Terminemos con el culto a las infamias
De la conquista española a la conquista del ‘desierto’
Daniel Campione.
-¿Qué relación hay entre el repudio a Julio
Argentino Roca, y la lucha por abolir el ‘Día de la Raza’? Para entenderlo hay
que establecer la continuidad de las distintas ‘conquistas’, entendidas todas
ellas como suma de ocupación territorial, explotación económica, y
avasallamiento del ‘conquistado’ que sólo tiene de alternativa el sometimiento
resignado o la ‘desaparición’.
-El estado nacional en Argentina se constituyó como sucesor del dominio
español, pretendiendo derechos sobre todo el territorio virreinal (y así
Uruguay, Bolivia, Paraguay, serían ‘territorios perdidos’ para los ideólogos
del nacionalismo reaccionario). Los liberales de 1880, originariamente muy
antihispánicos, concluyeron por proclamarse herederos de la conquista
española, y uno de los libros más difundidos sobre la ‘Conquista del
Desierto’, coloca en el subtítulo un lapso revelador: "1527-1885". Una sola
conquista, una gesta única para acabar con los llamados ‘salvajes’, a lo largo
de casi cuatro siglos. De lo que reconocen los apologistas, debemos tomar nota
los críticos.
-Los españoles destruían y sometían en nombre de la superioridad de su
religión, de las bulas papales que le otorgaban el derecho a evangelizar,
cobertura ‘espiritual’ de la acción de hidalgos ávidos de tierras,
comerciantes y banqueros sedientos de ganancias, junto a la Corona española y
la propia Iglesia deseosas de recolectar tributos (el quinto real, el diezmo
eclesiástico).
-Los argentinos lo hacían en nombre de la superioridad de la raza, de la
civilización occidental imponiéndose frente a la ‘barbarie’, armados de la
ciencia representada por Darwin y Gobineau, el máximo teórico del racismo en
el siglo XIX. Era la cobertura ideológica bajo cuya armadura medraban
estancieros que pretendían más tierras, financistas que intermediaban
empréstitos, comerciantes que abastecían a las tropas, oficiales que
pretendían nuevos galones y también tierras. Y el Estado argentino que buscaba
consolidarse con el dominio territorial efectivo del que sólo tenía un tercio.
El fusil rémington había reemplazado al arcabuz y el ferrocarril a las marchas
a pie, pero el espíritu permanecía...
-Ambas conquistas coinciden en construir un ‘otro’ que está por fuera,
indeseable, al que no se le reconoce dignidad humana, con el que hay que
terminar física o espiritualmente. Poco después se volvería a constuir un
‘otro’ a suprimir, primero en la figura del obrero anarquista o ‘maximalista’
Y para ello no vacilaron las clases dominantes en reivindicar al gaucho, al
que se habían encargado previamente de extinguir a través de guerras, cárcel y
variados ultrajes. Cuando la muerte masiva lo convirtió en leyenda, el gaucho
fue erigido en contrafigura nativa del ‘gringo’ huelguista y contestatario....
No sería coherente entonces, que se apuntara críticamente al Día de la Raza y
a todo lo que significa la glorificación de la conquista española y el
consiguiente exterminio de los pueblos originarios, si se mantiene el culto a
Roca y a la llamada conquista del desierto. Ya el nombre es un ultraje: La
falsa designación de ‘desierto’ deja implícito la negativa de su carácter
humano a sus habitantes originales. No había allí economía mercantil, no había
Estado, por tanto no existían personas dignas de tal nombre, sino un ‘espacio
vacío’ a ocupar, ese era el razonamiento.
Condenaríamos una etapa mientras homenajeamos a otra, registraríamos el crimen
cuando lo cometió el estado español, para disculparlo cuando la
responsabilidad perteneció al estado argentino. Y estaríamos acatando la
‘pedagogía’ que a través de las estatuas decidió ejercer el gobierno
fraudulento de Agustín P. Justo, que fue el que erigió este y otros
monumentos, por medio de una Comisión que integraban el propio presidente, el
poeta fascista Leopoldo Lugones, el futuro y también fradulento presidente
Ramón Castillo, el terrateniente Saturnino Unzué, el intelectual hispanófilo
Enrique Larreta, entre otros... Erigieron una estatua que nos muestra al
presidente Roca de uniforme y a caballo, para dejar claro que no homenajeaban
principalmente su obra de gobierno, sino su acción de arrebato de las tierras
indias y aniquilación o reducción a servidumbre de sus habitantes.
Aceptar la exaltación de exterminios pasados, abre la puerta a crímenes
futuros. No por casualidad la última dictadura militar se complació hasta el
hartazgo en la celebración de ambas ‘conquistas’, en proclamar su entronque
con la época hispánica (estaba proscripto el uso del término ‘colonial’)
mientras se declaraba sucesora de Roca y de la generación del 80’. Al mismo
tiempo se dedicaba a ‘aniquilar’ al nuevo ‘extraño’, el ‘subversivo’, que no
lo era por raza ni por origen, pero sí por sus ideas. Eran quienes, según
decían, no veneraban a la bandera argentina sino al ‘trapo rojo’, los que no
se inclinaban ante los valores ‘occidentales y cristianos’, y por tanto debían
‘desaparecer’. De nuevo el borramiento del otro, la desarticulación completa,
la condena colectiva a muerte.
Repudiar una conquista, un genocidio, un avasallamiento de un pueblo por otro,
entraña rechazarlas a todas. David Viñas, en su libro titulado Indios,
ejército y frontera, afirma que Pizarro prefigura a Roca, pero también a
Cecil Rhodes, uno de los líderes del colonialismo inglés en Africa. Y
podríamos agregar que también anticipa a Bush, a los nuevos destructores del
‘otro’, rotulado ahora como ‘terrorismo internacional’. Debemos librarnos
definitivamente de la inmoral celebración de las masacres de nuestra tierra,
para condenarlas con mayor eficacia en cualquier latitud. Se trata de
‘liberar’ la historia, como una forma de luchar por la liberación en el
presente y hacia el futuro.