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Latinoamérica

21 de marzo del 2002

Colombia: La guerra estalló por miedo a la paz

Florencio Rodil Urrego
Grupo México de Tercos por la Paz en Colombia

El pasado 20 de febrero la frágil paz colombiana que se construía desde hace tres años fue rota unilateralmente por el presidente Andrés Pastrana. Reclamando bendición divina y protección angelical, porque en tiempos modernos como los actuales, la visión maniquea de buenos y malos, santos o demonios, con la que el bushismo interpreta al mundo se ha convertido en la única razón posible para justificar los actos de guerra. No caben los matices, las interpretaciones u otras razones, se está o no se está, con los dictados imperiales: You are with us or you are with the terrorist, Bush dixit. Ya desde el mes de enero, se sabía, se intuía, que la guerra era la única salida, sólo faltaba el pretexto. El secuestro de un senador, atribuido sin mayores investigaciones, a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), derramó, a decir de Pastrana, la gota del vaso que otras fuerzas, el propio ejército colombiano y sus cofrades paramilitares no habían dejado de llenar desde el mismo momento en que la paz se planteó como una realidad posible de cese al fuego y hostilidades para un abril al que no se debería llegar.
Miedo a la paz, sí, aunque parezca paradójico. La paz en Colombia ha tenido en los últimos tiempos altos costos: para la guerrilla, porque la experiencia histórica de las últimas décadas ha demostrado que la paz significa más muertos que la guerra. A mediados de los ochenta otro movimiento guerrillero, el M19, firmó la paz y su integración a la "sana" política colombiana. Hoy se cuentan por cientos los militantes asesinados de esa agrupación. La Unión Patriótica que por la misma época quizo ser el brazo político de las FARC luchó en las urnas y disputó el poder democráticamente obteniendo resonantes triunfos: senadurías, diputaciones y alcaldías fueron ganadas limpiamente. Naturalmente eso no gustó a la oligarquía que considera a Colombia como su coto privado. La Unión Patriótica, en un acto que recrea toda la historia del país, fue diezmada, totalmente masacrada. Dos candidatos presidenciales, la mayoría de sus representantes populares y cerca de cinco mil militantes fueron asesinados. Esta experiencia muestra las formas que asume la "política a la colombiana" cuando los intereses de la clase dominante están en riesgo. El saldo final de esta incursión guerrillera por las "vías democráticas" le produjo muchas más bajas que los veinte años de guerra en ese entonces.
Es justa la desconfianza, la falta de credibilidad de los negociadores de las FARC. Cómo confiar, cómo creer en las palabras de un gobierno que representa a la misma oligarquía que pocos años atrás hizo pedazos los intentos de jugar el juego de la democracia en una cancha que ellos consideran exclusiva. La paz que en estas condiciones ofrecen no es más que pura retórica, no un compromiso real que cambie la estructura actual del poder y siente las bases para una justicia social que es el verdadero anhelo de todo el pueblo colombiano.
Los medios, radio, prensa, televisión, sientan constantemente a la guerrilla en el banquillo de los acusados, sobre todo en este último proceso de negociación, y de manera muy acomodaticia suelen "olvidar" el episodio de la negociación de paz con Betancourt en 1985, cuyas consecuencias acabamos de mencionar. No se diga más, el miedo a la paz tiene sus causas.
Pero la paz tiene igualmente un alto costo para la oligarquía colombiana, actor principal e indiscutible de todo el juego político colombiano. El desenlace predecible del proceso de paz con las FARC tenía ingredientes para la discusión que disgustaban mucho a la oligarquía, su ejército y su gobierno: la democracia, la justicia social, el compromiso con el modelo neoliberal. La agenda de negociación ya firmada por Pastrana, recogía las demandas planteadas por la guerrilla una vez dadas las condiciones del cese al fuego y hostilidades. Se pondrían a debate las reformas económicas, políticas y sociales, necesarias y reales, para sustentar el desmantelamiento de su lucha.
Negociar, debatir con la guerrilla su sacrosanto "modo de vida", sus "negocios" y sus "prebendas", es simple y llanamente inaceptable para la oligarquía colombiana. Particularmente ahora que se ha sentido fortalecida por el endurecimiento de la política norteamericana después del 11 de septiembre; que "su ejército" ha recibido el más alto nivel de entrenamiento en labores de contrainsurgencia y los amplísimos recursos del militarista Plan Colombia; que "sus fuerzas irregulares", los paramilitares, prohijados por los grandes terratenientes, han logrado paralizar a luchadores campesinos, sindicalistas y defensores de derechos humanos, objetivos hoy en día, de una guerra sucia de la que poco se habla pero bien que les sirve. No, la paz no les interesa. Hasta dónde, habría que reflexionar, el proceso de negociación iniciado por Pastrana fue tan sólo la cortina de humo que les procuró el tiempo suficiente para prepararse para la guerra que sin mayor empacho ahora proclaman.
Los entretelones de esta guerra ampliamente anunciada servirán de pretexto para seguir ocultando la única realidad tangible de poco menos de doscientos años de dominación de una de las oligarquías ancestrales de América Latina: 33 millones de colombianos (82.5% de una población de 40 millones) sumidos en la pobreza y exclusión. 2 millones de desplazados y 4 millones de migrantes forzosos. Guerra que oculta también corruptelas de toda índole de un gobierno que se ha distinguido por su ineptitud y complicidad.