Después del acto artístico realizado en Plaza de Mayo, con el que el gobierno de
Néstor Kirchner celebró su primer año, vale la pena volver la mirada, no tanto
sobre los hechos del gobierno -de los que se ha hablado a favor y en contra en
estos días en abundancia- sino sobre la situación en que se encuentra en esta
coyuntura el movimiento popular y sus posible desafíos.
Es evidente que el gobierno ha logrado modificar el clima político existente en
amplias franjas de la población. Una parte significativa de la misma ha pasado
del rechazo a las políticas y a los políticos neoliberales, a la creación de una
nueva expectativa. No es que hayan cambiado las condiciones de hambre y miseria,
de exclusión y explotación que generaron el malestar que se transformó tan sólo
dos años atrás en rebelión. Pero la asistencia social a través de los planes
jefes y jefas de hogar, la distribución de algunos créditos para
microemprendimientos, y un discurso que retoma la retórica peronista tradicional
de confrontación con las multinacionales, de defensa de "lo popular y nacional",
más gestos concretos realizados en el plano de los derechos humanos, crean la
ilusión de que es necesario "esperar" una vez más, porque "ya vendrá el tiempo
de "despegue".
Esta sensación se fortalece por la prédica de algunos movimientos que -con una
trayectoria indiscutible en el campo de la resistencia como la mayoría de los
organismos de derechos humanos o varios movimientos piqueteros- generan
expectativas en el gobierno, acompañan varias de sus iniciativas, y han
disminuido o directamente eliminado la crítica de sus posiciones.
La formación de consenso para asegurar la gobernabilidad del bloque de poder es
una tarea ardua; dado que la aplicación a rajatabla de las políticas
neoliberales ha golpeado la credibilidad del sistema político y llevó hasta
niveles muy altos la crisis de representación. La alianza política en el
gobierno -sostenida básicamente en el aparato partidario justicialista comandado
en los hechos por Eduardo Duhalde- ha venido intentando reconstruir la
gobernabilidad, a partir del 26 de junio del 2002, cuando la represión
sangrienta en el Puente Pueyrredón generó un movimiento defensivo en el
movimiento popular, sobre el cual se desplegó una fuerte inyección de
asistencialismo. A esto se le agregó, a partir de la asunción de Kirchner, la
fractura de una parte de los movimientos que eran parte de la resistencia, que
asumieron políticas activas de apoyo al gobierno. La cooptación de franjas del
movimiento social y político por parte de las políticas de Estado, no es una
novedad en la experiencia peronista, como tampoco es nuevo que se crea ver en
política populistas, proyectos de liberación nacional y social. Una y otra vez
en la historia argentina, corrientes de izquierda y combativas se ubican como
fuerza de apoyo de políticas comandadas por la burguesía. Y si bien nadie puede
equivocarse al caracterizar los compromisos con el bloque de poder del socio
fuerte de la alianza, Eduardo Duhalde; tampoco resulta muy difícil, para quien
tenga interés en conocer al clan gobernante, averiguar sus vínculos con las
petroleras, con las empresas pesqueras, fuertemente consolidados durante la
gobernación de Santa Cruz. No es tan complicado identificar que más allá de la
retórica nacionalista, se sigue avanzando en las políticas de acuerdo con el
FMI, el ALCA, la aceptación de las maniobras militares conjuntas con los EE.UU.
y ahora incluso el envío de una fuerza que consolide la maniobra norteamericana
en Haití.
Confundir la batalla que Kirchner-Duhalde vienen librando contra el menemismo en
todos los terrenos (poder judicial, fuerzas armadas, estructura política, poder
económico) -imprescindible para las franjas del PJ que pretenden ahora
constituirse como las nuevas caras de la política- con un proyecto nacional y
popular, es al menos ingenuo. Pero esta posición debemos analizarla en el marco
de un déficit más profundo que acarrea el movimiento popular, que es el de
definirse más en relación a las políticas del poder, que a sus propias demandas.
¿A qué me refiero? Si hablamos de un movimiento piquetero o de una central de
trabajadores, lo que debiera ser la base fundamental de sus políticas, se
relaciona con las necesidades de la base social que lo constituye. Es desde el
combate a la exclusión, en la pelea por el trabajo digno, que nacen los
programas que -para ser consecuentes- debieran poner en el eje de la discusión
nacional: el no pago de la deuda externa, la reestatización de las empresas
privatizadas, y su gestión obrera y popular por parte de los trabajadores y
consumidores, el rechazo a las políticas de judicialización de la protesta
social, el No al Alca, el rechazo al envío de tropas argentinas a Haití, entre
otros posibles puntos que hacen realmente a las posibilidades de recuperar la
soberanía popular y nacional.
Aceptar la lógica de "lo posible" para avalar políticas de sumisión a las
presiones imperialistas, es continuar dando cheques en blanco para un sistema
que se ha quedado sin caja chica.
El otro polo del debate, se plantea con aquellas posiciones políticas que, desde
la izquierda, no encuentran manera de sostener la vitalidad de su proyecto
político, porque actúan también desde la definición principal en relación al
gobierno -en este caso la oposición-, más que en la construcción perseverante de
sus demandas, uniendo los reclamos programáticos con una política que genere
autonomía, iniciativa, libertad, emancipación, generando una nueva cultura
política, nuevas relaciones de poder, en la base de los movimientos populares y
de su experiencia concreta.
Quizás habría que pensar que, más allá de las definiciones de unos y otros, los
dramas angustiantes de nuestro pueblo continúan agravándose. La multiplicación
de la asistencia social a traves de los planes, va volviendo estructural la
miseria, y el trabajo genuino no aparece. En este marco, entiendo que algunos de
los desafíos principales que tenemos en los movimientos populares, se encuentran
en:
La capacidad para continuar generando políticas de sobrevivencia, en cuya
organización no se agote el proyecto popular, sino que sea el primer paso de una
articulación de relaciones sociales que vaya más lejos en el cuestionamiento del
sistema.
La capacidad para construir, en el marco de estos proyectos, una nueva cultura
política, opuesta a la cultura que refuerza la dominación. En tal sentido,
entiendo que los proyectos de organización popular en la base -economías
solidarias, comedores comunitarios, centros de alfabetización, centros de
cultura popular- son el lugar ideal para cuestionar las relaciones basadas en la
competencia, en el lucro, en los valores del mercado; e ir inventando relaciones
basadas en la solidaridad, en la ayuda mutua, en la cooperación, en el
desarrollo integral de los que participan de esos proyectos.
La necesidad de fortalecer en todos los movimientos la formación política, que
permita trascender las capacitaciones meramente técnicas e interesadamente
despolitizadas, para dar herramientas que permitan la comprensión y la
transformación del mundo que habitamos.
La urgencia de poner en debate, en ese marco, las relaciones de género, que en
muchos movimientos, siguen reproduciendo formas de opresión inaceptables para
quienes intentamos ser parte de una nueva manera de vivir los sueños en nuestro
presente cotidiano.
La posibilidad de ir forjando, en estos procesos, con la ayuda de la educación
popular, nuevos intelectuales orgánicos de los movimientos populares, integrados
plenamente a sus búsquedas, a sus esfuerzos transformadores, a sus sueños; y que
sean activos en la constitución de los mismos movimientos como intelectuales
colectivos. Tratar de superar, en este nuevo tiempo de luchas populares, la
fragmentación entre el pensar y el hacer, entre los que definen las políticas y
los que constituyen su base de operaciones.
6. Finalmente, entiendo que todos los puntos anteriores son posibles, si
insistimos en la política callejera, si no nos replegamos en nuestras propias
quintas -por más difícil que resulte-. Si logramos mantener la mirada en el
horizonte, aunque a veces sintamos que se nos mueva el piso. Es decir, todos los
proyectos inmediatos, necesarios para la creación de un nuevo impulso
movilizador, no pueden agotarse en sí mismos. Tenemos que seguir tendiendo los
puentes que nos permitan conocernos, generar confianza, luchar juntos, para que
la batalla continúe, para que nuevos valores y nuevas utopías sigan inspirando
nuestras vidas cada día.