Argentina: La lucha continúa
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ORGANISMOS DENUNCIAN CASOS DE ESPIONAJE Y CRIMINALIZACION DE
LA PROTESTA SOCIAL
Las agrupaciones sociales hablan de espionaje a sus militantes. Hay casos insólitos, como el comedor al que acusaban de ser sede local de Sendero Luminoso.
Laura Vales
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El 13 de mayo, el Movimiento Teresa Rodríguez hizo un escrache a Repsol YPF
por el aumento de la garrafa de gas. En la puerta de la empresa, los piqueteros
quemaron cubiertas y, en el momento más fuerte de la protesta, arrancaron del
frente una cortina metálica. Repsol presentó una denuncia penal por daños. La
investigación quedó a cargo del juez federal Juan José Galeano y el fiscal
Carlos Stornelli, quien a poco de iniciada la causa pidió que se realizaran
tareas de inteligencia sobre los desocupados. Puntualmente, solicitó que la
División Delitos Federales de Policía Federal reuniera información sobre "las
personas que conforman el denominado Movimiento Teresa Rodríguez", su
participación en la organización, sus "lugares de reunión" y "cualquier otro
dato" que los espías pudieran acercar. Galeano hizo al lugar al pedido de
Stornelli y ordenó que se realizaran las tareas de seguimiento.
Como suele suceder en este país, los policías no tuvieron la discreción que
requieren las labores de inteligencia y los desocupados los descubrieron tomando
fotos en los barrios donde funcionan sus comedores y emprendimientos laborales.
Frente a un local que la organización tiene en Florencio Varela vieron una
Trafic desde cuyo interior filmaban a quienes entraban y salían del lugar. En
Quilmes detectaron una escena similar, con personal que esta vez se movilizaba
en un Ford Falcon blanco. Estas tareas, dijo a Página/12 el abogado Claudio
Pandolfi, se realizaron sobre locales de "Lanús, La Boca, Quilmes, Florencio
Varela, la Capital Federal y Tigre" e implicaron la vigilancia de centenares de
personas que concurren a ellos a comer y a desarrollar emprendimientos. Por un
error que no debería sorprender, las tareas de inteligencia se realizaron no
sólo sobre locales del MTR, sino también sobre otros que se escindieron del
Movimiento hace más de un año y hoy pertenecen a otras organizaciones.
Nuevos subversivos
El caso es reflejo de la tendencia instalada en los tribunales de hacer
inteligencia sobre las organizaciones sociales, en una actitud que asimila a los
movimientos piqueteros a una suerte de nuevas organizaciones "subversivas". Vale
la pena contar otros episodios. La abogada María del Carmen Verdú (Correpi) se
topó con uno de los más absurdos a fines del año pasado. Ocurrió así: una
agrupación piquetera había tomado una casa en la ciudad de Buenos Aires y la
División Operaciones del Departamento de Seguridad de Estado, a pedido del
fiscal Stornelli, inició tareas de inteligencia sobre los que allí se reunían.
El argumento para realizarlas fue que habían recibido una denuncia anónima sobre
que en la casa operaban agentes de Sendero Luminoso, cuya conexión local sería
una tal "Carmen la Tucumana". Los sospechosos entraban y salían del lugar al
mediodía, llevando bajo el brazo "bultos envueltos en tela". Efectivamente, en
la casa funcionaba un comedor al que los desocupados del barrio iban a buscar,
todos los mediodías, viandas de comida que se llevaban envueltas en repasadores.
En estos informes, un elemento infaltable son las fotos que identifican a los
supuestos "delincuentes". Como lo muestra un segundo caso, tampoco aquí hay que
esperar a que se guarde algún sentido del ridículo: el 18 de junio de 2001, en
repudio a los asesinatos de José Barrios y Carlos Santillán, hubo una marcha a
la Casa de Salta que terminó con represión y choques de los manifestantes con la
policía. Se hizo cargo del caso el juzgado correccional de Angela Braidot. La
comisaría 3ª le mandó, por puro afán colaborativo, un informe de inteligencia de
la Federal con fotos tomadas durante la movilización. En una, recordó Verdú, "se
veía una mujer pasándole un mate a otra. El epígrafe la identificaba: ‘Fulanita,
del Movimiento tal’. En otra aparecía un hombre de espaldas, pegando un
cascotazo: ‘Menganito, de cual agrupación’". El trabajo identificaba así a tres
personas, de los que agregaba sus domicilios y números de documento.
La jueza los imputó de haber lesionado a 16 policías y destruido tres
patrulleros. Sin embargo, contra las mujeres no había ninguna prueba, ya que
ninguno de los policías había descripto a sus agresores ni se las veía en las
fotos haciendo otra cosa que no fuera tomar mate. El hombre había sido mal
identificado y ni siquiera había ido a la movilización. Los acusados fueron
absueltos, no sin dejar en evidencia el trabajo de "fichaje" que hacen los
servicios en las marchas.
¿Qué legalidad tienen estas tareas? La ley de Seguridad Interior, dice Gustavo
Palmieri, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), prohíbe hacer
inteligencia sobre las organizaciones sociales y políticas. "Un juez puede
investigar un delito, pero no aprovechar el proceso penal para hacer
inteligencia sobre el funcionamiento de las agrupaciones. Eso es absolutamente
ilegal, porque la competencia del juez está limitada a hacer inteligencia
criminal, vinculada con el delito que investiga." No está habilitado para
ordenar, como está sucediendo, medidas de control sobre los movimientos para
identificar sus militantes, sus formas de organización, sus lugares de reunión o
sus modos de financiamiento.
Sin embargo, conseguir que estas órdenes cesen no es algo tan simple.
En el CELS recuerdan que varios años atrás fueron seguidos a raíz de un trabajo
en una villa, ante lo cual presentaron un hábeas data. "Pero se trata de un
recurso formal, frente a actividades que son informales y secretas", marca
Palmieri. Una preocupación agregada, dicen en la Correpi, es que nadie sabe
cuántos de estos informes que mezclan datos verificables con imprecisiones y
falsedades están circulando por los despachos de jueces o funcionarios. La
preocupación no es una cuestión abstracta. Si se hace memoria, la masacre de
Avellaneda –en la que fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki–
estuvo precedida de un clima político enrarecido por la circulación de informes
de la SIDE que sostenían que los piqueteros estaban preparando el derrocamiento
de Eduardo Duhalde.
Penas más duras
Un aspecto más visible de la criminalización del conflicto social es el
endurecimiento de las acusaciones que jueces y fiscales están haciendo contra
los manifestantes. Los defensores de organizaciones sociales recuerdan que
quince años atrás, cuando se detenía a una persona en una movilización, se le
hacía una averiguación de antecedentes. Luego, a medida que la situación se
endureció, se comenzó a aplicar un paquete de figuras penales que sumaba
"atentado, resistencia a la autoridad, daño y lesiones". Este primer salto se
dio en los años ’95 y ’96, luego de las marchas estudiantiles contra la Ley de
Federal de Educación que le hicieron decir al entonces presidente Carlos Menem
que si los estudiantes se seguían movilizando iba a haber muchas más Madres de
Plaza de Mayo.
Hoy, coincidieron los consultados, se está dando un segundo salto, iniciado tras
los incidentes frente a la Legislatura por el Código de Convivencia y el
escrache a Rodrigo Rato frente al Ministerio de Economía. La nueva tendencia es
a imputar a los manifestantes por delitos muy graves, como coacción agravada,
prepotencia ideológica, intimidación pública o extorsión. Su consecuencia es
que, como se trata de figuras no excarcelables, los detenidos deben esperar en
prisión el inicio del juicio oral.
El caso más notorio es el de los presos de la Legislatura. La jueza de
instrucción Silvia Ramond imputó a 15 personas –vendedores ambulantes y
prostitutas apresados por policías de civil cuando se retiraban de la protesta,
e incluso un anticuario que pasaba de casualidad por el lugar– por coacción
agravada y privación ilegítima de la libertad. A su criterio, la manifestación
había afectado al personal y a los diputados que quedaronen la Legislatura sin
poder salir, convirtiéndolos en secuestrados. Palmieri (CELS) consideró que, de
extenderse este punto de vista, "un abrazo al Congreso también podría ser
considerado como una privación ilegítima de la libertad".
En la actualidad hay 41 presos por participar de reclamos sociales. Los de la
Legislatura son 15, a los que se suman, entre otros, los 7 detenidos en la Plaza
de Mayo tras el escrache al FMI, Raúl Castells y 18 presos de Caleta Olivia.
En la causa por el escrache a Rodrigo Rato, la imputación contra los detenidos,
a cargo de Galeano y Stornelli, incluyó la figura del artículo 213 bis del
Código Penal, que castiga a los integrantes de una organización que quiera
imponer sus ideas por la fuerza, por el solo hecho de pertenecer a ella. La
defensora Liliana Mazea sostuvo que también en este expediente apareció un
informe de inteligencia sobre cuestiones de la vida interna de las agrupaciones
Quebracho y Martín Fierro.
En cuanto a los detenidos desde el 3 de septiembre en Caleta Olivia por la toma
de la playa de tanques de Termap, el juez Marcelo Bailaque les denegó la
excarcelación con el argumento de que la sumatoria de penas que afrontan llega a
los 8 años de prisión, por lo que deberán esperar las audiencias orales en la
cárcel. Bailaque sostuvo que los arrestos no buscaron "ningún escarmiento", sino
que son las leyes las que lo obligan a actuar con "temperamento". Los detenidos
fueron imputados así de "privación ilegítima de la libertad, daños, usurpación,
resistencia a la autoridad y entorpecimiento de la explotación económica".