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Medio Oriente

1 de marzo del 2002

Siria: entre el bien y el mal

Marta Tawil
La Jornada

Más allá del simplismo y la petulancia de la retórica de George Bush sobre la "guerra contra el terrorismo" es relevante que excluya a Siria del eje maléfico.
El hecho de que este país no esté incluido en los múltiples frentes de ofensiva (militar) de Estados Unidos no es sorprendente. Siria no ha dejado de ser un actor indispensable para la configuración de un equilibrio de poder en Medio Oriente, por su situación geográfica- estratégica, su peso político (regional e internacional), y por la relación triangular que mantiene con Israel y Líbano.
A la colaboración de Siria con Estados Unidos en la guerra del Golfo de 1991 siguió un periodo de distensión con Washington, que se manifestó en gestos mutuos de buena voluntad. Sin embargo, este periodo de apaciguamiento, que tuvo sus altibajos, se detuvo. Su estancamiento coincidió con la llegada al poder de Benjamín Netanyahu en Israel (si bien se intentó retomar en el periodo de negociaciones cuando Ehoud Barak era primer ministro), y se paralizó definitivamente con el gobierno de Ariel Sharon, el fracaso de los acuerdos de Oslo y los ataques del 11 de septiembre.
Aunque Siria es miembro no permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, Washington ha dicho que esto no cambia las cosas y ha presionado a este país para que cumpla con las demandas estadunidenses e israelíes o "se atenga a las consecuencias". Las principales preocupaciones de Estados Unidos se relacionan con la alianza que desde los ochenta Siria mantiene con el régimen islámico de Teherán, el apoyo moral y político de Siria al Hezbollah y a otros movimientos de resistencia palestinos, y a su acercamiento con el régimen de Bagdad.
A todas estas inquietudes pareciera agregarse una nueva: la presencia militar siria en Líbano. Se ha comenzado a registrar cierto apoyo por parte de israelíes y estadunidenses a las voces en Líbano que exigen el fin de la ocupación siria -voces provenientes, principalmente, de la comunidad católica maronita. Es factible que este relativo cambio de dirección no sea llevado hasta las últimas consecuencias. En realidad, el tema de la presencia de tropas sirias en Líbano nunca fue un asunto que preocupara mucho a estadunidenses e israelíes. Un elemento básico de su estrategia diplomática en la región ha sido hacerse de la vista gorda, y asumir que es mejor tener a Siria dentro de Líbano que dejar a este país nuevamente a la deriva. La soberanía libanesa había quedado en segundo plano.
Aunque todavía es pronto para hablar de un cambio de dirección en la política de la Casa Blanca, estaríamos ante la reiterada intención de israelíes y estadunidenses de instrumenta la relación sirio-libanesa como táctica para obligar a Damasco y Beirut a dejar de lado la carta palestina y atraerlos a la mesa de negociación. Por su parte, si Washington y Tel Aviv -por el momento- no han exigido expresamente a Siria que rompa sus lazos con Irán, esperan al menos que Damasco intente que esa relación no incida en el proceso de paz, y que sirva para poner fin a la resistencia islámica del Hezbollah. La inclusión de Irán en el eje del mal y la intención de aislarlo o atacarlo tendría como efecto indirecto reducir el valor estratégico que Siria encuentra en su alianza con Irán.
En un contexto en el que Israel prosigue su política de provocación y colonización en los territorios ocupados, una coyuntura regional definida por la firme intención de Estados Unidos de impedir un equilibrio de poder nuclear en Medio Oriente, y un escenario mundial marcado por la caza mundial de terroristas, los sirios se esfuerzan en permanecer al margen de la división evangélica entre los buenos y los malvados proclamada por Bush.
En términos generales, la actitud estadunidense hacia Siria mantiene un curso más bien prudente, si se le compara con la postura inflexible y errática que mantiene hacia otros países de la región. No está en el interés de Washington atacar a Siria; los costos de excluirla señalándola como Estado paria, equiparable a Irak, serían altos, ya que se trata de un país profundamente aislado y debilitado en términos económicos, militares y políticos. Siria, por lo pronto, no lo es. Pero queda por verse hasta qué punto el gobierno de Bashar Al-Asad será capaz de seguir explotando en su favor el reducido margen de maniobra con el que cuenta, para mostrarse útil y hacer que tomen en cuenta sus intereses.