VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Medio Oriente


LA PROFANACION COMO CONSIGNA DEL EJERCITO SIONISTA

Palestina: Destrucción y degradación
8 de mayo del 2002
Amira Hass
ZNet en español

El edificio del Ministerio de Cultura de la Autoridad Palestina convertido en letrina-residencia de tropas israelíes durante un mes. Nadie se hacía ilusiones de que el Ministerio de Cultura palestino, que ocupa cinco de los ocho pisos de un nuevo edificio en el centro de El Bireh, se salvaría de la suerte que corrieron otras oficinas de la Autoridad Palestina en Ramala y otras ciudades, es decir, de la casi completa destrucción de su contenido, especialmente sus equipos electrónicos e informáticos.
Después de todo, las Fuerzas de Defensa Israelíes mantuvieron tropas en el edificio durante aproximadamente un mes.
Había vehículos armados estacionados permanentemente frente al edificio, alrededor del cual se iban acumulando las imágenes ya familiares de la destrucción: automóviles aplastados, pilas de tierra amontonada, zanjas, pavimentos deshechos, cercas de piedra y postes eléctricos derribados, cables sueltos y nubes de polvo y suciedad cubriendo todos los vehículos, los árboles y los techos, en capas cada vez más gruesas.
El Ministerio de Cultura está ubicado en una amplia zona residencial que el ejército israelí mantuvo bajo toque de queda, incluso después de su retirada parcial de Ramala el 21 de abril y su atención especial al asedio de las oficinas del Presidente de la Autoridad Palestina, Yasser Arafat. Todas las noches los vecinos, escondidos en sus casas, escuchaban el estrépito del impacto de los objetos arrojados por las ventanas del Ministerio de Cultura.
Durante los 10 días precedentes al levantamiento del sitio de la oficina de Arafat, las fuerzas desplegadas en este edificio disparaban todas las noches al edificio Asra, situado enfrente del ministerio, en la ladera de la colina.
Al principio, los residentes del barrio trataban de detectar la presencia de palestinos armados que tal vez hubieran abierto fuego al azar en dirección de la base militar. Pero no había palestinos armados por ninguna parte. Los vecinos llegaron a la conclusión de que los disparos eran una forma de diversión nocturna de los soldados, y no les quedaba más remedio que permanecer despiertos y alerta durante cuatro o cinco horas noche tras noche, escuchando los disparos incesantes contra los muros y el edificio Asra, y el impacto de los fragmentos de piedra desprendidos, que caían directamente sobre el techo de una pequeña casa contigua, y el eco de estos ruidos resonando por todo el valle al este del edificio.
Cuando una de las balas se incrustó en la pared de la casa de H. y de sus dos hijas, decidieron irse.
Una noche, el barrio se despertó al son de ladridos, y los vecinos comprobaron que alguien había conectado un altavoz a una grabadora, y estaba reproduciendo una grabación de ladridos. A los pocos minutos, todos los perros del barrio se habían unido al coro, y el alboroto se fue extendiendo a barrios más distantes. Otra noche en blanco.
Este es un barrio tranquilo, de casas de piedra de uno o dos pisos rodeadas de jardines y con abundantes cipreses y árboles frutales. L. recuerda cómo su marido plantó algunos de esos árboles hace varias décadas. El carácter rural del barrio no se vio afectado a pesar de la proximidad de las calles más transitadas y los altos edificios comerciales que se construyeron en los últimos 10 años.
Pocos días después de la retirada parcial de las tropas, los vecinos escucharon con asombro el ruido de las excavadoras y las sierras cortando la fila de cipreses frondosos.
Uno de los cipreses derribados yacía atravesado en la carretera, como barrera natural contra los vehículos, y un albaricoquero lleno de fruta había sido arrancado del huerto de una mujer del barrio, para quien lo más importante en esta vida es cuidar de su hijo de 35 años, retrasado mental. En la noche del miércoles, primero de mayo, una vez levantado el sitio de las oficinas de Arafat y después de que los tanques y vehículos acorazados se hubieran ido, los funcionarios y administradores del ministerio que se precipitaron de regreso al edificio, no esperaban encontrarlo como lo habían dejado.
Los empleados de la emisora de radio y televisión local, Amwaj, también se apresuraron a regresar, al igual que los empleados de la televisión local, Istiqlal, que ocupan tres pisos del edificio.
Pero lo que encontraron sobrepasaba sus peores presagios, y dejó atónitos también a los agregados culturales de los consulados extranjeros que visitaron el lugar al día siguiente.
En las oficinas, todos los equipos electrónicos e informáticos estaban destrozados o habían desaparecido: computadoras, fotocopiadoras, cámaras, escáneres, discos duros, equipos de edición por valor de miles de dólares, televisores. La antena de transmisión en lo alto del edificio había sido destruida.
Los teléfonos habían desaparecido, así como una colección de objetos de arte palestinos (sobre todo telas bordadas a mano). Tal vez estaban enterrados bajo las pilas de documentos y muebles, o tal vez se los habían llevado. Los muebles habían sido arrastrados de un lugar a otro, destrozados por los soldados, amontonados. Las estufas de gas estaban tiradas sobre montones de papeles desparramados, libros tirados, diskettes, discos y vidrios rotos.
En el departamento dedicado al fomento del arte infantil, los soldados habían embadurnado todas las paredes con pinturas que encontraron allí y destruyeron todos los cuadros pintados por los niños.
En todas las habitaciones de los diversos departamentos --literatura, film, cultura para niños y jóvenes-- había libros, discos, folletos y documentos amontonados, manchados de orina y excremento.
Hay dos cuartos de baño en cada piso, pero los soldados orinaron y defecaron por todo el edificio, en muchas de cuyas habitaciones vivieron durante casi un mes. Hacían sus necesidades en el suelo, en floreros vacíos, incluso en cajones que sacaban de los escritorios.
Defecaron también en bolsas de plástico y las esparcieron por varias habitaciones. Alguien consiguió defecar incluso en una fotocopiadora.
Los soldados orinaban en botellas de agua mineral vacías que dejaron por docenas en todas las habitaciones del edificio, en cajas de cartón, entre pilas de basura, sobre escritorios, debajo de escritorios, junto a los muebles que habían destruido, entre los libros para niños que habían tirado al suelo.
Algunas de las botellas se habían abierto y la orina se había derramado. Era especialmente difícil entrar a dos de los pisos del edificio, debido al intenso hedor de las heces y la orina. También había papel higiénico, sucio, esparcido por todas partes.
En algunas de las habitaciones, cerca de las pilas de mierda y papel higiénico, quedaban restos de comida pudriéndose. En una esquina, en un cuarto en el que habían defecado dentro de un cajón, se habían dejado varias cajas de frutas y verduras. Los retretes estaban inundados y llenos de botellas de orina, heces y papel higiénico.
En comparación con lo que suelen hacer en estos casos, los soldados no garrapatearon demasiado en las paredes, excepto algún que otro candelabro, símbolos de Israel, estrellas de David y alabanzas al Betar, el equipo de fútbol de Jerusalén.
Alguien se dejó olvidada la etiqueta de identificación de su perro. Su nombre está registrado en la redacción del periódico.
El Ministerio de Cultura Palestino está considerando preservar el edificio en el estado en que se encuentra, como monumento.
A la hora de enviar este artículo a la prensa, las Fuerzas de Defensa Israelíes no habían dado todavía ninguna respuesta.

Fuente: Znet

Traducido por Francisco González