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Medio Oriente

14 de junio del 2002
Debate entre Tariq Ali y Christopher Hitchens sobre los eventos de los últimos seis meses

La troica del imperialismo, los petrojeques y los yihadíes disidentes: Sobre Tariq Ali, 28 de mayo de 2002
Vijay Prashad

Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Michael Berube, profesor de inglés en la Universidad del Estado de Pensilvania, se ha convertido en una especie de instalación fija en la Crónica de la Educación Superior. En un artículo reciente ("Ali vs. Hitchens: Batalla en la Izquierda", del 3 de mayo), Berube afirma que estudia los conflictos dentro de la izquierda.
Si Nader hubiera obtenido un cinco por ciento [de los votos] en el 2000, Berube estaría contento "no porque haya apoyado a Nader, sino porque quería que el Partido Verde realizara una convención nacional, para poder observar al ala veganista- macrobiótica y al ala de Mumia Abu-Jamal despedazándose mutuamente sobre los beneficios para parejas del mismo sexo, para obreros de reemplazo o alguna cosa parecida."
De muchas maneras, la insensibilidad de Berube en esta sola frase ya debiera bastar para consagrarlo como el James Watt del liberalismo.
Más que eso, el humor derivativo de Berube revela su propia visión Rortyesca de la política: toda esa política basada en identidades fracturadas suministra alimento para el humor, pero no constituye la pura fuerza universal que es la fantasía de algunos sectores de la izquierda blanca. ¡Fuera las listas engorrosas de participantes, de movimientos y temas! La izquierda es fortalecida por la vitalidad de esas luchas separadas e interconectadas, no debilitada por ellas.
Éste no es sólo un desarrollo reciente, pero, para usar un ejemplo, la historia del comunismo en EE.UU. durante el período del Frente Popular está compuesta por clubes de nacionalidades o lenguaje (el Club finlandés, el Club yiddish) que permitían el crecimiento de la influencia del partido y la elaboración de tradiciones lingüísticas y culturales en un proceso cultural de asimilación que fuera de eso era famélico.
Pero volvamos al tema de Ali vs. Hitchens. No logré ver el debate entre Tariq Ali y Christopher Hitchens sobre los eventos de los últimos seis meses, pero leí el nuevo libro de Ali ("El choque de los fundamentalismos", Verso, 2002) y muchos de los artículos escritos por Hitchens sobre el 11-S y la Quinta Guerra Afgana.
Berube caracteriza sus diferencias en una formulación sucinta pero engañosa "Las líneas de batalla estaban claras desde el comienzo: La izquierda de Hitchens es indulgente con el imperialismo de EE.UU. y la izquierda de Ali es indulgente con el radicalismo islámico."
Es una línea tan incendiaria que los editores del Chronicle la escogieron como su cita atractiva. Hitchens no es "indulgente" con el imperialismo, porque su actual defensa de la guerra indica que apoya la acción imperialista si produce resultados liberales.
Si la intervención logra desalojar a los talibán o a Milosevic, así sea, sin importar el costo que causa a las normas internacionales o incluso los nefarios motivos del imperialismo. No hay nada de "indulgente" en el apoyo de Hitchens para los bombarderos de la Fuerza Aérea de EE.UU., cuando van arrasando los campos afganos. Estuvo al margen y aplaudió a las Fuerzas Especiales.
Para cualquiera que haya leído la gran obra de Ali, o incluso los numerosos artículos desde el 11-S (escritos para el Guardian inglés, y a menudo reproducidos en Internet por Znet y Counterpunch), la afirmación de que es "indulgente con el radicalismo islámico" es extraña.
Si al hablar de "radicalismo islámico" Berube quiere decir aquellas tendencias en el Islam que pretenden volver a los orígenes, al al-Quran y a la era de todo hasta llegar al cuarto Califa (como los Wahabíes y los Talibán), entonces no cabe duda que Ali es un resuelto crítico de esas tendencias. Si Berube quiere decir radicales que son musulmanes, Ali, una vez más es un crítico directo.
Su libro incluye una emocionante carta a un joven musulmán en Inglaterra que desafió a Ali sobre el Islam. Al final de la carta, Ali ofrece el siguiente programa de acción:
"Necesitamos desesperadamente una Reforma Islámica que barra con el maniático conservadurismo y el atraso del fundamentalismo, pero que más que eso, abra el mundo del Islam a nuevas ideas que sean consideradas más avanzadas que lo que ofrece actualmente el Occidente. Eso requeriría una rígida separación del estado y de la mezquita; la disolución de la clerecía; la reivindicación por los intelectuales musulmanes de su derecho a interpretar los textos que son la propiedad colectiva de la cultura islámica en su conjunto; la libertad de pensar libre y racionalmente y la libertad de imaginación" (pp. 312-313).
Un llamado a las armas tan poderoso no sólo apela a los que quieren enfrentar el terror wahabí, sino también el terror de Hindutva, el del cristianismo fundamentalista y el del sharonismo. Las teopolíticas de nuestra época están bien articuladas por Ali, y está lejos de la caricatura hecha por Berube.
I. Sobre la religión
El libro de Tariq Ali comienza con una línea memorable ("Nunca creí realmente en Dios") y pasa a lanzarse a una cuidadosa discusión de su relación con el Islam. Aunque sus padres rechazaron a Dios a favor de la Revolución, creció en un medio en el que el Islam jugó un papel importante. Habiendo nacido justo antes de la Partición del subcontinente, Ali vivió en un país determinado para que fuera para los musulmanes e incluso su tendencia atea no pudo evitar el mundo del Islam.
Pero, como señala, no fue hasta la Guerra del Golfo (que él llama la Tercera Guerra del Petróleo, aunque esto no toma en cuenta las llamadas Guerras de la Droga en América del Sur, que también tienen que ver con el petróleo), que descubrió su interés por el Islam. Frustrado por el profundo control que las elites confesionales tienen sobre los musulmanes, Ali se preguntó algo que influencia su enfoque hacia la fe en su libro, "¿Por qué no había habido una Reforma en el Islam?" (p.23).
Sus estudios nos muestran que durante los primeros setecientos años de su existencia, el Islam fue una vibrante tradición – con un "ambiente claramente jacobino" al principio (p.24), el Islam "prosperó a través del contacto con otras tradiciones" (p.38).
El contacto existió no sólo con el judaísmo y la cristiandad, sino también con el trabajo de filósofos de las antiguas escuelas de Alejandría, de los neoplatónicos (especialmente en el sufismo), de una elaboración de la obra de los antiguos griegos, y todos estos desde el complejo mundo social de la España árabe y de la Sicilia árabe.
Se nos da una visión maravillosa del ámbito del erudito persa Ibn Sina, del filósofo cordobés Ibn Rusd, del psicólogo árabe Ibn Sirin – el libro es valioso aunque fuera sólo por esas actuaciones especiales. Podríamos agregar a esta lista, el vibrante contacto entre el Islam y las tradiciones filosóficas del subcontinente, encontradas notablemente en el texto iluminado del reino del emperador mogol Akbar, Ain-i-Akbari (1596) donde el escritor, Abul Fazl, ofrece un resumen del contrato social casi un siglo antes de John Locke.
El que Ali no responsa directamente a la pregunta que se hace, podría parecer una debilidad en la primera parte del libro.
Yo, sin embargo, tiendo a pensar que la respuesta es la siguiente: que el Islam tuvo una reforma en sitios como Córdoba o en India, pero que las vicisitudes de la historia (es decir la reconquista de la península por las recién unificadas principados católicos de Aragón y Castilla; o la rapiña del colonialismo inglés) debilitaron el lado progresista del Islam y fortalecieron a sus conservadores (representados trescientos años más tarde por el wahabismo saudí y los deobandis en India.
La "izquierda de Ali" adopta la fórmula de Lenin frente a la religión y a nuestros aliados que son creyentes. "La unidad en esta lucha auténticamente revolucionaria de la clase oprimida por la creación del paraíso sobre la tierra," escribió en 1905, "nos es más importante que la unidad de la opinión proletaria sobre el paraíso celestial."
No se trata de discutir sobre doctrinas y de desdeñar la importancia de lo espiritual y de lo religioso, sino de argumentar contra la premisa de que la religión debe tener un papel en el dominio secular de la vida política. La izquierda global debe estar comprometida con la democracia institucional (la igualdad social y de género, el progreso económico en la sociedad civil y la verdadera institucionalización del poder popular) y la democracia ideológica (los discursos de democracia, bienestar e igualdad).
El periodista y activista indio, Achin Vanaik, señala que, mientras luchamos por esta agenda, los sistemas religiosos deben "aprender cuál es su sitio en esta nueva estructura."
Las religiones "no tienen una dinámica inherente que las lleve a endosar o a reforzar prácticamente los modernos principio del pluralismo y de la democracia. Las religiones del mundo son entidades históricamente formadas con las marcas causadas por esa formación. Pero eso no quiere decir que sean incompatibles con esos modernos principios."
Todo lo contrario, el papel del secularista-socialista es de esforzarse ante los sistemas religiosos sin mostrar su naturaleza "inherentemente tolerante" (una posición liberal), y luchar para hacerlos democráticos y pluralistas si han de ser relevantes en el mundo moderno. Hasta ahora las principales corrientes de las principales tradiciones religiosas no han dado el paso hacia la modernidad, y una crítica a su respecto no debe ser confundida con una posición dogmática contra la religión.
II. Sobre el petróleo
En inglés estadounidense, "Arabia Saudita" se pronuncia "petróleo".
Podríamos decir que la crisis del Islam contemporáneo comenzó cuando el petróleo brotó del desierto para construir, lo que el más distinguido, pero exiliado novelista saudí, Abdelrahman Munif, llamó las "ciudades de sal."
O podríamos decir que comenzó cuando el presidente Eisenhower de EE.UU. y el monarca saudí firmaron un tratado en enero de 1957 que convirtió la defensa de la península en parte del interés de seguridad nacional de EE.UU. Sea cual fuere el origen de la crisis, en lo que se llama tan a la ligera el Oriente Próximo, el papel de Arabia Saudita como actor principal, es difícil de negar.
La Doctrina Eisenhower reconoce que los saudíes constituyen un pilar fundamental del imperialismo de EE.UU.; la actividad disidente de Osama bin Laden en el mundo desde 1990-1991 se relaciona con el control de la familia saudí sobre los sitios sagrados del Islam; además, el crecimiento del militante Islam wahabí en los países del petróleo y en otras partes es un resultado del intento saudí de exportar su forma de conservadurismo social para diezmar a su oposición nasserista (o nacionalista radical) y comunista. La tolerancia de Arabia es una parte vital de nuestro mal actual.
Cuando los oficiales libres de Gamal Abdel Nasser tomaron el poder en Egipto en 1952, enviaron un mensaje por los países del petróleo de que "el petróleo árabe es para el pueblo árabe," o, como lo formuló la oposición comunista sin chovinismo étnico, el petróleo debía ser utilizado en función del interés del pueblo. Esto no podía ser permitido, ni por los actuales gobernantes del petróleo ni por sus jefes supremos imperiales.
Antes de que el Imperio Británico se retirara del servicio activo en Asia occidental, estableció una serie de monarquías creadas con nobles saudíes leales –tales como el clan Ibn Saud (en aquel entonces sólo Sultán del Nayd) dirigiendo Arabia Saudita (1915), y los hijos del emir hashemita Husein, conservador de los sitios sagrados en Arabia, a los tronos de Jordania (Abdullah, en 1921) e Irak (Feisal, en 1921), para no hablar del cultivo de la amistad con la familia Pehlavi en Irán (el coronel Reza Khan de la Brigada Cosaca Persa creó la dinastía Pehlavi después de un golpe en 1925).
El interés creado de esos petrojeques era continuar en el poder, y vendieron su legitimidad secular al imperialismo con tal de mantener incólumes sus tronos. Esta alianza petrolera cultivó y financió corrientes islámicas derechistas para debilitar el nacionalismo radical y el comunismo de Egipto a Irán y fuera de esos países.
La primera gran prueba de esta estrategia ocurrió durante el derrocamiento por la CIA y Pehlavi del líder iraní de tendencia izquierdista Mossadeq (1953): funcionó, y continuó funcionando en Afganistán (de 1979 adelante) y en otras partes.
La 2ª. parte del libro de Ali ("Cien años de servilismo") nos da la clave para el crecimiento del Islam militante, y al hacerlo, la pérdida de la dinámica progresista dentro de la tradición.
En el siglo XVIII, Ibn Saud de Nayd e Ibn Wahhab firmaron un mithaq, un acuerdo vinculante hasta la eternidad, para cosechar el fervor espiritual de Ibn Wahhab al servicio de la ambición política de Ibn Saud.
"Así se sentó la base para una intimidad política y confesional que formaría la política de la península. Esta combinación de fanatismo religioso, inclemencia militar, vileza política y el trabajo forzado de las mujeres, para fundamentar alianzas, fue la piedra base de la dinastía que gobierna actualmente Arabia Saudita" (p. 75).
Citando al novelista Munif y al poeta Qabbani, Ali ofrece una visión panorámica de la devastación del siglo pasado, desde la consolidación de los saudíes (ese "reino de la corrupción") a la destrucción del Irak de Sadam Husein.
Los capítulos están bien escritos y son sanos analíticamente, pero se echa de menos la presencia de la troica (el imperialismo, los petrojeques, los yihadíes disidentes) aunque fuera para verlos como actores y no como portadores de la devastación estructural de Asia occidental y de África del norte.
En la sección sobre Irak, Ali argumenta que la acción imperialista no es antitética con el "supremo de Irak," o la "espada del Islam" en un poema anterior de 1990 de una princesa kuwaití (p. 138), por cierto, que el terrible bombardeo de Irak "no reduce sino que alimenta la criminalidad, de aquellos que la utilizan".
Las guerras del Golfo y de los Balcanes, son ejemplos impecables de un cheque en blanco moral de un vigilantismo selectivo. (p. 150), y de nuevo, "la combinación de la cólera y la desesperación llevarán a más y más jóvenes en el mundo árabe y en otras partes a sentir que la única respuesta al terror estatal es el terror individual" (p. 153).
La mayor parte de los diecinueve hombres del 11-S provenían de Arabia Saudita, armados no sólo de wahabismo, sino también de una profunda antipatía hacia el imperialismo de EE.UU. (convertida a menudo en odio hacia los estadounidenses) –ya que el régimen saudí no permite ninguna expresión de esa animosidad, los medios tácticos adoptados por esos hombres impotentes tenían que ser grotescos.
Considerando el papel prominente jugado por el imperialismo en la construcción de la crisis, parece difícil de imaginar que sea ese mismo imperialismo el que ahora pueda arreglar las cosas. Y es ahí donde la posición de Hitchens es tan terriblemente errónea.
La "izquierda de Ali" (si hay que ponerle una etiqueta) ataca a la troica del imperialismo, los petrojeques y los yihadíes disidentes. Claramente secular, la "izquierda de Ali" lucha contra la ortodoxia de todos matices, contra todos los tipos de fundamentalismo, al mismo tiempo contra la variedad teocrática y la del mercado.