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Latinoamérica

En manos de San Miguel...

El Tiempo, Bogota

Puede ser nefasto manejar la faceta de la guerra con la misma improvisación con que se manejó el proceso de paz.
A quienes discuten en los mullidos sillones de la intelectualidad o la política si al conflicto colombiano se le puede o no llamar guerra, los invitamos a viajar al Caquetá. Si lo que hay allí no se llama guerra, es algo muy próximo a ella. Guerra anunciada, que tiene a 300 mil personas presas de la angustia, a la espera de que Dios las ampare, pues, al parecer, el Estado tiene enormes deficiencias para hacerlo.
La oleada de atentados desatada por las Farc luego del rompimiento del proceso de paz dejó a los 16 municipios del Caquetá sin energía. Florencia, la capital, está sin servicio telefónico. En varias poblaciones tampoco hay agua, pues esta se bombea con electricidad. Por las carreteras, cerradas por retenes guerrilleros o vehículos minados, no llegan abastecimientos esenciales. Los hospitales, que funcionan con plantas eléctricas, corren el riesgo de que se agote el combustible. Hay informes de que Cartagena del Chairá puede quedarse sin alimentos.
La crisis del Caquetá es la más grave pero no es la única. Otros 30 municipios de Huila, Cauca y Meta, también están a oscuras. La antigua zona de distensión se halla aislada del resto del país. Los vuelos a La Macarena y San Vicente están suspendidos; el puente El Alcaraván, en el Meta, fue volado hace días, y en la vía que une a Florencia con San Vicente, los retenes de las Farc -entre Paujil y Montañitas - son cosa de todos los días. Un bus cargado de explosivos cobró la vida de dos soldados que llegaron a desactivarlo.
Mientras prosiguen los bombardeos de la FAC sobre instalaciones y campamentos guerrilleros, reportes de primera mano indican que en algunos lugares de la antigua zona de distensión las Farc han asesinado a sangre fría a personas que acusan de colaborar con los paramilitares. Los militares dicen que la fase de "bombardeos e inteligencia" con la que iniciaron su ingreso a la zona debe durar aún seis semanas y que una recuperación completa de la región tomará seis meses. Entre tanto, docenas de miles de personas tratan de sobrevivir a diario sin agua y sin luz, con dificultades para evacuar enfermos graves y circular por vías sembradas de minas y retenes, y presas del temor de ser acusadas de "colaboradoras" de la guerrilla o los paramilitares.
Si esto no es guerra, ¿entonces qué es? Tan obvio como la anunciada escalada terrorista que iba a seguir a la ruptura de los diálogos, era de esperar que el Gobierno tuviera un plan B cuidadosamente diseñado. Y si lo tenía, hay que preguntarse si es lo suficientemente sólido como para disuadir a las Farc de su plan de destruir la infraestructura nacional.
Los bombardeos de la FAC no han reducido la capacidad ofensiva de la guerrilla, que ahora anda en pequeños grupos de tres o cuatro personas. ¿Es esta la receta adecuada? ¿Se han calculado los "daños colaterales" y se han tomado medidas para disminuirlos? Las Fuerzas Militares dicen tener 13.000 hombres en la operación para retomar la zona de distensión y otros 45.000 vigilando dos mil instalaciones estratégicas. Pese al enorme despliegue de hombres, la transición de las Farc al terrorismo indiscriminado tiene a partes de Meta, Huila y Cauca sin luz.
No se puede perder de vista que el objetivo final de aislar poblaciones y privarlas de alimentos y servicios públicos es que los habitantes pasen de la indignación con las Farc a pedir la cabeza de los gobernantes por falta de resultados. Frente al terrorismo contra la infraestructura, las acciones oficiales siempre serán insuficientes y requerirán otro tipo de estrategias que todavía estamos esperando.
Circunstancias como las actuales demandan un liderazgo visible y enérgico en cabeza del jefe del Estado. Fijar un norte y demostrar la capacidad del Gobierno de proveer garantías se vuelven objetivos cruciales y condición necesaria para preservar la unidad. En cambio, manejar esta faceta de la guerra con la misma improvisación con que se condujo la paz a un callejón sin salida puede ser nefasto. Encomendarnos a San Miguel Arcángel no es propiamente lo que se espera de un líder en momentos difíciles.