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Medio Oriente

17 de junio del 2002
Las elecciones palestinas

Edward W. Said
La Jornada

Hasta ahora se han proferido seis distintos llamados a reformar Palestina y a sostener elecciones: en lo que toca a los propósitos palestinos, cinco de ellos son inútiles e irrelevantes.

Ariel Sharon quiere una reforma que le permita desarticular todavía más la vida nacional palestina, es decir, una reforma que sea extensión de su fallida política de constante intervención y destrucción. Quiere deshacerse de Yasser Arafat, dividir la Franja Occidental en cantones cercados, reinstalar a las autoridades de ocupación ?de preferencia con el respaldo de algunos palestinos?, continuar con la actividad de los asentamientos y mantener la seguridad de Israel al modo que lo ha hecho. Está muy cegado por sus propias alucinaciones y obsesiones ideológicas para ver que nada de esto traerá ni paz ni seguridad, y ciertamente no propiciará la "calma" de la que tanto parlotea. Unas elecciones palestinas en el esquema de Sharon son bastante poco importantes.

Segundo: Estados Unidos desea una re-forma sobre todo como vía para combatir el "terrorismo", una palabra panacea que no toma en cuenta historia, contexto, sociedad ni nada. George W. Bush muestra un disgusto visceral por Yasser Arafat y no entiende en lo absoluto la situación palestina. Decir que Bush y su desgreñado gobierno "desean" cualquier cosa, es dignificar la serie de arrebatos, acomodos, arranques, repliegues, denuncias, declaraciones contradictorias, misiones estériles emprendidas por varios funcionarios de su gobierno y medias tintas; es conferirles el estatus de deseos con perspectiva, algo de lo que, por supuesto, carecen.

La política de Bush, incoherente -excepto cuando se trata de las presiones y los programas provenientes de la plataforma israelí y la derecha cristiana de las cuales es cabeza espiritual-, no es otra cosa que llamados a que Arafat termine con el terrorismo; una búsqueda de alguien en alguna parte, de algún modo, que produzca un Estado palestino y una gran conferencia (cuando piensa en aplacar a los árabes), y una anuencia a que Israel siga gozando del respaldo pleno e incondicional de Estados Unidos, lo que tal vez podría poner fin a la carrera de Arafat. Más allá de lo dicho, seguiremos esperando a que alguien en alguna parte, de algún modo, formule una política estadunidense. Debemos recordar que en Estados Unidos el Medio Oriente es un asunto de política doméstica, no internacional, y se halla sujeta a dinámicas al interior de la sociedad que son difíciles de predecir.

Todo esto se ajusta a la perfección con las demandas israelíes, que no pretenden sino hacer más miserable y más intolerable la vida colectiva palestina, ya sea mediante incursiones militares o condiciones políticas imposibles que embonan con la obsesión frenética de Sharon:
acabar con los palestinos para siempre. Por supuesto, hay otros israelíes que desean coexistir con un Estado palestino, y hay judíos estadunidenses que quieren cosas semejantes: pero ninguno de estos grupos cuenta para nada con un poder determinante. Sharon y el gobierno de Bush manejan el espectáculo.

El tercer llamado es la demanda de los dirigentes árabes, que hasta donde alcanzo a ver es la combinación de varios elementos diferentes, ninguno de los cuales ayuda en forma directa a los palestinos. Uno de estos elementos es el miedo de sus propias poblaciones, que son testigos de la destrucción masiva que Israel ha infligido en los territorios palestinos sin que haya habido ninguna interferencia o intento serio, por parte de los árabes, para disuadirlo.

El plan de paz de la cumbre de Beirut ofrece a Israel precisamente lo que Sharon ha rehusado, tierra por paz, y es una propuesta sin filo y sin calendario alguno. Si bien hay que tenerla presente como contrapeso a la desnuda beligerancia israelí, no debemos hacernos ilusiones acerca de sus reales intenciones que son, como los llamados a la reforma palestina, meros actos simbólicos que pretenden hacer bullir a las poblaciones árabes, ya bastante hartas de la inacción mediocre de sus gobernantes.

Por supuesto, hay también mucha exasperación de los regímenes árabes con el problema palestino. No parecen tener problema alguno con Israel en su papel de Estado judío sin fronteras declaradas, que ha ejercido por 35 años una ocupación ilegal de Jerusalén, Gaza y la Franja Occidental, o con la desposesión del pueblo palestino a manos de Israel. Estos regímenes parecen preparados para acomodar bien todas esas terribles injusticias si tan sólo Arafat y su pueblo simplemente se comportaran o se fueran sin chistar.

Otro elemento es el antiguo anhelo de los líderes árabes de congraciarse con Estados Unidos, y los vemos competir por el título de "el aliado más importante" de Washington. Quizá nada sepan de lo despectivos que son los estadunidenses para con ellos y lo poco que se entiende o se atiende su estatus político y social en Estados Unidos.

El cuarto coro en favor de la reforma viene de los europeos. Pero no pasan de darle la vuelta al problema y envían emisarios a ver a Sharon y a Arafat, hacen declaraciones vocingleras en Bruselas, apoyan algunos cuantos proyectos -y más o menos la dejan ahí, tan grande es la sombra que Estados Unidos tiende sobre ellos.

El quinto llamado proviene de Arafat y su círculo de asociados, quienes repentinamente han descubierto las virtudes de la democracia y la reforma (por lo menos en lo teórico). Sé que hablo a mucha distancia del ámbito del conflicto, y conozco también todos los argumentos que invocan a un Arafat sitiado como potente símbolo de la resistencia palestina contra la agresión israelí, pero he llegado al punto de pensar que nada de eso tiene ya sentido. A Arafat lo único que le interesa es salvarse a sí mismo. Ha gozado de 10 años de libertad para reinar en su mediocre feudo y lo único que ha logrado, en esencia, es acarrear oprobio y desdén contra él mismo y su equipo; la Autoridad Palestina se hizo sinónimo de brutalidad, autocracia y corrupción inimaginable. Que alguien, por un momento, suponga a estas alturas que Arafat es capaz de emprender algo diferente, o que su nuevo y flamante gabinete (dominado por las mismas viejas caras de derrota e incompetencia) vaya a producir una reforma real, simplemente desafía la razón. Arafat es el líder de un pueblo que hace mucho sufre, pero al que el año pasado sometió a penurias y sufrimientos inaceptables únicamente por esa su ausencia de plan estratégico alguno y por su imperdonable dependencia hacia la tierna conmiseración de Israel y Estados Unidos vía Oslo. Nada ganan los líderes de los movimientos de liberación e independencia con exponer a su pueblo desarmado al salvajismo de criminales de guerra como Sharon, contra quien no hubo una defensa real ni preparación avanzada. ¿Por qué entonces provocar una guerra cuyas víctimas habrían de ser, en su mayoría, gente inocente, cuando no se tiene ni la capacidad militar para combatir ni el equilibrio diplomático para ponerle fin a la guerra? Habiendo hecho lo mismo tres veces (Jordania, Líbano, la Franja Occidental) no debería dársele a Arafat la oportunidad de acarrear un cuarto desastre.

Ahora ha anunciado que las elecciones se celebrarán a principios de 2003, pero su concentración está puesta en reorganizar los servicios de seguridad. Ya he apuntado antes que el aparato de seguridad del líder palestino estuvo siempre diseñado para servirle principalmente a él y a Israel, dado que los acuerdos de Oslo se basaron en el hecho de haber negociado con la ocupación militar israelí. A Tel Aviv le importaba únicamente su propia seguridad, y responsabilizó de ésta a Arafat (posición que por cierto él aceptó desde 1992). Mientras tanto, el líder de la Autoridad Palestina usó 15 o 19 o el número exacto de grupos para enfrentarlos unos a otros, táctica que perfeccionó en Fakahani y que resulta patentemente estúpida en lo referente al bien general. En realidad nunca le puso rienda a Hamas ni a la Jihad Islámica, lo que le convino a Israel a la perfección pues le adosó una excusa perfecta -los llamados bombazos suicidas mártires (insensatos, diría yo)- en su campaña por disminuir y castigar a todo un pueblo. El aspecto de este ruinoso régimen de Arafat que más nos ha ocasionado daño, como causa, es esta calamitosa política de matar a civiles israelíes, algo que le dice al mundo que en verdad somos terroristas y un movimiento inmoral. ¿Qué ganó con eso? Nadie lo sabe decir.

Habiendo negociado con la ocupación vía Oslo, Arafat ya no estuvo en posición de conducir un movimiento que pudiera ponerle fin a ésta. Y lo irónico es que de nuevo intenta hacer algún trato para salvarse y para probar a Estados Unidos, a Israel y a otros árabes que merece otra oportunidad. A mí, por mi parte, me importa un ápice lo que digan Bush, los líderes árabes o Sharon: me interesa, sí, lo que como pueblo pensemos de nuestro dirigente, y en eso, creo, debemos ser absolutamente claros y rechazar todo su programa de reforma, elecciones y la reorganización del gobierno y sus servicios de seguridad. Su récord de fracasos es muy desconsolador y sus capacidades como líder están muy debilitadas, es muy incompetente como para salvarse y tener otra oportunidad.

Finalmente, el sexto es el clamor justificable del pueblo palestino por elecciones y reformas. En lo que a mí concierne, este clamor es el único legítimo de los seis que he esbozado aquí. Es importante señalar que el actual gobierno de Arafat, y el Consejo Legislativo, ya se excedieron de su periodo original, el cual debió haber terminado con una nueva ronda de elecciones en 1999. Es más, la base de las elecciones de 1996 fueron los acuerdos de Oslo, lo que en los hechos le dio licencia a Arafat y a su gente para administrar fragmentos de las franjas Occidental y de Gaza para los israelíes, sin soberanía o seguridad reales, ya que Israel mantuvo el control de las fronteras, de la seguridad, de la tierra (sobre la que se duplicaron e incluso triplicaron los asentamientos), del agua y el aire. En otras palabras, la antigua base para unas elecciones y una reforma, lo que fue Oslo, es ahora nula, está vacía. Cualquier intento por avanzar con una plataforma semejante es simplemente una maniobra inútil que no producirá ni reformas ni elecciones auténticas. De ahí la confusión actual que ocasiona que todo palestino, donde quiera, se sienta mortificado y lo invada una amarga frustración.

Qué hacer entonces si la vieja base de legitimidad palestina no existe más. Ciertamente no puede haber regreso a Oslo, como tampoco puede privar la ley jordana o la israelí. Como estudioso de ciertos periodos de cambios históricos importantes, quisiera apuntar que cuando han ocurrido rupturas importantes en el pasado (pienso en el periodo previo a la caída de la monarquía con la Revolución Francesa, o en la desaparición del apartheid en Sudáfrica antes de las elecciones de 1994) tuvo que crearse una nueva base de legitimidad, y ésta provino de la única y más profunda fuente de autoridad, es decir, el pueblo mismo. Los sectores principales de la sociedad palestina, aquellos que han mantenido la vida fluyendo, los sindicatos, los trabajadores de la salud, los maestros, los campesinos, los abogados, los doctores, junto con muchas organizaciones no gubernamentales, deben convertirse en la base que construya la reforma palestina ?pese a las incursiones y a la ocupación israelí. Parece fútil esperar que Arafat, Europa, Estados Unidos o los árabes lo hagan: esto deben hacerlo en su totalidad los palestinos mismos mediante una Asamblea Constituyente que incluya a los elementos principales de la sociedad palestina. Sólo un grupo así, construido por el pueblo mismo, y no por los remanentes de los repartos de Oslo, o por los fragmentos andrajosos de la desacreditada Autoridad Palestina de Arafat, puede abrigar esperanzas de reorganizar la sociedad y sacarla de la ruinosa, incoherente y catastrófica condición en la que se encuentra.

Hay una tarea básica que debe cumplir tal asamblea: construir un sistema de orden emergente con dos propósitos. Uno, mantener el flujo de la vida palestina de manera equilibrada mediante la participación de todos los afectados. Dos, elegir un comité ejecutivo de emergencia cuyo mandato sea ponerle fin a la ocupación, no negociar con ella. Es bastante obvio que en lo militar no somos pieza para Israel. Los rifles Kalishnikoff no son armas eficaces cuando el ba-lance en poder es tan desigual. Lo que se necesita es un método creativo de lucha que movilice todos los recursos humanos a nuestro alcance para señalar, aislar y eventualmente hacer insostenibles los aspectos primordiales de la ocupación israelí (es decir, los asentamientos, los caminos, los retenes y las demoliciones de casas). El grupo que actualmente rodea a Arafat es incapaz de pensar, no se diga instrumentar, tal estrategia: está en bancarrota, muy atado a egoístas prácticas de corrupción, muy cargado con los fracasos de antaño.

Para que funcione una estrategia palestina así, tiene que haber un componente israelí formado por individuos y grupos con los que pueda establecerse una base común contra la ocupación. Esta es la gran lección de la lucha sudafricana: que propuso la visión de una sociedad multirracial de la cual no pudiera apartarse individuo, grupo o líder alguno. La única visión que surge ahora de Israel es la violencia, la separación forzada y la subordinación continuada de los palestinos a la idea de una supremacía judía. No todos los israelíes piensan en estos términos, por supuesto, pero somos nosotros quienes debemos proyectar la idea de la coexistencia de dos estados con relaciones naturales entre ellos sobre la base de la soberanía y la equidad. El sionismo dominante no ha sido capaz de producir una visión así, por lo que debe provenir del pueblo palestino y de sus nuevos dirigentes. Su nueva legitimidad debe construirse ahora, en un momento en el que todo se estrella y cuando todos están ansiosos de rehacer Palestina a su propia imagen y de acuerdo con sus propias ideas.

Nunca antes habíamos enfrentado peor, y al mismo tiempo, tan seminal momento. El orden árabe está en total desbandada; el gobierno de Estados Unidos está efectivamente controlado por la derecha cristiana y por la plataforma israelí (en 24 horas todo lo que Bush acordara con Hosni Mubarak fue revertido por la visita de Sharon); nuestra sociedad raya en el desastre a causa de un liderazgo ineficaz y por la locura de suponer que los bombazos suicidas nos conducirán directamente hacia un Estado palestino islamita. Siempre hay esperanza en el futuro, pero uno debe ser capaz de buscarlo y encontrarlo en el lugar correcto. Queda claro que en ausencia de una política seria de información palestina o árabe en Estados Unidos (especialmente en el Congreso) no podemos engañarnos pensando que Colin Powell o Bush estén por fijar un programa verdadero para la rehabilitación palestina. Por eso me la paso diciendo que el esfuerzo debe provenir de nosotros, por nosotros, para nosotros. Por lo menos trato de sugerir una avenida diferente en la aproximación. Quién si no los palestinos podrán construir la legitimidad que necesitan para gobernarse ellos mismos y combatir la ocupación con armas que no maten inocentes y que no nos ha-gan perder más respaldo. Una causa justa puede fácilmente subvertirse usando me-dios dolosos, inadecuados o corruptos. Mientras más pronto se ponga esto en práctica, más probable será que logremos salir del empantanamiento actual.

©Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera