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Medio Oriente

27 de marzo del 2002

El lobby israelí

Michael Lind

Prospect Magazine
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

El apoyo incondicional a Israel contradice los intereses de EE.UU. y de sus aliados. Necesitamos un debate abierto y desprejuiciado al respecto.

Hasta hace poco, la política estadounidense para el Oriente Próximo constituía sólo una parte periférica de su estrategia global, que se concentraba en impedir que la Unión Soviética intimidara a los aliados de EE.UU. en Europa Occidental y en Asia del Este. Gran Bretaña fue la potencia occidental dominante en el Oriente Próximo hasta los años 60, y la influencia de EE.UU. en la región fue contrarrestada en gran parte por la Unión Soviética hasta el fin de la guerra fría. La indiferencia de gran parte de la elite de la seguridad nacional y del público respecto a la región, entre las crisis, permitió que la política de EE.UU. fuera dominada por dos grupos de presión internos, uno étnico y el otro económico – el lobby de Israel y el de la industria petrolera (que ocasionalmente se enfrentaban cuando se trataba de temas como las ventas de armas estadounidenses a Arabia Saudita).
Los tiempos han cambiado. El colapso del imperio soviético creó un vacío del poder que ha sido colmado por EE.UU., primero en el Golfo Pérsico después de la guerra del Golfo, y ahora en Asia central como resultado de la guerra afgana. En la actualidad el Oriente Próximo se está convirtiendo en el centro de la política exterior de EE.UU.– un hecho que es ilustrado de la manera más chocante por los ataques de al Qaeda en Nueva York y Washington. Un debate dentro de EE.UU. sobre los objetivos y métodos de la política estadounidense en el Oriente Medio –debería haber tenido lugar hace tiempo. Desgraciadamente no se está realizando un debate sin inhibiciones, como consecuencia de la influencia totalmente desproporcionada del lobby israelí.
El lobby israelí deforma actualmente la política extranjera de EE.UU. de numerosas maneras. La ocupación por Israel de Cisjordania y de Gaza, posibilitada por las armas y el dinero de EE.UU., despierta actitudes antiestadounidenses en los países árabes y musulmanes. La expansión de los asentamientos israelíes sobre tierra palestina convierte en una burla el compromiso de EE.UU. a la autodeterminación en Kosovo, Timor Oriental y el Tibet. La estrategia de EE.UU. de doble contención de Irak e Irán, satisface a Israel –que es el más amenazado por ellos– pero viola la lógica de la realpolitik y enajena a la mayor parte de los otros aliados de EE.UU. Más allá de la región, la política de EE.UU. respecto a la proliferación de armas nucleares es socavada por la doble moral que ha conducido a que ignore el programa de armamento nuclear de Israel mientras condena los de India y Pakistán.
El debate ausente en EE.UU. no es entre los estadounidenses que quieren que Israel sobreviva y aquellos de una pequeña minoría marginal que quieren que Israel sea destruido. EE.UU. debería apoyar el derecho de Israel a existir dentro de fronteras internacionalmente reconocidas y a defenderse contra amenazas. Lo que se necesita es un debate entre aquellos que quieren hacer depender el apoyo de EE.UU. a Israel de la conducta de Israel, a la luz de los objetivos estratégicos e ideales morales de EE.UU., y aquellos que no quieran que exista dicha relación. Respecto al lobby de Israel en EE.UU., Tony Smith señala en su serio estudio, "Relaciones extranjeras, el poder de los grupos étnicos en la formulación de la política exterior de EE.UU. (Harvard)", que "ser 'un amigo de Israel' o 'pro-israelí' parece ser algo bastante simple: que sólo Israel decida los términos en los que se basan sus relaciones con sus vecinos árabes y que EE.UU. debe endosar esos términos, sean los que sean".
El lobby israelí es un grupo de presión de interés especial entre muchos. Es una red poco rígida de individuos y organizaciones, de las cuales la más importante es el Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí (AIPAC [en inglés]) –descrito por el Detroit Jewish News como "un verdadero campo de entrenamiento para personal de Capitol Hill" y la Conferencia de Presidentes de las Principales Organizaciones Judías Estadounidenses. El lobby israelí no es idéntico con las diversas comunidades judías- estadounidenses. Muchos judíos estadounidenses están preocupados por las políticas israelíes y algunos se movilizan activamente contra ellas, mientras que algunos estadounidenses no judíos –la mayor parte miembros de la derecha protestante– juegan un papel importante en el lobby. Incluso los grupos pro-Israel difieren sobre el tema de las políticas israelíes. Según Matthew Dorf en la Agencia Telegráfica Judía: "La Organización Sionista de EE.UU. hace presión sobre el Congreso para que se retarde el proceso de paz. Sus aliados son sobre todo republicanos. Al mismo tiempo, el Foro de Política Israelí y los Estadounidenses por la Paz Ahora, trabajan por acelerar el proceso. Los demócratas son los que más simpatizan con sus llamados".
El lobby de Israel está unido no por un consenso sobre las políticas israelíes sino por un consenso sobre las políticas de EE.UU. hacia Israel. Algunos de los elementos más diferentes de la coalición pro- Israel apoyan dos cosas. Primero, el masivo financiamiento de Israel por EE.UU.: Como indica Stephen M. Walt en International Security (Verano de 2001/2), "En 1967 los gastos de defensa de Israel fueron menos de la mitad de los gastos de defensa combinados de Egipto, Jordania, Irak, y Siria; en la actualidad los gastos de defensa de Israel son un 30 por ciento mayores que los gastos combinados de defensa de esos cuatro estados árabes". Israel recibe más del presupuesto de ayuda al exterior de EE.UU. que ningún otro país – 3 mil millones de dólares al año, dos tercios en ayuda militar (la ayuda total desde 1979 es de más de 70 mil millones de dólares).
Además de la ayuda, el lobby de Israel exige una protección diplomática incondicional de EE.UU. para Israel en la ONU y en otros foros. Hasta cierto punto, esto se justifica, EE.UU. ha tenido razón al denunciar la retórica ritual de "Sionismo es racismo" de varias cleptocracias y estados policiales. Sin embargo, EE.UU. se ha equivocado al bloquear repetidamente los esfuerzos de sus principales aliados democráticos en el Consejo de Seguridad por condenar la represión y la colonización israelí en los territorios ocupados.
Es difícil probar las conexiones directas de causa y efecto entre el poder de un lobby y las posiciones de política exterior de EE.UU. Pero, en el Oriente Próximo, es difícil explicar que EE.UU. no haya presionado a Israel hacia un acuerdo final de tierra por paz –en especial desde el acuerdo de Oslo en 1993 –sin considerar el lobby israelí. La influencia del lobby puede ser más fácil de detectar en la manera en la que las posiciones de EE.UU. han cambiado sobre tótemes específicos del conflicto. Por ejemplo, los asentamientos israelíes en los territorios ocupados fueron considerados ilegales durante la administración Carter. Bajo Reagan, se convirtieron en un "obstáculo" para la paz y ahora constituyen sólo un factor que complica las cosas. Igualmente, Jerusalén Este fue considerado por EE.UU. una parte de los territorios ocupados, pero recientemente su estatus se ha vuelto más ambiguo.
La preocupación por parte de ciudadanos de EE.UU. por la suerte de miembros de sus grupos étnicos o religiosos en países extranjeros no es nada nuevo. Los lobbies de los irlandeses-estadounidenses, de los cubano-estadounidenses y de los greco-estadounidenses han todos influenciado significativamente la política exterior de EE.UU. Y se considera que el deseo de ganarse a los votantes católicos con parientes europeos orientales en la elección de 1996, fue un factor en la decisión del presidente Clinton de expandir la OTAN hacia el Este. Sin embargo, el lobby de Israel es diferente en su estrategia y en su escala de otros lobbies étnicos históricos estadounidenses.
La mayoría de los grupos de presión étnicos –de los cuales las diásporas alemana e irlandesa fueron las más influyentes en el pasado– han basado su poder en los votos, no en el dinero. (La mayoría de los grupos inmigrantes eran relativamente pobres al principio, y han perdido su identidad étnica al hacerse más prósperos.) Las influencias de esos lobbies se ha limitado usualmente a las ciudades y a los estados en los que se han concentrado los grupos étnicos en particular –irlandeses-estadounidenses en Boston, germano-estadounidenses en Milwaukee, cubano-estadounidenses en Miami. El emergente lobby lobby latinoamericano es similar en su limitación geográfica. La pequeña población judía de EE.UU. (aproximadamente un 2 por ciento del total) está altamente concentrada en Nueva York, Los Ángeles y unas pocas áreas más.
El lobby israelí, sin embargo, no es fundamentalmente una máquina de votar étnica tradicional; es una máquina étnica de donantes. Como caso único entre las máquinas etno-políticas en EE.UU., el lobby de Israel ha emulado las técnicas de los lobbies nacionales basados en los intereses económicos (tanto grupos industriales como laborales) o temas sociales (la National Rifle Association, grupos pro y contra el aborto). El lobby utiliza campañas nacionales de donaciones, canalizadas a menudo a través de organizaciones de "pasto sintético" (bases falsas) con nombres como "Tennesseans por un Mejor Gobierno y el Comité Walters de Dirección Política de Colorado, para influenciar a miembros del Congreso en áreas donde hay pocos votantes judíos.
Stephen Steinlight, en un ensayo para el Centro de Estudios de Inmigración, describe cómo el lobby de Israel utiliza las donaciones para influenciar a funcionarios elegidos: "A menos que, y hasta que el triunfo de la reforma de las finanzas de las campañas electorales se complete... , la gran riqueza material de la comunidad judía continuará dándole ventajas importantes. Continuaremos a hacerle la corte y a ser cortejados por figuras clave en el Congreso. Ese poder es ejercido dentro del sistema política de los niveles locales a los nacionales mediante el dinero, y especialmente mediante la provisión de fondos de fuera del estado a candidatos que muestren simpatías hacia Israel". Steinlight agrega; "Tal vez durante otra generación más... la comunidad judía está, por lo tanto, en una posición útil para dividir y conquistar y entrar en coaliciones selectivas que apoyan nuestras agendas". Steinlight es el director recientemente jubilado de asuntos nacionales del Comité Judío Americano (AJC [en inglés]).
Tal como lo hace a través de las contribuciones a las campañas electorales, el poder del lobby de Israel es ejercido a través de su influencia en los nombramientos gubernamentales. Hasta hace poco, los demócratas y los republicanos se diferenciaban en sus actitudes hacia el lobby pero actualmente ambos partidos están significativamente influenciados por éste, aunque de maneras diferentes.
Históricamente, los judíos estadounidenses han formado parte de la coalición demócrata y sigue siendo el único grupo étnico blanco que vota consecuentemente en su inmensa mayoría por los demócratas. Por contraste, entre Eisenhower y Bush padre, muchos republicanos compartían la actitud atribuida, tal vez de manera apócrifa, a un antiguo secretario de estado republicano: "Que se vayan a la mierda los judíos. Igual no votan por nosotros". Influenciados por las grandes empresas y la industria petrolera en particular, los republicanos se inclinaban a menudo hacia los árabes (los regímenes árabes, no las poblaciones árabes sin participación). Aunque Nixon, un antisemita en sus actitudes personales, rescató a Israel en la guerra de 1973, Eisenhower enfureció a la comunidad judía estadounidense al frustrar la toma conjunta del Canal de Suez de Egipto por Israel, Gran Bretaña y Francia en 1956. George Bush padre, encolerizó al lobby de Israel durante la Guerra del Golfo al presionar a Israel para que no respondiera a los ataques con misiles de Irak, prefiriendo no ocupar Bagdad y prometiendo a los aliados árabes de EE.UU. que EE.UU. presionaría a Israel sobre el problema palestino. Bush padre fue el último presidente que criticó públicamente al lobby, en septiembre de 1991, cuando se quejó de que "hoy hay mil gestores que están en [Capitol] Hill presionando al Congreso para que garantice préstamos a Israel y yo soy un pequeño individuo que está aquí pidiéndole al Congreso que retarde su consideración de las garantías para los préstamos durante 120 días".
Los demócratas aprovecharon esta división entre el lobby de Israel y la primera administración Bush. En un discurso ante el AIPAC en mayo de 2000, el candidato presidencial Al Gore recordó, "Recuerdo que me opuse contra los consejeros de política exterior de Bush que impulsaban el insultante concepto del enlace, que trataban de utilizar las garantías de los préstamos como un garrote para intimidar a Israel. Yo estuve al lado de ustedes, y juntos los derrotamos". En 1997, Fran Katz, el director asistente de asuntos políticos del AIPAC, fue nombrado director de finanzas del comité nacional demócrata; el año anterior, el antiguo presidente del AIPAC, Steve Grossman, fue elegido presidente nacional del partido demócrata, declarando a la prensa que, "Mi compromiso hacia el fortalecimiento de la relación entre EE.UU. e Israel es inquebrantable".
Clinton también nombró a Martín Indyk, un veterano de un gabinete estratégico pro-israelí asociado con el AIPAC, como embajador a Israel, sólo unos pocos años después de que ese ciudadano australiano recibiera sus papeles de ciudadanía de EE.UU. Es cierto que Clinton (e Indyk) tomaban en serio la causa palestina y que la administración de EE.UU. empujó a Israel más allá de sus intenciones en algunos aspectos anteriores al acuerdo de Wye River y en las negociaciones fracasadas entre Barak y Arafat. Pero el hecho de que tantos funcionarios importantes de la administración de EE.UU. involucrados en esas negociaciones fracasadas tuvieran lazos con el lobby de Israel presentó preguntas preocupantes sobre la capacidad de EE.UU. de actuar como un mediador imparcial.
Además, miembros dirigentes del lobby de Israel impulsaron el caso del mayor abuso del poder de perdón presidencial en la historia estadounidense –el perdón de Clinton para Mark Rich, un multimillonario fugitivo en la lista de los Más Buscados del FBI, que había renunciado a su ciudadanía estadounidense antes de pagar los impuestos que debía. Una verdadera lista de las personas más importantes de los establishments israelíes y judíos estadounidenses presionó exitosamente a Clinton para que perdonara a Rich, incluyendo al primer ministro Ehud Barak, al antiguo jefe del Mossad, y al jefe de la Liga Antidifamación de EE.UU. (Muchos de los mismos individuos también apoyaron el perdón para el espía estadounidense de Israel, Jonathan Pollard.) En un artículo en el New York Times, en febrero de 2001, Clinton afirmó que lo había hecho por Israel: "Muchos funcionarios israelíes actuales y pasados de importancia pertenecientes a los dos principales partidos políticos y dirigentes de las comunidades judías en EE.UU. y en Europa urgieron el perdón de Mr. Rich por sus contribuciones y servicios a causas caritativas israelíes, a los esfuerzos del Mossad por rescatar a judíos de países hostiles, y al proceso de paz, por su auspicio para programas de educación y salud en Gaza y en Cisjordania".
La mayor parte de los judíos estadounidenses son políticamente hostiles a George W. Bush, cuya alianza con la derecha cristiana los molesta. Pero Bush hijo ha sido más influenciado, en la práctica, por el lobby de Israel que por el lobby petrolero. El Departamento de Estado de Colin Powell, que se ha descrito como un "Republicano de Rockefeller" y que apoya el Estado palestino, ha perdido rápidamente influencia frente al Departamento de Defensa, donde un grupo de halcones pro-israelíes, aliados con el Secretario Asistente de Defensa, Paul Wolfowitz, ha tomado la iniciativa. La publicidad del AIPAC para su conferencia de abril de 2002, cuyo principal orador será Ariel Sharon, describe un "brunch con el gabinete del presidente" sólo por invitación personal": "En una elegante sesión de brunch en el St. Regis Hotel, el Secretario Asistente de Defensa, Paul Wolfowitz, dará una visión confidencial de los esfuerzos del Pentágono en la guerra contra el terrorismo".
Richard Perle, presidente del comité casi oficial de defensa de Bush, fue el co-autor en 1996 de un documento, con Douglas J. Feith, para el primer ministro del Likud, Benjamín Netanyahu. Con el título "Un nuevo comienzo: Una nueva estrategia para asegurar el territorio," aconsejaba a Netanyahu que hiciera "un nuevo comienzo aparte del proceso de paz". Feith tiene ahora uno de los puestos más importantes como suplente encargado de política del asistente del secretario de defensa del Pentágono. Argumentó en Interés Nacional, en otoño de 1993, que el mandato de la Liga de las Naciones daba a los judíos derechos irrevocables de asentamientos en Cisjordania. En 1997, en "Una estrategia para Israel," Feith apeló a Israel a que reocupara "las áreas bajo control de la Autoridad Palestina aunque "el precio a pagar en sangre sea elevado". El 13 de octubre de 1997, Feith y su padre recibieron premios de la derechista Organización Sionista de EE.UU., que los describió como "destacados filántropos judíos y activistas a favor de Israel".
La derecha sionista radical a la que pertenecen Perle y Feith es pequeña en número pero se ha convertido en una fuerza importante en los círculos republicanos que deciden la política. Se trata de un fenómeno reciente, que data de fines de los años 70 y de los 80, cuando muchos antiguos intelectuales judíos demócratas se unieron a la amplia coalición de Reagan. Aunque muchos de estos halcones hablan en público sobre cruzadas globales por la democracia, la preocupación principal de semejantes "neo-conservadores" es el poder y la reputación de Israel. William Kristol, editor del derechista Weekly Standard, explicó el motivo para la retórica sobre la democracia global al Jerusalem Post (27 de julio de 2000); "Siempre he pensando que lo mejor para Israel es que EE.UU. esté generalmente involucrado y generalmente fuerte, y entonces el compromiso hacia Israel provendrá de una política exterior general".
El liberalismo y la preferencia hacia los demócratas de la mayor parte de los judíos estadounidenses obliga a la derecha sionista a encontrar sus propios partidarios, no en la comunidad judía propiamente tal, sino que en la derecha evangélica protestante de Pat Robertson y otros –muchos de cuyos miembros comparten el sionismo cristiano de los patronos británicos originales de Israel. En 1995, después de que denunciara las fuentes antisemitas de las teorías de Pat Robertson sobre una conspiración bicentenaria judeo-masónica en un ensayo en The New York Review of Books, Norman Podhoretz, el editor de Commentary, me denunció a mí en lugar de denunciar a Robertson. Podhoretz reconoció que las declaraciones de Robertson sobre las conspiraciones judías eran antisemitas, pero argumentó que, a la luz del apoyo de Robertson a Israel, debería ser disculpado siguiendo la antigua regla rabínica de batel b'shishim. [principio que acepta que se puede aceptar alimentos no kosher si han sido contaminados accidentalmente, N.d.T.]
Como otros grupos de presión cuyo poder se basa en dinero para las campañas electorales y en nombramientos, el lobby de Israel tiene influencia en particular sobre funcionarios elegidos y sus equipos. Tiene pocas posibilidades de influenciar a los funcionarios públicos de carrera, tales como los militares, las agencias de inteligencia y de relaciones exteriores. A lo más, puede tratar de negar la legitimidad de esos funcionarios cuando no se ajustan a sus planes, por ejemplo, vilipendiando a los funcionarios de relaciones exteriores como "arabistas". Y los militares uniformados son atacados a menudo en las páginas de los periódicos pro-israelíes cuyos escritores (en su mayor parte generales de salón que jamás han servido en las fuerzas militares) denuncian la supuesta pusilanimidad de los soldados estadounidenses que no están dispuestos a "eliminar" a estados como Irak e Irán que amenazan particularmente a Israel. Incluso la comunidad de la inteligencia ha sido acusada de antisemitismo, por su oposición por principio a un perdón al espía Jonathan Pollard.
La abortada carrera del almirante Bobby Ray Inman suministra un ejemplo perturbador del funcionamiento de esta dinámica. Después de que Clinton nombró a Inman, un oficial naval de carrera y antiguo jefe de la agencia nacional de seguridad, para la posición de Secretario de Defensa, Inman fue atacado con fiereza en la prensa por William Safire, un ex escritor de discursos de Nixon, republicano conservador, que consideraba que George Bush padre era insuficientemente pro- israelí. En su columna del New York Times, Safire condenó a Inman por haber "contribuido a la excesiva condena de Jonathan Pollard," el espía de Israel en el servicio de inteligencia naval (al que algunos judíos estadounidenses tratan como si fuera un santo martirizado). Inman respondió acusando a Safire de haber presionado secretamente al director de la CIA, William Casey, para que invalidara una decisión de Inman en 1981, que entonces era director asistente de la CIA, con la que limitaba el acceso de Israel a la inteligencia de EE.UU. Por este motivo, Safire atacó a Inman en el New York Times acusándolo de un "prejuicio anti-israelí". En lugar de enfrentar lo que calificó de "nuevo macartismo," Inman prefirió retirarse.
Además de las contribuciones a las campañas y los nombramientos a alto nivel, la influencia de los medios de comunicación es el tercero en importancia de los triunfos del lobby de Israel. El problema no es que los judíos en los medios censuren a diario las noticias; hay editores sionistas apasionados Mort Zuckerman y Martín Peretz, pero su propio ardor tiende a desacreditarlos. Los reporteros del New York Times, del Washington Post, del Wall Street Journal, y de los canales de televisión, son razonablemente justos en su cobertura del Oriente Próximo. El problema es que el conflicto árabe-israelí es presentado fuera de todo contexto histórico o político. Por ejemplo, la mayoría de los estadounidenses no saben que el estado palestino ofrecido por Barak consistía de varios bantustanes, cruzados por todas partes por carreteras israelíes con puntos de control militares. En su lugar, la mayor parte de los estadounidenses ha recibido solamente la información de que los israelíes hicieron una generosa oferta que fue inexplicablemente rechazada por Arafat. Para empeorar las cosas, las convenciones de la información sobre el conflicto árabe-israelí en la prensa convencional retratan típicamente a los palestinos como agresores –"En respuesta a la violencia palestina, Israel disparó misiles contra Gaza". Ningún reportero dice, "En respuesta a los 30 años de ocupación de Cisjordania y Gaza, combatientes palestinos se defendieron contra las fuerzas israelíes".
Pero, a pesar de todo, muchos periodistas que informan desde el Oriente Próximo, tanto judíos como no-judíos, hacen lo posible por ser objetivos. La falta no objetividad no es tanto en las noticias, sino en las páginas de opinión y en los periódicos de opinión– que deberían suministrar el contexto ausente– ahí la propaganda a favor de Israel reina sin contrapeso. Hay varios columnistas y expertos de la televisión, ampliamente sindicados, que son apologistas de la derecha israelí, como Safire, Cal Thomas, George Will y Charles Krauthammer. Otros, como Anthony Lewis, Flora Lewis y Thomas Friedman critican a los gobiernos derechistas de Israel, pero cualquier cosa que vaya más allá de una delicada crítica de Israel es tabú en los medios convencionales.
El tabú contra la intolerancia antiárabe, sin embargo, es débil. Una de las consecuencias más penosas del colonialismo de Israel ha sido el endurecimiento moral de elementos de la comunidad judía estadounidense. Crecí admirando a los activistas judíos por los derechos humanos por su papel a veces heroico en la lucha por desmantelar la segregación en EE.UU. Pero en la actualidad, escucho a menudo a conocidos judíos hablando sobre los árabes en general, y los palestinos en particular, en términos tan racistas como los que solían utilizar los sureños en público cuando hablaban de los negros. "Israel debería haberle dado los palestinos a Jordania después de 1967," me dijo hace poco un editor judío, en el mismo tono con el que un sureño blanco de edad me dijera una vez, "Deberíamos haberlos dejado a todos en África". La analogía puede ser ampliada. Después de 1830, la defensa de la esclavitud y más tarde de la segregación en el antiguo Sur, llevó a los sureños blancos a abandonar el idealismo liberal de la era de la fundación de la nación a favor de un crudo racismo y de una mentalidad de asedio. Desde 1967, la necesidad de justificar el régimen de Israel sobre una población ilota conquistada ha producido un cambio similar del idealismo humano a un tribalismo impenitente en partes de la diáspora, así como en Israel. Tal vez no sea una coincidencia que los partidarios no-judíos más importantes en EE.UU. se encuentren ahora en el extremo sur entre los descendientes de los surócratas segregacionistas.
Dentro de la población judía estadounidense, la influencia del sionismo parece estar aumentando. Es un fenómeno reciente. Tradicionalmente, los judíos estadounidenses no-ortodoxos, se han dividido en tres tradiciones generales: el liberalismo universalista, el radicalismo marxista y el sionismo étnico. La primera tradición ha sido de un valor enorme para la historia de EE.UU. Los activistas y filántropos judíos han jugado un papel invaluable en el apoyo a la ampliación de los derechos humanos a los estadounidenses de todas las razas, religiones, y de ambos géneros. Pero el liberalismo judío es víctima de su propio éxito. Habiendo eliminado las barreras al adelanto judío en la sociedad estadounidense, como las cuotas que limitaban la cantidad de estudiantes judíos en las ocho universidades prestigiosas de EE.UU. y en los clubes distinguidos, los liberales judíos tienden a desaparecer a través de la asimilación. Más de la mitad de los judíos estadounidenses se casan fueran de la comunidad judía y tienden a no criar a sus niños como judíos.
La disminución de la cantidad de judíos por la asimilación y los matrimonios mixtos está produciendo alarma entre los judíos estadounidenses dedicados a preservar la especificidad judía, a través de las prácticas religiosas, del sionismo religioso, o ambos. Muchos han renunciado al secularismo a favor de la observancia religiosa en los últimos años (Joseph Lieberman, el candidato a vicepresidente de Al Gore, es el más famoso). Irónicamente, mucho judíos neotradicionalistas expresan ahora una amarga hostilidad precisamente contra el secularismo y el pluralismo que solían ser identificados por los antisemitas con los judíos emancipados. "La mayor parte de los judíos estadounidenses tienen dos religiones, el judaísmo y el americanismo, y uno no puede tener dos religiones tal como uno no puede tener dos corazones o dos cabezas," escribió Adam Garfinkle, editor de National Interest, en el periódico Conservative Judaism. Por cierto, existe un paralelo entre el auge del fundamentalismo judío en EE.UU. e Israel y el crecimiento del fundamentalismo islámico en el mundo musulmán. En ambos casos, los reaccionarios creen que sus tradiciones están siendo destruidas por los valores seculares de Occidente, incluyendo el feminismo, la tolerancia religiosa y las ciencias naturales. Tanto en el caso judío como en el musulmán, el antídoto que se ofrece a los "valores corruptores de Occidente" es la ley religiosa pre-moderna – la ley judía o la sharia.
El sionismo político etnocéntrico como base de la identidad judía atrae más a numerosos judíos que solían ser izquierdistas y progresistas en EE.UU. que la adopción de un estricto modo de vida judío ortodoxo. Pero convertir al sionismo político en la base de la condición judía impone una descarnada doble lealtad, como señala Stephen Steinlight en el ensayo que he citado. "Lo confieso, por lo menos: como miles de otros chicos judíos típicos de mi generación, fui criado como un nacionalista judío, incluso como un casi-separatista. Cada verano, durante dos meses, durante diez años formativos de mi infancia y adolescencia, asistí a campos de verano judíos. Allí, cada mañana, saludé una bandera extranjera, vestido con un uniforme que reflejaba sus colores, canté un himno nacional extranjero, aprendí un idioma extranjero, aprendí canciones y bailes folklóricos extranjeros, y me enseñaron que Israel era mi verdadera patria. La emigración a Israel era considerada la virtud más elevada... Por cierto, también saludamos las banderas estadounidense y canadiense y cantamos sus himnos, generalmente con verdadero sentimiento, pero quedaba bien en claro a dónde debía orientarse nuestra lealtad primordial... Que EE.UU. haya tolerado esa doble lealtad –sospecho que nos dejan hacerlo sobre todo por el sentido de culpa cristiana por el Holocausto– no cambia el hecho de que es una realidad".
La restricción contra una discusión saludable sobre Israel en el centro político significa que los críticos más escuchados de la política israelí y del lobby de Israel en EE.UU. se encuentran en la extrema izquierda y en la extrema derecha. Los críticos en la izquierda, como Edward Said y Noam Chomsky, no son tomados en serio fuera de los círculos académicos izquierdistas porque sus condenas de la política de EE.UU. y de Israel en el Oriente Próximo forman parte de denuncias rituales de toda la política extranjera de EE.UU. en todas partes.
En la extrema derecha, la llamada vieja derecha, representada por Patrick Buchanan, hay siempre un círculo de escritores que mezclan sus denuncias de Israel y del lobby de Israel con diatribas contra humanistas seculares, homosexuales, feministas, hordas del tercer mundo y otros supuestos enemigos de un EE.UU. blanco y cristiano. El sector lunático marginal representado por el movimiento de milicias que produjo a Timothy McVeigh se refiere al gobierno federal como ZOG [en inglés] –el Gobierno Ocupado por los Sionistas. Esta clase de satanización se encuentra también entre nacionalistas negros, como Louis Farrakhan de la Nación del Islam.
Es sólo una pequeña exageración si se dice que, si la extrema derecha odia a Israel sobre todo porque odia a los judíos, la extrema izquierda odia a Israel sobre todo porque odia a EE.UU. Con críticos como Chomsky, Buchanan y Farrakhan, se le hace fácil al lobby de Israel persuadir a la mayor parte de los estadounidenses de que los críticos de Israel son figuras de sectores lunáticos marginales. Israel ha tenido suerte con sus enemigos palestinos. Yasir Arafat no es Gandhy o Mandela, los atacantes suicidas palestinos son indistinguibles de los fanáticos de al Qaeda en sus tácticas, aunque no en su causa, y las secuencias de palestinos bailando en las calles al oír de los ataques del 11 de septiembre horrorizaron a estadounidenses que normalmente simpatizan con el objetivo de la independencia palestina.
Sin embargo, la influencia del lobby de Israel sobre la política y la opinión pública de EE.UU. es desafiada por grupos que van desde el lobby cada vez más fuerte de los árabes estadounidenses y de los demócratas negros (que tienden a simpatizar con los palestinos), a los militares de carrera y al personal de relaciones exteriores y al establishment empresarial republicano, sobre todo los ejecutivos del petróleo, que están más interesados en el Golfo Pérsico que en Cisjordania. A largo plazo, la disminución relativa de la población judía estadounidense, como resultado de matrimonios mixtos y del crecimiento de la población causado por la inmigración, contribuirán a atenuar el poder del lobby.
En la actualidad, sin embargo, miembros del Congreso de todas las regiones, siguen adversos a ofender a un lobby monotemático que puede subvencionar y subvencionará a sus oponentes; muchos periodistas y expertos políticos dicen en privado que temen ser puestos en la lista negra por editores y directores que son fervientes partidarios de Israel; los principales puestos en el aparato de seguridad nacional de EE.UU. van de costumbre a individuos con estrechos lazos personales y profesionales con Israel y su lobby estadounidense; y los soldados y diplomáticos de carrera son a veces calumniados en campañas de rumores si afectan los objetivos de los gobiernos israelíes. En esas circunstancias, ¿cómo no iba a inclinarse la política de EE.UU. a favor de Israel?
El tipo de crítica informada, centrista, de Israel, que se encuentra en Gran Bretaña y en el resto de Europa, una crítica que reconoce el derecho de Israel a existir y a defenderse, aunque deplora su brutal ocupación de territorio palestino y su discriminación contra los israelíes árabes, es mucho menos evidente en EE.UU. Lo que se necesita en este momento de la historia de EE.UU. y del mundo es una crítica responsable del lobby de Israel en EE.UU. que, a diferencia de la crítica de izquierda, acepte como legítimas las líneas generales de la estrategia de EE.UU. y que, a diferencia de las críticas de la extrema derecha, no esté motivada por la animosidad ni contra los judíos estadounidenses ni contra el Estado de Israel como tal.
En el pasado, el lobby de Israel tenía una característica que lo diferenciaba, digamos del lobby irlandés: el país al que apoyaba estaba amenazado de extinción por sus vecinos. Ya no es el caso. Además, la mayoría de los estadounidenses apoyarían el derecho de Israel a existir y a defenderse contra amenazas aunque el lobby de Israel no existiera. Sin embargo, si no existiera el lobby de Israel, los representantes elegidos de EE.UU. seguramente condicionarían la ayuda a Israel al retiro de los territorios ocupados. Es la naturaleza incondicional del apoyo de EE.UU. a Israel lo que compromete su política respecto al Oriente Próximo.
En los años a venir, nosotros los estadounidenses, debemos reformar nuestro sistema político para purgarlo de la influencia corruptora, no sólo de las corporaciones y de los sindicatos, sino también de todos los grupos étnicos de presión, el lobby árabe-estadounidense igual que el lobby de Israel. A medida que crece el porcentaje de la población de EE.UU. compuesto de inmigrantes recientes, aumenta el peligro de que la política extranjera sea subcontratada a ésta o a aquella diáspora étnica alentada por el éxito del lobby de Israel a creer que el profundo apego a un país extranjero forma una parte normal y aceptable de la ciudadanía estadounidense.
La política pública no puede impedir la inclinación hacia países extranjeros entre los bloques de votantes étnicos, aunque la asimilación puede debilitarla. Por contraste, las máquinas étnicas de donantes pueden ser prácticamente eliminadas por la reglamentación de las donaciones políticas. Las reformas del financiamiento de las campañas en EE.UU. que prohíban las donaciones de fuera de los estados y de los distritos, o reemplacen el financiamiento privado por el público, son deseables sobre la base de sus méritos.
Entre otras ventajas, ese tipo de reformas paralizarían todos los grupos nacionales de presión que se basan en donaciones en lugar del debate, sin individualizar a ningún interés en particular, como el lobby de Israel. Además de la reforma del financiamiento de las campañas, EE.UU. necesita limitar la cantidad de puestos nombrados en las agencias nacionales de seguridad. Al reducir la cantidad de los que "entran y salen" en la elite de la seguridad nacional se reducirían las oportunidades para que aquellos afiliados a los lobbies étnicos y a los intereses económicos como la industria del petróleo, puedan afectar la política exterior de EE.UU. desde el interior del gobierno. Hasta que los estadounidenses hayan terminado con esa corrupción de nuestro proceso democrático, nuestros aliados en Europa, Asia y en el Oriente Próximo continuarán viendo nuestra política para el Oriente Próximo con inquietud.
La verdad sobre el lobby de Israel en EE.UU. es que: no es todopoderoso, pero es de lejos demasiado poderoso para el bien de EE.UU. y de sus alianzas en el Oriente Próximo y en otras partes.
Prospect Magazine, Gran Bretaña, Nº 73, abril de 2002
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