¿Como hacer una tortilla de papas, con un huevo de codorniz, media papa,
careciendo de sartén y con una cocina que no funciona?
Seguramente, salvo que el interrogado se atrinchere en un optimismo a prueba de
infortunios, contestará que las probabilidades son mínimas, con tendencia a
cero.
El cocinero puede buscar soluciones alternativas, que cambien este estado de
situación. Organizarse con los comensales para conseguir más papas, emprender la
búsqueda de huevos de gallina, solicitar un crédito para acceder a la compra de
un sartén y reparar la cocina. El cuadro se agrava en su perentoriedad, porque
hay muchísimos comensales que sólo pueden volver a la vida o conservarla, si
finalmente se puede elaborar y distribuir la tortilla. Entre ellos el 24% de los
indigentes, o el millón y medio de jóvenes entre 15 y 29 años que no trabajan ni
estudian, o los tres millones de personas que viven en las villas miserias del
conurbano, o que el 70% de los jóvenes menores de 14 años son pobres.
En un cuadro idílico, los protagonistas son solidarios y sus intereses son
complementarios. En la realidad, el productor de papas sólo le interesa que sea
un comodity, que le garantice un mercado internacional a buen precio y fácil
colocación. Nada de pensar en aceptar las retenciones que afecten su
rentabilidad, y que van a proporcionar paliativos a los que no pueden acceder a
la tortilla. El fabricante de sartenes y el de cocinas, en convocatoria por la
convertibilidad, han mejorado su situación con la devaluación y ahora ha vuelto
a fabricar con la cuarta parte del personal de las mejores épocas, pero para
crecer necesitan capital de trabajo que no obtienen de los bancos, convertidos
en agencia de servicios extrabancarios accesorios. Su problema es el sistema
financiero que no funciona, un mercado comprimido progresivamente por la caída
de los salarios y la desocupación. Significativamente recitan una letanía
extraída de sus diarios de cabecera que elogiaban las políticas que llevaron a
su empresa a la cesación de pagos. A eso se suman sus prejuicios ancestrales que
lo inducen a sostener que el problema radica en las leyes laborales, en la
indolencia de la gente que 'no quiere trabajar'. No están dispuestos a arriesgar
el dinero que sacaron del país o que mantienen en sus cajas de seguridad
bancaria.
Los que reciben un huevo de codorniz y media papa cortan rutas y protestan,
mientras cargan sobre su miseria y su futuro amputado, las deudas por las papas
y los huevos que consumieron o acumularon otros. Los que tienen centenares de
huevos de gallinas y galpones de papas piden histéricamente que la policía
termine con esos vagos insatisfechos. Pero también protestan los que tienen seis
huevos de codorniz y tres papas chicas.
El gobierno cree que el acotamiento de los reclamos se producirá con el
mejoramiento de la situación. La receta propuesta es la reconstrucción o la
generación de un capitalismo nacional.
Para ello es necesario contar con cuatro elementos fundamentales: un Estado, una
burguesía nacional, un mercado, y un sistema financiero puesto efectivamente al
servicio de la producción.
El Estado está desmantelado y fofo por treinta años de sostener que 'achicar el
estado es agrandar la Nación'. La burguesía fue arrasada o vendió en muchos
casos ventajosamente sus establecimientos durante la apertura irrestricta de la
economía. El mercado es liliputiense, como lo exteriorizan la presencia de los
'indeseables' piqueteros, representación simbólica de millones de desocupados y
excluidos.
El sistema financiero, privilegiado en las últimas décadas, actúo como garrapata
y terminó achicado como reflejo de la anemia productiva a la que contribuyó con
denuedo y entusiasmo.
El cocinero, es decir, el gobierno, habla de las funciones esenciales del
Estado, pero no da pasos concretos en su reconstrucción. Vive de los efectos
beneficiosos de la devaluación, de una coyuntura favorable de los precios
internacionales del petróleo y de la soja, mientras es mezquino en los
paliativos para los sectores cuyos ingresos fueron evaporizados por la
depreciación del signo monetario.
Para los que quedaron afuera del sistema, hace más de dos años que se le ofrece
el huevo de codorniz y la media papa.
¿Como hacer una tortilla de papas, con un huevo de codorniz, media papa,
careciendo de sartén y con una cocina que no funciona?
Burguesía nacional: Crónica de una derrota
Cuando Urquiza, en la batalla de Pavón, se retiro sin combatir, para disfrutar
de sus campos y su palacio en Entre Ríos, el resultado de las guerras civiles
argentinas quedó en mano de los comerciantes y hacendados del puerto y de la
provincia de Buenos Aires. Las artesanías del interior, esbozo primitivo de una
posible burguesía nacional, serían arrasadas. Corría el año 1861. En EEUU
comenzaba la guerra de secesión. Después de cuatro años, el norte industrial se
impuso sobre el sur algodonero y esclavista. La burguesía norteamericana
integraría territorialmente al país y aplicaría políticas económicas
proteccionistas que posibilitarían el desarrollo industrial, incluyendo a la
mayor parte de la población. En la guerra de la secesión argentina triunfó 'el
sur' de producción primaria. Eso condicionaría el devenir posterior de ambos
países.
La burguesía argentina surgiría como consecuencias de las crisis del capitalismo
mundial. Durante la primera guerra mundial, en la crisis de 1929, el flujo de
productos industriales de los países europeos cesa significativamente. Es en
esas circunstancias que surge el proceso de sustitución de importaciones.
También engendraría una burguesía sustitutiva de una verdadera burguesía. Con el
peronismo el Estado actuaría en su nombre, consolidándola y sustituyéndola en
empresas mayores. No obstante, franjas importantes de sectores industriales
minimizaron los beneficios y agrandaron las limitaciones que al derecho de
propiedad les imponía los sindicatos y la legislación laboral. La industria y
los trabajadores recibían una transferencia de ingresos de los sectores
agropecuarios. Pero el burgués nacional era en realidad mucho más capitalista
que burgués. Su reinversión en la fábrica era el remanente, en muchos casos, de
las compras de campos y de inversiones suntuarias en las costas argentinas y
uruguayas. Muchos terminaron conspirando contra el peronismo. Se ilusionaron
después con el frondicismo, que le prometía frenar la soberbia obrera al tiempo
que prometía integrar al campo y desarrollar la industria. Como se suprimió la
transferencia de ingresos del campo a la industria, se intentó sustituirla con
la inversión extranjera.
Luego se ilusionaron con los gobiernos autotitulados de la Revolución Argentina
que continuó serruchando las ramas donde se apoyaba la burguesía nacional. Con
el tercer gobierno peronista, fue parte integrante del mismo, a través de dos de
los representantes de la CGE: Gelbard y Broner. Nuevamente, hubo sectores que
por razones ideológicas alienadas militaron en contra de sus propios intereses.
Miraron con simpatía o actuaron entusiastamente a favor del golpe del 24 de
marzo de 1976. Muchos fueron cómplices de los asesinatos masivos. Se aliaron a
una política que los excluía como la de Martínez de Hoz. Disfrutaron de la
estatización de la deuda privada realizada por Cavallo. Luego apoyaron con
entusiasmo la continuación de las políticas neoliberales en democracia.
Coronaron su infalibilidad para el error cantando loas al hoy prófugo en Chile.
Los restos dispersos de la burguesía sustitutiva, serían una de las patas del
propuesto capitalismo nacional.
Menos que la mitad de un huevo de codorniz, para hacer una tortilla de papas.
Antecedentes históricos del capitalismo nacional
En 1890, la Argentina entró en default. La deuda externa era aproximadamente de
novecientos cincuenta millones de dólares con una población de dos millones
ochocientos mil habitantes. En 1933, Argentina salió del default, en el que
estaban inmersos catorce países latinoamericanos. El gobierno norteamericano
encomendó al investigador Henry Shepherd que analizara como se había salido en
tan corto plazo de la crisis y los motivos de la misma.
El periodista Julio Nudler lo relató con precisión: '…la mayor parte del dinero
fue utilizado por los bancos argentinos para otorgar a la elite política y a los
empresarios amigos. Esto financió una feroz especulación y un enorme consumo
ostentoso. Fue cuando en París, se acuñó la expresión 'rico como un argentino'.
Por Palermo se paseaban dos mil carruajes tirados por caballos rusos, de la
misma raza predilecta de los Romanof……lo que más asombra a Shepherd es que los
acreedores le hubieren prestado tan alegremente a un país que presentaba
sistemáticamente un serio déficit comercial, emitía cantidades insólitas de
papel moneda sin respaldo alguno….. con un déficit presupuestario que superaba
el 50%. Con esos números, la Argentina recibió en 1889 la mitad de todas las
inversiones externas de la Bolsa de Londres, que era el Wall Street de entonces.
La pregunta es: ¿Por qué le prestaron tanto? Shepherd lo atribuye a las bajas
tasas de interés que prevalecían en Europa entre 1884 y 1890 (2% anual). Los
bonos argentinos rendían casi el triple. Por otro lado los banqueros, los
brokers los promovían con entusiasmo porque les dejaban grandes ganancias. Es la
misma película que volvimos a ver hace poco……el esquema sólo podía sostenerse en
la medida en que el país siguiera recibiendo financiamiento. Pero cuando comenzó
la desconfianza, se desató un proceso conocido: corrida bancaria, devaluación,
default, desocupación en masa, hambre en la ciudad, ahorros perdidos.
La renegociación del default fue muy largo concluyendo en 1906, tras 16 años en
default. Tras la fallida Revolución del 90, Juárez Celman fue reemplazado por su
vicepresidente Carlos Pellegrini, quién obtuvo un préstamo puente de 75 millones
de dólares a tres años. Fue un préstamo muy criticado porque estaba garantizado
con los derechos aduaneros, que eran el único ingreso fiscal relevante. Además,
seguía el criterio de saldar deudas viejas contrayendo nuevas. El resultado de
esa política, según Shepherd fue muy malo: el oro batía record y seguía la fuga
de capitales. Así que al asumir la presidencia Luis Sáenz Peña, el secretario de
Hacienda, Juan José Romero, le informó que en el Tesoro sólo quedaban, a fines
de 1892, 17.004 dólares…. Romero le decía a los acreedores cosas muy parecidas a
las que les dijo Roberto Lavagna. Fijó en 7,5 millones de dólares anuales el
máximo que podía pagar el país. Recién en el décimo año empezaría a amortizar
capital. Los acreedores averiguaron, discretamente, si el gobierno inglés estaba
dispuesto a enviar buques de guerra al Río de la Plata para hacer entrar en
razones a los argentinos. Pero el premier Gladstone 'no veía razones para
intervenir a favor de súbditos que invierten imprudentemente en el extranjero'.
Por lo tanto aceptaron la propuesta. Firmándose el llamado 'Acuerdo Romero'.
Pellegrini lo calificó de concordato compulsivo, acusando al gobierno de 'haber
matado la gallina de los huevos de oro' incurriendo en un grave error de
concepto, ya que 'todo el mundo paga deudas con otra deudas' Como corolario
curiosamente repetitivo 'los que recibieron los créditos bancarios como
contrapartida de la deuda no pagaron casi nada. En el mayor banco, el Nacional,
ya fundido, a los 10 años se habían recuperado un 13%, devaluado y sin
intereses. Los contribuyentes pagaron las deudas de la 'burguesía nacional'.
Como se verá la historia se repite'.
En definitiva: a la burguesía nacional es impensable solicitarle que haga la
tortilla de papas y mucho menos que tenga un proyecto que incluya el reparto con
otros sectores sociales.
El bonapartismo
La debilidad de la burguesía nacional fruto de su origen y desarrollo llevó a
que el peronismo, de 1945 a 1955, basado en el apoyo de las fuerzas armadas y de
los trabajadores realizara su política. Para ello se contó con un mercado creado
a partir de una poderosa distribución de ingresos, con un Estado poderoso que
reemplazaba en los hechos a esa burguesía pequeña y mezquina, y un sistema
financiero que operaba en función de la producción. Así se hacía la tortilla,
con los huevos de gallina apropiados, abundante provisión de papas, un sartén
generoso, y una cocina con capacidad de abastecer a los comensales.
Tortilla de papas
Sin reconstruir el estado, sin desmantelar un sistema financiero creado para
esquilmar todo proyecto productivo, sin un cambio total del sistema impositivo,
sin desmantelar el queso gruyere de la aduana, sin políticas activas, sin un
poderoso plan de obras públicas, sin un significativo cambio en la distribución
del ingreso, sin inclusión social, sin la recuperación de resortes económicos
básicos que tienen los países capitalistas desarrollados, no existe la más
mínima posibilidad de un capitalismo nacional. Es como intentar hacer una
tortilla con un huevo de codorniz, media papa, sin sartén y con una cocina que
no funciona. Si el proyecto se lo concibe con las dimensiones del huevo de
codorniz y no el de gallina, terminan disgustados y conspirando los presuntos
beneficiarios, los criadores de codornices, los productores de papas, los
fabricantes de sartenes y cocinas y con hambre los comensales. La primera regla
para hacer una tortilla, es tener la audacia para romper bien los huevos. Se
empieza usando los bordes del sartén para su rotura. Si sólo se amenaza o se lo
hace parcialmente, la tortilla sale mal y los que tienen que comerla se quedan
con hambre.
Los huevos de avestruz, como obuses, son arrojados sobre la humanidad del
cocinero a través de los medios que responden a los que atesoran
mayoritariamente las papas y los huevos. La situación se enchastra. Los
hambrientos quedan cada vez más lejos de la tortilla.
No está en la edición de bolsillo de este libro, la receta adecuada para dar
vuelta la tortilla.