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Medio Oriente

9 de abril del 2002

¿Quién dicta la política de EEUU en Oriente Medio?

Robert Fisk
The Independent
¿Cuál es la sorpresa? De pronto Israel no quiere recibir nuestros consejos. El ex general Ariel Sharon prefiere seguir destruyendo a la Autoridad Nacional Palestina y hacer trizas el acuerdo de Oslo en nombre de su guerra santa al terror. ¿Por qué tendría que preocuparse por el escandaloso número de víctimas civiles entre los palestinos? Después de todo, ¿acaso no cumplió el mismo Estados Unidos su venganza por los atentados del 11 de septiembre matando a docenas de civiles inocentes en uno de los países más pobres de la Tierra? Debo admitir, sin embargo, que sentí una sombría satisfacción cuando oí la perpleja e incoherente respuesta de Bush a la negativa de Sharon de retirar a su ejército de la Franja Occidental.
Después de todo, el primer ministro es el hombre que envió a su ejército a Líbano en 1982 para "erradicar el terrorismo palestino" -nótense la idéntica retórica y el mismo elenco- y cuyas fuerzas "de elite" asesinaron a 17 mil 500 personas, casi todas civiles. Sharon es el hombre que luego envió a sus despiadados aliados falangistas a los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Beirut, donde masacraron a mil 700 civiles palestinos, acto del cual la propia comisión investigadora israelí lo encontró "personalmente responsable". Los indicios que han surgido recientemente en Beirut revelan que la mayoría de esos refugiados fueron asesinados en las dos semanas posteriores a la matanza original después de que los sobrevivientes habían sido entregados de vuelta a la Falange por los propios soldados israelíes. Entonces, ¿por qué habría Sharon de detenerse ahora?
Si Bush quiere contener a su rebelde aliado, ¿por qué no le hace algunas preguntas? ¿Por qué no le pregunta qué ocurrió con los más de mil prisioneros palestinos que han desaparecido en manos israelíes durante las últimas dos semanas? ¿Qué pasó, por ejemplo, con los cinco hombres, atados como pollos y vendados de los ojos, a quienes descubrí en el asentamiento judío de Psagot? ¿Qué sucedió a las masas de jóvenes a quienes vi que se llevaban en un autobús cuyas ventanas estaban cerradas con alambres, el cual dio la vuelta a Jerusalén y tomó hacia el oeste, hacia la carretera a Tel Aviv? ¿A cuántos de estos jóvenes se les somete a tormentos en centros de interrogatorios o en el Conjunto Ruso, el principal complejo de tortura de Jerusalén occidental?
Pero como los soldados de Bush son expertos en vendar los ojos y amordazar a prisioneros musulmanes, y llevarlos ante tribunales militares especiales, ¿por qué habría Sharon de preocuparse? Mes tras mes, mientras Sharon hacía pedazos los acuerdos de Oslo, aceleraba la construcción de colonias judías en tierra árabe y enviaba sus escuadrones de la muerte a asesinar palestinos, el gobierno de Bush, temeroso de ofender a los isralíes, le permitió hacer lo que quería. En respuesta a los perversos bombazos suicidas, Bush expresó indignación. En respuesta a la agresión israelí, llamó a la moderación... y no hizo nada.
Una vez más, ¿de qué hay que sorprenderse? Durante meses los medios de comunicación estadunidenses se han negado a decir a su auditorio y a sus lectores qué ocurre en los territorios ocupados. Sus periódicos han destacado profusamente a articulistas que animan a Sharon a cometer actos cada vez más salvajes. ¿Qué se supone que hagamos? Por ejemplo, un artículo reciente de William Safire en The New York Times se refería, como de costumbre, a los civiles israelíes asesinados por palestinos, pero de los civiles árabes muertos decía que habían caído "en el fuego cruzado", que es lo más cerca que los periodistas se atreven a llegar de decir que los culpables fueron israelíes. Safire cae en el viejo juego de llamar "territorios en disputa" a los que están sometidos a ocupación, grotesca distorsión de la verdad en la cual insistió el Departamento de Estado en un documento emitido por su titular, Colin Powell. Pero Safire añade una nueva amenaza a los periodistas que quieran decir la verdad: "Son territorios en disputa", escribe; "llamarlos ocupados revela un prejuicio contra el derecho de Israel a contar con lo que deberían ser fronteras seguras y defendibles". Bien se puede ver hacia dónde se dirige este argumento. Si tenemos un prejuicio contra los derechos israelíes, estamos a un paso de ser llamados antisemitas.
Pero, ¿qué debo hacer con estas estupideces? ¿Debo fingir que los soldados que detuvieron mi automóvil y me apuntaron con sus armas la semana pasada en la Franja Occidental eran suizos? ¿Debo creer que la jerigonza en que gritaban los soldados a las mujeres palestinas desesperadas por salir de Ramala era birmano?
Safire recibe llamadas frecuentes de Sharon (y luego insiste en contarnos las más recientes fantasías del primer ministro), pero mi viejo amigo Tom Friedman, en su cada vez más mesiánica columna en The New York Times, incluso lo ha superado: "Israel necesita dar un golpe militar que muestre a las claras que el terror no da resultado", advirtió la semana pasada. ¿Qué, en nombre de Dios, hace un periodista estadunidense apremiando a Sharon a ir a la guerra? Friedman estuvo conmigo en los campos de Sabra y Chatila. La semana pasada, sin embargo, también aconsejaba amistosamente a los palestinos adoptar una resistencia no violenta, al estilo Gandhi. Para él, "un movimiento palestino no violento, que hablara a la conciencia de la mayoría silenciosa israelí, hace 30 años habría logrado un Estado palestino". De sobra está decir que cuando unos occidentales, entre ellos dos británicos, realizaron una protesta pacífica en Belén y fueron heridos a tiros por un soldado israelí, Friedman se quedó callado.
La razón por la que los palestinos recurrieron a los bombazos suicidas, según Friedman, no fue la desesperación con la ocupación -esa ocupación, claro, a la que Safire dice que no debemos referirnos-, sino porque están "tan cegados de furia narcisista" que han perdido de vista la santidad de la vida humana. Y así por el estilo. Puesto que hemos bestializado a los palestinos durante tantos años, ¿por qué habría de sorprendernos que una sociedad produzca a la larga esos mismos monstruos que siempre creyó ver en ellos? Hasta el discurso de Bush la semana pasada, en el que despachó a Powell a su misión "urgente" de paz, dándole siete días para llegar con toda calma a Israel, se reservó el veneno para los palestinos. Y luego no ve por qué Sharon prefiere mantener su ejército en el campo.
Esta semana, pues, será crucial en la relación entre Estados Unidos e Israel, una prueba verdadera para la presidencia de Bush. Descubriremos quién -Washington o Tel Aviv- dicta la política estadunidense en Medio Oriente. Sería agradable creer que es el primero. Pero no estoy seguro.
© The Independent
Traducción para La Jornada: Jorge Anaya