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Latinoamérica

América Latina: neoliberalismo y sobrevivencia

Laura Juárez Sánchez (*)
Universidad Obrera de México, 7 de febrero.
Edición en Internet: La insignia

Las décadas de los ochenta y noventa del siglo que concluyó, pasarán a la historia de América Latina como las del tiempo en el que la región ingresó a la lógica de la reestructuración del mercado global, y también como el de las dos décadas pérdidas en términos de desarrollo social, por el crecimiento alarmante de la pobreza. Los dos años del siglo que comienza, muestran la profundización de estas tendencias, debido a que los países de la región siguen sometidos a la reestructuración neoliberal, quedando cada vez más subordinados al mercado global.
El aumento generalizado de la pobreza de la población latinoamericana, se expresa en el desempleo creciente; en el profundo deterioro de los salarios de los trabajadores; en la emigración forzosa de los habitantes del campo y de la ciudad; en el aumento de la economía informal; en el regreso de enfermedades que ya habían sido erradicadas, como el cólera; en la muerte de personas por enfermedades curables, como la sarna, las enfermedades gastrointestinales -como la tifoidea y la gastroenteritis-, las de vías respiratorias -como la amigdalitis, las neumonías y bronconeumonías- entre otras, producto de la desnutrición de la población y del difícil acceso y deterioro de los servicios sociales básicos, como salud, educación, vivienda, etc. Las familias rurales y urbanas se ven obligadas a vivir hacinadas, a padecer la falta de agua y de drenaje, a compartir baños comunitarios y a vivir bajo techos de lámina o cartón, entre otras condiciones. Los estallidos sociales sucedidos en Venezuela, Brasil, Perú, y el caso más reciente, Argentina, muestran el descontento social que hay en la región.
Por lo anterior, es importante preguntarnos, ¿cómo es que América Latina llegó a esta situación? La respuesta está en la historia económica, social y política de la región; pero la historia de nuestros países no la podemos entender si no comprendemos la manera como Latinoamérica se ha insertado en el sistema de acumulación capitalista. En el presente trabajo, sólo intentaremos analizar la historia económica reciente de Latinoamérica, para intentar penetrar en las causas que han llevado a la crisis de larga duración que vive la región.

1. Del modelo sustitutivo de importaciones al modelo secundario exportador
El modelo sustitutivo de importaciones, surgido del período de entreguerras, que colocó al desarrollo industrial de los países de la región como eje de la acumulación del capital, comenzó a evidenciar en los años sesentas, los límites estructurales del modelo económico. Los elevados niveles del déficit de la balanza de pagos, como producto de las débiles integraciones industriales nacionales; el alto endeudamiento externo; el aumento de la inflación y la baja productividad de la planta productiva, entre otros indicadores, mostraban que el modelo de acumulación había entrado en crisis. No obstante, se postergaron los problemas estructurales de la economía por casi dos décadas, debido a que las economías se pudieron endeudar y el precio de las materias primas más importantes que producían los países se elevaron en el mercado mundial.
Sin embargo, la crisis resurge con toda su crudeza a principios de los años ochenta, debido a que dos eventos de carácter externo no le permitieron a las economías sostener su crecimiento: las altas tasas de interés, que llevaron a la disminución del crédito externo y, por consiguiente, al aumento de la deuda externa de la zona y el desplome de los precios de las materias primas de exportación, tales como el café, el azúcar y el petróleo. Las economías entraron en un franco estancamiento: se suspendieron los créditos externos, disminuyeron considerablemente las divisas que entraban por concepto de la exportación de materias primas, por lo que no había capacidad de seguir importando los bienes intermedios y de capital para la planta productiva. Los efectos financieros no se hicieron esperar: fuga de capitales, devaluaciones, elevación de las tasas de interés, disminuciones crediticias, déficit de las balanzas de capital, etcétera.

2. América Latina se inserta en el mercado global
Ante la evidente crisis del patrón sustitutivo de importaciones, los gobiernos de América Latina cedieron a la transformación de un patrón de acumulación, basado en el impulso del sector secundario exportador, afín a las nuevas tendencias de internacionalización del capital mundial. Lo que significó en realidad insertar a la región a las necesidades de la economía global, más concretamente a los requerimientos de la recomposición de la tasa de ganancia de las Grandes Empresas Trasnacionales (GET) tanto de carácter nacional como extranjero.
Es así como se deciden imponer las políticas económicas neoliberales en Latinoamérica, incluso en los países en donde hubo transiciones políticas de gobiernos militares a gobiernos civiles -como en Brasil, Argentina, Chile y Uruguay- se mantuvieron y/o ratificaron estas políticas. Qué decir de los gobiernos autoritarios como los de México, que ya desde 1977 habían firmado la primera carta de intención con el Fondo Monetario Internacional, en la cual el Estado mexicano se comprometía a adoptar políticas económicas de austeridad, pero que fueron postergadas hasta 1982, por la coyuntura del llamado "boom petrolero" y por la posibilidad de endeudamiento que ésta significó.
El objetivo de las políticas económicas neoliberales o políticas de globalización económica, ha sido el de adecuar las estructuras económicas de los países a las necesidades de inversión de los grandes capitales. Es a partir de la crisis de la deuda externa en América Latina, a principios de los ochenta, que se imponen de manera generalizada en los países de la región las medidas consistentes en la apertura del mercado interno a la competencia externa; en la privatización de las empresas públicas; la liberalización de los flujos de inversión, tanto de Inversión Extranjera Directa (IED), como de cartera o especulativa; la liberalización de los sistemas financieros; la disminución del papel del Estado en la economía y la imposición de la flexibilidad laboral en las empresas, entre las medidas más importantes.
Ante la crisis financiera de los años ochenta, los gobiernos latinoamericanos comenzaron a manejar las crisis aplicando planes de choque para estabilizar la economía y estatizaron la deuda externa privada ante las presiones de los acreedores internacionales, pasando la factura a la población trabajadora. Posteriormente, se dispusieron a profundizar la reorientación del crecimiento económico poniendo en el centro al sector secundario exportador y al capital financiero nacional y extranjero. Esta reorientación ha beneficiado a unos cuantos grupos empresariales, mientras que ha excluido a la gran mayoría de la población trabajadora.
La economía de América Latina se encuentra sujeta a problemas estructurales producidos por esta nueva forma de integración en el mercado internacional: por un lado, tenemos que el crecimiento económico de la región se ha basado de manera determinante en el desarrollo de unos cuantos grupos financieros e industriales ligados al capital trasnacional, por lo que dependen del mercado externo; y, por otro, están los sectores que dependen sobre todo del mercado interno, que por estar sujetos a los niveles de empleo y de ingreso de la población, se mantienen rezagados y deprimidos. Lo anterior, debido a que la orientación del crecimiento hacia fuera ya no le confiere a los trabajadores importancia como consumidores que, a través de su poder adquisitivo, crean demanda y dinamizan por esa vía la inversión y, por lo tanto, el empleo, es decir, ya no son considerados como factores determinantes del crecimiento económico. En los tiempos de la reestructuración globalizadora, ahora se les considera sólo como costos de producción, los cuales deben disminuirse con el objetivo de darle competitividad a las empresas y a la economía; por lo anterior, se han impuesto políticas de bajos salarios y de restricción de derechos laborales a través de las políticas de flexibilización laboral.
La demanda interna de inversión de las empresas y del consumo de la población, tiende a ser cubierta por crecientes importaciones externas en detrimento de la producción interna. ¿Y las industrias nacionales de la región generadoras de empleos y salarios que dinamizan el mercado interno y dan sustento a la población trabajadora? Las nuevas tendencias globalizadoras no consideran este aspecto esencial, por lo menos no para los países subdesarrollados de los cuales América Latina forma parte. Según la ideología neoliberal, si la productividad nacional de los bienes y servicios para la planta productiva y la población está por debajo del mercado internacional, entonces hay que importarlos y dedicarse a producir aquellos productos en los que son más productivos y competitivos, en otras palabras, deben aplicar el principio de "las ventajas comparativas". El papel conferido a los países latinoamericanos consiste, en lo fundamental, en articular las plantas productivas nacionales al exterior, por lo que se han comenzado a conformar enclaves productivos encadenados a la producción internacional, que combina tecnología de punta con fuerza de trabajo barata y en gran medida descalificada.
Por otra parte, tenemos que la política deliberada de atracción de financiamiento externo, a partir de la liberalización de los sistemas financieros de los países latinoamericanos y el manejo de tasas de interés internas, que han llegado a estar por encima de los centros financieros internacionales, ha significado la restricción del financiamiento interno por el encarecimiento del crédito. A esto se suma la sobrevaluación de las monedas de los países que han tenido como fin abaratar las importaciones y, con este fin, presionar a la baja los precios internos.

3. Impacto en los trabajadores de la región y sobrevivencia
Las políticas neoliberales que globalizan las economías de la región, al rearticularlas en el mercado internacional, no han podido lograr un crecimiento económico sostenido ni erradicar las crisis financieras recurrentes y, mucho menos, el bienestar de la población. Mencionemos por ejemplo, las crisis bancarias que los sistemas financieros de la región han experimentado, como las de Venezuela, en 1994; Argentina, México y Paraguay, en 1995; la de Ecuador, en 1999 y, la más reciente en Argentina, en el 2001-2002.
El Producto Interno Bruto (PIB) latinoamericano, según la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL), acumuló una tasa media de crecimiento de apenas 3,2% durante los años noventa, por lo que se encontró por debajo de la tasa registrada entre 1950 y 1980, la cual fue del 5,5%. El organismo reconoce que este crecimiento fue insuficiente para generar el empleo y los salarios que la población latinoamericana demandó en ese período (1). Por otra parte, la misma institución refiere que, entre 1990 y 1999, el número de desocupados pasó de 7,6 millones en 1990, a 18,6 millones en 1999. Asimismo, señala que en los años noventa, siete de cada diez nuevos empleos en las ciudades se generaron en el sector informal y que esta situación incidió directamente en los niveles de pobreza y en la profunda desigualdad de la distribución del ingreso (2).
Con relación a la evolución de los salarios, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), afirma que la mayoría de los países de Latinoamérica siguieron una política de contracción salarial. Si analizamos el nivel de salarios mínimos en la región, y tomamos como año base 1980, tenemos que para el año 2000, sólo unos cuantos países registraron recuperación salarial y fueron: Costa Rica con 42,1%; Chile con 22,2%; Panamá con 21,6%; Colombia con 10.7%; Paraguay con 6,2% y República Dominicana con apenas 1,5%. Respecto a los países que observaron deterioro salarial, México es el país de América Latina que más drásticamente redujo el salario mínimo de una lista de 18 países, ya que registró una pérdida del 68,8%, por lo que la mano de obra mexicana se ha convertido en una de las más baratas de la región. En segundo lugar tenemos a Perú, que disminuyó los mínimos en 67,9%; en tercer lugar se encuentra Haití con 67,9% y, en cuarto lugar, El Salvador con 66,9%. Le siguen en importancia Ecuador con 60%; Uruguay con 57.9%; Bolivia con 56,4%; Venezuela con 55%; Argentina con 24,4% y Brasil con 21% .
La OIT reconoce que el poder adquisitivo de los salarios mínimos en América Latina, se encuentra bajo los niveles que se tenían en la década de los setenta y los ochenta.
La figura de salario mínimo representa el ingreso que debería de garantizar un nivel de vida digno a un trabajador y a su familia, por lo que representa el nivel de salario debajo del cual sería socialmente inaceptable contratar la mano de obra. Para evaluar la capacidad que el minisalario tiene de asegurar una vida aceptable para los trabajadores, es común relacionar el salario con una Canasta Básica para evaluar su poder adquisitivo y así conocer qué tanto se acerca o se aleja de cumplir con garantizar una vida sin preocupaciones económicas.
Por lo anterior, el Banco Mundial recomienda que cada trabajador debería estar en condiciones de adquirir cerca de tres Canastas Básicas como mínimo. El organismo establece una Canasta Básica tomando en cuenta a dos personas por familia; mientras que en México se considera que una Canasta Básica debería cubrir las necesidades de una familia compuesta promedio (de cuatro a cinco personas).
Es importante señalar que, según estimaciones de la Universidad Obrera de México, de la devaluación de diciembre de 1994 a enero del 2002, el salario mínimo en México sólo puede comprar el 26,10% de la Canasta Básica, por lo que podemos afirmar que en nuestro país el minisalario no alcanza para adquirir siquiera una Canasta por trabajador.
Es un lugar común señalar que el salario mínimo no incluye a la mayoría de los trabajadores ocupados de los países, al respecto consideramos que esta estimación habría primero que probarla y también que en la región existe un gran número de trabajadores que se emplean con menos de un salario mínimo y que incluso no llegan a recibir ningún pago por su trabajo. Además, es importante mencionar que el salario mínimo sigue siendo un referente del mercado laboral, ya que la contención de los salarios mínimos presiona hacia abajo el resto de las remuneraciones de los trabajadores, por lo que el deterioro de las minipercepciones refleja la pérdida de las demás remuneraciones de los trabajadores.
Consideremos, por ejemplo, los salarios reales industriales de la región latinoamericana: respecto a este tipo de remuneraciones, se observa una tendencia parecida al comportamiento de los salarios mínimos, ya que también disminuyeron para la mayoría de los países: México también se encuentra entre los países que más redujeron los salarios, ya que ocupó el tercer lugar dentro de los salarios más deprimidos de la región al observar una pérdida del 40,5%, en el 2001, tomando como base 1980. El país con el salario industrial más deprimido fue Perú con 57,6% y, en segundo lugar, Venezuela con 52%. Le siguen en importancia Argentina con 22,6% y Bolivia con 6,7%.
La política de contención salarial en la región; la apertura externa a la competencia internacional de los sectores productivos nacionales, con la consiguiente desintegración de las cadenas productivas nacionales y la quiebra sistemática de las micro, pequeñas y medianas empresas que generan empleo en la zona; los recortes al gasto social que afectan el fondo de vida de los trabajadores (vivienda, educación, la salud, el subsidio al consumo alimentario, etc.); la acentuación de la integración de las plantas productivas nacionales a los encadenamientos productivos exógenos que emplean a la población latinoamericana con salarios de miseria; la escasa generación de empleos, en su mayoría precarios, producto de la imposición de la flexibilidad laboral en las empresas consistentes en la disminución de la fuerza de trabajo en función de las necesidades de las empresas (ajustes de personal) y en una presión de los salarios a la baja, en relación de la productividad de cada trabajador; entre otras manifestaciones de la reestructuración neoliberal, impactan directamente a los trabajadores empobreciéndolos y desvalorizándolos económica y moralmente.
A más de dos décadas de la imposición de las políticas neoliberales, la pobreza e indigencia han aumentado de manera alarmante en la región: de 1980 a 1999, la tasa de pobreza aumenta de 40,5 % a 43,8% a nivel nacional, al pasar de 135,9 millones a 211,4 millones. Esto significa que en las dos décadas de política neoliberal, se agregaron 75,5 millones de nuevos pobres a la región.
Si consideramos la pobreza de las zonas urbanas, el incremento fue de 29,8% a 37,1, para el mismo período, por lo que los pobres urbanos pasaron de 62,9 millones de personas en 1980 a 134,2 millones en 1999, lo que significó la suma de 71,3 millones de nuevos pobres urbanos. Respecto a la pobreza en las áreas rurales, tenemos que la tasa de pobreza aumenta del 29,8% al 37,1%, al pasar de 73 millones de personas a 77,2 millones. En los años de neoliberalismo la pobreza se empieza a transformar en un problema predominantemente urbano (3). Respecto a la indigencia, el total de indigentes pasó de 62,4 millones de personas a 89,4 millones de indigentes entre 1980 y 1999, es decir, se agregaron 27 millones de nuevos indigentes en la región.
Al analizar la estructura de la población pobre en América Latina, tenemos que los pobres urbanos pasaron, de representar el 46,3% del total de pobres en 1980, al 63,5% en 1999. Inversamente, los pobres rurales redujeron su participación, al pasar del 53.% en 1980, al 36,5% en 1999. Respecto a indigencia, la tendencia es la misma, ya que ésta pasó en el ámbito urbano, del 36,1% en 1980, al 48,15% en 1999; opuestamente, los indigentes rurales disminuyeron su participación al pasar del 63,9% al 51,9%. Estas cifras muestran un cambio cualitativo en el comportamiento de la pobreza y la indigencia en la región, ya que evidencian que éstas, en los últimos años, son fundamentalmente urbanas.
En este contexto de pobreza generalizada en el subcontinente, los trabajadores de América Latina se han visto obligados a buscar mecanismos de sobrevivencia, a través de adecuaciones a su economía familiar o comunal; contratándose en la economía informal; emigrando a otras regiones y países del planeta; empleándose en las maquiladoras de exportación, que ofrecen los empleos peor pagados y riesgosos; trabajando más horas extra e, incluso, varias jornadas laborales; cambiando sus hábitos de consumo y aumentando el número de miembros de la familia que trabajan en el mercado formal e informal, con el fin de completar el ingreso familiar; entre otros medios de subsistencia.
La OIT señala, por ejemplo, que en América Latina el "sector informal" genera 85 de cada 100 nuevos empleos (4). Asimismo, refiere que los trabajadores informales de la región representan el 40% de la Población Económicamente Activa (PEA) y afirma que "el sector informal" se ha constituido en un refugio para el desempleo (5).
Por otra parte, datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), señalan que en 1992 se movilizaron 125 millones de personas en el mundo, de las cuales el 86% (107 millones) fueron movimientos migratorios laborales (6). De la región latinoamericana, la migración de trabajadores mexicanos y centroamericanos a Estados Unidos se perfila no sólo como la más importante de la región, sino como la más importante y dinámica de todo el mundo. Las remesas que envían los trabajadores latinoamericanos a sus países de origen son fundamentales para la sobrevivencia de sus familias (7).
La integración subordinada de las economías latinoamericanas a los requerimientos de los capitales trasnacionales, está significando la profundización del subdesarrollo y la dependencia; la creciente pérdida de la soberanía nacional de nuestros países; la depredación de nuestras riquezas naturales y un altísimo costo social.
El siglo agitado que comienza, que inició con una gravísima crisis económica, política y social en Argentina, muestra el fracaso evidente de los proyectos nacionales que fincan su desarrollo en la apertura comercial y en el sector exportador en condiciones subordinadas frente a las grandes empresas trasnacionales. ¿Acaso no es posible suponer que quizá mañana México se encuentre en una situación similar? No está de más recordar que nuestro país muestra algunos de los indicadores más preocupantes de la región que apuntan hacia una crisis de la envergadura Argentina: el deterioro de los salarios de la población es de los más severos; el tipo de cambio está sobrevaluado, dependiendo de los recursos externos para su valorización; existe un sistema bancario insostenible, incapaz de financiar el aparato productivo; se sigue financiando el capital parasitario, en particular la inversión de cartera (altamente especulativa); y qué decir de la impericia de la actual administración, entre otros indicios.
La situación que hoy vive Argentina, es una llamada de atención a la lógica de este modelo económico capitalista que crea, por un lado, pobreza, con todo lo que ella implica y agudiza como nunca antes la explotación y la concentración de la riqueza en unas cuantas manos.

Resultados generales de la Canasta Básica Indispensable (CBI)
y la Canasta Básica Nutricional (CBN)
Canasta Básica Indispensable (CBI) (8)
Presentamos a continuación los resultados generales de la Canasta Básica Indispensable (CBI), la cual se estima para calcular la pérdida del poder adquisitivo del salario mínimo.
De la devaluación de diciembre de 1994 a enero del 2002, el salario mínimo perdió el 47,8% en términos reales y, actualmente, representa el 18,9% del salario nominal vigente, por lo que se requiere un aumento del 283%. Como si el salario de los trabajadores no tuviera una pérdida histórica acumulada desde hace más de 25 años y que a la fecha acumula una pérdida de más del 90%, ya que inició su desplome desde 1976, una vez más el aumento del 4,4% (1,8 pesos al día), resultó absolutamente insuficiente para resarcir en algo el poder adquisitivo de la población trabajadora.
La pérdida del poder adquisitivo del minisalario es tan grave, que si suponemos que se reconociera un aumento del 283% para que el salario estuviera escasamente al nivel de 1994, para completar 4 salarios mínimos, aun así, no se podrían resolver las necesidades familiares de vivienda, educación, vestido y cultura, como en rigor debiera cubrir una minipercepción.
El mantenimiento y endurecimiento de los topes salariales; la imposición de la flexibilidad laboral en las empresas, que precariza el empleo y los salarios, y la reducción del subsidio generalizado al consumo de los trabajadores por las políticas privatizadoras (leche y tortilla, por ejemplo) y a los servicios de la población (como el agua y la luz), son algunos de los factores más importantes que tienden a profundizar el rezago salarial.
El salario mínimo sólo puede comprar el 26% de la CBI, por lo que se requiere un aumento del 286% para completar los 4 salarios mínimos que se necesitan para poder adquirirla.
Suponiendo que este aumento fuera obtenido, no quedarían resueltas las necesidades de pago de vivienda, salud, educación, vestido e, incluso, cultura.
El costo de la CBI alcanzó un monto de 1.130,5 pesos a la semana (161,5 pesos al día), presentando un aumento de 429%, de la devaluación de diciembre de 1994 a enero del 2002.
De diciembre de 1994 a enero del 2002, los precios de la CBI aumentaron 429%, mientras que el salario mínimo sólo se incrementó 176 por ciento.
Tomando como referente 48 horas de trabajo semanales, en diciembre de 1994, un trabajador que percibía un salario mínimo al día, tenía que laborar 96 horas a la semana para adquirir una CBI, es decir, 48 horas adicionales; esta situación muestra la pérdida del salario previamente acumulada. Para enero del 2002, tenía que laborar 225 horas a la semana, lo que representa 177 horas extra de trabajo.

Canasta Básica Nutricional (CBN) (9)
De acuerdo a la Canasta Básica Nutricional (CBN), calculada por la Universidad Obrera de México, el salario mínimo no puede satisfacer las necesidades básicas de calorías y proteínas para la nutrición de una familia integrada por cinco personas: de la devaluación de diciembre de 1994, al mes de enero del 2002, el salario sólo pudo cubrir en promedio 2.463 calorías y 78 gramos de proteínas, reportando un déficit nutricional familiar de 8.434 calorías (1.687 por persona) y 267 proteínas (53 por persona).
Para diciembre de 1994, el porcentaje de los requerimientos nutricionales adquiridos con un salario mínimo era de sólo 27,.9%, lo que muestra el deterioro previamente acumulado; para enero del 2002, el salario únicamente puede cubrir el -22,60% de la alimentación de una familia, por lo que se requieren 5 salarios mínimos para cubrir los requerimientos alimenticios de una familia; por lo tanto, el minisalario tendría que recibir un aumento no menor del 342,4%. Si suponemos que este aumento fuera reconocido y transferido a los trabajadores, lo único que podríamos pensar es que estarían en condiciones de acceder a los alimentos mínimos requeridos para satisfacer sus necesidades nutricionales. Sin embargo, con este aumento no quedarían resueltas las necesidades de vivienda, salud, educación, vestido y cultura, como lo establecen la Constitución y la Ley Federal del Trabajo.

Notas
(*) Coordinadora del Área de Investigación de la Universidad Obrera de México.
(1) CEPAL. Una década de luces y sombras: América Latina y el Caribe en los años noventa.
(1) CEPAL. Panorama Social de América Latina 2000-2001.
(2) Fernando Medina H., La Pobreza en América Latina: Desafío para el nuevo milenio, en Revista Comercio Exterior, v. 51, n. 10, México, octubre del 2001.
(3) La Jornada, 17 de abril, 1998, p. 19.
(4) El Finaciero, 8 de mayo, 1998, p. 10.
(5) La Jornada, 10 de marzo, 1996,.p. 15.
(6) Waller Meyers, Deborah, Remesas de América Latina: revisión de la literatura, en Revista Comercio Exterior, v. 50, n. 4, México, abril del 2000.
(7) La Universidad Obrera de México realiza el cálculo de dos Canastas Básicas desde la devaluación de diciembre de 1994 a la fecha, y éstas son:
(8) La Canasta Básica Indispensable (CBI), que incluye cuarenta productos de consumo mínimo indispensable, como alimentos y servicios. Ésta no incluye satisfactores básicos como vivienda, salud, educación, vestido, calzado y cultura. La CBI la utilizamos para calcular la pérdida del poder adquisitivo del salario mínimo.
(9) La Canasta Básica Nutricional (CBN), que incluye veintisiete productos alimenticios. Con esta canasta calculamos la capacidad que tiene el salario mínimo para adquirir los satisfactores nutricionales básicos, para una familia integrada por cinco personas. Para la estimación tomamos como base los parámetros construidos por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), a partir de las recomendaciones de organismos internacionales especializados en la materia, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Universidad de Naciones Unidas (UNU).
Finalmente, consideramos como referente la Canasta Básica sugerida en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que en su artículo 123, nos dice que el salario mínimo debe ser suficiente para satisfacer las necesidades "normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural". (IFE, Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, México, 1994. p. 125.)

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