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Latinoamérica

16 de febrero del 2002
Hacia el cataclismo latinoamericano

Heinz Dieterich Steffan
Socialismo o barbarie era la alternativa para América Latina en los años sesenta, según expresaba una consigna de aquellos tiempos. Las oligarquías y Washington optaron por la barbarie y la implementaron con el terrorismo de Estado. Hoy día, América Latina vuelve a una encrucijada de ese tipo y la pregunta es, si se repetirá el salvaje parangón del pasado. Parte fundamental de la respuesta radica en los desenlaces de las crisis de Argentina, Venezuela y Ecuador.
En Argentina, el amo hemisférico y la clase política nacional carecen de las dos soluciones estructurales que son necesarias para desactivar la bomba de tiempo que es el país: a) una propuesta económica capaz de proporcionar a la nación la viabilidad económica-social que ha perdido con el neoliberalismo y, b) un proyecto político aceptable para las mayorías. Lo primero presupone un nuevo contrato social entre el imperialismo estadounidense y europeo y Argentina, que le devuelva al país la capacidad de reproducción ampliada del capital, a fin de crecer anualmente alrededor del seis por ciento. Sin embargo, no se ve mucha disposición para tal política entre los amos del mundo. En consencuencia, la clase política argentina no recuperará su poder y legitimidad y, por lo tanto, la capacidad de conducir al país.
En la medida, en que el imperialismo demora la solución estructural para Argentina, el país se acerca a una violenta explosión social; porque las masas han entrado en una dinámica de autoorganización que está gestando órganos de democracia popular y programas de gobierno que son incompatibles con el status neocolonial del país. Ante la gradual disolución de la autoridad del Estado cipayo, el proceso pronto desembocará en una dualidad de poderes que tendrá sólo dos vías de solución: un gobierno popular anti-imperialista, o la represión del Estado. Es por eso, que Washington busca febrilmente a un Fujimori y a un Pinochet: un pelele político dispuesto a declarar el estado de sitio ---llegado su momento--- y un general, dispuesto a hacer el trabajo sucio.
Este escenario es reminiscente de la situación que se produjo bajo la Unidad Popular chilena a inicios de 1973, cuando los cordones industriales y los comités de fábrica se unieron con los trabajadores del campo y los estudiantes, para avanzar la democracia del pueblo. Por supuesto, que el grado de desarrollo de este proceso en Argentina es mucho menor que en Chile, pero su futuro es plenamente previsible.
Venezuela repite, quizás en un mayor grado aún, el escenario de Chile, a finales de 1972. El gobierno del presidente Hugo Chávez es un gobierno democrático y progresista que controla algunos sectores del Estado, esencialmente del ejército, y que cuenta con un apoyo considerable en las clases populares. La fuerza del proyecto bolivariano descansa, por lo tanto, sobre una poderosa fuerza organizada (ejército), pero de dudosa lealtad, por una parte, y sobre una fuerza popular numéricamente considerable, pero sin organización jerárquica ni cohesión teórica, por otra.
Dicha fuerza bolivariana se enfrenta a un "ejército" desestabilizador organizado por Estados Unidos, cuyas unidades de combate son los medios, el capital, la iglesia, el sindicalismo corrupto, la prensa internacional, la burocracia estatal, la clase política, las universidades y las clases medias, unificadas en una ofensiva y un plan de combate maestro dirigido desde Washington. El resultado de este conflicto es relativamente fácil de prever. En la medida, en que los desestabilizadores logren un creciente aislamiento nacional e internacional del proyecto bolivariano, se erosiona la fuerza organizada de éste (sectores del ejército), y terminará sin defender al proyecto. Y entonces, se quedarán solas las masas desorganizadas que no pueden cerrarle el paso a un ejército profesional.
El proceso nacional de Ecuador, que es el tercer foco de crisis, repite la trayectoria de Argentina. La dolarización hace el país incompetitivo dentro y fuera de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y lo llevará a la quiebra dentro de unos dos años, si no se presenta una insurrección indígena-popular antes, lo que es altamente probable. Mientras el presidente Gustavo Noboa entrega el país al ALCA neoliberal de Washington y destruye a la CAN, los partidos políticos presentan proyectos a las masas que pretenden demagógicamente que el país tiene salvación dentro del marco nacional. Y al presentarse la crisis estructural, la clase política, tanto en su vertiente centroderecha (León Febres Cordero y Álvaro Noboa) como centroizquierda (Rodrigo Borja y León Roldós), quedará tan desprestigiada como la de Argentina en la actualidad, convirtiéndose el Ecuador en otro escenario prerrevolucionario.
Ante este panorama, la alternativa política para América Latina se concretiza en la siguiente consigna: bloque regional capitalista de poder, es decir, Patria Grande ó barbarie.


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