Desde comienzos de año aparecía inminente el desinfle del globo mediático
montado en torno del sistema K. La multiplicación de gestos y sobreactuaciones
no podía ocultar indefinidamente el carácter conservador del gobierno cuya
misión histórica ha sido la preservación de la gobernabilidad del régimen
económico engendrado en 1976 y luego reproducido y exacerbado por una penosa
serie de presidencias civiles. La sublevación de diciembre de 2001 y los meses agitados que le siguieron
habían colocado a la mafia política, sindical y judicial al borde del desastre y
en consecuencia a los grupos de negocios dominantes a punto de quedar sin red
institucional protectora. Pero eso no ocurrió, el impulso popular se fue
desacelerando y mientras la tormenta se alejaba los conocidos de siempre, uno
tras otro, fueron asomando la cabeza. Jueces corruptos, empresarios "exitosos",
dirigentes políticos y sindicales de la democracia posible... poco a poco
se reinstalaron, primero tímidamente pero luego al comprobar "que se habían
quedado todos" , recuperaron la autoestima y retornaron a las andadas. De
todos modos algunas lecciones habían aprendido, por lo menos sus elementos más
lúcidos o más presionados por la embajada norteamericana y el poder económico.
En primer lugar Duhalde, quien luego de una grotesca intentona represiva a
mediados de 2002 decidió impulsar un cambio continuista de gobierno (elecciones
manipuladas mediante) pero que ofreciera suficientes garantías de estabilidad
. Comenzó el descarte de candidatos y finalmente se impuso el gobernador de
Santa Cruz, Nestor Kirchner, acompañante disciplinado de la orgía neoliberal de
los años 90. Su lejanía del centro de la escena le permitió cambiar de vestuario
sin llamar demasiado la atención y adecuar impunemente su imagen a los nuevos
tiempos. Así fue como uno de los integrantes menos quemados de la mafia de
gobernadores justicialistas pasó a ser el candidato perfecto para el show de la
gobernabilidad. Que no podía ser montado con música autoritaria, a riesgo
de provocar una nueva pueblada, ni con la marcha peronista convertida en melodía
folklórica del regimen, ni mucho menos con un revival de Carlitos Menem. La escenografía
Ante la confusión general se levantó el telón, los prestidigitadores habían
preparado una comedia sorprendente, plagada de discursos audaces, de gestos
insólitos. Los rituales convencionales (y unos pocos comediantes envejecidos)
fueron arrojados al basurero y el régimen irrumpió en el escenario con un nuevo
disfraz progresista. El mismo no reiteraba las letanías del alfonsinismo,
ni del frepaso, cuya soberbia superestructural coincidió históricamente con un
largo período de descomposición moral del pueblo. Además carecía de las fuentes
ideológicas (tradicionales) de legitimación radical-peronista, degradadas por
veinte años de democracia colonial. Fue necesario combinar
conservadorismo económico y social con setentismo cultural, por supuesto
limitado a la evocación (prudente) de un brumoso pasado y a unos pocos hechos
institucionales muy bien dosificados, más mucho, muchísimo discurso bravucón y
amenazas contra las privatizadas, el FMI y la herencia menemista. Se armó
el elenco presidencial con un ministro de economía confiable (para el poder
económico), un ministro de justicia con fama de honesto (pero
reaccionario), un ministro de relaciones exteriores progre y
pronorteamericano, muchos funcionarios de segundo nivel con pasado más o menos
izquierdista, más una buena legión de amigos (con curriculums
ciudadosamente traspapelados). Todo bien condimentado por expertos en
manipulaciones mediáticas. La convergencia
La ola K pudo mostrar sus audacias, meter en la misma bolsa a setentistas
integrados y a conservadores orgánicos, abrazarse con Chavez y recibir
palmaditas afectuosas de Bush, hacer los deberes con el FMI, llenar los
bolsillos de Repsol y lagrimear en la ESMA, en síntesis consumar uno de los
ritos básicos de la politiquería autóctona, mezcla de confusión, esquizofrenia y
comportamiento chanta. Ello fue posible porque un conjunto de factores
convergentes (ajenos a su voluntad) se lo permitieron. El equipo K confundió a
esas condiciones con habilidad propia, pero ahora al deteriorarse dicho contexto
quedan al descubierto las torpezas de sus integrantes.
Diciembre de 2001 tuvo mucho que ver con todo esto. Estados Unidos priorizó la
gobernabilidad argentina amenazada por la protesta popular y dio pasos concretos
en apoyo del nuevo presidente, lo cubrió de elogios, facilitó las relaciones con
el FMI. El establishment local (grupos económicos dominantes, grandes
medios de comunicación, etc.) asumió una actitud similar, hizo la vista gorda
ante los desplantes y verborragias setentistas del gobierno, con tal de asegurar
la buena marcha de sus negocios y el control del descontento social. Por otras
parte las clases medias luego de los tumultos prefirió apostar tambien a la
gobernabilidad en su eterna búsqueda gatopardista de mejoras al interior del
sistema, mientras que el grueso de las clases bajas, sin otra alternativa
visible, optó por la pasividad.
Se trato en consecuencia de una vasta convergencia conservadora de intereses
externos e internos destinada a apuntalar un edificio con cimientos totalmente
degradados. Fue una alianza efímera cuya vida dependía en buena medida de la
duración de la seudo recuperación económica. El auge
Unos de los orígenes de la hiper publicitada "recuperación económica" fue
paradojalmente el colapso de fines de 2001. Es decir la combinación de default
de la deuda externa, derrumbe financiero, devaluación e inflación que se produjo
sobre una economía en recesión desde hacia varios años. Los salarios reales
públicos y privados cayeron en picada, muchas empresas quebraron, despareció
temporalmente el crédito, los bancos se apropiaron del dinero de los ahorristas.
Al mismo tiempo las empresas que quedaban en pié (las transnacionales en primer
lugar) experimentaban las drástica reducción de sus costos salariales y los
exportadores obtenían superbeneficios gracias a la devaluación. El Estado ahora
pagaba menos salarios en términos reales y participaba por la vía tributaria de
las ganancias extraordinarias de las exportaciones obteniendo crecientes
superávits fiscales.
Además como el mercado interno se achicó bajaron las importaciones generándose
grandes saldos positivos del comercio exterior.
Estos cambios internos fueron a su vez afectados por elementos del contexto
exterior. El primero de ellos fue el relativo retardo de la crisis
brasileña gracias entre otras cosas a las bajas tasas de interés
internacionales, ese país absorbe el 20 % de las exportaciones argentinas. Otro
factor positivo fue la suba de precios de los productos agrícolas especialmente
la soja que representa el 25 % de nuestras exportaciones. En fin, la baja en las
tasas de interés en Estados Unidos (destinada a reanimar la burbuja especulativa
norteamericana) desaceleró la fuga de capitales de la periferia, dentro de ella
Argentina.
Todo coincidió para provocar un efímero crecimiento nacional fundado en la
demanda de las clases altas, las superganancias de los exportadores, los
balances positivos del comercio exterior y el superávit fiscal. En suma, de una
gigantesca concentración de ingresos desatada desde comienzos de 2002 y
prolongada de manera irregular hasta hoy.
El sistema había parido un muevo modelo, elitista-exportador, que tuvo su auge
durante el año 2003. El fin de la primavera
Pero la primavera se está acabando, en el segundo trimestre aparecen tendencias
negativas en la industria, la construcción y en las expectativas de consumo de
los estratos superiores y medios (1). Tanto los funcionarios gubernamentales
como los voceros de los principales grupos económicos están de acuerdo en que el
próximo período estará caracterizado por la "desaceleración del crecimiento"
(2), la palabra recesión no es pronunciada pero empieza a insinuarse
discretamente.
Ciertos comunicadores oficialistas han tratado de echarle la culpa del
estancamiento a la crisis energética provocada por la falta de
inversiones de las empresas privatizadas del sector. Pero el abanico de causas
es mucho más amplio. Es el nuevo modelo en su conjunto que muestra su
fragilidad. Las exportaciones están siendo impactadas negativamente por la caída
del precio internacional de la soja y por el inevitable agravamiento de la
recesión en Brasil afectado por la próxima suba de la tasa de interés
norteamericana que a su vez empujará la salida de capitales especulativos de
Argentina.
Por otra parte el desinfle exportador deberá provocar el achicamiento de los
ingresos fiscales, lo que entre otras cosas obligará al gobierno a realizar
nuevos ajustes y a reducir su despliegue asistencialista.
El dinamismo de la demanda de las clases superiores, que ya se está enfriando,
será frenado por el fin del auge exportador y por la imposibilidad social, por
el momento, de realizar concentraciones de ingresos de la magnitud de las
realizadas durante 2002 y 2003.
Todo esto se ve agravado por la puja por el ingreso entre los distintos grupos
económicos dominantes que frente al no crecimiento de la torta aumentarán (ya
están aumentando) su agresividad. Las petroleras aprovechando la suba
internacional del precio del petróleo para exigirle más al mercado interno
reduciendo la oferta local, las privatizadas de servicios reclamando tarifas más
altas (e invirtiendo poco o nada), los exportadores pretendiendo pagarle
proporcionalmente mucho menos al fisco, los acreedores externo-internos del
estado presionando por mas beneficios usurarios...
Pero por abajo el deterioro económico deberá incrementar el descontento de los
pobres y de las clase medias decadentes. Es el retorno de la lucha de clases,
esa cosa obsoleta, según se ha autoconvencido la progresía.
Y frente a ello el establishment va tomando distancia respecto de un gobierno
cada vez menos capaz de garantizar la estabilidad (y las superganancias), los
primeros murmullos conspirativos de la elite empiezan a escucharse llenando de
pavor a los equilibristas gobernantes. Es posible que dentro de no mucho tiempo
los Estados Unidos, con Bush o Kerry, también se muestren menos afectuosos. Derechistas y progresistas
Las turbulencias de la coyuntura no deberían hacernos perder de vista datos
estratégicos esenciales de la realidad argentina. Uno muy importante es la
constatación de la existencia de una suerte de alternancia histórica entre
derechistas y progresistas ejercida durante los últimos veinte años
de manera transversal, penetrando, manipulando las formaciones políticas
tradicionales.
Los primeros realizando las reformas elitistas de fondo y los segundos
asegurando la preservación de los cambios realizados por la derecha. Las
conquistas económicas y sociales de la contrarrevolución militar de 1976, cuando
esta naufragó, pudieron ser salvadas por el posibilismo alfonsinista. Las
reformas neoliberales del menemismo fueron preservadas primero por el
progre-conservadorismo de la Alianza y luego por el gobierno K (mafia duhaldista
mediante).
Este bipartridismo real derechista-progresista , coexistencia de dos subculturas
al interior del sistema, atravesó al bipartidismo formal radical-peronista. Creó
formaciones nuevas (como el frepaso o la ucede) para luego disolverlas en el
juego del poder.
Históricamente uno no puede existir sin el otro, la derecha legitimándose ante
las indecisiones naturales del progresismo, lógicas en una trama esencialmente
conservadora, y el progresismo encontrando su razón de ser en la brutalidad
elitista de la derecha. Ambos reproduciendo un sistema que tiene casi treinta
años de vida.
La derecha no murió con Videla y Galtieri, esperó su hora y se reinstaló con
rostro civil y peronista bajo el menemismo, Tampoco el progresismo desapareció
con el desastre radical alfonsinista, operó de contrapeso al menemismo en el
Frepaso, retornó al gobierno abrazado al radical De La Rua y volvió ahora desde
el justicialismo en la ola K que entre otras cosas se proclama transversal, por
encima del viejo bipartidismo.
Ahora cuando la actual experiencia empieza a agotarse desde ambas subculturas
comienzan a aparecer expresiones de recambio... por si acaso... los grandes
titiriteros del sistema no quieren sorpresas desagradables como la de diciembre
de 2001. Si recorremos los medios de comunicación de las últimas semanas
encontraremos por un lado una prudente disminución de la dosis de oficialismo y
por otro la reinstalación mediática de figuras "opositoras" potables para
el sistema.
Si el descontrol social es grande y la represión a gran escala es inviable le
tocará el turno nuevamente a alguna figura progre buscando calmar las aguas, si
por el contrario la crisis que se avecina encuentra a un espacio popular
disperso y apático entonces habrá llegado la hora de una nueva vuelta de tuerca
elitista, probablemente con fuertes componentes autoritarios.
La ruptura de este este juego diabólico requiere necesariamente de la emergencia
no solo de una oposición organizada a este gobierno, sino en primer lugar de la
irrupción de una contracultura militante, radicalmente opuesta al sistema,
destructora del circulo vicioso formado por progresistas y derechistas confesos,
verdadera mafia política que atraviesa partidos, organizaciones sociales, medios
de comunicación. Dicha contracultura debe ser imaginada como fundamento de la
oposición revolucionaria, libre del bloqueo progresista, irrumpiendo como punta
de lanza de la avalancha popular contra el capitalismo, reiteración ampliada,
superior, de la sublevación de diciembre de 2001. Cuya presencia persiste en la
conciencia colectiva de millones de argentinos que han comprobado que los de
abajo pueden derribar gobiernos. (*) texto publicadp en "Enfoques Alternativos", número 24, Junio 2004, Buenos
Aires.
jorgebeinstein@yahoo.com Notas
(1) Luis Cerlotto, El crecimiento de la economía estaría entrando en una
meseta, Clarin, 6 de Junio de 2004, página 15.
(2) Cuales son los frenos al crecimiento de la economía, Clarin
Económico, página 3, 30 de mayo de 2004.
(3) La Nación, 6 de Junio de 2002. Encuentro en LA NACION. Debaten Carrió y
Lopez Murphy sobre el país y el Gobierno. Polemizaron entre ellos y criticaron
la actual gestión.