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Medio Oriente

2 de octubre del 2002

El islamismo marroquí

Gema Martín Muñoz

Uno de los factores más relevantes de las elecciones marroquíes ha sido el ascenso de los islamistas, reflejando así de manera más real el mapa político del país. Y esto por varias causas. De un lado, el Gobierno de alternancia de 1998 transformó profundamente el paisaje político marroquí al llevar a él a los que hasta entonces representaban la oposición tradicional. Como los partidos hassanianos, habitualmente gubernamentales, no tenían credibilidad social para actuar como oposición, ese espacio ha sido ocupado por los islamistas. Por otro, los islamistas han estado sobre el terreno y sus asociaciones caritativas ayudan verdaderamente a los necesitados.
Es más, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) se ha preocupado por estar en contacto con sus seguidores, mientras las otras fuerzas políticas vivían agudas crisis internas y en su mayor parte participaban en un Gobierno que no ha logrado t ransformaciones socioeconómicas que beneficiasen a la población. Pero un elemento clave de la realidad marroquí es que las organizaciones islamistas representativas, el PJD y al-'Adl wa-l-Ihsan del shayj Yassin, han contribuido activamente a evitar la argelinización del escenario político. Son los propios islamistas, coincidiendo con la demás clase política y el palacio, quienes no desean un triunfo arrollador, porque saben que el marco internacional no les favorece y que el sistema marroquí no lo aceptaría. De ahí que el PJD sólo se haya presentado en algo más de la mitad de las circunscripciones. Pero, eso sí, lo ha hecho en las urbanas, porque el islamismo, como en el resto del mundo musulmán, no es sólo un movimiento de los pobres en las periferias urbanas, sino que también tiene arraigo en las universidades y en sectores urbanos muy politizados como los jóvenes con formación (hombres y mujeres). El grupo del shayj Yassin no se ha presentado, pero tampoco ha hecho una campaña radicalmente contraria a las elecciones. Su posición es la de tener peso político sin participar en el sistema, porque, a diferencia del PJD, no acepta el modelo monárquico establecido y en ello basa también su fuerza de oposición.
Hay que tener en cuenta que el islamismo en Marruecos es históricamente reformista o moderado, y no existe una verdadera implantación del islamismo violento en este país. Hubo en agosto pasado la detención de unos 40 islamistas, vinculados a la Salafiyya Jahidiyya, pero en realidad no son más que grupúsculos de veteranos de la guerra de Afganistán que a su vuelta mezclaron la delincuencia con el discurso integrista. Este epifenómeno ha sido inflado por los servicios de inteligencia marroquíes por dos razones principales: mostrar el celo marroquí en la nueva guerra contra el terrorismo, presentándose como un país fiable, y perjudicar a los islamistas reformistas de cara a las elecciones. Lo importante es que existe un consenso generalizado, que asumen los propios islamistas, de que su participación debe ser tranquila, y esto es un factor que da estabilidad política a Marruecos y le ofrece unas posibilidades de desarrollo democrático que no se perciben en sus vecinos árabes.