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Latinoamérica

Carmona ordenó matar a Chavez


Fuente: Punto Final

Con Stella Calloni, corresponsal del diario "La Jornada" de México, estamos con el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez Frías, en su despacho del Palacio Miraflores. Es la misma oficina en que Chávez vivió las tensas horas del golpe de estado del 11 de abril. A un costado, un cuadro tamaño natural del Libertador Simón Bolívar. Apostura de guerrero y mirada resuelta, imposible que hubiese arado en el mar como creyó. Debe haberlo dicho porque Bolívar era de carácter más bien triste y melancólico. Detrás del escritorio un Cristo crucificado. Sobre una repisa una imagen -en urna de cristal- de la Virgen de Coromoto, patrona de Venezuela. Richard Gott dice en su libro "A la sombra del Libertador" que Chávez tiene retórica de pastor evangélico, y es cierto. Más allá una réplica de un cohete ruso. Varias sillas a lo largo de la sala. Estantes con libros y una puerta que comunica con la ayudantía militar.
PRESIDENTE Hugo Chávez: su arma y escudo es la Constitución aprobada en el plebiscito del 15 de diciembre de 1999.

Un teniente de la Marina se asoma a ratos. En un rincón una mesa de conferencias, no muy grande. Allí se desarrolla la entrevista. En realidad comenzó en el avión presidencial que nos trajo de Barquisimeto. Sólo un par de llamadas al celular de Chávez interrumpen la conversación. Una es de Rosa Inés, la menor de los cinco hijos del presidente. Chávez le habla con dulzura: "¿Así que me viste en la tele? ¿Esos niños que estaban conmigo? Bueno, eran muchachitos que fueron al programa ‘Aló, presidente’ en Barquisimeto. Sí, claro, también cantamos. ¿Quieres que te cante esa canción?" Y Chávez le canta a su hija. Stella y yo tratamos de hacernos invisibles, detrás de nuestras tacitas de café. Chávez se emociona. Ahora vive solo en Miraflores. Está separado de su segunda esposa, María Isabel Rodríguez, a quien la oposición intenta seducir.
Pasan unos segundos. Chávez carraspea y volvemos a lo nuestro: una entrevista al presidente que un movimiento opositor encabezado por el gran empresariado intenta derrocar por cualquier medio. Hace seis meses estuvieron a punto de conseguirlo y cometieron el error -que no repetirán- de dejarlo vivo. Muchos golpistas eran amigos y antiguos camaradas del presidente. Pienso en Salvador Allende en La Moneda. El alma aterida por el frío de la traición. El mismo libreto se aplicó en Chile. Sin embargo, Chávez, de 48 años, está vivo, amistoso y sencillo frente a nosotros y a la cabeza de un gobierno que goza de enorme apoyo popular, sobre todo de los más pobres.
La traición de antiguos compañeros de lucha, debe haber significado un golpe muy duro para usted.
"Estuve muy golpeado, es cierto, pero eso ya pasó. Me decía Fidel -estuve en La Habana con él hace poco- hablando de traiciones. Le dije: tú tienes 43 años gobernando pero creo que nunca te traicionaron como a mí el 11 de abril. Jamás -me contestó-, nunca he conocido tanta traición.
Uno se va reponiendo de estas heridas, sobre todo por el bálsamo del pueblo, ese amor tan grande que nos manifiesta. Por un traidor hay cien mil hombres y mujeres valientes y solidarios. Ese amor cura cualquier herida".
¿Cómo se explica la traición de Luis Miquilena que fue su ministro del Interior y Justicia, que presidió la Asamblea Constituyente, que trabajó junto a usted desde los años 90 y que, sin embargo, apareció en el grupo que dirigía el golpe?
"No lo sé, no me lo explico. Estuvo a verme después. Me dijo que se había acercado a los golpistas para interceder por mi vida. Le recordé que en 1945, como dirigente sindical, combatió el golpe contra Isaías Medina Angarita. Le pregunté, mirándolo a los ojos, por qué a esta altura de su vida -82 años- se había sumado a un golpe de Estado contra un amigo. No contestó".
¿Cómo evalúa usted el golpe de abril?
"Creo que la oposición hizo mal sus cálculos. Venía jugando al desgaste del gobierno. A la campaña de prensa ellos agregaron encuestas que indicaban que el gobierno estaba debilitado. El 2001 empezaron con eso y terminaron creyéndose su propio cuento. Afirmaban que yo tenía sólo 20% de apoyo popular. Pensaron que el pueblo no iba a reaccionar como lo hizo. Por otra parte, trabajaban sobre las FF.AA., tratando de dividirlas y ponerlas contra el proyecto del gobierno. Un trabajo sicológico manejando la tesis de la ‘cubanización’ de nuestro proceso, de presuntos nexos con la guerrilla colombiana, etc. Los conspiradores llegaron a creer que el pueblo y las FF.AA. iban a aceptar el golpe. ¡Y se llevaron la gran sorpresa! Yo también: cuando estaba prisionero pensaba que íbamos a volver al gobierno, pero que pasarían varios meses, incluso años, para que esto se produjera. Pero la reacción popular fue inmediata. El pueblo empezó a tomar las calles, los soldados y oficiales patriotas comprometidos con la Constitución, empezaron a revertir la situación a las pocas horas. La oposición recibió un golpe noble y aunque todavía tiene enorme poder mediático, a medida que van surgiendo detalles de la conspiración y que retomamos la ofensiva incluso a nivel mediático -a pesar que tenemos mucha desventaja-, no saben cómo reaccionar o reaccionan torpemente. Los opositores también se han desprestigiado a nivel internacional. Nuestro gobierno ha empezado a recibir un apoyo que antes no existía o que era tibio. Por otra parte, hemos reconocido errores. Nos hemos dedicado a organizar todas las expresiones de apoyo que resurgieron con fuerza a raíz del golpe. Los estudiantes, por ejemplo: teníamos años tratando de conformar un movimiento serio. Pero sólo después del golpe surge la Federación Bolivariana de Estudiantes que tiene mucha fuerza. Los trabajadores, por su parte, se negaron a seguir el llamado a paro general. Los golpistas nunca pararon el país a pesar de su ofensiva mediática. Después del golpe muchos dirigentes sindicales honestos, de una corriente nueva e independiente, se han nucleado en un Congreso Nacional de Trabajadores. Están discutiendo si es conveniente o no crear una nueva Central de Trabajadores. La misma reacción hemos visto de campesinos, movimientos indígenas, pescadores, militares, que están generando formas organizativas y mecanismos de coordinación que no teníamos. Yo me había atenido mucho a la relación con el alto mando perdiendo contacto con la oficialidad media. He aquí algunas lecciones del golpe que ha permitido la autocrítica, un crecimiento político, moral y organizativo del partido de gobierno que fue desbordado por las masas en aquellas horas".
¿Cree que han aparecido fisuras en el frente opositor como indican algunas declaraciones de sus dirigentes?
"Sí, porque su alianza es coyuntural. El factor común que los une es el ‘fuera Chávez’. Pero no tienen un liderazgo consolidado. Más bien hay pugnas por ese liderazgo entre los partidos y grupos políticos, y entre ellos y la llamada ‘sociedad civil organizada’. Los dueños de los medios de comunicación han venido asumiendo sus propias posiciones, sus directivos también tienen pretensiones personales. Fedecámaras tiene particulares intenciones de protagonismo político. La cúpula de la CTV, lo mismo. En suma, hay una competencia feroz entre ellos. No hay un factor programático que los aglutine. A medida que pasan los meses se van desgastando. Una parte de la oposición recupera la razón y comienza a preguntarse si no será mejor participar en el marco democrático de la política. Una parte de la oposición viene desvinculándose de lo que ellos mismos llaman ‘agenda oculta del golpe’".
La mayoría reducida que su gobierno conserva en la Asamblea Nacional, ¿es sólida para impedir un "golpe constitucional"?
"Tiene una solidez probada aunque no garantizada para siempre. Desde fines del año pasado comenzó un trabajo de la oposición hacia la Asamblea Nacional, el Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral. Chantajes y presiones. Trataron de quitarnos la mayoría en la Asamblea, pero fracasaron. El golpe ayudó a nuclear nuestros cuadros en la Asamblea. Sin embargo, hay riesgos. Sabemos que algunos no son sólidos ideológica o moralmente. Pero en el supuesto que la oposición lograra una mayoría, sería exigua. Lo que nunca conseguirá son los dos tercios para enjuiciar y destituir al presidente. El ‘golpe institucional’ es sumamente difícil. Lo mismo pasa en el Tribunal Supremo. Para que el TSJ abra juicio al presidente, o lo lleve preso, se necesitan también dos tercios. El golpe por esa vía se le ha puesto muy difícil a la oposición. Por eso ha comenzado a manejar la tesis de otro golpe precedido de desestabilización a través de huelgas, manifestaciones, ‘trancazos’, etc. Otra vía es el ‘golpe económico’: hacer ‘chillar la economía’ como planteó Nixon para Chile. Por ahí anda el juego opositor, un escenario donde nosotros tenemos mayor vulnerabilidad y ellos, en este momento, mayor fortaleza".
Entre Stella Calloni y yo tratamos que el presidente Chávez nos cuente cómo consiguió revertir el golpe de Estado y comunicar al mundo que no había renunciado a su cargo.
"Yo estaba atento a cualquier circunstancia favorable. El primer día logré que un oficial me prestara teléfono. Me comuniqué con mi hija María Gabriela, que estudia periodismo, y le dije: llama a Fidel y a quién quieras, diles que no he renunciado. Estaban transmitiendo mi ‘renuncia’ y decían que yo había pedido irme del país. Leían en la radio y TV la presunta renuncia y aseguraban que estaba firmada.
Mi hija llamó a Fidel que la enlazó con el mundo. También pude comunicarme con mi esposa, Marisabel, que estaba escondida en Barquisimeto. Ella pudo hablar por la CNN. Después de ver en un televisor que me prestó un oficial que leían mi ‘renuncia’, supe que me iban a matar. Por eso era tan importante desmentir la renuncia. Afortunadamente me habían puesto en manos de militares jóvenes y desde el primer momento sentí el respeto de esos muchachos. Uno me regaló una piedra de ésas que uno frota para darse fuerza y mística y me dijo: ‘tranquilo, no se preocupe’. Así conseguí el televisor y me enteré de lo que pasaba. Era mediodía del día 12. Los desmentidos de mi hija y esposa no los difundieron los medios venezolanos pero muchos los escucharon por radios y canales de TV extranjeros. El pueblo empezó a movilizarse".
También contribuyó la declaración del Fiscal General, Isaías Rodríguez...
"Correcto, pero además que él tiene gran coraje, recibió una señal. En la mañana del 12 de abril llega un coronel golpista y me dice que Isaías mandó fiscales del ministerio público para verificar mi estado y que no los dejaron entrar al Fuerte Tiuna. Empecé a exigir mi derecho a un abogado y que me vieran los fiscales. Permitieron que dos muchachitas, abogadas asimiladas al ejército, entraran -todas nerviosas- al cuarto en que yo estaba. No habían pasado ni dos minutos y se fueron sin decir adiós. Regresan como a los diez minutos acompañadas de un coronel-abogado, y empezamos a hablar. Estaban muy tensas y lo primero que les digo fue: miren, yo estoy bien pero se está engañando al mundo diciendo que renuncié a la presidencia de la República. Quiero que ustedes sepan que no he renunciado y que exijo un abogado. Una de las muchachas escribió a mano el acta. La leo y me doy cuenta que no puso mi desmentido. Pero entendí que ellas estaban delante de un superior golpista y en situación muy dificil, así que firmé. Se fueron y ¿saben lo que hicieron? Debajo de la firma en letras minúsculas, pusieron: ‘Nota: manifestó que no ha renunciado’ y mandaron ese fax al fiscal Isaías Rodríguez, de modo que cuando él hizo su declaración tenía esa señal que le había llegado desde el Fuerte Tiuna.
En la noche del segundo día me sacan en helicóptero. Después supe que desde Miraflores salió la orden de matarme. La dio el propio Pedro Carmona. Gente que estaba aquí, mesoneros que servían café, etc., lo oyeron. Me llevaron a Turiamo, un centro de entrenamiento de comandos de la Marina. Después supe que los militares patriotas del Fuerte Tiuna se estaban preparando para liberarme esa misma noche. Al ver el helicóptero salieron corriendo pero no hubo tiempo de nada. Sin embargo, empezaron a hacer llamadas a sus superiores y a presionar: ‘si al presidente le pasa algo, dijeron, empezamos a matar generales, ninguno sale vivo de aquí’. Ya entonces en Maracay el general Raúl Baduel, jefe de los paracaidistas, se había rebelado. Lo mismo otros comandantes, incluso de unidades lejanas como el general Jesús Welheim Becerra, de las tropas de frontera. Los muchachos de la Marina en Turiamo me dijeron: ‘presidente a usted no le va a pasar nada, esté tranquilo’. Se esmeraron en atenderme y en la mañana me permitieron salir a correr. Yo sentía su solidaridad. Vino un muchachito de la guardia y me dijo: ‘estoy a su orden, yo no quiero que le pase nada, qué puedo hacer’. Se me ocurre enviar otro mensaje porque ya sabía que me iban a trasladar a La Orchila, una base naval. Mira, hijo, le dije, voy a escribir una hoja, te la llevas y la difundes por todos los medios. Me contestó: ‘aquí tiene una hoja, escriba y la pone en el fondo del pote de la basura, yo vengo más tarde a buscarla’. Cuando llegó la comisión a buscarme, yo estaba por la mitad y escondí la hoja. Cuando salieron terminé de escribir y la puse en el pote de la basura. El guardia se la llevó, pidió un auto prestado y se fue a Maracay con su mujer, donde el general Raúl Baduel. Baduel agarró la hoja, salió ante el pueblo reunido frente la Brigada de Paracaidistas y con un megáfono dijo: ‘conozco la letra del presidente y doy fe de este mensaje’, y lo leyó. De inmediato empezaron a difundirlo por todos lados.
Los golpistas mandaron a La Orchila un avión con el cardenal Ignacio Antonio Velasco , un general y un coronel de justicia militar. Llevaban la misma renuncia que me había negado a firmar los días 11 y 12. Yo me sentía más seguro porque era evidente el respeto que me demostraban los oficiales en La Orchila. El cardenal Velasco me dijo que el ‘gobierno’ de Carmona me pedía firmar la renuncia y que un avión me llevaría donde yo quisiera, a Cuba por ejemplo. Empecé a discutir con ellos y estábamos en esa discutidera cuando vi movimiento, los sargentos empezaban a tomar posiciones de combate, y pensé: aquí va a pasar algo. Eran como las 10 ó 11 de la noche del día 13. Entonces les dije: miren, voy a redactar una propuesta.
Hice el documento que decía: ‘Yo, Hugo Chávez Frías, cédula de identidad tal, presidente de la República, declaro que he sido obligado a abandonar el cargo en virtud de los hechos que han ocurrido en el país’. Si ustedes aceptan esto -les dije- a lo mejor considero salir del país pero con garantías de que vamos a Cuba. Entonces, un oficial de la custodia se acerca y me dice calladito: ‘Presidente, no vaya a firmar nada’, y se retira. Entretanto estaban pasando en computador el documento pero el oficial hacía lo suyo: se ‘equivocó’ como diez veces y me miraba de reojo. Entonces voy al baño, me lavo la cara, salgo y les digo: ‘no, no firmo nada señor cardenal, ni siquiera lo que yo redacté. Soy un preso político, déjenme aquí o llévenme a la cárcel que ustedes quieran, no voy a firmar nada’. Ellos, extrañamente, en vez de insistir, dicen: ‘tiene razón, Chávez..., nos vamos’. Los notaba nerviosos y apurados. Me quedé ahí, prendo un cigarrillo, se me acerca un oficial y me dice: ‘presidente (ya me trataban de presidente), nosotros garantizamos su vida’. Le pregunté por qué estaban desplegados en combate. Me dice: ‘viene gente a rescatarlo: seis helicópteros artillados, parece que viene el general Baduel. Estamos comunicándonos con él para que no venga a atacarnos. Nosotros sólo estamos para custodiarlo a usted’. Entonces, lo más cómico, es que no habían pasado ni cinco minutos y entran de nuevo el cardenal con los dos oficiales, se sientan en silencio; el cardenal estaba blanco como un papel. Me le siento al lado y le digo ‘qué le pasó, ¿aceptaron mi invitación para dormir esta noche aquí?’ El cardenal me contesta: ‘no, es que el avión se fue’. El avión de ellos oyó por radio que venían helicópteros artillados y despegó como alma que se lleva el diablo y los dejó en la isla. Tuve que traérmelos a Caracas en los helicópteros de rescate. Yo estaba aturdido por los acontecimientos. El almirante de la custodia me dice: ‘presidente, lo llama el ministro de la Defensa’. Yo asocié con el ministro golpista, el vicealmirante Héctor Ramírez Torres, y digo: no voy a hablar con ese golpista. ‘No, lo llama su ministro de la Defensa, José Vicente Rangel. Me paro como un rayo y fui al teléfono.
Oigo la voz de José Vicente, radiante como un sol en el oído. Me puso al corriente. ‘Hemos retomado el Ministerio de la Defensa, a Carmona lo tengo preso aquí, te estamos esperando...’. Bueno, qué le iba a decir: ‘hermano, un abrazo, voy para allá’. En ese momento llegaban a La Orchila los paracaidistas que iban a rescatarme"