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Medio Oriente

31 de mayo del 2002

El menosprecio del ex Primer Ministro hacia los palestinos viene de lejos

¿Decía Barak la verdad?
Yoav Peled
The Guardian
Traducido para Rebelión por L.B.

Desde el mismo instante en que Ehud Barak fue elegido primer ministro en 1999, sagaces observadores de la política israelí se han venido preguntando si su "ofensiva de paz" fue un esfuerzo genuino para alcanzar la paz con los vecinos de Israel o solamente un intento de "desenmascarar" el propósito árabe de destruir el Estado de Israel.
El debate arreció cuando el fracaso de la cumbre de Camp David en el verano del 2000 fue interpretado de forma casi unánime como el rechazo por parte de Yasser Arafat de la "generosa" oferta de Barak para poner término a la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza y permitir a los palestinos establecer un Estado independiente.
Una entrevista concedida recientemente por Barak a Benny Morris –un converso a la causa de la derecha israelí—que fue publicada en el New York Review of Books (y reproducida en este periódico ayer) nos permite atisbar algunas de los presupuestos subyacentes al pensamiento de Barak.
El debate acerca de lo que realmente ocurrió en Camp David es de sobra conocido a estas alturas y la versión de los hechos ofrecida por Barak es rebatida (otra vez) en el mismo número del New York Review por Robert Malley y Hussein Agha. Lo que es aún más revelador es la idea que tiene Barak acerca del pueblo con el cual supuestamente estuvo tratando de alcanzar un acuerdo de paz.
"De forma repetida a lo largo de la entrevista", informa Morris, Barak habló de los palestinos como producto de una cultura "en la cual el hecho de mentir... no provoca ninguna disonancia. Los palestinos no sufren por el problema de decir mentiras que existe en la cultura judeo-cristiana. La verdad es considerada como una categoría irrelevante. Sólo existe aquello que te ayuda a obtener tu objetivo y aquello que no lo hace". Curiosamente, Morris, que hizo más que nadie para disipar las mentiras oficiales israelíes sobre la guerra de 1948, no registra su propia reacción ante estos estereotipos racistas.
La educada sociedad occidental ya no tolera semejante caracterización de culturas enteras, aunque sospecho que las cosas tal vez hayan cambiado desde el 11 de septiembre, al menos en los EEUU. Pero en Israel la denigración pública de la cultura árabe fue históricamente aceptable en la medida en que, como ocurre con todos los movimientos colonialistas, el Sionismo tenía que deshumanizar a los habitantes originarios del país en que deseaba establecerse a fin de legitimar así su expulsión. Así, tal como ha quedado demostrado por numerosos estudios, los árabes eran descritos regularmente tanto en los libros de texto como en la literatura israelí en general como arteros, deshonestos, haraganes, traicioneros y asesinos.
Sin embargo, durante las últimas décadas la sociedad israelí ha experimentado un profundo y amplio proceso de liberalización. La clase media-alta israelí (la gente que votó a Barak en 1999) invirtió un enorme esfuerzo en luchar contra los estereotipos con los que se representaban mutuamente israelíes y palestinos.
Brotó de pronto toda una industria de grupos de "diálogo y coexistencia". Como resultado de ello, el tipo de generalizaciones utilizadas por Barak quedó deslegitimado hasta el extremo de que se hizo difícil caracterizar colectivamente a ningún grupo social, por ejemplo en la escuela. Desgraciadamente, todo este proceso se detuvo en seco a raíz del fracaso del proceso de paz y del estallido de la segunda Intifada.
La cuestión, por consiguiente, es saber si las declaraciones de Barak reflejan una frustración genuina por la respuesta de los palestinos a sus esfuerzos de paz, si representan un intento de acomodación a la cambiante opinión pública, o si Barak ha pensado siempre así sobre los palestinos.
Como jefe de Estado Mayor de las fuerzas armadas israelíes Barak se opuso a los acuerdos de Oslo y como ministro de Interior en el Gobierno de Yitzhak Rabin se abstuvo en el crucial voto sobre el acuerdo Oslo II. Cuando accedió a su cargo de Primer Ministro renegó de los compromisos adquiridos por su predecesor Benjamin Netanyahu en los acuerdos de Wye Plantation dirigidos a continuar el repliegue israelí de los territorios ocupados. Y a lo largo de su mandato como Primer Ministro se negó a someterse a ninguna cláusula de los acuerdos de Oslo que significara mayores "concesiones" a los palestinos. Esta conducta es perfectamente comprensible si se parte de la idea de que los palestinos son embusteros patológicos y que los acuerdos que se suscriben con ellos no pueden ser considerados como fiables.
A lo largo del año y medio de su mandato como Primer Ministro Barak nunca cesó de advertir que Israel era como un barco a punto de chocar contra un iceberg y que sus esfuerzos de paz eran cruciales para evitar la catástrofe. Desgraciadamente, lo que la entrevista de Morris revela es que tal vez el capitán del barco se hallaba cegado por prejuicios y que en lugar de esquivar el iceberg lo que hizo fue precipitarse a toda máquina contra él.
24 de mayo del 2002
Yoav Peled enseña ciencia política en la universidad de Tel Aviv. Es coautor, junto con Gershon Shafir, de Ser Israelí: Dinámicas de la Ciudadanía Múltiple.