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Argentina: La lucha continúa

LOS DETENIDOS DE LA LEGISLATURA

Una tarde en devoto

Agencia la vaca

De los 15 detenidos por los incidentes del 16 de julio, 11 están en el penal de Devoto. Se alojan en un pabellón con 400 presos, 68 camas y tres baños. 'Si te agarra una urgencia, no te queda otra que hacerte encima', confiesa uno de ellos. Además, duermen en el piso y tienen que hacer tres horas de cola si quieren conseguir agua para el mate. Esto es lo que pasó el viernes 24, cuando los visitó una comitiva de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre.

Un centenar de mujeres, en su mayoría adolescente y con un bebé en brazos, se empujan y gritan en la vereda. Un oficial penitenciario las mira sin gesticular. Ni siquiera pestanea. Con arbitrariedad, como si fuera el patovica de un boliche, hace pasar a unas primero y otras después. Cuanto más minutos demoren en entrar, menos tiempo podrán pasar junto a sus maridos, detenidos en la cárcel de Devoto. Si eso pasa afuera, ¿qué pasará adentro?

Una de esas mujeres, con dos niñas a cuesta, logra trasponer el pesado portón de la calle Bermúdez. Se estremece, como si sintiera un escalofrío, cuando el pasador de metal se cierra casi en su nuca. En uno de los patios se encuentra con su marido, Gabriel Fortuni Calderón, el anticuario de San Telmo que fue procesado por coacción agravada junto a otras 14 personas por los incidentes de la Legislatura del pasado 16 de julio. El matrimonio toma Seven Up y comen Guaymallén mientras sus hijas transforman en un curioso tobogán a los frío pasamanos de mármol de una escalera petisa. Juegan con el hijo de otro preso. Primero transpiran sus uniformes escolares, del colegio religioso La Enunciata. Después se cansan. Se aburren. Deciden hacer Pan y Queso, desde una punta a la otra del patio. Cada una apoya 17 veces sus pies. La menor acusa trampa y acude a su padre, que la toma de los brazos y la hace dar vueltas y vueltas por el aire. Todos ríen. La mayor encuentra una vaquita de San Antonio. La hace caminar por su mano y se la ofrece al papá para que pida tres deseos. Aunque los mantiene en secreto, no es difícil advinarlos. 'Volá', grita la nena. Y vuelve a jugar al Pan y Queso. 'A mis hijas -explica Fortuni Calderón con tono didáctico- les tuve que explicar que este es un país con una justicia muy mala, que te mete preso por andar caminando por la calle. Tengo una hermana en Italia y en cuanto salga de acá pienso irme para allá'.

De repente diez presos se acercan. Caminan en fila india, detrás de otro oficial penitenciario. 'Todos contra la pared', dice el hombre, vestido de gris, con tono marcial. Ellos obedecen. El toma lista. Recién entonces, los otros detenidos por los hechos de la Legislatura pueden entrevistarse con una delegación de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Las visitas reparten sadwiches de milanesa, ropa y factura. 'Comamos acá las milanesas, porque no dejan entrar al pabellón comida elaborada', sugiere uno de ellos, cada día más ducho en los saberes penitenciarios. Afuera del penal, ya habían quedado los fideos. 'No puede entrar al presidio nada que tenga agujeros', disparó una bella guardiacárcel. Tampoco traspasó la requisa la salsa de tomate: nadie había traído un taper para trasvasarla delante del personal penitenciario.

'Pensé que esto era un trámite, si ni siquiera tenía antecedentes', dice Fortuni y menea la cabeza. 'Tengo angustia y desesperación por mis hijos. Llegué a desear la muerte, aunque nunca pensé seriamente en matarme', confiesa. Después cuenta que está alojado en un pabellón con 68 camas y 400 presos. '¿Sabés lo que es escuchar todo el tiempo el murmullo de 400 personas? ¿Podés imaginarlo?', interrumpe Eduardo Suriano, de 45 años, el más grande de los detenidos de aquél 16. Sin que nadie le pregunte, agrega: 'El 16, yo iba a Farmacity y siento que me tira agua la policía. Entonces los pueteo. Como me siguen mojando les tiro dos piedrazos, de bronca. Y acá estoy'.

Fortuni continúa con la descripción. En el pabellón, enumera, hay tres inodoros, tres duchas y cuatro piletas para manos. 'No sólo que no hay silencio ni intimidad; a las doce de la noche ni siquiera podés caminar. El piso está tapizado de gente durmiendo', describe y suspira mirando un pedacito de cielo: 'Este patio es un paraíso'.

El anticuario cruza los brazos. Golpetea el piso con uno de sus pies y reflexiona: 'El día en la calle se hace corto. Entre el trabajo, los impuestos, el colegio de los chicos...vuela. Acá parece de 60 horas. Por más que leas, converses o mires televisión no podés desenchufarte del problema. No se puede explicar con palabras lo que se siente'. Adolfo Sánchez se acerca. 'Hay que chorrear tiempo', aconseja como si fuera un preso veterano. Pero este mendocino de 22 años y tres hijos ('Por suerte, dos ya dejaron los pañales', subraya) nunca había estado detenido. Tiene la mirada triste y dice por qué: 'Hace dos semanas falleció mi viejo en un accidente de auto. Obviamente, no pude estar en su velatorio'.

A unos metros, Jorge Nievas, el más verborrágico de todos, se queja. Primero protesta porque no le entran unos pantalones que le trajo la comitiva de la Liga. Protesta contra su cintura. Después embate contra la biblioteca del penal: 'No hay nada que te invite a pensar, todo es muy vetusto', masculla. Dice que el libro más moderno lo habrán donado en los años 40 y pide que alguien haga algo para que todos puedan paraticipar de los talleres educativos que se cursan en Devoto.

'Me metieron presa por petera, no por piquetera', aclara Nievas y pide que conste en actas. 'Me metieron presa -completa- por defender mi trabajo. En el 2002, la policía me torturó dos veces y la justicia absolvió a los culpables, qué paradoja'. Nievas se define como transformista que presta servicios sexuales y es el único de los once que está en un pabellón especial para homosexuales. 'Ahí tenés que aprender a estar parado -cuenta-, porque no hay ningún lugar donde sentarte'. Después de un rato, pregunta: '¿Sabés por qué me detienen?'. Sin dar tiempo a nada, él mismo se contesta: 'Me acusan de incitación a la violencia por estar vestida de cura con una bandera cruzada por una esvástica. El traje decía: ´Maté a 90.000 nativos, desaparecí a 30.000 rebeldes y bendije a Franco, Pinochet y Videla. El disfraz está secuestrado'.

Ricardo Ruiz lo escucha y pide a la comitiva de la liga para que mude a todos los detenidos de la Legislatura a un pabellón mejor. 'En el que estamos ahora, si querés tomar mate a las cinco de la tarde, tenés que empezar la cola para el agua a las dos. Y si tenés ganas de ir al baño y hay mucha cola, por ahí te tenés que hacer encima', relata. El vendedor ambulante duerme en el piso, al lado del baño. Se la aguanta porque cree que es el mal menor: 'Otros se acuestan en medio de la mierda -argumenta-. Y algunos se quedan toda la noche despiertos porque no tienen donde acostarse. Duermen de día'.

A Ruiz lo llevaron detenido junto a Héctor Gómez, mientras tomaba cerveza frente al Nacional Buenos Aires. Tenía el redoblante en la mano. 'A duras penas podía agarrar el bombo, ¿cómo hice para pintar, resistir y todo lo que me acusan?'. A poco más de dos meses de ser detenidos, Gómez, que vende garrapiñadas en la Plaza de Mayo, ya maneja a la perfección el léxico carcelario. Llama corte al cuchillo, vaca rallada a la leche en polvo y Palacio a Tribunales. Cuando quiere comer con compañeros que no son de su grupo aprendió a pedir 'permiso ranchada' y esperar que asientan antes de sentarse. No obstante, sigue indignado: 'Los mismos canas que me detuvieron son los que me iban a pedir coimas a la plaza'.

Gómez es el que cocina para la ranchada. Aprendió a preparar pastafrola, budín de pan y pizza. 'Me entusiasmó un preso que lleva mucho tiempo acá. Cocinamos para las visitas. La próxima, preparamos torta', le promete a las visitas de la Liga. No será la primera vez, cuando el hijo de Ruiz cumplió 13 y fue a visitar a su padre, fue el encargado del pastel de cumpleaños.

A un costado de todos, Martín Amitrano está con su novia. No se despega un instante, quiere aprovechar el tiempo. Sus compañeros aprovechan para pispear su diario. Allí describió la primera requisa. Adolfo Sánchez la recuerda así: ' A la 8 de la mañana vino el recuento de presos. Después sonó un pitazo. Corrimos a agarrar nuestros papeles y ponerlos en una bolsita, como nos habían dicho. Tenés que pararte rápido, porque si no te pisotean. Nos hicieron bajar los pantalones, subir la remara. No podés mirar a los guardias a la cara porque te pegan. Te hacen bajar al patio y cuando volvés, si encontrás algo tuyo es un milagro. A mi me chorrearon las zapatillas, una remera y una campera que me había traído mi mamá'. El diario de Amitrano tiene una posdata después del relato de ese acontecimiento: 'Otra más vivida'.

En otra página cuneta una charla con un encargado y en otra putea porque se perdió la visita de la hermana por entrevistarse con su abogado.

'La visita de la Liga'. Se escucha otra vez la voz marcial. No dice nada más. Todos saben que la reunión llegó al final. 'Gracias por venir, si no fuera por ustedes la pasaríamos mucho peor', dice Fortuni Calderón y varios asienten. La comitiva se retira hacia la derecha. Los detenidos, en fila india, hacia la izquierda. A pesar de que la distancia entre unos y otros comienza a agitantarse, las miradas sostienen la comunicación en un silencio denso hasta que los portones se cierran. Unos salen afuera y lloran. Otros quedan adentro para seguir con su vida de presos.