Argentina: La lucha continúa
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Estado de Sitio en La Cava
El muro que forman los prefectos, armados y hoscos, siempre vigilantes,
genera la sensación de estar cruzando la frontera entre dos países, uno rico, el
otro muy pobre. Pero no se está llegando a la Franja de Gaza, es apenas La Cava,
un barrio del cercano Gran Buenos Aires, a menos de 30 kilómetros del Congreso
Nacional.
Agencia de Noticias Red Acción
Foto gentileza de Pablo Piovano
Detrás de un largo muro
El muro que forman los prefectos, armados y hoscos, siempre vigilantes, genera
la sensación de estar cruzando la frontera entre dos países, uno rico, el otro
muy pobre. Pero no se está llegando a la Franja de Gaza, es apenas La Cava, un
barrio del cercano Gran Buenos Aires, a menos de 30 kilómetros del Congreso
Nacional. "Lo que se está viviendo acá es un Estado de Sitio y eso no es algo
para festejar". Matías, del Movimiento Barrios de Pie, encuentra la frase justa
para describir la imagen de un operativo de "seguridad" destinado a proteger a
los que viven fuera de ese lugar olvidado, al que los medios señalan como
"tierra de nadie", estigmatizando a sus más de doce mil habitantes. "Cuando
decimos 'somos de La Cava', nos miran como bichos raros y en eso ayudaron los
medios, que decían que La Cava era impenetrable, que todos éramos delincuentes,
que las bandas más grandes estaban acá. Los secuestros eran todos de La Cava,
igual que cuando asaltaban o mataban a alguien". Tolentino Domínguez, vecino de
la villa, recuerda lo que pasaba antes de que los propios medios tuvieran que
reconocer que los secuestros siguen, manejados por mafias externas a La Cava que
cuentan con el respaldo o la participación directa de las fuerzas de seguridad.
De todos modos, las mochilas escolares de los niños del barrio siguen siendo
"requisadas" y los militantes de las organizaciones populares reciben amenazas,
como le ocurrió a Oscar Hurtado, de Barrios de Pie. Todo como producto de un
Estado de Sitio que sería inaceptable para los vecinos de Flores o de Palermo.
"A mis pibes los vuelven locos, yo les digo que no se dejen pasar por encima, si
no te pegan por cualquier cosa. Son unos hijos de puta y se tienen que ir".
Alicia es la que levanta el discurso más duro, más directo, contra el accionar
de los prefectos en el barrio. Adriana, en cambio, considera en cierto modo
natural y hasta razonable que "como mínimo tres veces por día, cada vez que va y
viene de la escuela, le revisen la mochila, los útiles, las zapatillas, todo".
Su hijo tiene 14 años y según Adriana "no tiene nada que ocultar y así nos
sentimos más seguros". Es que en el barrio eran muy frecuentes los tiroteos
entre banditas que hacían circular la droga que viene "de afuera" y en la que
muchos ven una larga mano que termina en la comisaría.
El operativo no tiene la misma intensidad en las calles periféricas que en el
centro de la villa. Por eso, aunque entre los vecinos no hacen diferencias
"sectoriales", no pueden evitar vivir experiencias diferentes. Alicia es
terminante: "No tienen que estar, yo no permito que me revisen ni que me pidan
documentos". Otro vecino cuenta que lo "paraban siempre, de entrada y salida, me
revisaban la billetera, los documentos, todo." Fanny vive en una de las calles
que bordean la villa, y con la Prefectura se siente "cómoda e incómoda, porque
tengo dos hijos adolescentes y hasta las zapatillas les sacan. Entonces eso
duele".
Si la situación es difícil para los adultos, lo es mucho más para los chicos, ya
que se torna traumático el hecho de que les revisen hasta los lápices y los
cuadernos. Edith trabaja en un centro educativo, dentro de La Cava, con chicos
de 13 y 14 años, y recuerda que durante los primeros días del operativo "tenía
una mala sensación, lo vi como muy invasivo". Dice que los chicos estaban "muy
alterados porque se juntaban entre 30 y 40 prefectos con armas muy grandes para
hacer recorridas y los pibes se sintieron muy mal por esa situación. La relación
que tienen con el uniforme de la policía no es muy buena. Nosotros trabajamos
para tratar de revertir eso".
Los vecinos coinciden en que los prefectos no sólo los revisan. "Cuando llegaron
se hacían los malos y a los pibes los perseguían, les pegaban". Lo que parecía
conformidad se transforma muy pronto en indignación: "Si veían a un pibe tomando
cerveza, le pegaban y se la sacaban. Después se la terminaban tomando ellos". Lo
mismo pasa con los chicos a los que sorprenden "con las bolsitas esas que
aspiran; les pegan, se las sacan y se las quedan ellos". Muchas familias de la
villa subsisten gracias a pequeños negocios que tienen en sus propias casas. Los
que predominan son los kioscos, almacenes y verdulerías. Hoy, lo que se
considera un "clásico" de la policía, también le cabe a la Prefectura. "Van a
los kioscos y negocios, se comen y toman todo, y no pagan". Como si eso no fuera
suficiente abuso, Gustavo agrega otro dato alarmante: "En los últimos meses hubo
algunos de Prefectura que se han propasado con chicos del colegio y con señoras
que son jóvenes y muy lindas". Como ocurre también fuera de La Cava, la moneda
de la supuesta seguridad tiene dos caras opuestas. "De día están todo el tiempo
pidiendo documentos a los que entran y salen, y de noche no los encontrás porque
andan por los pasillos persiguiendo a las chicas". Hubo casos que se denunciaron
ante los superiores de los prefectos asignados al operativo. Por ese motivo,
algunos reemplazados. La vieja receta de modificar algo para que todo siga
igual.
Antes del acordonamiento, la 'seguridad' de La Cava sólo estaba en manos de la
Policía Bonaerense. Jorge es habitante del barrio y junto con los demás, nota
que hay una especie de "interna" entre la policía y la Prefectura. "Si te roban
y vas a buscar a los de Prefectura, que muchas veces están viendo lo que te
pasa, te dicen que no se pueden meter, que tenemos que ir a la policía porque a
ellos no se les permite hacer detenciones". Sin embargo, sí pueden "meterse al
barrio para pegarle a los chicos que, según ellos, tengan 'cara de sospechosos'.
Casi siempre se la agarran con los jóvenes".
Gustavo opina que con la llegada de Prefectura "la Bonaerense hace más
patrullaje por los alrededores, cuando antes no salía nunca. Hay pica entre
ellos porque estando Prefectura acá se le acaba el negocio a la policía". Cada
comentario provoca escalofríos. Si denuncian un delito en un puesto de la
Prefectura, los derivan a la comisaría. Y cuando se dirigen a hacer la denuncia
a la policía "no te la reciben, es como si tuvieran una ley de frontera". Los
garantes de la "seguridad" no hacen otra cosa que custodiar su propio ombligo y
nadie soluciona los problemas reales de los habitantes del barrio. Es evidente
que los negocios son lo más importante, y aunque suene paradójico, se llenan los
bolsillos a costa de los más pobres. "Acá se persigue al pibe que anda drogado,
pero eso significa que si la droga sigue entrando, hay zonas liberadas. ¿Y quién
trae la droga? Uno que tenga mucha guita, y la gente de acá no tiene. Estando
todos los accesos cerrados, la responsable no puede ser otra que la misma
policía". Gustavo precisa que desde hace mucho tiempo lo vienen denunciando.
"Recién ahora, porque pasó lo de (Axel) Blumberg la gente toma conciencia y
reconoce: 'Sí, es la policía'. Antes, si nosotros lo decíamos, era porque
estábamos cubriendo a los del barrio. No, nosotros no cubrimos a nadie". Los
vecinos sienten que tuvo que ocurrir un hecho como el asesinato de Axel para que
los que viven afuera "empiecen a concientizarse de la gravedad de lo que está
sucediendo. Porque ahora le empieza a doler al resto del pueblo". Amalia
relaciona el "efecto Blumberg" con lo que pasó en diciembre del 2001. "Cuando lo
iban a echar a (el ex presidente Fernando) De La Rúa, la clase media se sintió
tocada y salió con los cacerolazos; recién ahí se movilizaron".
Muchos de los habitantes de La Cava decidieron desde hace tiempo no quedarse con
los brazos cruzados esperando respuestas que nunca llegan. Se organizaron y
trabajan juntos intentando salir adelante. La mayoría de las veces, los niños
son los destinatarios de todos los esfuerzos, desde las escuelas, el Centro
Educativo, la Parroquia, los comedores. Con planes propios de salud y
alfabetización, y con el desarrollo de microemprendimientos que les permitan
generar fuentes de trabajo. Gracias a los merenderos muchos chicos tienen un
plato de comida y un vaso de leche diario asegurado. Todo lo que consiguen es
fruto de la solidaridad, porque esos vecinos que aportan alimentos para los
comedores comunitarios, muchas veces no tienen nada más para echar en su propia
olla.
Control político
Aunque a muchos les parezca extraño, hay persecución política en la Era K. En
los últimos meses de 2003, algunos integrantes del Movimiento Barrios de Pie
sufrieron amenazas que fueron inmediatamente denunciadas. "El 24 de octubre y el
30 de octubre, fue amenazada la vida de 'E' (los nombres se mantienen en reserva
por razones de seguridad) y la de sus hijos, por cuatro individuos semi
encapuchados que descendieron de una Traffic blanca, armados con Itakas". A "G",
también militante del Movimiento, "se le dejó saber a través de alguien que
trabaja en la DDI (Dirección Departamental de Investigaciones) que si no dejaba
su labor política se le abriría una causa". La tecnología también es utilizada
para provocar miedo: "En reiteradas oportunidades, algunos compañeros levantaron
el teléfono de su casa y escucharon la grabación de una reunión reciente, o una
voz que amenazaba". La lista continúa: el 16 de diciembre, a la medianoche, "dos
hombres se presentaron en la casa de la esposa de un coordinador de Barrios de
Pie, en La Cava, y sin identificarse le preguntaron donde estaba su marido. La
intimidación quedó asentada en dos frases: "Que vea que llegamos cuando
queremos" y "a estos hay que darles un buen escarmiento". La mujer vio que desde
el interior de un automóvil blanco, con vidrios polarizados, estaban filmando la
zona. Días antes había recibido llamados telefónicos en los que le preguntaban
si "estaba solita"'. Oscar Hurtado, el esposo, se dirigió al puesto de
Prefectura en avenida Rolón y Neyer, en La Cava. "El Prefecto Berdún ratificó
haber visto pasar por el lugar un Renault 18 color blanco con vidrios
polarizados". Pero cuando Oscar le relató lo que le ocurrió a su esposa, "el
Prefecto comenzó a dudar acerca de la marca y modelo del automóvil que había
visto".
Cansados de vivir atemorizados, el 29 de diciembre los vecinos realizaron un
escrache a la DDI de San Isidro, donde fueron recibidos por el Comisario
Inspector Hugo Saúl Fernández. El oficial les extendió un documento, con su
firma, aclarando que esa DDI "no lleva adelante por iniciativa propia (es
textual) investigaciones ni tareas de inteligencia alguna sobre personas y/o
agrupaciones por cuestiones políticas, limitándose únicamente a la función
propia sobre hechos o denuncias sobre hechos delictivos con intervención del
Magistrado que resulte competente". Marcos, de Barrios de Pie, cuenta que desde
ese día, misteriosamente, los "aprietes" cesaron.
Los vecinos que se agrupan en la parroquia del barrio, no denuncian
persecuciones, pero son solidarios con los que las sufren y con los pibes
marginados. "Sería muy diferente si encuentran a un pibe con problemas de drogas
o alcohol y fueran a preguntar en la casa si tienen problemas, por qué les
parece a los padres que el chico recurre a esas salidas. En lugar de eso, vienen
y te atacan y te dicen 'por qué no te fijas en que andan tus pibes'". El mal
trato subleva: "No voy a permitir que me vengan a juzgar y a decir cómo tengo
que criar a mis hijos. Si te vinieran a hablar bien, para ayudarte de verdad,
sería muy diferente". Amalia, que es catequista, afirma que "otra vez se están
agrupando los chicos en los pasillos" para consumir drogas que vienen "de
afuera". Para Amalia las cosas parecen ser muy claras: "Hay tanto encubrimiento
y temor en el barrio porque siempre estamos en la misma, porque hay conexiones
desde lo político y lo policial".
Fanny asegura que "la prefectura los lleva (se refiere a los distribuidores de
las drogas dentro de La Cava) y después los sueltan porque tienen orden de
largarlos". Amalia insiste, entonces, en que se trata de "arreglos entre los
políticos, los gobernantes, y los policías. Hay decisiones políticas, levantan
el teléfono y los sacan". Sebastián Tedeschi, abogado del Centro de Estudios
Legales y Sociales (CELS), habla de otro fenómeno paralelo, el de "las bandas
estigmatizadas" que "cada vez que hay un delito, aunque no haya pruebas, son
detenidos los miembros de las mismas familias, las que están siempre bajo
sospecha". Prueba de ello es lo que ocurrió con el secuestro del hermano del
futbolista Juan Román Riquelme o en otros casos similares: se realizan 30 o 40
detenciones y después todos quedan en libertad porque las pruebas son
inexistentes.
Tolentino cree que todos, en mayor o menor medida, están estigmatizados por los
medios, por la policía, por el poder político de turno. "Salimos de acá y
decimos 'somos de La Cava' y nos miran como a bichos raros, pensando que somos
delincuentes. Y a eso ayudaron los medios, que decían que La Cava era
impenetrable, que las bandas más grandes estaban acá". Para Tolentino, todo
tiene una íntima relación: "La policía no nos tomaba la denuncia, cuando había
un robo, y hoy nos estamos dando cuenta que no lo hacían para poder culpar a La
Cava por los afanos que se mandaban los mismos policías". Nadie se preocupa
cuando el delito afecta a un habitante del barrio. "Los policías no se meten,
salvo cuando se toca a alguien grande o a alguno de ellos".
Amalia cuestiona con cierta ironía el pomposo anuncio que se hizo previo al
operativo de la Prefectura que comenzó a fines del año pasado. "Fue una
equivocación", dice casi como si fuera una pregunta. Y la respuesta es de todos
los presentes: "No", gritan dando a entender que fue una forma de avisarle a los
ladrones que se fueran a tiempo del barrio. Hugo interviene para recordar que
"el cercamiento" de La Cava, del barrio Ejército de los Andes de Ciudadela
(estigmatizado como "Fuerte Apache") y de la villa Carlos Gardel tuvo como
objetivo "frenar la inseguridad por el tema de los secuestros extorsivos, pero
esos delitos siguieron en el mismo ritmo y ahora incluso hay más. Esto deja a
las claras que de acá no salen las bandas que secuestran". La opinión de Hugo es
que el problema de fondo es que "no se hace prevención, nadie se ocupa de saber
cuántos son los que en la villa no saben leer ni escribir. Hay muchas familias
en que el padre nunca fue a una escuela y los hijos tampoco, de manera que es
muy difícil que puedan manejarse de otra manera, sin haber tenido una educación"
con vistas a un futuro mejor.
"Es importante remarcar que el operativo sirvió para demostrar que los grandes
delitos no salen de La Cava", recalca Tedeschi, el abogado del CELS. Lo que
cuestiona es el dinero que demanda mantener un operativo que ya lleva más de
cinco meses. "En el largo plazo, tan costoso operativo se va a tener que
levantar y no hubo cambios en la Policía Bonaerense, de manera que sólo se está
demorando el momento en el que se vuelva al mismo régimen, sin que se modifique
nada". Sobre la actitud de la Prefectura, el abogado del Cels admite que la
Prefectura "no se compromete en el delito de esta zona, aunque como ninguna
fuerza de seguridad debe estar libre de corrupción, tal vez estará comprometida
con el contrabando o con el narcotráfico, pero acá no se mete porque es
territorio de la Policía Bonaerense". Sobre el costo del operativo, se recuerda
que se cubren 20 manzanas con 800 efectivos y 10 móviles, cuando con "tres
turnos de ocho horas se podría hacer una guardia utilizando a razón de dos
personas" por unidad, cumpliendo tres turnos de ocho horas.
Griselda insiste en que la policía nunca les toma las denuncias que hacen, pero
cuando pueden le sacan algunos pesos. "Mi marido es remisero y cada vez que lo
paran, está obligado a preguntar: ¿Cuánto te sale un café? El policía le
responde '20 pesos', mi marido paga y así se arregla todo". La actitud es bien
diferente cuando se va a hacer una denuncia por robo: "Nunca te la toman, dicen
que no hay testigos. Y si te metés a criticar a la policía te llevan a vos
también o te hacen la cruz. Es injusto lo que hace la policía y por eso es que
creemos que acá hubo una zona liberada en la que se podían matar a tiros". El
abogado del Cels dice que el operativo se ha transformado "en una operación
militar, por más que esa no fuera la intención". El gobierno nacional "habla
sobre la necesidad de planes sociales y de apertura de calles para mejorar al
barrio, pero el municipio de San Isidro (a cargo del radical Gustavo Posse) ya
anunció la erradicación, poco después de reunirse con (Norberto) Quantín y
ponerse supuestamente de acuerdo".
La asistente social María Antonia recuerda que lo que pasa es fruto "de un
discurso que viene desde hace muchos años y que ha ido convenciendo a la gente
de La Cava que no tienen derecho a reclamar nada. Vos no podés pagar, ergo no
tenés ningún derecho". El sacerdote Aníbal Filippini confirma que "parece que el
derecho lo da el pagar y no el ser vecino". Por eso cree que "a pesar de todo lo
positivo que pueda llegar a tener el operativo, es una medida frágil, que no
tiene futuro". El cura afirma que "la droga se sigue filtrando, los muchachos se
hacen pelota y por eso no sirve lo que se está haciendo". La solución, según
Filippini, pasa en lo inmediato por "investigar a fondo las cosas que la policía
sabe muy bien donde se generan, porque sabe muy bien quiénes son los que están
en el delito grande".
El párroco, hablando en nombre de todos, recuerda que los ladrones que pueda
haber en el barrio La Cava "primero fueron víctimas de la marginación, de la
desocupación, de la droga, del tráfico de armas. Primero fueron víctimas de algo
que ellos no gestaron y recién ahora son victimarios. Por eso creo que lo eficaz
es trabajar sobre esa realidad que involucra a cuarenta o cincuenta jóvenes, no
más, según admite la propia policía". Filippini no deja afuera del problema "al
Poder Judicial, al Servicio Penitenciario, porque la realidad es que los chicos
entran y salen de la cárcel, por 'H o por B', pero nadie les da ninguna
alternativa de recuperación, de reinserción".
Daniel, que lleva 20 años en el barrio, insiste en que "el 95 por ciento de los
habitantes no tenemos nada que ver con el tema de la inseguridad y hoy seguimos
inseguros porque los chicos se siguen drogando, hasta he visto a los gendarmes
drogarse, y todo es un descontrol". A él también le parece ridículo "poner a 800
gendarmes para sacar a 50 personas, es un cálculo que no cierra, porque no se
intenta sacar a esos chicos de la droga o del delito, ellos también son víctimas
y hay que rehabilitarlos". La docente Edith tampoco coincide con el plan global
de "seguridad" porque es "un operativo que marca a tres barrios y que se hizo de
una manera invasiva". Ella saca las mismas conclusiones que María Antonia porque
"todo surge de la visión que se tiene del barrio, donde vive gente a la que no
le respetan sus derechos porque según ellos, no los tienen". En ese marco, el
barrio "se puede invadir porque sí, como antes pasaban con los caballos por el
medio de los pasillos. ¿Qué pueden decir si no tienen derechos?". Lo que
propicia Edith "es una política centrada en la humanización, con políticas
sociales para todos, para los jóvenes, para los niños, para las familias. Esto
que hacen no va a tener un buen resultado a mediano plazo porque el problema
pasa por lo que reclaman los vecinos: "son sanisidrenses, pero nadie se los
reconoce. Acá, cuando se cruza Tomkinson (la calle que separa a La Cava de la
zona paqueta de San Isidro), ésos vecinos sí tienen derecho a vivir como alguien
que es de San Isidro y esto hay que empezar a cambiarlo. Nosotros trabajamos
para cambiar las cosas, para lograr el reconocimiento y para reclamar que nos
escuchen".
Hablan los vecinos: "Los secuestros no se hacen acá"
Los vecinos de La Cava admiten que desde que están rodeados por la Prefectura,
dentro de la villa no hay tiroteos ni muertos, pero saben que la salida no pasa
por la represión. Y expresan su solidaridad con esos "cuarenta o cincuenta
chicos que roban porque no tienen otra salida". Amalia vivió siempre en el
barrio, es catequista y se manifiesta como si fuera la abuela de esos pibes:
"Antes el que no quería estudiar trabajaba. ¿Hoy que les ofrecen a los
adolescentes? Porque hay muchísimos jóvenes que están sin trabajo y tienen que
caer sí o sí, por hambre, en lo primero que se les cruza". Los que viven desde
hace muchos años en un lugar estigmatizado por "el afuera" como la fuente de
toda la inseguridad, ahora saben que el pomposo operativo del gobierno terminó
desnudando la mentira: "Quedó demostrado que no era en La Cava donde se hacían
los secuestros. Rodearon La Cava y los secuestros siguieron". María expresa una
verdad irrefutable y todas las cabezas se mueven en señal de aprobación.
Esos "cuarenta o cincuenta" chicos son apenas "rateritos", los delitos graves
entran a la villa de la mano de los que vienen "de afuera". Tolentino Domínguez,
presidente del Centro Comunitario Provivienda La Cava, conoce el problema de
raíz. "Acá hay muchos que fueron a la cárcel, salieron y al mes la policía les
caía en la casa, les ponía un arma y les decía 'o vos trabajás para mí o de
nuevo a la cárcel'. Ese pibe tenía que empezar de nuevo, aunque ya había pagado
por lo que hizo. Esos chicos se podrían reencaminar, pero no lo logran porque
los usan en beneficio de ellos. Les dejan la zona liberada para que vayan a
robar y si no lo hacen, los policías los matan o los vuelven a encerrar".
Gustavo interviene para referirse al clima interno que genera esa violencia
importada. "Hay banditas que iban a robar afuera y otras que lo hacían acá. Y se
enfrentaban entre ellos". Eran dos bandos, los rateros independientes y los que
trabajaban para la policía. Esos enfrentamientos nocturnos terminaron, por
ahora. "Después de tres años, fue la primera Navidad que pudimos pasar
tranquilos, sin escuchar tiros, sin que hubiera ningún muerto. Todo fue alegría,
volvió a ser La Cava", dice Amalia con una sonrisa.
Cristina tiene propuestas concretas: "Si el gobierno hiciera algo para ayudar a
estos pibes y no gastara tanto en nafta (alude al operativo), no andarían ni
siquiera rateritos en el barrio, habría gente buena y trabajando". María
Antonia, asistente social, describe la dura realidad de "chicos que se han
criado sin la posibilidad de un trabajo y sus padres tampoco lo tienen; se
pierde una cultura importante que es el proyectarse como persona en función de
una ocupación. ¿Qué lugar ocupan esos chicos en la sociedad? Ninguno, les
molestan a todos, hasta a su propio barrio". Esos pibes, ante la falta de
alternativas, tienen que caer "sí o sí, por hambre, en lo primero que se les
cruza". Amalia menciona el caso de un amigo suyo que "defiende el plato de
comida de todos los días vendiendo droga. Y si el Estado no proyecta un cambio,
con trabajo, vamos a seguir con esto y cada vez va a ser peor".
La asistente social critica la falta de una política de Estado que actúe "sobre
los efectos de un sistema social injusto, perverso, donde se usa a los más
jóvenes y a los más frágiles para el negocio de los otros. Como ocurre hoy en La
Cava, 15 manzanas desprotegidas donde vienen los de afuera e ingresan la droga,
donde se está trastocando a estos grupos sociales, estamos hablando de unos 400
o 500 chicos de entre 12 y 18 años que no trabajan, no estudian. Me parece que
hay que apuntar a reformar esto, con educación, con trabajo, y que la
intervención no sea solamente desde la represión". Filippini piensa que hay que
elaborar "una propuesta alternativa para estos cuarenta o cincuenta muchachos"
porque ellos "tienen derecho a una alternativa de vida que la sociedad no les
brindó desde chiquitos, pero eso supone un enfoque totalmente distinto" al de la
represión.
Los vecinos y el sacerdote que vive con ellos en La Cava, quieren romper de una
vez por todas con el discurso nefasto de los grandes medios de comunicación, que
demonizan a La Cava cada vez que se habla de "inseguridad". La gente del barrio
admite que ocurren "cosas aisladas como suceden en cualquier lado, que pasan
también en las zonas residenciales, pero la marginación la sufrimos nosotros
porque somos los humildes de La Cava", se queja de nuevo Amalia.
María aporta un ejemplo sobre los manejos mediáticos e institucionales. Cuando
se produjo la desaparición de Jessica Mariela Martínez hubo una redada policial
en el barrio. "Vinieron 500 policías encapuchados buscando a la chiquita esa que
había desaparecido. Todos aseguraban que estaba en La Cava, nos revisaron uno
por uno y no estaba. ¿Y dónde la encontraron?". Mariela apareció muerta a metros
de su casa, en Avellaneda. "Si hasta se llevaron a una nena porque tenía un leve
parecido. Ya la tenían en un patrullero y la tuvo que rescatar su familia".
Triste, solitario y final
La indefensión de esos "cuarenta o cincuenta chicos" que caen en el delito
como única alternativa de supervivencia entristece a los vecinos, al cura, a los
trabajadores sociales. "Ellos son sufridos. Nadie les toca la espalda porque
todos les tienen miedo. Vos les tendés una mano y se ponen nerviosos porque
nadie les brinda una caricia". El cura Aníbal Filippini rescata "lo
profundamente significativo que es para ellos que vos vayas y les des un abrazo,
una palmada en la espalda; eso es porque viven en el rechazo". Esa
discriminación provoca, muchas veces, episodios dolorosos.
"Un caso que a mi me impresionó fue el de un muchacho de la 20 (un sector de La
Cava) que llevaba meses preso en la comisaría de Béccar, que es una jaula dentro
de jaulas donde los presos están amontonados. A pesar de eso, él decía 'yo acá
me siento bien, acá tengo amigos, yo no quiero volver al barrio porque ahí todos
me tienen miedo, nadie me saluda, estoy solo'.
"Después de haber estado ocho meses, lo liberan. No pasó una semana y se ahorcó.
Era verdad que esa situación de deterioro lo llevó a un aislamiento tan grande
que el barrio, y no porque el barrio sea malo, se desentendía de su problema y
él era conciente de que eso pasaba. La vivencia de la persona que llegó a ese
nivel de deterioro es realmente terrible. Tenemos que conseguir algo mucho más
profundo en lo que es la prevención y la protección de nuestros jóvenes".
"Posse quiere desintegrar el barrio"
"Nos discriminan y es una lástima porque somos seres humanos de carne y hueso
igual que todos y al final vamos a terminar en el mismo pozo" dijo con su
sabiduría infinita María, una vecina de La Cava que al igual que todos los que
nacieron allí se siente sanisidrense, más allá de su condición social.
La discriminación la padecen por ser pobres y de la Cava. Malos tratos, miradas
indiferentes y derechos clausurados son un resumen de lo que viven día a día.
Hasta en el Hospital de San Isidro, que "Ya es como un shopping, un lujo. La
gente está bien vestida, te mira y a mí me da vergüenza porque yo no tengo lo
que tienen ellos puesto. Está bien que tenga lujo, son dueños de hacerlo, pero
también a la gente pobre hay que atenderla bien". La angustia de María se
percibe cuando relata que tuvo que ir al hospital por una mordedura de perro y
"la doctora así estaba (hace el gesto de alguien que se aleja, que tiene miedo
de tocarla). No quería ni tocarme cuando yo le dije que éramos de La Cava. Me
dio bronca, impotencia".
Hugo, otro vecino con vos firme cuenta: "Hubo declaraciones del intendente
diciendo 'En dos años erradicamos la Cava y no existe mas'. Es claro que la
solución para (Gustavo) Posee noes la apertura de calles, la integración de la
gente a la comunidad de San Isidro, invertir en algo que sirva para transformar
un poco la realidad. Desintegrar el barrio, hacerlo desaparecer, son algunas de
las propuestas del intendente de San Isidro, provocando todo el tiempo un
aislamiento aun mayor que el que tienen hoy. No existe en la intendencia un plan
que mejore los servicios de infraestructura, la provisión de agua. El tendido de
corriente eléctrica no entra al barrio.
Muchos de los vecinos de la Cava hablan de un proyecto que preserve la dignidad
del hombre. Mirta asegura: "lo que se demostró del barrio es que la gente es
digna, vivimos como podemos con humildad, pero no hay trabajo y no quieren
rescatar al barrio, sacarlo adelante".
Desde la intendencia hay una política de aislamiento hacia La Cava, que el
barrio este encerrado por la prefectura, ir quitando planes, cerrar calles,
desactivando toda inversión para que nadie quiera seguir viviendo ahí. Sebastián
cuenta: "hay una discriminación en el gasto del Estado, gastan en nafta,
efectivos policiales, uniformes y no gastan en viviendas, educación o programas
sociales".
Dice la Asistente Social, "parece que esto es una operación destinada a
justificar que todo lo malo que pasa en la zona norte viene de La Cava, entonces
saquémosla".