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Medio Oriente

4 de diciembre del 2002

Cómo probar fehacientemente que no se posee algo
Unas inspecciones muy singulares

Alberto Piris
Estrella Digital

Las inspecciones que han comenzado en Irak, para comprobar el cumplimiento de las resoluciones de la ONU sobre el desarme del régimen de Bagdad, son fuente de curiosas paradojas. Cualquier persona se encontraría en serias dificultades para probar fehacientemente que no posee algo. "ˇDemuestre usted que no posee un chalé en las Bahamas!", llenaría de perplejidad a quien así fuese interpelado. Quizá, una vez cotejados los títulos de propiedad de todos los chalés del citado archipiélago, la persona requerida podría mostrar que su nombre no figura entre ellos. Ni aún así se llegaría a tener seguridad de que no era propietario a través de persona interpuesta.
Claro está que ese no es exactamente el mismo caso que el de las armas de destrucción masiva de las que se pide a Irak que pruebe su carencia. Sin embargo, es evidente, para cualquiera que recurra a la lógica más elemental, la dificultad de demostrar, de modo indiscutible y con pruebas irrebatibles, que no se posee algo. Pues bien, a pesar de esto, el señor Hans Blix —jefe de la misión inspectora de la ONU— ha afirmado: "Si los iraquíes declararan que carecen de tales programas [de armas de destrucción masiva], tendrían que mostrar pruebas documentales o de otro tipo". Por sorprendente que sea, las cosas están así.
Si lo que de verdad se pretendiera fuese comprobar la existencia o no de tales armas, más lógico hubiera sido el camino directo: dígame qué armas de destrucción masiva posee y dónde están. Si me miente, y los inspectores confirman el engaño, el resultado será la guerra. Esto es inteligible para cualquier gobernante. Pero pedirle que demuestre que carece de algo parece propio de una pesadilla burocrática al estilo kafkiano.
Veamos otro detalle de interés. El adjunto al secretario de Estado norteamericano, Richard Armitage, en una entrevista radiofónica afirmó que Irak "oculta programas de fabricación de armas nucleares, biológicas o (sic) químicas". La conjunción disyuntiva da a la frase un sentido ambiguo, pues parece no saber cuál es el tipo de armas allí fabricadas, a la vez que afirma su existencia. Pero eso no es todo: la única prueba que adujo para sustentar su afirmación es que "Sadam ha mentido anteriormente y lo volverá a hacer". Al ser preguntado por qué Irak consideraba la resolución 1441 del Consejo de Seguridad como un pretexto norteamericano para ir a la guerra, respondió que eso era una simpleza. Su anterior razonamiento, por el contrario, le debió parecer una rigurosísima construcción cartesiana.
Para completar esta antología de despropósitos, conviene no pasar por alto las recientes declaraciones de una portavoz de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, el otro organismo que —con la ONU— contribuye a las inspecciones. "Hemos recibido muchísimas promesas de cooperación [del Gobierno de Bagdad] y pensamos que estamos empezando muy bien, pero no nos lo creemos del todo". Aunque cualquier inspección debe plantearse con la necesaria desconfianza que prevenga contra posibles engaños, no parece muy diplomático mostrarlo inicialmente y con tal crudeza. Tanto más cuanto que destacados miembros de la Administración Bush han manifestado su falta de fe en el desarrollo de las inspecciones, sembrando la sospecha de que la intención última de EEUU es la de ir a la guerra, sea cual sea el resultado de aquéllas, si así conviniera a sus intereses.
Entre los más destacados miembros del entorno del presidente Bush está el adjunto al secretario de Defensa, Paul Wolfowitz, ardiente impulsor de la guerra contra Irak. Declaró que para que las inspecciones tuvieran éxito "debería haberse producido un cambio genuino en la disposición mental y emocional" de Sadam Husein. Sería preciso que el equipo de inspectores incluyera psicólogos que pudieran valorar la autenticidad de ese tipo de cambio, o que entre los detectores y medidores del equipo hubiera algún nuevo artefacto capaz de captar tal modificación en el cerebro del dictador iraquí. Wolfowitz, además, ha opinado hace pocos días que si Bagdad sigue afirmando que carece de armas de destrucción masiva, eso será un signo claro de negativa a cooperar. Y la falta de cooperación conduce a la guerra, como ya ha dejado bien claro el presidente Bush. Para no dejar lugar a dudas, esta misma semana Wolfowitz visita Turquía para concretar con el Gobierno de Ankara los detalles previos al ataque a Irak.
El único modo de entender la singularidad de estas inspecciones es no olvidar que se desarrollan bajo la omnipresencia de una "guerra" universal contra el terrorismo, que está condicionando la política exterior de EEUU más de lo que sería razonable. El ataque a Irak tendrá o no lugar, con independencia de que este país posea uno u otro tipo de armas. Esa es la dura realidad y las inspecciones no pasan de ser una concesión temporal a las potencias menos interesadas en que arda otra vez Mesopotamia, a fin de que Washington pueda mostrarles alguna prueba de que es necesario atacar a Irak y acabar con Sadam Husein. A no ser que un progresivo reforzamiento del aspecto humillante de las inspecciones le cause una pérdida de prestigio ante su propio pueblo, lo que facilite su eliminación sin llegar a la guerra. Pero será la Casa Blanca la que decida el camino a seguir y no la ONU ni sus inspectores.
* General de Artillería en la Reserva . Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM). albepir@eresmas.net