dicamente los detallados informes de Amnist�a Internacional y
otras organizaciones humanitarias, igue habiendo numerosos estados que toleran,
amparan e incluso promueven la utilizaci�n de vej�menes y torturas a los
prisioneros.
No puede menos que recordarse que el Tribunal Supremo de Israel ha aceptado y
dado cobertura legal a la aplicaci�n de torturas a los presos palestinos. El
Ej�rcito israel� reivindica como leg�timos los m�todos brutales que utilizan sus
tropas para reprimir la Intifada, que incluyen fracturas de piernas y brazos de
los j�venes manifestantes. Tampoco se puede olvidar el trato dispensado por
Estados Unidos a personas capturadas durante la ocupaci�n de Afganist�n �incluso
menores de edad- que hoy todav�a sufren incomunicaci�n en su ilegal base militar
de Guant�namo, en Cuba, sin cobertura legal de ning�n tipo, donde la impunidad
con la que act�an los mandos norteamericanos es total. En Estados Unidos, un
pa�s que ha dado total cobertura pol�tica a dictaduras aliadas de Am�rica Latina
y otras regiones del orbe, muchos influyentes "halcones" siguen reivindicando
te�ricamente la tortura como m�todo contra enemigos que "amenacen la seguridad
de EEUU".
Los m�todos y objetivos de la tortura
El primer objetivo de la tortura es sin duda el de obtener informaci�n, tanto
t�ctica e inmediata, para uso instant�neo, como a m�s largo plazo, a nivel
estrat�gico.
Ejemplos del primer caso son las torturas que se practican contra un detenido
para que "cante" citas que tenga con otros miembros de su organizaci�n; para que
revele sus contactos, locales o domicilios donde puedan ser capturados antes de
que se produzca la alarma entre compa�eros o familiares del
detenido-desaparecido. De esta forma, se pretende una cadena de ca�das r�pidas
de activistas. Ese objetivo se utiliza fundamentalmente durante las primeras 48
horas desde la detenci�n y para ello se aplica un r�gimen de tortura intensivo,
que parte desde el momento mismo de la captura, llegando a torturarse a la
v�ctima en el mismo lugar donde se ha producci�n la detenci�n o secuestro.
Muchas veces se tortura en el propio veh�culo donde se produce el traslado hacia
el centro de detenci�n. Tambi�n en esa situaci�n se suele presionar al detenido
con amenazas a sus familiares m�s directos. A menudo se ha golpeado a beb�s o
ni�os en presencia de sus padres, para vencer la resistencia de �stos a los
interrogatorios.
Pero las torturas no se utilizan s�lo durante los primeros d�as de la detenci�n
o secuestro. En muchos casos se convierte en una pr�ctica prolongada,
sistem�tica, durante d�as o semanas, con o sin intervalos, jalonada con salidas
a la calle para que el detenido "marque" viviendas de otros compa�eros, locales,
oficinas, o que se�ale concretamente a personas. Cuando los resultados de esas
"salidas" con el detenido no resultan satisfactorias, nuevamente comienza el
ciclo de torturas. En este tipo de pr�cticas se intentaba, se intenta, obtener
del detenido todo lo que sabe, tanto sobre organizaciones como personas
concretas, a efectos de componer un cuadro general, pol�tico y social de su
entorno, que facilite posteriores acciones represivas.
Es en esa etapa cuando las condiciones generales de la detenci�n ejercen su
mayor influencia. Se trata de transmitir al secuestrado la inequ�voca sensaci�n
de que est� absolutamente aislado del mundo exterior, sin ninguna posibilidad de
obtener ayuda de compa�eros, abogados o familiares. El hecho de estar
desaparecido implica ante todo esa sensaci�n de indefensi�n, constantemente
reforzada por los torturadores, que se une y multiplica los efectos de la
tortura f�sica propiamente dicha
El testimonio del m�dico detenido Norberto Liwsky es revelador sobre este
aspecto de la detenci�n, cuando relata lo que le dec�an los torturadores: "Desde
que te chupamos (detuvimos) no sos nada". "Adem�s ya nadie se acuerda de vos".
"Si alguien te buscara, que no te busca, �vos cre�s que te iban a buscar aqu�?".
"Nosotros somos todo para vos". "La justicia somos nosotros". "Somos Dios". (9)
Pero la tortura tambi�n busca otros objetivos: En el libro citado Duhalde
caracteriza al r�gimen represivo argentino como el "modelo desintegrador". Y lo
describe as�:
"El modelo desintegrador aplicado tiene fines muy precisos: hacer de un hombre
libre, un hombre sometido; de un ser sano, un ser enfermo; de un militante
pol�tico, una persona desquiciada" Y refiri�ndose a las t�cnicas utilizadas cita
entre las principales a la presencia de la muerte como trasfondo de la vida en
los campos de detenci�n; al aislamiento y la ruptura con el mundo exterior; a la
p�rdida de la visi�n y de la noci�n del tiempo, a la cosificaci�n de la persona
y los vej�menes psicof�sicos, y a la tensi�n l�mite constante.
En suma, un modelo tendiente a la destrucci�n f�sica y moral del detenido. En
casos como el argentino, a�n cuando �ste colaboraba de alguna manera con sus
verdugos, la mayor parte de las veces era asesinado, "desaparecido". Ni siquiera
sus restos aparec�an, porque era enterrado clandestinamente o arrojado al mar, a
lagos, r�os o volcanes, cuando no quemados o dinamitados simulando falsos
enfrentamientos.
La investigaci�n encomendada a la Comisi�n Nacional sobre Desaparici�n de
Personas argentina afirma textualmente: "En la casi totalidad de las denuncias
recibidas por esta Comisi�n se mencionan actos de tortura. No es casual. La
tortura fue un elemento relevante en la metodolog�a empleada. Los Centros
Clandestinos de Detenci�n fueron concebidos, entre otras cosas, para poder
practicarla impunemente.Transcribimos el primero de los casos (el de Norberto
Liwsky) con todas sus implicancias en la personalidad de la v�ctima a la que se
quer�a destruir" (10)
Adem�s de romper la personalidad de los detenidos mediante la aplicaci�n del
m�todo descrito, la presencia represiva constante en las calles, m�s la
certidumbre de la desaparici�n de amigos, familiares y vecinos, contribu�a a
establecer un temor generalizado en la poblaci�n, limitando los actos solidarios
e incluso el contacto con los familiares de los desaparecidos.
El objetivo �ltimo buscado por la dictadura argentina y su modelo represivo iba
mucho mas all� de la detenci�n de militantes o activistas o la destrucci�n de
algunas organizaciones. De hecho, los grupos armados ya hab�an sido duramente
golpeados antes del golpe de Estado de marzo de 1976 y su capacidad operativa
mermada, debido al accionar de los grupos paramilitares del r�gimen de "Isabelita"
Per�n, las temibles AAA y a la implicaci�n cada vez m�s abierta de las Fuerzas
Armadas en la represi�n interna. Se trataba en definitiva de imponer un modelo
econ�mico y social, para lo que se requer�a el silencio, el sometimiento de la
mayor�a de la poblaci�n; de la destrucci�n de toda forma de organizaci�n
popular, fuera sindical, estudiantil, cultural o social. Para ese fin no bastaba
con liquidar a las organizaciones pol�tico-militares, sino que era preciso
sembrar el terror en el conjunto de la sociedad.
Por eso la represi�n fue tan terrible, y por eso las Fuerzas Armadas destinaron
a esa tarea todos sus efectivos y t�cnicas genocidas. El resultado fue la
pr�ctica liquidaci�n de una generaci�n, a trav�s de los 30.000 desaparecidos y
de los centenares de miles de personas que sufrieron el exilio interior o
exterior, perdiendo trabajo, estudios y vida familiar y social.
Las fuerzas armadas torturadoras
La perversidad mostrada por los militares, que tanto dolor caus� a la sociedad
argentina a trav�s de la represi�n y la tortura, no pod�a menos que reflejarse
sobre los mismos torturadores y la instituci�n militar en su conjunto.
Los oficiales dedicados a las tareas llamadas de inteligencia, que ejerc�an un
poder omn�modo sobre las v�ctimas, fueron transformando su carrera militar, la
que los hab�a preparado para "defender la Patria" de eventuales enemigos
externos en un trabajo m�s policial, con las aberrantes pr�cticas mencionadas.
Y en cuanto a los altos mandos, a los generales y almirantes que condujeron la
represi�n desde la c�spide, los Videla, Massera y Agosti, cuando por su propia
necesidad de aferrarse al poder, cada vez m�s cuestionado por la poblaci�n,
decidieron emprender una "huida hacia delante", la aventura b�lica de recuperar
las Islas Malvinas, una vieja reivindicaci�n, como Gibraltar. Pero all� se pudo
comprobar que las Fuerzas Armadas, con a�os de una pr�ctica que desvirtuaba
totalmente los fines para los que hab�an sido concebidas, eran incapaces de
presentar batalla a las Fuerzas Armadas brit�nicas, inmediatamente movilizadas
por Margaret Thatcher cuando los militares argentinos se atrevieron a tomar las
islas por la fuerza.
La propia Comisi�n Investigadora de las Fuerzas Armadas que estudi� las causas
de la derrota militar sufrida, y que fue presidida por el general Rattenbach,
reconoci� la enorme ineptitud demostrada, sobre todo por parte de los altos
mandos del Ej�rcito y la Armada argentinos
El hecho m�s evidente de ello es que 7.500 combatientes brit�nicos, operando a
miles de kil�metros de sus bases, desembarcaron en un territorio defendido por
12.500 soldados argentinos, y, a pesar de ello, obtuvieron r�pidamente su
rendici�n. La causa fundamental fue la manifiesta incapacidad de sus mandos: Las
tropas sufrieron las consecuencias del desabastecimiento de alimentos y
suministros; el despliegue de los efectivos no se rigi� ni por las m�nimas
normas militares necesarias para una operaci�n de ese tipo. La Armada retir�
adem�s sus buques del �rea de operaciones, otorgando a los brit�nicos el dominio
absoluto del mar. Los mandos militares argentinos fueron incapaces de coordinar
sus fuerzas y de evaluar correctamente la situaci�n, corrigiendo inmediatamente
sus movimientos.
Otro ejemplo manifiesto de esa guerra fue la falta de adaptaci�n al combate
contra un enemigo exterior que ten�an aquellos oficiales admirados por sus
colegas por su habilidad y ferocidad para reprimir al enemigo interior. Uno de
estos casos es el del tristemente famoso capit�n de corbeta Alfredo Astiz,
activo participante en el Grupo de Tareas de la Escuela de Mec�nica de la
Armada, centro represivo y de detenci�n clandestino. Astiz se infiltr� en el
movimiento de familiares de desaparecidos para preparar la captura de varias de
sus integrantes, as� como de dos monjas francesas, que finalmente fueron
asesinadas. Astiz, condenado a cadena perpetua en rebeld�a por la Justicia
francesa y que asesin� tambi�n a la joven ciudadana sueca Dagmar Hagelin, jug�
un papel vergozante como militar en la guerra de las Islas Malvinas.
"Siendo comandante de la guarnici�n de las Islas Georgias del Sur (dependencia
de las Malvinas), en otro de sus acostumbrados actos de valor, se rindi� sin
ofrecer la debida resistencia, seg�n el dictamen de la Comisi�n Rattenbach".
(11)
En realidad no ofreci� no s�lo la "debida" sino ninguna resistencia, sin
disparar un tiro. Se rindi� sin m�s. Una consecuencia en definitiva l�gica si se
tiene en cuenta que se trataba de unos oficiales que, dedicados durante a�os a
la represi�n interna, a reprimir a v�ctimas totalmente indefensas, terminaron
descuidando la preparaci�n que se le supone por su carrera, convencidos de que
la superioridad que mostraban ante la poblaci�n era una cualidad aplicable
tambi�n a un enemigo exterior.
6- A MODO DE CONCLUSION
Las Fuerzas Armadas argentinas durante varias d�cadas se dedicaron a combatir al
llamado "enemigo interior". Volcaron sus efectivos, sus recursos y su formaci�n
a ese objetivo. Parte importante de ello fue la preparaci�n para la tarea
policial represiva, que inclu�a como una de sus armas predilectas la tortura, en
todas sus facetas.
Dicha "especializaci�n" fue posible porque desde fines de los a�os 50, y
coincidiendo con las prioridades estrat�gicas de EEUU en el continente, los
altos mandos militares argentinos enviaron a muchos de sus oficiales y
suboficiales a la Escuela de las Am�ricas y otros centros similares, donde
aprendieron, como parte de su preparaci�n para enfrentar a la "guerra
revolucionaria", a interrogar y a torturar a los detenidos, as� como una amplia
gama de t�cnicas represivas aplicadas antes por franceses y norteamericanos en
distintos escenarios mundiales.
Esos oficiales transmitieron e intercambiaron a su vez conocimientos con
militares y sevicios de Inteligencia de otros pa�ses, como en el Cono Sur en el
curso de la Operaci�n C�ndor, juntamente con sus pares de Chile, Brasil,
Uruguay, Paraguay y Bolivia, que les permiti� aunar sus acciones para secuestrar
y asesinar a opositores m�s all� de sus propias fronteras. Y en Centroam�rica
donde, con base en Honduras, sirvieron a los ej�rcitos de ese pa�s, y a los de
Guatemala y de El Salvador, adem�s de contribuir junto con la CIA activamente a
la guerra sucia que se llev� a cabo contra el Gobierno sandinista a trav�s de la
"contra".
No es extra�o por lo tanto que en Argentina fuera "normal" que sus oficiales y
suboficiales se entrenaran para interrogar y torturar, como no lo es que incluso
bajo gobiernos civiles continuaran con esas pr�cticas.
No ser�a raro tampoco que en la escuelas militares de las tres Fuerzas Armadas
se siguiera a�n dictando la doctrina llamada en su d�a de la Seguridad Nacional,
hoy reconvertida en la lucha contra el Eje del Mal, pero con los mismos m�todos
de ayer.
Tampoco puede sorprender que las fuerzas de seguridad �Polic�a, Gendarmer�a y
Prefectura- asesinen a los "subversivos" de hoy, a "piqueteros", en la Provincia
de Buenos Aires, o en la norte�a provincia de Salta. Nadie desconoce en
Argentina que en las comisar�as se sigue torturando y se asesina a j�venes en la
calle por el simple delito de serlo.
El hilo conductor que parte desde la c�pula de las Fuerzas Armadas penetra a
todos los rincones de la sociedad, amparando en especial la violencia represiva
policial, de la cual a su vez se nutre cuando necesita de sus especialistas. La
impunidad de que han disfrutado los militares genocidas alimenta la persistencia
de la tortura y la violaci�n de los derechos humanos.
Notas
(1) "La escuelita", P�gina 12, Argentina, 16/01/04.
<> (2) El caso Pinochet y la impunidad en Am�rica Latina, Roberto Montoya y
Daniel Pereyra, Editorial Pandemia, Argentina, 2000.
(3)"La letra con sangre", Marie-Monique Rob�n, P�gina 12, Argentina, 3/9/03 (4)
El vuelo, Horacio Verbitsky, Seix Barral, Argentina, 1995.
(5) El estado terrorista argentino, Eduardo Luis Duhalde, Editorial Argos
Vergara, Espa�a, 1983.
(6) "El mejor alumno", Marie-Monique Rob�n, P�gina 12, Argentina, 3/9/03. (7)
ALDABON, N�mero 41, Argentina, Diciembre 2002/Febrero 2003.
(8) "Admite ex militar argentino que varios rebeldes fueron ejecutados en La
Tablada" , Stella Calloni, M�xico, 18/02/04.
(9)El drama de la autonom�a militar, Prudencio Garc�a, Alianza Editorial,
Espa�a, 1995.
(10) Nunca Mas, Comisi�n Nacional sobre la Desaparici�n de Personas, EUDEBA,
Argentina, 1984.
(11) Prudencio Garc�a, obra citada.
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