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Latinoamérica

24 de septiembre del 2002

Cambio de embajador mexicano en Cuba
Genuflexión tlatelolca

Carlos Fazio
La Jornada

Jorge Castañeda Jr. es el nuevo paradigma mexicano de la política como espectáculo. De la canibalización de la política, como aporte principal de los hombres del "cambio" a esa mascarada de democracia que es el México foxista. El resultado es escandaloso y lamentable, aunque la "multitud" -como la llama Toni Negri- no alcance a percibir todavía sus estragos. En primer lugar, para expresarlo con las representaciones de la animalidad tan caras a Castañeda -conocida como es su fobia a ese animal llamado caballo-, el cusquito de Tlatelolco ha convertido la política exterior de México, otrora digna y principista, en el hazmerreír del mundo diplomático. Cual perrito faldero, cada vez que Bush y Colin Powell truenan los dedos, el "patrón" del changarro SRE Corp. mueve la colita y babea genuflexo. Después gruñe y enseña los dientes a quienes se atreven a desafiar los intereses de Washington.
Dócil a la voz del amo, agresivo con quienes cree vulnerables, a eso se reduce su famosa política del "bilateralismo multilateralista": obsecuencia lacayuna hacia los mandones, autoritarismo soberbio hacia abajo. Como decía Bourdieu y antes Fanon, el peso de las estructuras objetivas de dominación permite que los dominados no sólo las soporten, sino que contribuyan a su dominación y a la construcción de esas estructuras. Para muestra un botón: "Todos los países se inclinan ante Estados Unidos por una u otra razón, y México no será la excepción", dijo con su fatalismo servil ese travestido de la política que ha hecho de las relaciones con Cuba una enfermedad de miedo personal y un presente a sus patrones en Washington.
En la diplomacia esquizoide de El Nene Castañeda, su bestiario -como síntoma de los antiguos pánicos sagrados, incorporado por los colonialistas de turno como herramienta de dominación- no incluye (hasta ahora) lobos ni ratas y tampoco gallos como los que aterraban al pequeño Arpad. Según es público y notorio, debido a traumas adquiridos en su fase de infantilismo academicista (se dice que ocasionados por una negativa a acceder a los archivos confidenciales sobre Ernesto Che Guevara en La Habana), El Güero -como le llaman los cuates de la cofradía tlatelolca- experimenta una histeria de angustia obsesiva hacia el caballo, en particular los de una raza cubana denominada Fidel.
Sin embargo, el virrey Castañeda -siempre tan enjundioso en sus interpretaciones paranoicas de la realidad y en sus dislates totalitarios en favor de la guerra global del neofascista Bush- también parece presentar a últimas fechas síntomas fóbicos por los pezecillos de colores caribeños. Algo muy a tono con su sintomatología neurótica anterior. Según coligen los especialistas a raíz del patético sainete intitulado "Me perdonas, te perdono", protagonizado por el subsecretario designado de la cancillería, Mauricio Toussaint -conocido por su don de gentes y hombre ducho, si los hay, en las discretas maneras del arte de la diplomacia-, Castañeda logró contagiar sus miedos fantasmales a su amigocho y subordinado. Y en su afán de hacer pasar la pantomima grotesca por realidad, dado que la política como espectáculo requiere violencia, sangre o morbo sensacionalista vía los medios como agente de domesticación, Castañeda convirtió la lavandería de Tlatelolco en una gran pecera estilo Arena México. Según recogieron los cronistas, en la puesta en escena de la fábula neodarvinista del tiburón y la sardina, versión posmoderna, el papel de matón de barrio correspondió al pez gordo bocón, muy excedido en tonelaje (Toussaint), y al apaleado embajador del voto inútil (Ricardo Pascoe) le tocó estelarizar a un furtivo pezecito tropical. Aunque salió respondón, de antemano, como en la dialéctica del amo y el esclavo, Pascoe tenía la pelea perdida. Era tan dispareja la contienda, que esta vez los rudos de Tlatelolco no necesitaron gusanos de Miami ni de la otra Cuba como carnada para vencer al técnico camarada. Y como la ficción es hoy realidad virtual, aunque el respetable vio empate y acaso una victoria moral de la sardina sobre el tiburón, el todavía embajador en Cuba tiene los días contados.
Todo indica que Pascoe será defenestrado. Y que Castañeda enviará a La Habana a una "empleada" de carrera, la embajadora Roberta Lajous. La priísta vivía feliz en Nueva York como representante alterna ante la ONU, donde hacía mancuerna con su viejo amigo Adolfo Aguilar Zinser, quien ocupa un asiento en el Consejo de Seguridad. Por su manejo dictatorial y desaseado, Castañeda precipitó la salida del subsecretario Miguel Marín Bosch, fino y acreditado diplomático. Marín cumplía cierta función de contrapeso ante los recurrentes exabruptos del titular del ramo. Pero el golpe de autoridad de Castañeda fue una jugada a dos bandas. Por un lado, al quitarle a la Lajous descobija en más de un sentido a su ex compinche Aguilar Zinser, y le pone de espía al ex embajador en Costa Rica, Carlos Pujal. Por otro, al enviar a la anticastrista Lajous a La Habana busca acentuar la nueva línea de bloqueo diplomático de México a Cuba. Es decir, en un nuevo gesto de genuflexión, guiña un ojo a Washington. ¿Y Fox qué hace? Como gerente del reality show México S.A., apoya a El Nene.