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Latinoamérica

21 de febrero del 2002
Salvador y víctima

George Monbiot, Guardian, 29 de enero de 2002
ZNet en Español
Traducido por: Germán Leyens


Mientras más poderosa se vuelve una nación, más afirma su calidad de víctima. En los ojos británicos contemporáneos, las peores atrocidades de los siglos XVIII y XIX fueron aquellas perpetradas contra sus compatriotas en el Black Hole de Calcuta o durante el motín indio y el sitio de Jartum. Como extremas manifestaciones de la carga que sobrelleva el hombre blanco, esos acontecimientos llegaron a simbolizar la barbarie y la ingratitud de las razas salvajes que los británicos trataban de rescatar de la oscuridad.
En la actualidad, el ataque contra Nueva York es discutido como si fuera lo peor que le haya sucedido a alguna nación en los tiempos recientes. Pocos negarán que fue una gran atrocidad, pero se nos exige que ofrezcamos al pueblo de EE.UU. una compasión única y exclusiva. Ahora se está ampliando esa exigencia a otras pérdidas estadounidenses anteriores.
Black Hawk Down parece estar orientada a convertirse en una de las películas con el mayor éxito de ventas de todos los tiempos. Como todas las películas hechas por el director, nacido en Gran Bretaña, Ridley Scott, es apasionante, intensa, y maravillosamente fotografiada. También es una deformación sorprendente de lo que sucedió en Somalia.
En 1992, Estados Unidos llegó a Somalia con buenas intenciones. George Bush padre anunció que EE.UU. había ido a hacer "la labor de Dios" en una nación devastada por la guerra de clanes y el hambre. Pero, como muestra la primera visión de Scott Peterson, "Yo contra mi hermano," la misión estaba condenada por fallas en la inteligencia, despliegues partidarios y, en última instancia, la creencia de que se puede bombardear a una nación para que alcance la paz y la prosperidad.
Antes de que el gobierno de EE.UU. entregase la administración de Somalia a las Naciones Unidas en 1993, ya había cometido varios errores garrafales. Había respaldado a los jefes de clanes Mohammad Farrah Aidid y Ali Mahdi contra otro señor de la guerra, reforzando su poder cuando ya había comenzado a derrumbarse. No se dio cuenta que los jefes de clanes en competencia estaban dispuestos a aceptar un desarme en gran escala, si era realizado de manera imparcial. Lejos de resolver el conflicto entre los clanes, EE.UU. lo acentuó, accidentalmente.
Después del traspaso, las fuerzas de pacificación paquistaníes de la ONU trataron de capturar la estación de radio de Aidid, que estaba transmitiendo propaganda contra la ONU. El ataque fracasó, y 25 soldados fueron muertos por los partidarios de Aidid. Unos pocos días más tarde, soldados paquistaníes dispararon contra una multitud desarmada, matando a mujeres y niños. La fuerza de las Naciones Unidas, comandada por un almirante de EE.UU. fue conducida a una sangrienta vendetta con la milicia de Aidid.
Mientras la contienda escalaba, llegaron las fuerzas especiales de EE.UU. para que se encargaran del hombre que ahora es descrito por los servicios de inteligencia de EE.UU. como "el Hitler de Somalia". Aidid, que era ciertamente un hombre implacable y peligroso, pero sólo uno de los numerosos jefes de clanes que competían por el poder en el país, fue culpado por todos los males de Somalia. La misión de pacificación de la ONU fue transformada en una guerra partidaria.
Las fuerzas especiales, demasiado suficientes y perdidamente mal informadas, atacaron, en rápida sucesión, las oficinas del Programa de Desarrollo de la ONU, la caridad World Concern y las oficinas de Médicos sin Fronteras. Lograron capturar, junto con una infinidad de civiles inocentes y colaboradores asistenciales, al jefe de la fuerza de policía de la ONU. Pero la farsa se repitió pronto como una tragedia. Cuando algunos de los miembros más importantes del clan de Aidid se reunieron en un edificio en Mogadiscio para discutir un acuerdo de paz con las Naciones Unidas, las fuerzas de EE.UU., mal informadas como siempre, los hicieron volar por los aires, matando a 54 personas. De esa manera lograron convertir a todos los somalíes en enemigos. Las fuerzas especiales fueron atacadas por francotiradores por todos lados. Por su parte, las fuerzas de EE.UU. en el recinto de la ONU comenzaron a disparar misiles contra las áreas residenciales.
Así que el ataque contra los edificios de Aidid el 3 de octubre de 1993, que llevó a la destrucción de dos helicópteros Black Hawk y a la muerte de 18 soldados estadounidenses, fue sólo otra vuelta en el ajuste de cuentas de EE.UU. con el señor de la guerra. Los soldados que capturaron a los funcionarios de Aidid fueron atacados por todos: hubo tiradores que vinieron incluso de las milicias rivales para vengar las muertes de civiles asesinados por los estadounidenses. Las fuerzas especiales de EE.UU., con una consideración comprensible pero implacable por su propia seguridad, encerraron a mujeres y niños somalíes en la casa en la que eran sitiados.
Ridley Scott dice que llegó al proyecto sin ideas políticas, que es lo que la gente dice a menudo cuando se adaptan al punto de vista dominante. La historia que relata (con la ayuda del Departamento de Defensa de EE.UU. y del antiguo presidente de los jefes de estado mayor) es la historia que el pueblo estadounidense necesita contarse,
El propósito del ataque del 3 de octubre, sugiere Black Hawk Down, fue impedir que las fuerzas asesinas de Aidid condujeran Somalia a la muerte por inanición. No se mencionan las rencillas entre él y la ONU, con la excepción del ataque inicial contra los mantenedores de la paz paquistaníes. No se reconoce que lo peor de la hambruna había pasado, o que las tropas de EE.UU. habían dejado hace tiempo de formar parte de la solución. La toma de rehenes por EE.UU., e incluso el papel crucial jugado por los soldados malasios en el rescate de los Rangers, han sido eliminados de la historia. En su lugar -y ya que desde el 11 de septiembre esto se ha convertido en un tema familiar- el intento de capturar a los lugartenientes de Aidid fue una batalla entre el bien y el mal, la civilización y la barbarie.
Los somalíes de Black Hawk Down hablan sólo para condenarse. No muestran emociones fuera de la codicia y de la sed de sangre. Sus apariciones son acompañadas por una siniestra música árabe tecno, mientras que las fuerzas de EE.UU. son respaldadas por violines, oboes, y música vocal inspirada por Enya. Los soldados estadounidenses muestran horribles heridas. Tienen en sus manos las fotos de sus seres queridos y piden que se les recuerde a sus padres o a sus hijos al morir. Los somalíes caen como moscas, muertos limpiamente, prescindibles, sin causar pesar alguno.
Algunos han comparado Black Hawk Down con la película británica Zulú. Hay algo de justicia en la comparación, pero los somalíes ofrecen una personificación mucho más convincente del mal que los desatinados, beligerantes, zulúes. Son siniestros, falsos e inescrutables; más bien como la caricatura británica de los chinos durante las guerras del opio.
Lo que estamos viendo tanto en Black Hawk Down como en la actual guerra contra el terrorismo es la creación de un nuevo mito nacional. EE.UU. se está presentando simultáneamente como el salvador y la víctima del mundo; un Mesías propiciatorio, con una misión de liberar al mundo del mal. Este mito contiene peligros incalculables para todo el resto del orbe.
Para descargar su sentido de un sufrimiento único, el gobierno de EE.UU. ha dado a entender que hay algo que podría convertirse en una guerra mundial asimétrica. No es ninguna coincidencia que Somalia esté tan cerca del tope de la lista de naciones que podría estar dispuesto a atacar. Esta guerra, si se materializa, será conducida no sólo por los generales en sus búnkeres, sino por la gente que arma la historia que la nación decida que prefiere creer.