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Medio Oriente

21 de abril del 2002

Desde las ruinas de Yenín, la verdad sobre una atrocidad

Phil Reeves
The Independent
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Todavía hay que recuperar a todos los muertos de las putrefactas ruinas del campo de refugiados de Yenín, pero ya ha comenzado una nueva batalla. Está siendo librada no con balas, sino con palabras.
Israel ha lanzado una inmensa campaña de publicidad para contrarrestar la cólera de la comunidad internacional ante los eventos de la quincena pasada. El premio –en última instancia– es la historia misma.
La tarea de Israel ha sido facilitada por los funcionarios palestinos que se apresuraron a hablar de una "masacre" – una afirmación que no ha sido probada.
Las huestes de portavoces del gobierno de Israel y sus medios han aprovechado esas afirmaciones para montar una coartada que equivale a decir, que como no hay prueba de una masacre, no hay nada por lo que tengan que responder. Es lo mismo que si se llama a un policía a investigar un asesinato y que encuentre sólo una violación –y se pase a ignorar todo el crimen.
Sin embargo ya se sabe bastante sobre lo que sucedió en Yenín como para decir que Israel ha cometido una atrocidad horripilante.
Israel despachó el 2 de abril su ejército al campo de refugiados con la misión de desarraigar "la infraestructura terrorista". No cabe duda que el laberinto de moradas del campo, que albergaba a unas 13.000 personas, era un bastión de Hamás, Fatah y Yihád Islámica – grupos que han enviado a numerosos atacantes suicidas a cometer asesinatos en Israel.
El ejército –que llegó con helicópteros Apache, tanques, bulldozers e infantería – se encontró con una imprevista y encarnizada resistencia. Murieron veintitrés soldados israelíes, de los cuales 13 murieron en una emboscada el 9 de abril. El ejército respondió arrasando cientos de hogares, muchos con gente en su interior. El ejército israelí dice que advirtió a los civiles antes de aplanar las casas. Los periodistas han encontrado a palestinos del campo que recibieron advertencias y a otros que no las recibieron.
Amnistía Internacional tiene una compilación de declaraciones recogidas por un experto en el derecho internacional. Dice que hay un patrón entre los testigos que dicen que las casas fueron arrasadas con grandes cantidades de civiles en su interior, que no tuvieron la opción de evacuarlas. Citando esos testimonios, Derrick Pounder, profesor de medicina forense de la Universidad de Dundee, ha llegado a la conclusión que los informes de grandes cantidades de muertos civiles son "altamente creíbles".
Tampoco cabe duda que las fuerzas armadas israelíes bloquearon durante seis días el acceso de las ambulancias del Comité Internacional de la Cruz Roja y de la ONU, impidiendo que recogieran cuerpos, que auxiliaran a los heridos y que dieran ayuda a cientos de civiles traumatizados –incluyendo niños– que habían permanecido dentro del campo.
Israel impuso esa prohibición cuando existía todos los motivos del mundo para pensar que habían cuerpos en vida bajo los escombros. Había, y sigue habiendo, una cantidad desconocida de cadáveres no recuperados, su presencia es evidenciada por el espantoso hedor que emana de las ruinas.
Los palestinos hablan de otras atrocidades, con diferentes grados de plausibilidad. Hay historias persistentes, como el caso de Jamal Mahmoud Fayed, un hombre discapacitado mental de unos 30 años. Los testigos dicen que fue matado en su hogar después que el conductor del bulldozer ignoró las súplicas de su familia de que se detuviera. Persisten las afirmaciones de una fosa común y de ejecuciones – denegadas por Israel.
Cuando The Independent visitó la devastada escena el lunes, Kamal Anis nos llevó a un túmulo. Insistió que era el sitio en el que vio que el ejército derribaba una casa sobre una tumba con 30 personas.
Sentado sobre el montón de polvo que solía ser su casa, el señor Anis nos describió ayer cómo los soldados israelíes le ordenaron a la gente que saliera de sus casas. Uno de los residentes, Jamal al-Sbagh era sordo. Anis dijo que los soldados ordenaron que todos los hombres se desvistieran. El señor Sbagh no pudo oír la orden. Parece que uno de los soldados israelíes pensó que estaba desobedeciendo deliberadamente y que inmediatamente lo mató a tiros.
Un diplomático extranjero superior ha entrevistado a unos 40 sobrevivientes heridos, exclusivamente testigos de primera mano. Dice que sus relatos incluyen a un individuo que trataba de rendirse al que le dispararon; a personas que estaban dentro de sus casas, las que fueron derribadas sobre ellos, y en un caso un soldado que lanzó una granada de concusión dentro de una pieza llena de gente después de haber encendido el gas. Es seguro que resultará que algunas de estas historias resultarán ser inexactas. Pero, ¿está mintiendo toda esa gente? ¿Y qué pasa con el ejército israelí? Siempre ha insistido que hace todos los esfuerzos posibles por evitar víctimas civiles. Y sin embargo su historial de los últimos 18 meses es de persistentes ataques contra civiles palestinos, incluyendo niños. El tema ahora es si tendrán éxito los que quieren rescribir la historia para ocultar las atrocidades de Yenín. Tal vez sea así.
Hace un año, Israel lanzó su primera "incursión" a la Franja de Gaza. Los estadounidenses se enfurecieron y Mr. Sharon retiró sus fuerzas dentro de 24 horas. El Primer Ministro de Israel ignora ahora los insistentes pedidos de EE.UU. para que abandone las áreas administradas por los palestinos; el ejército va y viene a su gusto.
En junio del año pasado, Israel lanzó sus primeros ataques con F-16 contra Cisjordania y el mundo se horrorizó correspondientemente. En estos días, los ataques de los F-16 apenas provocan un levantamiento de cejas. Tal vez pronto consideraremos que la muerte y la devastación en Yenín también es aceptable. El Presidente George Bush ha allanado el camino, refiriéndose a Mr. Sharon –cuando ya emergían los horrores de Yenín– como "un hombre de paz".
Israel pretende que es víctima de una doble moral. Sus funcionarios dicen con razón que los grupos palestinos que envían a atacantes suicidas a matar y mutilar a israelíes no se preocupan para nada de las Convenciones de Ginebra. Pero es difícil utilizar el terrorismo de Hamás para justificar el terrorismo de un estado soberano que pregona a los cuatro vientos sus valores democráticos.
Israel también sabe que la verdadera cantidad de muertos no será jamás conocida (se piensa que la lista de residentes en Yenín de la ONU es inexacta). Sus funcionarios siempre estarán en condiciones de cuestionar cualquier lista de los desaparecidos, de los presuntos muertos, que se presente.
El jueves, después de ver la devastación en Yenín, Terje-Roed Larsen, el enviado de la ONU en el Oriente Próximo, declaró que era "una mancha que vivirá eternamente en la historia de Israel".
Apenas había pronunciado esas palabras, cuando comenzaron los ataques personales. El señor Larsen era un "partidario entusiasta de Yasir Arafat," declaró el periódico israelí Ma'ariv. ¿E Israel? Era la víctima de "odio, hostilidad y de críticas vacías. sin base".
Que se lo digan a la gente que estaba excavando ayer con sus manos desnudas en los escombros de Yenín.
Phil Reeves en Jerusalén y Justin Huggler en Yenín, 20 de abril de 2002
http://news.independent.co.uk/world/middle_east/story.jsp?story=286934


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