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Latinoamérica

30 de noviembre del 2002

Estados Unidos y el gobierno de Lula

Emir Sader
La Jornada

¿Cómo serán las relaciones entre los gobiernos de Bush y de Lula? La pregunta gana importancia por el peso que sus países tienen en América y por sus diferencias en relación con algunos de los principales temas de actualidad en el continente, entre ellos el ALCA; y si esto no es suficiente, Brasil nunca había sido gobernado por un presidente de izquierda, mientras que Estados Unidos nunca tuvo un presidente tan derechista.
Las relaciones entre Brasil y Estados Unidos tuvieron una relativa estabilidad a lo largo de las últimas décadas, luego que Washington interviniera, abiertamente -como lo comprobó el propio Senado estadunidense- en el derribo del gobierno de Joao Goulart. A este episodio siguió el apoyo irrestricto a los primeros gobiernos de la dictadura militar, hasta que, entrados los años 70, se vivió un momento de tensión, por razones económicas, en torno a la tentativa brasileña de sustituir importaciones bajo el gobierno de Ernesto Geisel. A esto se sumaron las diferencias por el convenio nuclear de Brasil con Alemania y cuestiones de "derechos humanos", ya durante la presidencia de Jimmy Carter. El clima volvió a distenderse en el llamado proceso de "transición democrática", hasta que un nuevo foco de conflicto apareció al decretarse la moratoria durante el gobierno de José Sarney.
El gobierno estadunidense volvió a apoyar irrestrictamente a su par brasileño en tiempos de Fernando Henrique Cardoso, como no lo había hecho desde los primeros gobiernos de la dictadura militar. Desde la invitación de Bill Clinton para que Cardoso -incluso antes de ser electo presidente- asistiese a su toma de posesión, pasando por el envío de uno de sus asesores para apoyarlo en la campaña de 1994, hasta llegar a una sociedad explícita por el apoyo a la globalización dado por Cardoso, la licitación para el Sivam (Sistema de Vigilancia del Amazonia), la participación de Cardoso en las reuniones de la finada tercera vía, se estableció una especie de luna de miel entre Washington y Brasilia. Los disensos posteriores -especialmente por conflictos comerciales- no afectaron este clima, habiendo sido trasladados más hacia el ámbito de la Organización Mundial de Comercio, hasta que Cardoso "descubrió" que la globalización neoliberal no era exactamente "un Renacimiento para la humanidad", o al menos no para los brasileños.
Eran tiempos de pregonar el "libre comercio" como ley universal, que parecía -a Cardoso- el terreno propicio para una reinserción internacional ventajosa de Brasil. Pero el paso de la economía estadunidense de la expansión a la recesión, que coincidió con el fin del segundo mandato de Clinton y la victoria republicana, con el diseño de una política unilateral y su consolidación después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, alteró significativamente el cuadro de relaciones entre los gobiernos estadunidense y brasileño.
Los cambios en la política económica estadunidense, con una acentuación del proteccionismo como tentativa de reaccionar a la recesión, la modalidad de la vía rápida aprobada por el Congreso de Estados Unidos para el ALCA y la afirmación del unilateralismo y la criminalización de los conflictos mundiales como política exterior de la administración Bush, provocaron mayores distancias en la relación con el gobierno brasileño. Este reaccionó específicamente en los temas de proteccionismo frente a las exportaciones brasileñas, lo que ponía en cuestión más al ALCA que a la política exterior de Estados Unidos, aunque una que otra vez hubo declaraciones de Cardoso fustigando el carácter oscurantista del gobierno de Bush.
No pasará mucho tiempo antes de que sepamos cómo se encaminarán las relaciones bilaterales. En primer lugar, por el viaje de Lula a Argentina, la opción de primera salida al extranjero del presidente electo, una elección de mucho significado, al punto de no agradar en absoluto al gobierno de Bush. Su primera acepción es la prioridad que la política exterior brasileña otorgará a la reconstitución del eje Brasilia-Buenos Aires, para retomar el Mercosur. Aún sin tener un interlocutor -Duhalde ya definió el fin de su mandato y el panorama sucesorio es bastante confuso como para tener una idea más o menos clara de lo que sucederá-, el viaje de Lula es una señal para esa alianza con un país en grave crisis y para el cual Estados Unidos no tiene nada. Como mucho, hizo una que otra concesión comercial, cuando la victoria de Lula comenzó a ser una certeza.
Las elecciones argentinas deciden, de algún modo, el marco en que se darán las relaciones Brasil-Estados Unidos. En caso de que Carlos Menem vuelva a ser presidente de Argentina, él ya se definió a favor de la dolarización de la economía. En ese caso, estarían dadas las condiciones para concretar el ALCA en las condiciones deseadas por Estados Unidos, y Brasil quedaría sumido en un gran aislamiento internacional. En caso de que venza otro candidato, peronista o de la oposición, que opte por el fortalecimiento del Mercosur, el eje Brasil-Argentina podría ser retomado, resurgiendo como una referencia alternativa al ALCA y al liderazgo unilateral de Estados Unidos.
El viaje de Lula a Estados Unidos servirá para fijar el tono de los discursos de cada lado. El gobierno de Bush ha mostrado cierta timidez en expresar su divergencia y su incomodidad, aunque la victoria en las elecciones legislativas debe haber aumentado aún más el tono de intolerancia hacia las diferencias que el actual equipo de gobierno de Estados Unidos ha demostrado. Brasil tendrá oportunidad de mostrar el cambio no sólo de tono, sino sobre todo de contenido. Esta es la expresión del cambio consagrado en las elecciones presidenciales, cuando Brasil votó por un proyecto nacional, fundamento para retomar la soberanía en la política exterior. Porque fue precisamente la ausencia de un proyecto para el país lo que llevó a la caída del perfil de presencia externa de Brasil durante los dos mandatos del presidente saliente Cardoso.
Sin embargo, el primer gran tema sobre el cual será inevitable una definición de las nuevas relaciones es el del ALCA, ya que los dos países asumen conjuntamente la fase final del proceso, que debería llegar a su formato definitivo. Estados Unidos, consciente de que la vía rápida es inaceptable para Brasil, trata de avanzar con acuerdos bilaterales de libre comercio -como los propuestos a Chile, Uruguay y a países centroamericanos- para allanar el camino hacia una futura concreción del ALCA. Es posible que frente a este impasse haya un aplazamiento -se habla de 2010- para el eventual comienzo del ALCA, periodo que sería utilizado por Estados Unidos para continuar avanzando en ese camino, mientras que Brasil podría caminar hacia la reconstrucción del Mercosur. Esta vía pasa necesariamente por la adopción de una moneda común, que aleje los riesgos de dolarización, y por una propuesta para el conjunto de la región, centrada en un acuerdo entre Buenos Aires y Brasilia. Esto, a su vez, permitirá diversificar las alianzas internacionales del Mercosur, para que se amplíe en dirección del resto de la subregión, pero también hacia Europa y Asia, especialmente los dos mayores países de ésta, China e India.
La unificación europea, el Tratado de Libre Comercio y la recién anunciada zona de libre comercio entre China y los países del sudeste asiático demuestran cómo la reinserción soberana en el plano internacional supone integraciones regionales, que mejoren la correlación de fuerzas, especialmente de los países situados en la periferia capitalista. Un Mercosur fortalecido y ampliado será no sólo una gran contribución a una solución positiva de la crisis latinoamericana, sino también una contribución para un mundo multipolar y, por tanto, menos violento, arbitrario e injusto.
* Sociólogo brasileño, catedrático de la Universidad Federal de Río de Janeiro, asesor del Movimiento sin Tierra de Brasil y organizador del Foro Social Mundial (Porto Alegre)
Traducción: Alejandra Dupuy