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Medio Oriente

Respuesta a Marcos Aguinis

Días antes de que el terrorismo de estado israelí iniciara su nueva guerra contra el mundo (contra el pueblo palestino, contra la civilización, contra los derechos humanos, contra el derecho internacional, contra los lugares sagrados del Islam, contra los símbolos más queridos de la Cristiandad, contra la vivienda y la obra del mayor poeta palestino vivo, contra la Cruz Roja y los organismos humanitarios internacionales, contra la razón y contra el sentido común), el artículo publicado por el señor Marcos Aguinis el 19 de marzo en el diario "La Nación" de Buenos Aires, titulado "Las Trampas de la Memoria", tuvo la notable particularidad de esclarecer rápida y concisamente al lector respecto a las verdaderas causas que han dado origen a la tragedia de Medio Oriente. Y lo hacía con cierto sabor a nostalgia, evocando aquellas series y películas del Oeste de los años 50 y 60 que, sin respiro, nos enseñaban que los colonos y los cow-boys eran buenos, buenísimos, y los pieles rojas (los verdaderos americanos, dicho sea de paso) malos, malísimos que debían pagar con sangre su pecado de existir: uno apagaba el televisor con la certeza y la tranquilidad de que el mundo era un lugar confiable, que los dos bandos estaban claramente identificados y que siempre podíamos contar, a la vuelta de la esquina, con el 7o de Caballería dispuesto a protegernos luchando por la verdad y la justicia.
Pero los sucesos que desde entonces ocurrieron en Medio Oriente (la continuación de la invasión, la brutalidad sin límites del ejército israelí, la negativa permanente de Israel a la investigación de la masacre de Jenin y su evidente e innegable deseo de sepultar cualquier proceso de Paz que no sea "la paz de Israel", la urgente necesidad de sangre de su gobierno que lo lleva a "represaliar" docenas y docenas de palestinos por cada civil israelí muerto, la cada vez mayor cantidad de voces judías que se levantan contra un estado israelí que sin duda alguna se ha convertido ya en la gran vergüenza de Occidente), transforman mi ironía en pena al descubrir en una nueva aportación del señor Aguinis, titulada ahora "Quien siembra vientos..." y publicada por la Revista Tres Puntos, el fanatismo a toda prueba de ciertos sectores del sionismo. Se trata, otra vez, de un artículo que no presenta una sóla, ¡una sóla!, crítica a Israel, que no nos dice una sóla palabra del sanguinario Sharon y que incluso lo defiende, y que cae en lugares comunes que no sólo demuestran este fanatismo sino la profunda ignorancia de las cosas sobre las que escribe. Una sola muestra: "...había que seguir, pues, mandando centenares de criaturas al frente (como escudos, porque detrás de ellos estaban los francotiradores, por supuesto)..." ¡Pero claro! ¡Cómo no va a decir esto, si las "guerrilleras" y "terroristas" argentinas hacían lo mismo!. "El crimen se encuentra de este modo doblado por la infamia", dice, en su excelente artículo "¿Escudos Humanos?" (El País, 24-04-02), el profesor Antonio Elorza, de la Universidad Complutense de Madrid, cuando se invocó esta misma mentira para justificar la masacre de Jenin. ¿Habrá tenido algo que ver el señor Aguinis en el hecho de que los sinónimos del programa Word para la palabra "palestino" sean: israelita, israelí, judío y semita? ¿Dónde están los palestinos árabes? Imaginemos que fueron catalogados como "semitas". Resulta, sin embargo, que los sinónimos de "semita" son: israelita, hebreo, judío, sefardita, mosaico, hebreo, judaico. ¡Oh, casualidad! ¡Los árabes palestinos, para el Word, no existen!
La Verdad de Aguinis es similar a la del programa "Música y Vida de Israel" (radio República, Buenos Aires, domingos), cuando nos enseña que en la masacre de Jenin "hubo apenas 34 muertos palestinos" según su corresponsal, y según su editorialista "estadísticas que no es el momento de tener en cuenta"; que las casas destruidas en las aldeas palestinas por los bulldozers israelíes "fueron destruidas por los propios palestinos"; que no se permite ingresar a la prensa en los teatros de las masacres porque "el gobierno de Israel necesita tiempo para informar después lo que realmente sucedió", que la misma prohibición a la Cruz Roja y a los organismos humanitarios se debe a que "los heridos y los muertos palestinos son propaganda de Arafat", y que la Unión Europea "defiende a los palestinos porque es antisemita y la culpable del Holocausto". Al margen, me parece que algún día los sionistas nos tendrán que explicar como se puede ser "antisemita" cuando se defienden los derechos del pueblo palestino, esto es, de un pueblo árabe, semita. También nos tendrían que explicar por qué repiten a diario: "¡qué espanto, los antentados suicidas!", pero nunca: "¡Qué espanto, robarle la patria a un pueblo!". ¡Ah, cierto! ¡Perdón, perdón, lo olvidé: Palestina estaba deshabitada!
Sorprende, no obstante, que tanta claridad y repentina lucidez asalten de golpe la inspiración del señor Aguinis, ya que se trata de uno de esos "intelectuales" que han dedicado su vida a la benéfica tarea de generalizar para absolver, a repetirnos hasta el cansancio sus descripciones en primera persona del plural ("todos" los argentinos somos encantadora y atrozmente corruptos; "todos" los argentinos somos encantadora y atrozmente indolentes) evitando, con magistral cuidado y sutil diplomacia, cualquier diagnóstico certero que individualizara a los grandes responsables del desastre argentino.
Pero sorprende aún más que, en estos días, un pretendido intelectual insista todavía en esta paleolítica mecánica redaccional, mezcla permanente de verdades a medias y mentiras descaradas, justamente en un momento en que el mundo está harto, hastiado, del terrorismo israelí, como lo demuestra la simple lectura de cualquier periódico europeo, y cuando hasta el New York Times, habitualmente prosionista, pero preocupado por la atribución a Estados Unidos de las atrocidades cometidas por el estado terrorista de Israel, diga que éste "no puede permanecer en los territorios ocupados y pretender seguir siendo una democracia judía" ("Desplegar tropas en la región es la única garantía de éxito para EE.UU.", Thomas L. Friedman, The New York Times, marzo del 2002). Sí, el mismo Friedman que jamás dice que la violencia es desigual, que jamás aclara que no se trata de "dos bandos" sino de una guerra contra la población civil, una guerra colonial y racista, y que desfigura con la expresión "violencia en Medio Oriente" la terrible limpieza étnica desarrollada por sus amigos sionistas.
¿A qué se debe esta obsesión por ocultar la verdad? ¿Por qué tanta oposición a que las Naciones Unidas investiguen la matanza de Jenin? ¿A qué tanto escandalizarse con las declaraciones de Saramago en vez de condenar enérgicamente al criminal Sharon? ¿Cómo se puede insistir en presentar a los "colonos de los asentamientos judíos", esto es, a los invasores, como "gente de paz que merece ser compensada"? ¿Cómo se puede decir que Israel se retiró unilateralmente "del Líbano sin recibir nada a cambio"? Después de la guerra del Líbano y las masacres de Sabra y Chatila, ¿esperaba el señor Aguinis alguna clase de felicitación? ¿Cómo se puede repetir una y otra vez que "a la guerra (1948) la quisieron y forzaron los árabes, no Israel" y que ahí "comenzó la tragedia palestina. Por culpa de los dirigentes árabes"?. Si Jerusalén siempre fue, excepto por muy breves períodos a lo largo de su varias veces milenaria historia, una ciudad cananea-palestina, es obvio que la pretensión judía de "nunca dividirla" es un mito. Pero, ¿por qué extraño proceso mental concluye Aguinis que la repatriación de los palestinos expulsados por Israel, la vuelta a su patria, a su tierra, a sus hogares, es un mito, cuando no es nada más que una medida de estricta justicia? ¿Cómo se puede seguir hablando de "concesiones enormes" cuando sólo se trata de devolver lo robado? ¿Tanto les cuesta entender que sencillamente tienen que irse de los territorios ocupados, devolviendo lo robado y compensando las muertes, el sufrimiento y los daños causados?.
En su artículo "El sionismo en los EEUU. El verdadero problema", Edward Said recuerda una entrevista que le efectuara el diario israelí Ha'aretz, publicada íntegramente el 18 de agosto de 2000, en la cual el gran intelectual palestino defendía enfáticamente sus puntos de vista y recordaba la histórica y criminal responsabilidad de Israel en la tragedia. Días después, el ex vicealcalde de Jerusalén, Meron Benvenisti, le respondió "en forma asquerosamente personal, llena de insultos y calumnias" contra él y su familia, "pero jamás negó", dice Said, "que hubiera un pueblo palestino, o que hayamos sido expulsados en 1948. En realidad, dijo: los conquistamos, y ¿por qué íbamos a sentirnos culpables?". Said respondió a Benvenisti una semana más tarde, y también esta respuesta fue publicada íntegramente en Ha'aretz. Said, que ha desnudado con meticulosos e irreprochables análisis el comportamiento absolutamente parcial de la prensa norteamericana en torno al conflicto, distingue al sionismo israelí del sionismo norteamericano diciendo que "un sionista israelí...no negaría que hay un pueblo palestino que fue obligado a partir en 1948. Un sionista norteamericano sostendría durante mucho tiempo que no hubo conquista alguna o, como adujo Joan Peters en un libro de 1984, desaparecido y prácticamente olvidado en la actualidad, From Time Immemorial (Desde Tiempos Immemoriales, que obtuvo todos los premios judíos cuando apareció en este país), que no había palestinos viviendo en Palestina antes de 1948. Cada israelí estará dispuesto a admitir y sabe perfectamente que todo Israel era antes Palestina, que (como Moshe Dayan dijo abiertamente en 1976) todo pueblo o aldea israelí tenía antes un nombre árabe... El discurso sionista norteamericano nunca es tan directamente honesto: siempre tiene que irse por la tangente y hablar de hacer florecer el desierto, y la democracia israelí, etc., evitando por completo los hechos esenciales sobre 1948, que han sido vividos por cada israelí. Para el norteamericano, se trata sobre todo de fantasías, o mitos, no de realidades.'
Said intenta una explicación de tal comportamiento en lo que denomina "contradicciones de la culpa diasporica". "Después de todo —se pregunta— ¿qué significa ser sionista y no emigrar a Israel?... Para el sionista norteamericano, por ello, los árabes no son seres reales, sino fantasías de casi todo lo que puede ser demonizado y despreciado, muy especialmente el terrorismo y el antisemitismo...no es la lógica de alguien que ha convivido y que sabe algo específico sobre los árabes. Es la lógica de personas que hablan un discurso organizado y que es motivada por una ideología que considera a los árabes sólo como entes negativos, como la personificación de violentas pasiones antisemitas. Como tales, por ello, hay que combatirlos y si es posible deshacerse de ellos..." Y yo agrego otro dato: efectivamente, como dice Aguinis, en Israel, donde sus ciudadanos saben la verdad y no viven de fantasías, hay manifestaciones pacifistas en contra del terror israelí, de la ocupación, y cada vez más oficiales y soldados se niegan a prestar servicios en los "territorios ocupados". ¿Por qué no vemos estas manifestaciones en la diáspora en vez de vergonzosas "campañas de solidaridad" con el genocidio de Sharon?
Acertada o no la explicación propuesta por Said, es evidente que el señor Aguinis padece, y contumazmente, de mal que pretende atribuir a otros: las trampas de la memoria. Interrumpiendo su placentero viaje por Colorado para iluminarnos acerca de la Verdad de Aguinis, nos dice, respecto a la Partición de Palestina por la ONU, que "los judíos aceptaron el veredicto" y que los árabes, malísimos como sólo ellos pueden serlo, "rechazaron la oferta y proclamaron su intención de arrojar a todos los judíos al mar". Así de sencillo. Sin pasado, sin historia, sin razones, sin motivos. ¿Cuál es la verdad a secas?
La verdad a secas, señor Aguinis, es esta: el 14 de mayo de 1948, horas antes de que concluyera el mandato de Gran Bretaña y comenzara el repliegue de sus tropas, el jefe del Gobierno provisional, David Ben Gurión proclamó el Estado de Israel y lanzó una violenta ofensiva contra los palestinos, que se vieron forzados al éxodo, desencadenando de esta forma la primera de las guerras árabe-israelíes. M. Beguin, líder de la organización terrorista Irgún Zvai Leumí, que, junto con la Haganá, dieron origen al actual ejército de Israel, "consideraba desde el principio la guerra como una oportunidad ideal para expandir las fronteras del nuevo estado, más allá de las fronteras determinadas en la partición por la ONU, y esto a costa de los palestinos." (del historiador israelí Benny Morris en "Tikkun". Marzo/abril de 1998). ¿Es necesario recordar algo más?: "En una discusión interna en 1948, David Ben-Gurión declaró que 'después de que nos convirtamos en una fuerza mayor, como resultado de la creación del estado, aboliremos la partición y nos expandiremos a toda Palestina'... En 1948, Menajem Beguin declaró que: 'La partición de la patria es ilegal. Jamás será reconocida. La firma del acuerdo de partición tanto por instituciones como por individuos no es válida. No comprometerá al pueblo judío. Jerusalén fue y será para siempre nuestra capital. Eretz Israel (la tierra de Israel) será devuelta al pueblo de Israel. Toda. Y para siempre." (Noam Chomsky, "El triángulo fatídico.")
Con la creación en 1948 del Estado de Israel, éste ocupó por la fuerza el sector Oeste de Jerusalén, así como diferentes zonas de la Ribera Occidental y de la franja de Gaza, sumando 22 por ciento más de lo asignado, y reduciendo el territorio palestino a sólo el 23 por ciento de su extensión original. Dice Sami Hadawi, en su libro "Cosecha amarga.": "...Menajem Beguin relata que "en Jerusalén, como en otras partes, fuimos los primeros en pasar de la defensiva a la ofensiva... Los árabes comenzaron a huir aterrorizados... La Haganá estaba realizando exitosos ataques en otros frentes, mientras todas las fuerzas judías avanzaban a través de Haifa como un cuchillo cortando mantequilla". Los israelíes arguyen ahora que la guerra en Palestina comenzó con la entrada de los ejércitos árabes a Palestina después del 15 de mayo de 1948. Pero ésa fue la segunda fase de la guerra; pasan por alto las matanzas, las expulsiones y los desposeimientos que tuvieron lugar antes de esa fecha y que hicieron necesaria la intervención de los estados árabes."
No quiero detenerme en los hechos posteriores a la Partición, porque son relativamente recientes, su información abundante, y quedará, en todo caso, para una próxima oportunidad. No parece, por ejemplo, existir mejor manifestación de fundamentalismo que seguir insistiendo en el "trato justo" de los Acuerdos de Oslo, como si fuera "trato justo" la devolución de un porcentaje de lo robado, "trozos de tierra sin coherencia ni continuidad, con unas instituciones de seguridad destinadas a garantizar el sometimiento a Israel y con una vida que le empobrecía para que el Estado israelí pudiera prosperar" (Said). Bien dice Miguel A. Bastenier, subdirector de El País (30-01-02, "El problema de la solución. ¿Es irresoluble el conflicto palestino- israelí?"), que "...el primer ministro anterior a Sharon, el laborista Ehud Barak, con la inmensa mayor parte de la opinión israelí apoyándole, redefinió a fin de los noventa el problema territorial logrando que la prensa internacional presentara muy mayoritariamente la evacuación de cerca del 90% de Cisjordania como una concesión, cuando lo que expresaba era el propósito de proceder a la anexión de cerca de un 10% de Palestina, de nuevo infringiendo mandatos de la ONU...". Como "ni la aritmética ni el algodón engañan", sigue diciendo Bastenier, en los hechos "...el 94% de la cuenta de la vieja se convertía en poco más de un 80%, y, por añadidura, como, dentro de ese 20% que se anexionaba Israel, figuraban cinco bases militares situadas a lo largo del valle del Jordán, el perfil del 80% restante resultaba tan enrevesado que el futuro Estado palestino se veía dividido en más de una docena de fragmentos separados entre sí por 480 kilómetros de vías de comunicación israelí, que serían siempre consideradas propiedad del ocupante..."
Pero resulta fundamental, para quien quiera acercarse sin prejuicios al conflicto de Medio Oriente, entender esto: Israel lleva adelante una guerra contra la población civil, no solo infame, sino anacrónica. Durante los siglos 17, 18, y 19, para no remontarnos más allá en la historia, era moneda corriente que las naciones "civilizadas" expandieran sus fronteras o imperios mediante el expeditivo recurso del genocidio de los pueblos aborígenes, los cuales, por lo general, no tenían a nadie que hablara por ellos en las ciudades "importantes". La permanente calificación de "bárbaros", "salvajes", "paganos" (ahora, "terroristas"), justificaba en sus libros jurídicos el espantoso derecho de conquista y tranquilizaba por la noche sus inmundas conciencias. Cuando el sionismo nos repite hasta el cansancio que Israel "es la única democracia de la región" (¡cómo si fuera democracia un régimen capitaneado por un genocida, y cuyo eventual "recambio electoral" es el salvaje Netanyahu!), no pretende otra cosa que volver a introducirnos esta idea en la cabeza. Pero esta vez se equivoca, y groseramente: no solo los árabes no son "salvajes", no solo los palestinos no están solos, sino, y sobre todo, la comunidad internacional hoy rechaza tajantemente el infame derecho de conquista. ¿Cómo podría un argentino, por ejemplo, pretender defender la soberanía en las islas Malvinas apoyando, a la vez, al estado colonialista de Israel? El estado de Israel nació mal, hijo de un parto terrorista, y vivió y vive mal, merced a la conquista y la ocupación. Esto fue tapado por la conciencia culpable europea que se arrepentía de su comportamiento durante el Holocausto, y luego por la simplificación que en todos los ordenes imponía la Guerra Fría. Lo que ahora sucede, finalmente, no es otra cosa que el despertar de la Historia.
Es esencial, por tanto, repasar las primeras etapas del proceso que desembocó en la creación del estado de Israel, sobre las que el sionismo deliberadamente nunca quiere hablar y que han sido deliberadamente silenciadas por gran parte de la prensa mundial. ¿Cuánto hace que los diarios argentinos no publican los mapas de Palestina a lo largo de la secuencia del conflicto, como sí hacen, por ejemplo, los diarios europeos? ¿Por qué no se publican mapas detallados de los "asentamientos", cuya sóla visión revelarían la voluntad israelí de impedir el nacimiento de cualquier estado palestino "sustentable" e iniciados ¡ironías de la vida!, por el partido laborista del "demócrata" Shimon Peres? Y también hay que decir una palabra respecto al repugnante recurso de manosear el recuerdo del Holocausto para justificar las atrocidades del sionismo.
¿Por qué es necesario todo esto? Porque "...ha habido demasiada sangre palestina derramada, demasiado desprecio y demasiada violencia racista por parte de Israel para que puedan repetirse unas conversaciones como las de Oslo, con la intervención del más parcial de los mediadores, EE UU..." (nadie puede ser tan ingenuo como para suponer que el genocidio palestino se lleva adelante sin el asentimiento, o, al menos, la "vista gorda" de Bush), y porque "...es preciso dar la importancia debida a las décadas de sufrimiento palestino y los verdaderos costes humanos de la política destructiva de Israel, antes de que ninguna negociación conceda una posición injusta a unos Gobiernos israelíes que han pisoteado los derechos palestinos del mismo modo que han derribado nuestras casas y matado a nuestra gente. Toda negociación árabe-israelí que no tenga en cuenta la historia -para lo cual es necesario un equipo de historiadores, economistas y geógrafos con conciencia- no merecerá la pena......Las negociaciones sólo pueden discutir sobre cuándo se producirá la retirada total, no qué porcentajes está dispuesto a conceder Israel. Un conquistador y un vándalo no puede conceder nada: debe limitarse a devolver lo que ha robado y a pagar los abusos de los que es responsable, igual que Sadam Husein debía pagar y pagó por su ocupación de Kuwait..." (Said)
En suma, una solución equitativa para el conflicto de Oriente Próximo debe bucear las causas fundamentales del conflicto, y esta causa no es otra que el hecho de que a los palestinos se les arrebató su patria milenaria, sin su consentimiento y en general por la fuerza, a un pueblo al que las Naciones Unidas, el sentido común, la justicia y el sentir democrático universal "reconocen todos los derechos sobre una tierra que el Gobierno de Jerusalén ocupa sólo por derecho de conquista" (Bastenier). Todos los crímenes posteriores, de ambos lados, incluido el tan remanido "terrorismo" de los atentados suicidas, no son más que la consecuencia inevitable de esta injusticia original. Esta es la verdad, así de simple.