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Latinoamérica

Peligros del gobierno de Lula

Frei Betto

ALAI-AMLATINA

Lula venció. Hasta el día de la toma de posesión el Brasil se nutrirá de especulaciones. Cada ministro mencionado y cada asesor sugerido darán motivos para todo tipo de suposiciones. Y el coro se dividirá entre las voces contentas y las descontentas. Porque, en materia del gobierno Lula, los brasileños repiten el fenómeno del fútbol: todos se consideran técnicos y a todos les gustaría escoger el equipo de su preferencia.
Para mí, lo que importa es la dirigencia del nuevo presidente, orientada por el programa de gobierno y los principios que siempre han regido al PT. La orquesta tendrá que tocar bajo la batuta del maestro. Y conozco la música que suena bien en sus oídos: la cuestión social.
Sé que muchas veces en la práctica la teoría es otra.
Acompañé de cerca el proceso sandinista en Nicaragua. Estuve allí con Lula en las conmemoraciones del primer aniversario de la Revolución Sandinista, en julio de 1980. Fue cuando conocimos a Fidel Castro, que nos fue presentado en casa de Sergio Ramírez, entonces vicepresidente del país.
La victoria de los sandinistas, que expulsaron de Nicaragua décadas de dictadura de la familia Somoza, despertó incontenidas esperanzas, como sucede ahora con la elección de Lula. Sin embargo, al poco tiempo esas esperanzas se derritieron como copos de nieve al sol. La razón principal fue la guerra terrorista patrocinada por el gobierno Reagan, de los Estados Unidos, que no admitió otra nación en el Continente, además de Cuba, fuera de la órbita de la Casa Blanca. Además, con excepción de Cuba, el bloque socialista se echó atrás en el apoyo a Nicaragua. Gorbachev ya andaba de enamorado con la esfera capitalista, desinteresado por perfeccionar la democracia socialista. Hizo que se viniera abajo el régimen implantado por Lenin, comprobando así que el centralismo socialista era un talón de Aquiles: el liderazgo de un hombre echó abajo lo que toda la presión externa, a lo largo de décadas, no había logrado.
Otra razón hubo que contribuyó al fracaso del gobierno sandinista: sus líderes se alejaron de las bases populares.
Con excepción de unos pocos, muchos dirigentes de Nicaragua adoptaron, en el poder, la prepotencia. Disfrutaban tenazmente de privilegios, mientras que la población padecía la crisis de abastecimiento; se rodeaban de ostentaciones; acumulaban patrimonio; trataban al pueblo, que había luchado para que llegasen al poder, como una categoría abstracta. Se creó de ese modo el distanciamiento entre gobierno y nación, reforzando la propaganda esgrimida por los enemigos de la Revolución.
El poder marea, seduce, embriaga. Si aquellos que lo ocupan no se rodean de antídotos, corren fácilmente el peligro de criar alas y echar a volar hacia los pináculos de sus egos hinchados. Pierden el contacto con las bases, no soportan las críticas, se rodean de tiralevitas, que siempre tratan de endulzar la realidad amarga.
Pero... ¡un día se cayó la casa! La soberanía popular es implacable. Su juicio revela la verdadera cara de los gobernantes. Y por más que los biógrafos oficiales se esfuercen por enaltecer al gran líder, todos saben que él traicionó las expectativas de la población, pues abrazó el poder como altar de su prestigio personal y no como herramienta de servicio para la mayoría empobrecida.
Lula conoce bien los errores y aciertos de la izquierda en el poder. Y la vanidad que robustece la postura de tantos compañeros. Dios quiera que su gobierno no pierda el sentido de la autocrítica ni el contacto con las bases. Y que la participación del pueblo impida que se frustren tantas esperanzas.
(Traducción de José Luis Burguet)