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Latinoamérica

La legitimidad de la astucia

Engaños y picardías

 Roberto "Tito" Cossa *

Las asambleas barriales exigen que se vayan a sus casas todos los políticos. Todos. Y los victimiza con una sola palabra: chorros. El único político que tiene un lugar en las puebladas es Luis Zamora quien, además, en una encuesta está al tope de la preferencia de los argentinos para ocupar la presidencia de la Nación. Está claro: para la gente Zamora no es chorro. Y lo demostró: renunció a su jubilación de diputado y cuando dejó la bancada volvió a su oficio de vendedor de libros, conducta que por sí sola lo valoriza ante la sociedad. El periodista Luis Majul, haciéndose eco de esta imagen, le preguntó en su programa de televisión: "¿Usted es pobre?" Zamora no sobreactuó la respuesta. No se sabe si Zamora es un pobre textual, pero de hecho representa para los argentinos un político que pasó por el poder sin enriquecerse. Y los ejemplos son pocos. Los más veteranos recordarán a Elpidio González, aquel vicepresidente de Hipólito Yrigoyen que terminó su vida vendiendo lápices: las generaciones más cercanas, a don Arturo Illia, que se olvidaba de cobrar su sueldo de presidente y jamás tocó un peso de los fondos reservados.
En esta descarga moralizadora a Zamora lo apoyan tanto los que piden trabajo como los que reclaman que les devuelvan sus ahorros capturados en el corralito. No es extraño que un desocupado ponga sus esperanzas en un líder trotskista, lo curioso es que lo haga un comerciante que clama por la devolución de sus dólares. Esto significa que para la sociedad actual lo importante de un político es que sea honesto con su dinero, con el de ellos. Pero ¿cuál es la honestidad de un político cuando se mete con los nuestros? Si asumiera el poder seguramente Zamora no tocaría un solo peso del Estado para su beneficio personal, pero metería la mano en los dineros depositados en los bancos. Como lo hizo Cavallo. La única diferencia es que en vez de dárselos al FMI, Zamora los destinaría a mejorar la vida de los pobres. Me temo que, llegado el caso, muchos militantes de las cacerolas no entenderían la diferencia.
De cualquier manera, desde el 20 de diciembre la sociedad argentina ha modificado su escala de valores. Hasta ese momento, para la mayoría, Raúl Alfonsín era considerado "un politiquero"; a lo sumo un "traidor" para los más exaltados. Ahora, además de politiquero y traidor, Alfonsín es "chorro", calificación que para el ex presidente superó los límites de la tolerancia.
Es que el sacudón nos puso a todos patas para arriba y cuando uno está boca abajo el mundo se le aparece de otra manera. Y es en ese disturbio de la visión que hemos empezado a confundir corrupción con astucia. Las asambleas populares no sólo segregan a los políticos profesionales (aun a los progresistas), también expulsan a los militantes izquierdistas, porque les descubre un discurso preparado, una estrategia de captación. De última, esos militantes de la izquierda luchan por el mismo proyecto político al que aspira Zamora. O parecido, al menos. Pero, además, Zamora tiene un proyecto de poder y lo está construyendo en el marco de las asambleas populares. La diferencia de Zamora con los militantes de izquierda es su prestigio personal, bien ganado por cierto. Y el manejo de los tiempos. Astucia, en fin.
En cada una de las intervenciones públicas el líder trotskista no pierde la oportunidad de castigar a la izquierda clásica. Responde a sus viejas cicatrices, así como una estrategia de captación de los sectores más moderados, tan legítima como la de los bienintencionados muchachos que andan bajando línea por los barrios. Zamora se ha dado cuenta de que en un futuro cercano puede aspirar a la presidencia de la Nación. Y está en todo su derecho. Personalmente, me parece un muy buen candidato. Confieso que lo voté en las últimas elecciones.
Pero es bueno que los malhumorados de las cacerolas se pongan en claro. No es lo mismo ser corrupto que ser astuto. La corrupción es un mal de la política, pero la astucia es una virtud necesaria de los políticos. Zamora, que no es un corrupto, es un astuto, como buen político. Esta cruzada purificadora es gratificante en sí misma y hasta necesaria. Perotiene sus límites. Terminar con la corrupción de los políticos es muy difícil, pero posible. Acabar con la astucia es una utopía irrealizable.

* Dramaturgo y escritor.
Página 12

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