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Latinoamérica

Cuba y su fórmula de democracia


Por LUIS JESÚS GONZÁLEZ

Como los dioses invocados por siglos, la democracia figura desde tiempos inmemoriales en todas las lenguas conocidas, sin que su materialización palpable conste con el respaldo universal, de ahí que los pueblos duden de la tan manoseada receta única, conque las grandes potencias imperiales, al amparo de su poderío económico y militar, han justificado a lo largo de la historia acciones francamente antipopulares.
En un mundo injustamente dividido, las aspiraciones democráticas de la gran mayoría de la humanidad –por no ser absoluto- son aún una quimera, aunque desde los centros de poder se pretendan amplificar los cantos de sirena de un modelo que todavía no ha demostrado su eficacia plena y en el que los teóricos proponen alternativas en el plano formal, como si la interpretación del "poder del pueblo" se restringiera al juego de alternativas para los partidos políticos, por lo general de variado discurso, pero con un solo objetivo.
Del ideal de democracia postulado por Abraham Lincoln a mediados del siglo XIX como un "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", sólo queda la envoltura, resumida en un grupo de derechos cívicos no siempre respetados, como se evidenció en las pasadas elecciones presidenciales en Estados Unidos, donde, en un proceso lleno de irregularidades, se limitó el derecho al voto de varios grupos de ciudadanos en el estado de la Florida con el fin de favorecer la candidatura preferida por las autoridades de este territorio.
A pesar de sus notables manchas, el prototipo de democracia, esgrimido hoy como un mecanismo de presión política y económica, se suma a la avalancha publicitaria de las grandes potencias, que con Estados Unidos a la cabeza fija definiciones y modelos políticos con los mismos métodos empleados en la promoción de los productos comerciales, muestra que para los paladines de la democracia sus ideales constituyen parte de la oferta para los hambrientos de este mundo.
Sobre Cuba, una pequeña isla del Caribe, han llovido anatemas y diatribas de todos los colores a lo largo de más de cuatro décadas, al extremo de no ser considerada en el concierto de las naciones democráticas del planeta, según las clasificaciones establecidas por las principales potencias de un mundo unipolar.
Cierto que los cubanos contamos con un régimen de partido único, sobre el que se levanta la unidad nacional frente a las maniobras divisionistas que durante siglos ha intentado menoscabar la soberanía y la independencia, pero no un partido electoral para recabar sufragios entre votantes indecisos, sino una estructura política con la responsabilidad de conducir la mayor transformación en la historia del país: una Revolución Socialista, algo peculiar en un planeta regido por los patrones norteamericanos.
La población de la Isla concurre cada 18 meses a un proceso electoral para renovar sus representantes, hombres y mujeres nominados a mano alzada por sus vecinos en reuniones de circunscripción, quienes al ser aprobados en las urnas se convierten automáticamente en miembros de las asambleas municipales y con posibilidades de integrar la mitad de los escaños parlamentarios reservada a los delegados de base.
Pero con la elección, la cual no precisa de una agotadora y costosa campaña previa, el delegado de base adquiere - sin abandonar sus responsabilidades laborales - infinitos compromisos con sus vecinos, por los que no recibe ningún beneficio material o monetario de forma adicional. Además, como parte de su relación con sus electores tiene que rendir cuenta de su gestión tres veces durante su mandato.
Esta realidad, pocas veces difundida, es sustituida por un régimen cerrado que se niega a abrir su economía al capital internacional y en el que se violan los "derechos humanos", a pesar de que Cuba mantiene relaciones diplomáticas con una amplia mayoría de las naciones independientes del planeta y desde 1988 cuenta con una legislación que faculta el establecimiento de asociaciones comerciales con representantes extranjeros en casi todos los sectores, con exclusión de los relacionados con la defensa y la educación.
Sobre derechos humanos estereotipados por la propaganda norteamericana, Cuba aporta mucho más de lo acostumbrado a escala planetaria, al garantizar a todos sus ciudadanos el derecho a la vida desde antes del nacimiento, además de contar con servicios de asistencia médica gratuita –extendido hoy a varias de las naciones más pobres del mundo-, acceso a la educación, el deporte, la cultura y la seguridad social, pese a las grandes limitaciones materiales y financieras de un país sometido al más largo bloqueo comercial y financiero conocido en la historia de la humanidad.
Negados a escuchar las recomendaciones imperiales, los cubanos hemos preferido conservar nuestra propia fórmula sobre la democracia. Tal vez muchas de las conquistas sustentadas por una resistencia de más de cuatro décadas habrían desaparecido si hubiéramos implementado, tras la desaparición de la URSS, variantes clásicas.
Posiblemente la Isla tuviera hoy abundancia de productos, pero también de miserias humanas; a lo mejor no faltarían créditos frescos como tampoco niños sin escuelas y padres sin trabajo. De ser así, Cuba sería otra, diferente y dependiente, y, a lo mejor, entonces, nadie cuestionaría entonces nuestra democracia.