Argentina: La lucha continúa
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Argentina: De aventajado a estudiante insubordinado del FMI
Argenpress
Considerada en la década de 1990 entre los alumnos aventajados del Fondo Monetario Internacional (FMI), Argentina parece encaminarse a revertir esa subordinación en aras de rescatar autonomía frente a los organismos financieros.
Dos momentos culminantes tuvo esa nueva estrategia cuando el presidente
argentino, Néstor Kirchner, viajó en septiembre pasado a Estados Unidos para
asistir a una Cumbre contra la Pobreza, convocada por su par brasileño, Luiz
Inacio Lula Da Silva, y a la apertura del 59 período de la Asamblea General de
Naciones Unidas.
En ambos foros, el mandatario endureció su discurso hacia el FMI al ratificar lo
que ya venía diciendo en casa durante los últimos meses: el Gobierno no cederá
ni un ápice de dignidad en las negociaciones con el organismo multilateral y los
acreedores de la abultada deuda externa.
Estimulado por las buenas noticias internas, donde el Producto Interno Bruto
(PIB) acumuló un incremento del nueve por ciento en el primer semestre de 2004,
Kirchner retomó la prédica en torno a la relación con la entidad dirigida por el
español Rodrigo Rato y ponderó la política económica de su administración.
Dejó en claro que se negociará con los prestamistas con firmeza y sin miedos
para devolverle a Argentina el crecimiento, la justicia y la equidad perdidas.
Antes de su visita a Nueva York, el jefe de Estado ya había ensayado lo que para
muchos, de manera equivocada, se trataba de una arenga para tranquilizar los
ánimos de los políticos de la oposición y mejorar su imagen.
Sus habituales referencias a los años 90, marcada por las impopulares medidas
neoliberales del entonces discípulo modelo del Fondo y presidente Carlos Menem
(1989-1999), se trasladaron a la sede de la ONU y encontraron el respaldo de
Lula y de otros líderes mundiales.
Para Kirchner está claro, y ni siquiera sus más acérrimos detractores se atreven
a desmentirlo, que los dos lustros mencionados fueron los de la especulación
financiera, la destrucción del empresariado y la pérdida de soberanía sin
precedentes, por sólo mencionar algunos males.
El período del llamado menemismo, en opinión del carismático gobernante, impuso
a los argentinos la filosofía de la resignación, haciéndoles creer que era una
quimera generar una cultura superadora, mientras el pensamiento dominante
desvinculó la gestión macroeconómica del desarrollo de la sociedad.
Por eso, en sus constantes relatos sobre el ciclo de los 90 siempre llama a sus
compatriotas a desterrar de una vez por todas las épocas en las que la nación
argentina permaneció de rodillas ante las entidades de crédito y los fondos
buitres.
En el primero de los dos escenarios de la ONU (la Cumbre contra el Hambre),
Kirchner reclamó un comercio más justo y equilibrado y un tratamiento realista
de la deuda externa.
Los países del Primer Mundo deberían promover el desarrollo allí donde están las
economías más pobres y menos equitativas si quieren tener un mundo más seguro,
dijo.
En su intervención de poco más de dos minutos, fustigó los subsidios agrícolas,
y exhortó a eliminar hipocresías e impedir que los acontecimientos mundiales
sigan el actual rumbo perverso.
Expresó el firme compromiso de su administración en la lucha contra el hambre,
tarea que consideró parte de un esfuerzo multilateral y sistemático, orientado a
ubicar el desarrollo sustentable en el centro de la agenda global.
Denunció además que las naciones ricas gastan en subsidios a su producción 300
mil millones de dólares al año, seis veces más de la ayuda que destinan a los
estados pobres, los cuales pierden casi 40 mil millones al año por el
proteccionismo agrícola.
En su alocución en la Asamblea General siguió el mismo camino de ataques al FMI,
al cual le pidió un urgente, fuerte y estructural rediseño y un cambio en el
rumbo que lo llevó de prestamista de fomento a acreedor con demanda de
privilegios.
También criticó, aunque con términos más sutiles, la invasión de Estados Unidos
a Iraq, cuando señaló que no existe alternativa aceptable a la acción
multilateral y la única legitimidad para el uso de la fuerza debe provenir de
las decisiones del Consejo de Seguridad.
Kirchner exigió transformaciones a los organismos de crédito, cuyas 'equivocadas
recetas, que provocan más desigualdad, pobreza y lágrimas', son parte del
'problema, y no de la solución' de los países endeudados.
A juicio de analistas, sus reivindicaciones ante la ONU volvieron a contar con
un aliado respetado en la arena internacional: su par brasileño, quien en su
discurso tiró de lleno al FMI y al Banco Mundial.
El apoyo a la postura del estadista no se hizo esperar y el cónsul de Buenos
Aires en Nueva York, Héctor Timerman, aseguró que el pedido de Rodrigo Rato para
que Argentina incremente los pagos adeudados con mayor superávit fiscal
desconoce la responsabilidad social de atender a los sectores más necesitados.
Su problema (el de Rato) es que no tiene chicos desnutridos ni pobreza, y esa es
la diferencia que marca la responsabilidad de un dirigente político contra la de
un burócrata cuyo único objetivo es saldar cuentas entre acreedores y deudores,
arremetió el diplomático.
La propuesta de reestructuración de la deuda presentada por la administración
Kirchner demostrará que los países deudores también pueden decidir cómo afrontar
sus débitos, porque no se trata sólo de una cuestión económica sino también
humana, sentenció el diplomático.
Del lado de los economistas, la posición presidencial fue también acogida y la
mayoría coincide en que las presiones del Fondo buscan sembrar obstáculos a un
posible final feliz en la renegociación con los tenedores privados de bonos.
Sostienen los entendidos que el FMI pretende 'meter una cuña' entre Argentina y
Brasil, al intentar señalar a este último como el que hace todos los deberes
bien, mientras Buenos Aires es el alumno retrógrado.
Unánime ha sido hasta ahora la demanda de la sociedad para que este país
sudamericano haga caso omiso a los caprichos de las instituciones financieras y
mantenga firme su postura razonable y realista.
Los próximos pasos del Gobierno definirán si esa fortaleza en el discurso se
corresponde con la realidad de sus acciones.