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Medio Oriente

28 de octubre del 2002

"Paremos la guerra contra Irak"

Higinio Polo
Rebelión

En Barcelona, como en otras ciudades europeas, el domingo 27 de octubre se había convocado una manifestación a las doce del mediodía bajo el lema de "Aturem la guerra contra l'Iraq". Paremos la guerra contra Irak. A las 12 todavía no eran muy nutridos los grupos de manifestantes que se congregaban en la plaza de Cataluña, pero después el cortejo ocupaba toda la Vía Layetana, aunque con holgura. Una furgoneta lanzaba al aire algunas canciones, y algunos esforzados jóvenes repartían folletos, hojas que hablaban del imperialismo, convocatorias para asistir al Foro Social Europeo de Florencia, a principios de noviembre, en autocares que atravesarán Francia durante toda la noche; ofrecían octavillas, con una declaración de mujeres norteamericanas que mostraba su rechazo a la guerra con palabras sensatas -"no se puede construir una vida feliz sobre una tierra contaminada por la violencia", "no hay un objetivo más grande que la paz-, y otros papeles semejantes.
Cuando la manifestación llegó ante el gobierno civil los manifestantes se congregaron ante la plaza. Es difícil decir cuántos eran. Unos cuántos miles, que después los asistentes verán reducidos por las cifras ofrecidas por la policía. Por allí pasaban las banderas catalanas que llevaban los militantes de Comisiones Obreras, las rojinegras de los anarcosindicalistas, los estandartes del ecologismo, las banderas rojas. No había apenas banderas nacionalistas, probablemente porque los nacionalistas están más preocupados por otros asuntos y no por las amenazas de guerra lanzadas por el presidente norteamericano Bush. Al fondo, unos animosos muchachos y muchachas de Joves Comunistes acompañaban con sus tambores los gritos de protesta. Ante ellos pasó la máscara de Bush, acompañada por la muerte, que alzaba una guadaña negra. Algunos carteles, modestos, escritos en árabe con premura, eran levantados por otros grupos de manifestantes. Un periodista leyó unos folios llenos también de sensatez, mientras los gritos de protesta arreciaban por la utilización de las bases norteamericanas en España como plataforma de agresión, con el beneplácito del gobierno de Aznar. Después volvieron a oírse otras canciones y el estrépito de los tambores.
A lo lejos, sin que los manifestantes se percatasen, flameaba la bandera rojigualda de la monarquía española, solitaria, como una antigua fatiga suspendida sobre el edificio del Gobierno Militar, recortada ante la muralla de la montaña de Montjuïch.
Algunos manifestantes miraban hacia allí, tal vez forzados por los rayos del sol que llegaban con fuerza tras la tarima del orador, o atraídos por la brisa que venía del mar. En ese instante, un muchacho muy joven enarboló la bandera republicana ante el estrado, como si quisiera tapar la que temblaba, lejos, sobre el Gobierno Militar. Llevaba una camiseta con la efigie del Che Guevara en el pecho y una leyenda escrita en inglés en la espalda: The revolution. Tal vez lo hacía para enviarle un mensaje a Bush. El muchacho miraba al periodista que leía la declaración unitaria, y lo hacía al tiempo que ondeaba la bandera tricolor de la digna república española. Me di cuenta entonces de que el anciano jubilado que tenía a mi lado observaba al muchacho en silencio, sin perder detalle.