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Latinoamérica

7 de junio del 2002

Uruguay y Argentina

Angel Guerra Cabrera
La Jornada

El presidente de Uruguay, Jorge Batlle, provocó un incidente diplomático con Buenos Aires cuando la tele sacó al aire las cáusticas aseveraciones que le habría hecho en privado a un reportero sobre su colega Eduardo Duhalde y sobre Argentina. Aparte de sus consecuencias para la relación bilateral, arregladas al parecer en familia entre Batlle y Duhalde, la revelación puso sobre el tapete el cuasi endémico síndrome del avestruz que aqueja a los gobernantes latinoamericanos. No importa que las recetas neoliberales hayan destrozado la economía y lo que quedaba de soberanía, liquidado las conquistas sociales y culturales de generaciones, así como hundido en la pobreza a más de la mitad de los habitantes de Argentina. Tampoco que ello anuncia dónde puede llevar ese modelo a todos los pueblos de la región. No. Según nuestros ilustres hombres de Estado ese no es el problema. El problema es mencionarlo siquiera y el simple expediente de la negación conjura la posibilidad del contagio sugerida al presidente uruguayo por su entrevistador. ¡Uruguay no es Argentina!, le respondió un Batlle al borde de la histeria, dejando sin respuesta el tema de fondo introducido por el periodista: de la aplicación de un mismo modelo económico deben esperarse consecuencias semejantes. Batlle huyó despavorido de este análisis.
Y es comprensible, porque los indicadores económicos y sociales de Argentina y Uruguay guardaban una semejanza sorprendente en el momento del colapso de la primera. Veamos lo que dice al respecto el autor uruguayo Daniel Olesker en Rebelion.org: "ambos países llevan ya tres años y medio de recesión..., la deuda externa es muy alta y relativamente similar, la cuenta corriente... es deficitaria y relativamente similar, el déficit fiscal es muy alto y similar... y la pobreza es muy alta en Uruguay y mucho más en Argentina". A ello podría añadirse que el sistema financiero uruguayo está basado en el mismo esquema de corrupción que el argentino y que la fuga de dólares es incontenible en los bancos de Montevideo. Batlle responde con ajustes a lo De la Rúa: que traigan dinero "fresco" del FMI, acentuando el perverso círculo vicioso endeudamiento-crisis-endeudamiento. Si Uruguay ha podido escapar hasta ahora parcialmente a los efectos más dramáticos de la crisis argentina se debe a que allí, a diferencia del país vecino, la resistencia popular impidió la privatización total del patrimonio nacional y la destrucción de los sistemas de protección social.
Paradojas de la historia, la formación social uruguaya surgió en el primer cuarto del siglo XX de circunstancias endógenas y exógenas excepcionales, entre ellas la sensibilidad y la visión de José Batlle Ordóñez, abuelo del actual presidente, quien impuso a la oligarquía un régimen de justicia social y profunda orientación democrática para su tiempo a cambio de que aquélla conservara el latifundio ganadero. Desde entonces y hasta hoy la lucha de una clase obrera y sectores de capas medias muy politizados y celosos de la soberanía ha tratado de conservar la utopía batllista que la oligarquía intenta liquidar desde los años 50, ahora con el nieto del prócer al frente. El marco democrático y cultural instaurado por Batlle Ordóñez y aquella lucha estimularon la aparición en los 60 de una alternativa político-militar tan creativa y audaz como los Tupamaros y el posterior surgimiento del Frente Amplio, esfuerzo unitario y democrático que constituye un referente para la izquierda en la región. Fue el Frente Amplio quien posibilitó la acción más temprana, consciente y exitosa de las masas latinoamericanas contra las medidas neoliberales mediante el histórico plebiscito que frenó parcialmente las privatizaciones en Uruguay.
Los uruguayos podrían revertir la política económica que lleva a su país al despeñadero con una acción enérgica encabezada por el Frente Amplio, como la que realizaron para imponer el plebiscito. Ello daría un extraordinario estímulo a la rebelión argentina y podría inspirarle formas superiores de organización y unidad de acción. En fin de cuentas, Uruguay y Argentina están unidas por una historia común de opresión oligárquica y despojo imperialista, que en su fase actual pretende destruirlas como naciones. Juntos sus pueblos tendrían más posibilidades de encontrar una salida patriótica y democrática a la actual crisis. Pleitos de politiqueros son anécdotas menores.
guca@laneta.apc.org