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Latinoamérica

La verdad prisionera

Antiterroristas frente al espejo
La doble moral de Estados Unidos acoge a verdaderos terroristas y permite condenar a hombres que su único "delito" es luchar contra ese flagelo
FÉLIX LÓPEZ

El preámbulo de este artículo fue un e-mail enviado a decenas de amigos, para sugerirles la lectura de un valioso material titulado "La doble moral de Estados Unidos acerca de los terroristas" (www.geocities.com/ppsmexico/). Su principal valor —además de las verdades que desnuda— es que, a pesar de estar escrito fuera de las fronteras de la Isla, coincide con más de una denuncia cubana.
Su autor, Saul Landau, no puede ser tildado de ignorante. Lo avala su prestigio como director de Medios Digitales y Alcance Internacional en el Colegio de Letras, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Politécnica de California, en Pomona. Si necesita dar más créditos a sus palabras, agregue que es un estudioso de la política norteamericana.
Saul Landau no hizo otra cosa que escribir sus preocupaciones sobre un tema que merece la atención de todos los hombres y mujeres honestos de este mundo: "A la luz de la campaña antiterrorista de los Estados Unidos y la reciente condena de cinco cubanos en el Sur de la Florida, a quienes el Gobierno de Cuba envió para impedir el terrorismo, necesitamos claridad acerca de palabras, hechos y motivos".
Según Landau, el 11 de septiembre los norteamericanos perdieron en pocas horas varios miles de vidas, puestos de trabajo y quizás hasta la inocencia nacional: "Pero lo que esos terroristas hicieron a New York y Washington, nuestros agentes lo han hecho a otras gentes y lugares, o hemos licenciado a mercenarios para que hagan nuestro terrorismo".
Para probar esta afirmación bastaría un mínimo de conocimientos históricos sobre las relaciones entre Cuba y Estados Unidos a partir de enero de 1959. De la misma manera que un grupo de terroristas destruyó las Torres Gemelas e hirió al edificio del Pentágono, la CIA ha ayudado por décadas a terroristas anticubanos a poner bombas, incendiar y asesinar en Cuba.
Solo entre 1959 y 1963, como revelan documentos desclasificados, el gobierno norteamericano, por mediación de su tenebrosa CIA, dio luz verde a miles de operaciones de sabotaje contra propiedades cubanas, y a misiones de asesinato contra el Comandante en Jefe Fidel Castro y otros líderes de la Isla. Esos expedientes, sin embargo, nunca han sido archivados por sucesivos gobiernos norteamericanos en la categoría de Terrorismo.
DOBLE INTENCIÓN DE UN PLAN DE VUELO
Más cercano en esta cronología del terror, está el incidente fabricado (durante la primavera de 1995) por el terrorista José Basulto y sus secuaces de Hermanos al Rescate. Luego de presentar un falso plan de vuelo de misión a las Bahamas, volaron desde Miami a La Habana y lanzaron volantes contrarrevolucionarios sobre la ciudad. La pregunta es obvia: ¿cómo hubiera reaccionado la Fuerza Aérea de Estados Unidos ante una provocación de tal naturaleza?
Pocos norteamericanos conocen que, junto a los impúdicos vuelos, comenzó a ejecutarse una campaña paralela por parte de los grupos mafiosos de Miami, dirigida a dañar la economía de la Isla, y de manera especial a su mayor fuente de ingresos de divisas. El propio terrorista Luis Posada Carriles confesó a un reportero de The New York Times, sin ningún escrúpulo, que ejecutivos de la Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA) habían financiado un plan de colocación de bombas en instalaciones turísticas.
Pero el FBI no movió un dedo ante esas declaraciones y mostró poco entusiasmo para responder a las solicitudes de Cuba: jamás se investigó el papel de los mafiosos de la Florida en el tema de las bombas, y a lo más que llegaron los funcionarios de Seguridad Nacional de la administración Clinton, fue a implorar a Hermanos al Rescate que detuvieran sus vuelos, advirtiéndoles que podían ser derribados.
Existen pruebas de que en enero de 1996 un funcionario del Consejo de Seguridad Nacional llegó a escribir una carta —con el membrete de la Casa Blanca— al Comisionado de la Autoridad Federal de Aviación (FAA) solicitando que suspendiera las licencias de pilotos a los hombres de Basulto, reincidentes en la presentación de falsos planes de vuelo. Pero la FAA, al igual que el FBI, no hizo nada. Y la Casa Blanca, acostumbrada a pasarse con ficha en estos temas, no insistió.
Cuba, sin obtener resultados a sus demandas formales de que el Departamento de Estado impidiera los vuelos sobre su territorio, advirtió soberanamente que habría graves consecuencias. El gobierno de la Isla ya había recibido suficientes pruebas de que su contraparte norteamericana no enfrentaría a los terroristas anticubanos con base en la Florida. La única opción, de acuerdo con su estado de necesidad, era la de penetrar a los violentos grupos de Miami con agentes encubiertos, y conocer así de sus planes terroristas.
El colmo de la infamia alrededor del juicio a los cinco jóvenes cubanos, ha sido el de vincular a uno de ellos, Gerardo Hernández Nordelo, con el incidente del 24 de febrero, cuando un trío de aviones de Hermanos al Rescate volvió a violar el espacio aéreo de Cuba, y dos de ellos fueron abatidos, tras reiteradas advertencias de los controladores aéreos de La Habana, mientras que José Basulto, cual capitán araña, escapó con vida al volante del avión principal.
La fuente que avisó a las autoridades cubanas no fue precisamente Gerardo Hernández Nordelo, sino un hombre del gobierno de los Estados Unidos. La noche antes del vuelo fatal, en un concierto en Washington D.C., Richard Nuccio, el experto en Cuba de la Casa Blanca, informó a dos reporteros que él estaba enterado de un vuelo sobre Cuba al día siguiente. Uno de los periodistas llamó a un diplomático cubano en Washington para conocer su reacción.
Fue así cómo un funcionario estadounidense informó, indirectamente, al Gobierno cubano el plan de vuelo de Hermanos al Rescate, un hecho que los acusadores minimizaron o ignoraron cuando inventaron a Gerardo el cargo, nunca probado, de conspiración para asesinar. Lo más increíble es que uno de los testigos clave de la fiscalía ha sido el propio José Basulto, entrenado por la CIA, con un amplio historial contrarrevolucionario, y veterano militante terrorista.
Después de los atentados del 11 de septiembre, los estadounidenses podrían haber comprendido mejor lo que los cubanos sintieron cuando aviones no autorizados penetraron una y otra vez en su espacio aéreo. Pero esa comprensión no le llegó al acusador del gobierno, ni al jurado, ni a la jueza en el caso de los cinco cubanos. ¿El motivo? La actual administración norteamericana, en pago a los favores del Miami anticubano, se ha negado a incluir esta lógica en su contexto.
El propio presidente George W. Bush, en su cruzada bélica y mediática, ha reiterado que el país que aloje a terroristas es culpable de los crímenes cometidos por estos; y ha reconocido la necesidad que tienen hoy los gobiernos de infiltrar a sus agentes en los grupos terroristas. Al parecer, lo primero es una "autocondena", porque el presidente protege a quienes desde Miami organizan y ejecutan todo tipo de atentados contra el pueblo cubano; y después valida, tal vez sin querer, el derecho de Cuba a penetrar esas mafias de criminales.
La simulación del gobierno norteamericano respecto al tema, ya fue bien definida por Saul Landau, articulista estadounidense del que les hablé al inicio: "De vez en cuando algún alto funcionario de EE.UU. nos advierte de otro inminente ataque terrorista, pero ninguno de ellos menciona a los terroristas internos. Estamos ante un extraño grupo de conservadores en la Casa Blanca que ignora aquella sentencia de Edmund Burke, abuelo del conservadurismo moderno: Ustedes se están aterrando a sí mismos con fantasmas y apariciones, mientras que su casa es una guarida de malhechores.