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Latinoamérica

13 de diciembre del 2002

Uruguay: Los nuevos pobres

Esteban Valenti
Bitácora

Los nuevos ricos son un tema recurrente en la literatura, en el cine y naturalmente, en las revistas de "sociales", que registran "gratuitamente" sus aventuras en el mundo restringido de los "viejos ricos", es decir los que tuvieron todo el tiempo de aprender a gastar y a exhibir. Hay toneladas de material para bucear en los gustos y los disgustos de los nuevos ricos.
¿Pero quién se acuerda de los nuevos pobres? De esa plaga que crece como una marea negra en las sociedades de Argentina y también de Uruguay. Se podría decir que son una de las componentes más notorias de las nuevas fronteras sociales.
Los nuevos pobres hace poco tiempo tenían trabajo estable y decentemente pagado; tenían casa con los electrodomésticos de estilo, tarjetas de crédito y sobre todo, crédito. Muchos estaban pagando o habían comprado el autito. Naturalmente, superaban generosamente la canasta básica, con salud pre paga, educación privada en la mayoría de los casos, vacaciones y esparcimiento. Naturalmente, con una gama muy amplia y variada de situaciones, que incluía desde trabajadores calificados, hasta profesionales, empresarios y comerciantes.
Además de los elementos materiales: los ingresos mensuales, los pequeños o medianos ahorros, las propiedades- es decir de los activos-, tenían la genérica mentalidad de las "clases medias" de esta sub región. Que, con sus diferencias y matices, se habían sumado a la corriente del alegre consumo y de cierto vértigo en el gasto y el endeudamiento. Fueron en definitiva los que más creyeron en que ésta era la realidad y las reglas del juego serían eternas.
El fracaso estrepitoso del modelo, la caída de los ídolos barrosos - como el cambio peso-dólar, como las diferentes variantes de corralitos, corralones, reprogramaciones y todas la ingeniería financiera que se devoró ahorros y expectativas y, sobre todo, la crisis del trabajo -, los embistió en pleno como un tren desbocado.
Empleos, pequeños y medianos negocios, empresitas, trabajos profesionales, se esfumaron en una catarata incontenible de malas nuevas que los dejaron de la noche a la mañana en la inseguridad y en las puertas de la pobreza. La persistencia de la crisis los deslizó por la pendiente, son los nuevos pobres.
Gente que no tiene hábitos de pobres, que además de sufrir las pérdidas materiales, el auto, la casa decente y las comodidades - o como dijera la excelente y aguda periodista argentina Sandra Russo, los que cambiaron abruptamente la rúcula por la lechuga -, agregan los factores sicológicos, las depresiones sin analista o sicólogo a la vista. Pobreza abrupta y sensación de fracaso.
Los nuevos pobres no se resignan a ser pobres y lo sienten como una derrota, como un fracaso personal que arrastra a sus familias. Esta contradicción es un factor nuevo en nuestras sociedades, tanto por sus dimensiones como por su densidad, y por impacto, en el estado anímico general. Y esto se suma a todo el proceso de desmoronamiento de las sectores sociales más débiles.
Hay diferencias de dimensiones y de profundidad entre Argentina y Uruguay, pero a nivel de los nuevos pobres es un fenómeno bastante paralelo. El 20% de desocupación expuesta y porcentajes muy superiores de inseguridad laboral son la expresión más clara de este proceso.
La gran mayoría de la sociedad se empobreció, creció la marginación y la miseria, con "necesidades básicas insatisfechas" muy amplias, incluyendo algo nuevo: el hambre, es decir la imposibilidad de alimentarse y alimentar a las familias. Y como sucede siempre los que más sufren esta realidad son los más débiles, en primer lugar, los niños. El hambre es poco sutil, hace aflorar las condiciones básicas y elementales de los seres humanos.
Esto desata las capacidades de reacción de una sociedad y, simultáneamente, la gravedad de ciertas patologías. De un lado, aparecen las redes solidarias, el esfuerzo de la gente por buscar soluciones y alternativas colectivas, ante las barreras insuperables de los tránsitos individuales; pero del otro lado, muestra los gobiernos corruptos hasta el límite del crimen, como por ejemplo en la provincia de Tucumán. Hay algunos personajes que son cruza con buitre. Hasta en la tragedia quieren seguir tragando.
Los nuevos pobres no han llegado a los niveles de la indigencia, pero tienen en su horizonte la inseguridad permanente o la emigración. Son estos sectores los que aportan la mayoría de las largas colas en los consulados y embajadas, o los que directamente se toman el avión. Y con ellos, se pierden grandes inversiones sociales en educación y en capacidades. Y en el caso de Uruguay, se agrava un problema estructural y cada día más preocupante: el envejecimiento.
Los uruguayos tenemos que mirar con un ojo preocupado la relación PBI-deuda externa y con el otro ojo a la relación trabajadores ocupados- población jubilada, ambas son bombas de tiempo en plena combustión.
Baja la natalidad general, sube el porcentaje de niños nacidos en hogares pobres y aumenta la emigración. Un cocktail realmente destructivo para el país.
Los emergencia de los nuevos pobres actúa sobre un conjunto de sectores de la economía y de la propia identidad nacional de manera devastadora. La salud de la que nos enorgullecíamos, por sus alcances y sus formas solidarias y mutuales está al borde del abismo; no sólo por la relación con el crédito y los bancos de las mutualistas, sino por algo mucho más profundo y grave: los nuevos pobres no tiene mutualista, van a Salud Pública.
La educación, en particular el importante número de universitarios y la inversión familiar en educación se desmorona. Entramos en la sociedad de la información y el conocimiento en el peor momento de nuestra historia educativa. La escuela pública fue el factor de identidad del país durante décadas, el elemento de contacto y relación social entre todos los sectores. La aparición prepotente de la educación privada en los últimos años, fue un elemento de diferenciación y de estiramiento de la pirámide social de consumos, fundamental; ahora, es un abismo que separa dos mundos cada día más alejados.
Los nuevos pobres tienen credencial, cédula, mantienen relativos niveles de acceso a la información; la pobreza antigua y la miseria ya han entrado en el cono de sombra de la ciudadanía perdida o totalmente indiferente, la credencial es una rareza y hasta la cédula es una excepción. Les estamos negando inclusive el derecho básico a opinar, a elegir el destino nacional.
Otro de los sectores en crisis por estos nuevos actores sociales, es el del consumo. El modelo de la apertura indiscriminada y del "made en cualquier lado" con tal de que sea importado necesitaba de los actuales nuevos pobres. El consumo a todos los niveles se ha visto afectado de manera dramática. No sólo los insumos importados son más caros por la abrupta devaluación, sino por que hay menos consumidores. Hay góndolas y negocios que están prohibidos para los nuevos pobres.
Diseñar una estrategia de desarrollo nacional a partir de las cenizas de este incendio, implica naturalmente atender la emergencia social más grave, aguda e insultante para nuestra sensibilidad y, sobre todo, para la de las víctimas del naufragio; y también, rescatar de las aguas de esta tormenta destructora las potencialidades, capacidades y condiciones de decenas de miles de familias uruguayas pobres y desesperadas. Y el camino será uno sólo: que puedan trabajar.
Sólo el trabajo genera riqueza, auto estima y crea expectativas, confianza y condiciones para el progreso de la inmensa mayoría de la sociedad uruguaya. Y espanta a los parásitos.
(*) Periodista. Coordinador de Bitácora. Uruguay