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Latinoamérica

19 de mayo del 2002

Argentina: ¿Se cae todo a pedazos?

Alcances y límites del desconcierto de 'arriba' y la fuerza de 'abajo'
Daniel Campione

Dentro de las creencias políticas populares (e incluso de la militancia) ocupa un lugar la de que las clases dominantes, la derecha política, siempre tienen acuerdos estratégicos y tácticos básicos, poseen una unidad de acción y pensamiento que le permite planificar el futuro y actuar en consecuencia.
Esa no parece ser la realidad en la Argentina de hoy, en que la falta de propuestas, la carencia de imaginación, parece descender desde 'arriba'. El discurso oficial sigue dominado por la lógica de 'generar confianza' para que los capitales inviertan. De lo contrario, se nos dice, acudirán los ominosos espectros sin rostro, que nos hundirán aun más... Y allí termina todo, si excluimos alguna promesa asistencialista escasa de recursos y hasta de convicción.
El aparato del estado no tiene ninguna capacidad de orientación sobre el decurso social, la tentativa de armar una política de consenso multisectorial (el Diálogo Social) languidece casi desde sus comienzos. Los políticos 'símbolo' de la corrupción generalizada siguen merodeando el poder para seguir haciendo grandes negocios, mientras se pueda (Barrionuevo, Manzano, Nosiglia), en un gobierno que se repliega sobre sí mismo, no sólo incapaz de ampliar su arco de alianzas, sino en dificultades crecientes para mantener las que ya posee. Los bancos tratan de cargar sobre el estado los costos de la debacle financiera; compañías privatizadas, petroleras, laboratorios medicinales, supermercados y demás sectores del capital, alimentan la inflación negándose o desvirtuando cualquier 'tregua' o acuerdo de precios. Cada cual 'atiende su juego' en un estilo que ni siquiera remite a 'ceguera' económico- corporativa, sino a desapego de la sociedad argentina, a la que parecen estar dispuestos a abandonar junto con sus activos, si se les traba de mínima manera la maximización de sus ganancias, o si las cosas se ponen 'feas' en el plano político. El gran capital de nuestra era globalizada, móvil y flexible como nunca, parece apostar a la ruina total como forma de resolver la situación a su favor, ya sea de inmediato o en el mediano plazo. Allí están el Fondo y el Departamento de Estado, anunciando que sólo prestarán auxilio cuando la sociedad argentina 'haya sufrido lo bastante'. Es que la gran empresa, los detentadores del poder económico mundial, parecen haberse cansado definitivamente de esta sociedad con veleidades de autonomía, capaz de generar inopinadas reapariciones de partidos con banderas rojas y formas organizativas de 'tipo soviético' (así leen algunos a las asambleas y los piquetes). Y hasta de sus políticos profesionales, cuya misma docilidad con ese poder y las culpa que ello genera, les engendra en ocasiones actitudes odiosas, vistas desde 'arriba'. Saludar el default con una ovación fue un gesto incoherente e inefectivo de nuestra 'clase política', pero con carga simbólica negativa para los dueños del poder mundial. Que esos profesionales de la política comprometidos hasta la médula con el 'ajuste estructural' y los negocios corporativos, se permitan esas actitudes, habrá inspirado a lúcidos analistas el interrogante ¿De qué no serán capaces los que siempre se opusieron, si llegaran siquiera a aproximarse al poder político?
En ese cuadro no aparece una voz unificada y convocante de parte del establishment, capaz de convertir en programa la barahúnda de demandas a menudo incompatibles: No hay partidos nacionales de derecha, ya que Ucedé y Acción por la República pueden considerarse muertos, y el PJ y la UCR no son verdaderamente tales, ya que han aprendido a plegarse a las demandas del gran capital, pero no a formular políticas compatibles con éstas y a la vez concitar apoyos políticos más amplios. No hay un foro empresario que tenga una voz autorizada (ni siquiera algo parecido a los 'capitanes de la industria' de los 80 y comienzos de los 90'), no hay bases institucionales ni consenso social para un golpe militar o alguna forma de 'fujimorización', las llamadas eclesiásticas al diálogo y la concordia naufragan en medio de demandas corporativas incapaces de articularse. La dirigencia política sigue recluida para no exponerse a los continuos actos de repudio, los bancos tapiados para protegerlos de la indignación de los ahorristas, el poder político, económico y cultural vive como 'asilado' en el territorio que domina, temiendo el 'escrache'. Tanto la desgastada elite política, como los sindicalistas, otrora eficaces a la hora de contener el conflicto social, practican una suerte de 'papelón permanente': Contradicen sus afirmaciones horas después de hacerlas, levantan paros por 'mal tiempo', suspenden actos proselitistas por falta de público, rifan los restos de su liderazgo con alianzas imposibles, como Alfonsín apuntalando al gobierno Duhalde, o este último nombrando a la esposa de Barrionuevo ministro de Trabajo y a un dirigente sindical de tercera línea jefe de gabinete.
A la hora de pensar vías que no incluyan rupturas institucionales o 'gobiernos de emergencia', si algo han agotado los todavía dueños del poder es su creatividad: Frente a la parálisis económica y la indignación generalizada, insisten con sus propuestas clásicas: reducción del gasto público, privatización de lo remanente, más y más concesiones a la gran empresa. Usan una lógica similar a la de aquéllos médicos medioevales que procuraban curar con sangrías a quién había sufrido una hemorragia. Y para la tarea casi imposible de volver a prestigiar esas políticas, hacen emerger candidatos con rótulo de 'nuevos' pero responsabilidades elevadísimas en los últimos diez años de política argentina, como cada uno a su modo tuvieron Patricia Bullrich, Ricardo López Murphy y Mauricio Macri. No en vano muchos miembros del establishment optan por eludir esos fuegos de artificio y buscar lo más potable para ellos dentro del PJ (descartada la UCR por razones más que obvias), como Reutemann o De la Sota, pero tampoco hay nada sólido detrás del (precario) atractivo electoral de esos nombres. Las elecciones presidenciales siguen pareciendo demasiado cerca (si se adelantan, sin tiempo para armar nada capaz de captar los votos suficientes) o demasiado lejos (por las amplias posibilidades de profundización de la crisis y protesta social).
Duhalde trata de levantar la vista de la coyuntura inmediata, mirada para la que no parece tener buenas aptitudes, con una propuesta de plebiscito y reforma constitucional, que no parece destinada a recoger demasiadas adhesiones. En medio del altísimo nivel de desocupación y pobreza, discutir sobre presidencialismo o parlamentarismo aparece lejano y abstracto. Todo indica que tampoco por el lado de la reforma del régimen político encontrarán la salida.
Y mientras tanto ¿qué ocurre 'abajo'? entre la inmensa masa de empobrecidos, desocupados, explotados y asqueados, por la ruidosa (y dolorosísima) decadencia del orden social y político argentino. Muchas cosas, pero una fundamental: La fuerte reaparición, en sectores aun no mayoritarios pero sí amplios de la sociedad, de la voluntad de tomar el destino en las propias manos, de intentar construir desde abajo una sociedad diferente, ante la total pérdida de confianza en la 'dirigencia' (no sólo la política, sino la empresarial, la sindical, la religiosa) de nuestro país. La cacerola, el corte de ruta, son vistos, aun de modo difuso, como vías para desarrollar la protesta incorporando la construcción de una nueva fuerza social. Va quedando claro que desde el Poder no se puede esperar nada más que la renovada voluntad de hacer grandes negocios a costa de la mayoría, de profundizar la distribución regresiva de la riqueza, de silenciar o de última reprimir al que cuestiona. Despunta la falacia de aquél 'La Argentina tenemos que arreglarla entre todos o no la arregla nadie', porque está claro que ese 'todos' incluiría a la conjunción del poder económico, social, político y cultural, cuyos 'arreglos' equivalen siempre al sufrimiento de la inmensa mayoría. El pluralismo que todo lo conciliaba, predicado hasta el hartazgo en los años de la restauración constitucional, es otro de las tantas creencias que agonizan en medio de la crisis. Despunta con claridad la existencia de 'enemigos', de contradicciones que no pueden resolverse por consenso, sino por un impulso que desde abajo imponga sus propias soluciones.
Es cierto que ha pasado, en rigor ya hace un par de meses, el pico de movilización desatado en diciembre, pero el nuevo estado de ánimo, la renovada disposición a luchar , la radicalización de las demandas de sectores antes inactivos o de preferencias 'moderadas', todo eso sigue en pie, y no le será facil de erradicar a los partidarios del statu quo. El 19 y el 20 de diciembre, todo indica, no fue un 'destello' coyuntural, sino el comienzo de un nuevo ciclo, o si se quiere el final de una etapa en que las secuelas de la dictadura afectaron la mente y los cuerpos de millones de argentinos.
Las organizaciones de asambleístas, piqueteros y afines han quedado dueñas de las calles, junto con los partidos de izquierda, únicos que aun pueden desplegar sus banderas en la vía pública. Y esas calles son a menudo utilizadas como un espacio de deliberación, de construcción colectiva de iniciativas. Se acumulan viejas y nuevas consignas, discusiones sobre los más variados temas, infinitos boletines y publicaciones, se procura incursionar en el control colectivo de actividades como la salud o la educación, articular la reivindicación del día a día con la demanda política más general. Hasta el trueque se politiza, y un reciente 'nodo' es apadrinado por las Madres. Y todo en base a una organización deliberativa, horizontal, que asume la pluralidad y se preocupa por defender su autonomía frente a los intentos de dirección 'externa'. Ante esta realidad, las fuerzas de izquierda necesitan no ya 'reacomodarse' (que es lo que todos intentan hacer), sino autorreformarse, ponerse en condiciones de actuar en una realidad social cualitativamente nueva, donde se ha quebrado el perverso orden social post-dictadura, pero eso no construye por sí sólo un orden nuevo. El desconcierto de la derecha amplía el espacio virtual de la izquierda, es cierto, pero no producirá por si sólo el hundimiento de la estructura de poder existente, ni provee la lucidez necesaria para destruirla y llevar al triunfo a la autodeterminación popular. Hoy prolifera en los ámbitos de discusión popular una crítica 'antiizquierdista' en cuyo río revuelto pescan, a no dudarlo, quiénes traen en sus alforjas las nuevas reencarnaciones de una 'centroizquierda' y un 'progresismo' cuyo vergonzoso fracaso a la cola de De la Rúa debería llamarlos a prudente silencio. Pero no hay peor actitud que pretender acallar esas críticas con soberbia, con el vanguardismo blindado dispuesto a suprimir todo lo que no controla, a ignorar toda novedad que no haya previsto, o a adjudicarse su producción cuando ya no puede omitirla. Los que puedan asumir nuevas prácticas, se acostumbren a trabajar con lo imprevisible, con lo incontrolado e incontrolable, a comprender y respetar el lenguaje y las necesidades del otro, serán los que realmente contribuyan a impedir que el Poder se reagrupe, se reorganice, hasta encontrar el modo de regenerar conformismo, o blinde el 'puño de hierro' que aplaste a sus cuestionadores.