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Latinoamérica

20 de febrero del 2002
La protesta social y la Argentina del nuevo siglo


Daniel Campione
La compleja relación entre espontaneidad y dirección consciente que Gramsci analizara en su época de L`ordine nuovo, ha tenido una expresión cabal en el permanente 'estallido' en que se convirtió el país desde el 19 de diciembre a la fecha.
Comenzó con el máximo de espontaneidad, sin aviso previo, desde el interior de las propias casas, como una reacción indignada frente a un poder político que, inmerso en la más aguda de las crisis, se empeñaba en las mismas recetas, centrada en una fórmula implícita "Para la gran empresa todo, para el resto, nada". Pero no es difícil discernir sus raíces en la organización y movilización que ha crecido en los últimos años, en un resurgir de nuevas luchas populares... la organización late en el basamento de lo espontáneo, y la espontaneidad se da su propia dirección y organización en la medida en que se desarrolla y torna más compleja.
La sociedad argentina ha entrado hoy en un ritmo febril de protesta, movilización y politización. Pero hace algo más de cinco años que comenzaron luchas sociales que ya no eran los combates de retaguardia contra la etapa más dura de la ofensiva del gran capital, expresada sobre todo en las privatizaciones y en el avasallamiento de conquistas históricas de los trabajadores; sino la búsqueda de caminos nuevos, que tomaban nota de la victoria del gran capital y sus aliados, sin por ello resignarse ante sus deletéreos efectos, y buscando constituir nuevas organizaciones, nuevos actores sociales. Son de estos años la creación de movimientos de base territorial, centrados en la organización autónoma de pobres y desocupados; la de un nuevo organismo de derechos humanos formado por la nueva generación (los hijos de desaparecidos), que manifestaron así la continuidad con la generación de sus padres, e inventaron los 'escraches', ese particular modo de ir a buscar a los culpables a sus guaridas, en lugar de sólo reclamarle a la justicia su captura. Aparecieron nuevos sindicatos, muchos de ellos orientados a actividades nuevas o no organizadas con anterioridad (desde los mensajeros en motocicleta, hasta las prostitutas, pasando por los peones de los supermercados), una nueva central obrera, más democrática que todas las existentes (la Central de Trabajadores Argentinos), y a su vez cuestionada con justicia por agrupaciones más radicalizadas. El pensamiento de izquierda se re-encontró a sí mismo, y a una perspectiva de renovación, a través de decenas de publicaciones y medios de comunicación alternativos, que afloraron por la misma época, ampliando los términos del debate y enfrentando con dificultades los viejos tics de la propia izquierda.
Se establecieron los términos de una nueva disputa por las calles, por el espacio público, con los 'cortes de ruta', los ya mencionados 'escraches', las tomas de tierras urbanas para vivienda...
En suma, estos últimos días han sido decisivos, han marcado un vuelco de la situación, un salto cualitativo. Pero los 'cacerolazos' no son una floración instantánea, sino el resultado, tan creativo como imprevisto, pero resultado al fin, de esos jalones que los precedieron poco antes.
En un cuarto de siglo, la clase dominante, el gran capital, lograron la mayor acumulación de ganancias y el máximo control sobre el aparato del estado de la historia del país. Pero no consiguieron ir más allá del plano de la defensa de sus intereses, nunca pasaron a una construcción política y cultural eficaz en términos de generación de consenso. Incluso destruyeron la versión 'pobre' del estado social y de las políticas keynesianas existente en Argentina, para reemplazarla por un aparato estatal sólo orientado al cortejo del gran capital y al silenciamiento de sus cuestionadores, sean activos o potenciales, por la persuasión o por la fuerza.
En reemplazo de su incapacidad para generar una auténtica hegemonía, empeñados como estaban en maximizar sus ganancias, las clases dominantes aspiraron, después del genocidio consumado en los últimos años 70', a generar un consenso pasivo, centrado en el miedo, la resignación y el individualismo. Nada de acción colectiva, mínimo de autopercepción como trabajador o ciudadano y máxima como consumidor. No muy diferente a otras partes del mundo, sino se le agregaran dos ingredientes locales decisivos:
a. La idea de que la derrota frente a la dictadura era tan completa como irreversible, y que términos como 'revolución', 'socialismo' y cualquier aspiración a unas relaciones de poder sustancialmente distintas, debían ser excluidos para siempre del diccionario político.
b. La 'lección' de la hiperinflación de 1989, como demostración de que el Poder no sólo podía producir el aniquilamiento físico, sino también el económico, el caos anulador de todas las referencias vitales, el empobrecimiento brusco de vastos sectores de la población. Y por lo tanto, era muy costoso (y en última instancia inútil), desafiar los dictados del poder en su cara económica.
Asumidos estos presupuestos, el encargado de 'servir la mesa', en condiciones de régimen representativo, era una dirigencia política cada vez más desprovista de ideología y de objetivos propios, con partidos políticos cada vez más indiferenciados entre sí, sin otras preocupaciones que la conservación del poder y el enriquecimiento por vía del saqueo de las arcas públicas o de los enjuagues con las grandes empresas, y el no ofender al gran capital, que les imponía todas las decisiones fundamentales y pagaba sus campañas electorales y la mayoría de sus excesos.
La construcción de un consentimiento, pasivo y negativo, pero consentimiento al fin, venía debilitándose y se ha hecho trizas, frente a la decisión y persistencia de esa complejidad de fenómenos que la simplificación periodística subsume en la denominación 'cacerolazo': El gobierno de la Rúa amenazó con el estado de sitio, y se salió a desafiarlo en las calles, cacerolas en mano. Ordenó que la policía reprimiera, y se lo enfrentó con piedras y todo lo que se tuviera a mano, pero no se abandonó la Plaza de Mayo. Vino un presidente provisional que nombró funcionarios corruptos y prometió todo a todos, y lo volvieron a 'cacerolear' hasta que se fue, llegó otro presidente que le sonrió a los pobres y a los ahorristas y se dedicó a ponerse de acuerdo con financistas y multinacionales, y siguieron en la calle; cada vez más gente, cada vez más seguido, con consignas más radicalizadas y mecanismos de decisión horizontales...
El 'partido del orden' tendió a saludar al 'cacerolazo' como un gran hecho democrático ... y comenzó de inmediato a hacerle objeciones, que una por una comenzaron a ser desvirtuadas por el propio movimiento : Es un fenómeno circunscripto a la Capital. ...Y al poco tiempo hubo un cacerolazo nacional, desde Jujuy a la Patagonia. No tiene ninguna organización...y aparecieron las asambleas barriales, y la coordinadora de asambleas barriales, y más asambleas; los 'caceroleros' son de clase media, no les importan las necesidades de desocupados y pobres que expresan los 'piqueteros', y las asambleas barriales con sus cacerolas concurrieron a la marcha piquetera y se solidarizaron activamente con ella, los utilizarán grupos autoritarios... y los movilizados se encargaron de sacar a patadas a grupos fascistoides y militaristas de sus protestas y reuniones, no tiene nada que ver con ningún cambio radical, es un reclamo a favor de la propiedad privada... y comenzaron a aparecer consignas de nacionalización de la banca, estatización de las compañías de servicios públicos, reapertura bajo control obrero de las fábricas cerradas... que mas allá de su posibilidad concreta de realización no entroncan en absoluto con la defensa de la propiedad.
Y allí están, 'piqueteros', 'caceroleros', trabajadores en conflicto, partidos de izquierda, las Madres de Plaza de Mayo, los Hijos, gritando que ya no quieren el dominio de una dirigencia política siempre aliada al gran capital, discutiendo sobre todo y cuestionándolo todo, dispuestos a ser impiadosos con el campo enemigo y exigentes y vigilantes con el propio. Han resistido la represión, han tumbado gobiernos. Han ensanchado el 'horizonte de lo posible' en las calles y en las mentes. Son heterogéneos en oficio, ingresos, en educación, en ámbito cultural, en antecedentes políticos, y sin embargo, van encontrando el modo de converger y llegar a acuerdos. Están construyendo el más rico ejemplo de democracia directa, de 'horizontalismo' que se recuerde en la historia argentina. Hacen reverdecer el espíritu de las grandes rebeliones populares del siglo XX... y se aprestan a ser una de las importantes del siglo que comienza...