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Latinoamérica

Lula: ¿llega el postneoliberalismo?

Emir Sader
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Cuba, 1959; Chile, 1970, Nicaragua, 1979. Las fechas vienen a la memoria, especialmente en el exterior, cuando se trata de dar cuenta de la victoria de Lula y de su ascenso como líder de origen obrero, a la cabeza del Partido de los Trabajadores. Pero ninguna de ellas explica cabalmente el significado de la elección de Lula a la presidencia de Brasil en 2002. No sólo las particularidades de Brasil -enormes distancias separaban a Cuba de Chile. Ni los caminos del triunfo de la Izquierda -Cuba y Nicaragua, por la vía insurreccional y Chile, por la vía electoral-, bastan para mostrar las enormes diferencias. .
Las diferencias principales derivan de los distintos períodos históricos en que se han dado y de las situaciones muy distintas que vive actualmente América Latina. .
La revolución cubana se dio con la guerra fría en su apogeo, como una ruptura brusca con las zonas de influencia rigurosamente delimitadas, en un marco hasta entonces rigurosamente respetado, que le habían permitido a Estados Unidos intervenir en Guatemala, cinco años antes, en 1954, sin que hubiera siquiera un esbozo de reacción internacional. .
El triunfo cubano se dio igualmente, a pesar de eso, en un marco de expansión del llamado "campo socialista": en menos de un década y media, la URSS salía fortalecida de la segunda guerra mundial, se erguía como potencia atómica, los países del Este de Europa se incorporaban a ese campo y apenas diez años antes de la entrada de Fidel Castro y sus compañeros a La Habana, triunfaba la revolución en China. El clima de "destanilización" aparecía como una "renovación democrática" en la URSS y como un contrapunto -y eventual antídoto- a las intervenciones militares en Hungría, Polonia y Alemania Oriental.
En la propia América Latina a pesar de la "sorpresa" de la irrupción revolucionaria en el Caribe, el clima de efervescencia era creciente desde la revolución boliviana de 1952. Los gobiernos progresistas de Guatemala, iniciados en 1944 e interrumpidos por el golpe pro-norteamericano en 1952, las agitaciones contra las dictaduras de Trujillo en la República Dominicana y de Somoza en Nicaragua. En América del Sur, la caída de Getulio Vargas y de Perón había cerrado un ciclo nacionalista. Sin embargo, las movilizaciones sociales se ampliaban, especialmente en el caso brasileño, hasta desembocar en el golpe de 1964. Antes que se produjera el triunfo cubano, la lucha armada se desarrollaba en Colombia y Nicaragua.
El período histórico de bipolaridad EE.UU.-URSS era, al mismo tiempo, de polarización entre capitalismo-imperialismo/socialismo para los partidos, movimientos y frentes que luchaban en torno a la cuestión nacional o directamente contra el capitalismo. La revolución soviética había abierto el horizonte al socialismo y a la revolución como realidades históricas presentes. La propia revolución cubana, nacida de un movimiento antidictatorial que rápidamente asumió una postura antimperialista, se convirtió en poco tiempo en un régimen anticapitalista como resultado de las opciones históricas de la época.
Lo mismo se puede decir del período en que se dio la victoria de Salvador Allende (1970), no obstante haberse producido en un marco diferente para América Latina, envuelta en regímenes de terror, después de la derrota de la Izquierda. Derrota de la Izquierda tradicional, especialmente en el caso del gobierno de Joao Goulart en Brasil, apoyado por el Partido Comunista, y derrota de la vía insurreccional con la muerte del Che Guevara en Bolivia, en 1967, y los reveses en Venezuela, Perú y Guatemala.
El gobierno de Allende se vio cercado por la agresiva acción de la dictadura militar brasileña, en pleno apogeo, así como por las articulaciones golpistas que se inspiraban y alimentaban en otros países de la región -Argentina, Uruguay y el propio Chile-, como se revelaría claramente poco después. .
El caso de Chile
Aun así el gobierno de Salvador Allende podía -teóricamente- contar con la URSS y los países del Este europeo, apoyo que nunca se materializó cabalmente. China, como subproducto de la "diplomacia del ping pong" a que había adherido a partir de 1971, apenas si dio apoyo, o incluso hasta se opuso al gobierno de Allende, que veía especialmente como una experiencia "pro soviética". Cuba apoyó abiertamente al gobierno chileno, que contó también con las simpatías del gobierno nacionalista militar de Velasco Alvarado en Perú y del gobierno mexicano de Luis Echeverría.
Como producto de la época y de la coalición que lo apoyaba -básicamente de los partidos Comunista y Socialista- el gobierno de Allende produjo una ruptura con el capitalismo a partir de la expropiación de los 150 principales monopolios de la economía, lo que configuraba una forma de socialización o de estatización de los grandes medios de producción.
La victoria sandinista se dio todavía en ese período histórico, aunque inscrita en la dinámica de las victorias internacionales que se habían desplazado de América Latina para irse al Asia y Africa como el triunfo vietnamita en el conjunto de Indochina, como la independencia de las colonias portuguesas en Africa, con la victoria de la revolución iraní, e incluso en el Caribe, con el surgimiento de un régimen izquierdista en Granada. Las guerrillas habían resurgido en Guatemala y se desarrollaban en El Salvador, revelando un cuadro diferenciado en América Central en relación con el reflujo experimentado en América del Sur. La entrada victoriosa de los sandinistas a Managua fue posible también porque las derrotas norteamericanas en el plano externo -Indochina- e interno -movimientos por los derechos civiles, de rechazo a la participación en la guerra, la crisis de Watergate- produjeron un hiato por el reflujo momentáneo de las políticas intervencionistas norteamericanas, en retroceso durante la presidencia de Jimmy Carter.
Desde entonces en el mundo se han producido cambios radicales, que han alterado no sólo la correlación de fuerzas del período histórico, sino el período mismo que empezamos a vivir, con reflejos directos en América Latina.
Sin entrar a profundizar en los cambios producidos en las últimas dos décadas, basta citar que con la desaparición del entonces llamado "campo socialista", desapareció el horizonte histórico, el socialismo y la revolución anticapitalista como actualidades históricas, en el sentido en que Lukács pensó la "actualidad histórica" del socialismo a partir de 1917, en el libro que escribió sobre Lenin.
Bastaría eso para inscribir los triunfos de la Izquierda en un marco diferente al que, por ejemplo, correspondió a la victoria chilena, que se proponía formar parte del movimiento histórico entonces en desarrollo para la construcción mundial del socialismo, o del triunfo sandinista que pretendía ser parte del Movimiento de los Países no Alineados y del entonces llamado Tercer Mundo. Porque el fin del "campo socialista" forma parte del nuevo período histórico, dominado por la hegemonía unipolar de Estados Unidos y de las políticas neoliberales, con todas las transformaciones que ha introducido en la economía, en las relaciones sociales, en la política y en la ideología contempóraneas.
Entre los cambios más significativos del nuevo período histórico, se cuentan la casi desaparición de los partidos comunistas, la reconversión neoliberal de la socialdemocracia y de muchos nacionalismos de la periferia capitalista, entre ellos especialmente el peronismo en Argentina y el PRI en México y el debilitamiento de los movimientos sindicales. Conforme el capitalismo asumía al neoliberalismo como proyecto hegemónico, la Izquierda pasó a precisar su campo en función de la lucha antineoliberal. Los movimientos sociales surgidos en ese período -como el movimiento zapatista, el Movimiento de los Sin Tierra de Brasil (MST), o el propio Foro Social Mundial, así como las nuevas movilizaciones de masas, iniciadas en Seattle-, definen como su objetivo la lucha contra el neoliberalismo .
Del antimperialismo y del anticapitalismo al antineoliberalismo
En ese horizonte se ha dado la victoria de Lula en Brasil en 2002, con todas sus particularidades. Un país caracterizado a lo largo del siglo XX, por el atraso relativo de su estructura social y de su Izquierda, en relación a países comparables en el continente como Argentina y México. Su economía siguió siendo predominantemente agrícola y su estructura social mayoritariamente rural hasta entrada la segunda mitad del siglo XX. Brasil no dispone de nada comparable a la urbanización y a los niveles de escolaridad de Argentina, ni de un movimiento popular como el que protagonizó la revolución mexicana e hizo la reforma agraria.
La modernización brasileña se dio en América Latina de manera más o menos similar a la vivida por Prusia bajo el régimen de Bismarck. Desatada por Getulio Vargas como reacción a la crisis de 1929, tuvo otros dos ciclos significativos y coherentes con su carácter conservador. Tal como la etapa bismarquiana tuvo dos regímenes dictatoriales, el de Vargas (1930-1945) y su retorno como presidente electo, pero con fuerte continuidad con el período anterior y el de las dictaduras militares de la ideología de la "seguridad nacional", entre 1964 y 1985. El otro, fue el período posterior al suicidio de Vargas (1954), orientado por el "desarrollismo" de Juscelino Kubistchek.
Si el primer período introdujo el sindicalismo legal en el país, lo hizo en forma completamente vinculada al Estado, conforme al modelo de la "Carta del Lavoro" de Benito Mussolini, reduciendo su aplicación a los trabajadores urbanos de empresas privadas, creando un foso entre la suerte de los trabajadores urbanos y de los trabajadores rurales, dejando a éstos relegados al dominio del latifundio, que formaba parte del bloque político de fuerzas que apoyaban a Vargas.
La industrialización tuvo entonces un carácter ambiguo: al mismo tiempo que promovió la mayor inmigración el mayor ascenso social de la historia brasileña, llevando a miles de trabajadores del campo a las ciudades, desde la informalidad del trabajo rural al contrato formal de trabajo en la industria, en la construcción o en el sector de servicios, transformó en pocas décadas la estructura productiva del país, incorporando a Brasil a uno de los grandes fenómenos históricos del siglo XX: la industrialización de los países de la periferia del capitalismo
Al mismo tiempo, este proceso al no ir acompañado de la reforma agraria, al dirigir la producción- especialmente en el ciclo de dictaduras militares- hacia el consumo suntuario dentro del país y hacia la exportación, al restringir los derechos de las masas trabajadoras, la expansión económica reprodujo la peor distribución de la renta en todo el mundo.
Brasil se convirtió en cinco décadas de país rural en país urbano y pasó desde una economía agrícola a una economía industrial y de servicios.
Brasil llegó a ser la mayor economía de América Latina y, al mismo tiempo, la sociedad más injusta del continente.
El atraso económico y social se reflejó en el atraso de la formación de las organizaciones sociales y políticas de Izquierda. La fundación de los partidos comunista y socialista en Brasil se produjo más o menos en los mismos años que en otros países del continente, bajo fuerte influencia del triunfo bolchevique. Aún con una economía primaria portadora del tipo clásico en los años veinte del siglo pasado, el país mostraba un pensamiento social crítico incipiente y una vida académica primaria, en comparación a México y Argentina.
Esto se expresó también en la debilidad de los sindicatos y en la ausencia de formas de organización de los trabajadores del campo, donde se concentraba la gran mayoría de la fuerza de trabajo del país. Para apreciar el atraso relativo del proceso de constitución de las clases sociales es preciso recordar que en 1888, dos décadas antes de la revolución mexicana y treinta años antes de la reforma universitaria de Córdoba y de la revolución bolchevique, recién en Brasil terminó formalmente la esclavitud. Cuando se produjo la reforma universitaria en Argentina, en Brasil se estaba fundando la primera universidad. Brasil tuvo la primera central sindical sólo en la década de los ochenta del siglo pasado, después de las dictaduras militares de los años 60 y 70. La primera elección presidencial mínimamente representativa se realizó casi a mediados del siglo XX -en 1945-, cuya continuidad institucional duró poco, hasta 1964. Cuando se retomó en 1985, Brasil tuvo un presidente civil, José Sarney, elegido en forma indirecta por un Congreso "biónico" (1985-90) -con representantes nombrados por la dictadura militar en cuanto a su composición-, un presidente civil que fue objeto de impeachment por corrupción: Fernando Collor de Mello (1990-92), y cuyo vicepresidente terminó de cumplir el mandato, Itamar Franco (1992-94) y un presidente, Fernando Henrique Cardoso, que elegido impuso su propia reelección, cambiando la Constitución, incluso con métodos demostradamente ilícitos. Como resultado de todo esto, Brasil ha tenido apenas un presidente civil -Juscelino Kubistchek (1955-1960)- elegido por voto directo de la población que entregó regularmente la presidencia a su sucesor, en este caso, un opositor, el populista de derecha Janio Quadros, que renunció siete meses después (1961).
Una vida democrática poco continua se combinó -no por casualidad- con un capitalismo que reprodujo como ningún otro en el mundo una concentración de renta y patrimonio, con una burguesía acostumbrada a no correr riesgos electorales. Cuando el proceso político salió de su control, en 1964, como consecuencia de la renuncia del candidato que habían apoyado y asumió su sucesor de centro izquierda -Joao Goulart- apelaron tres años después a una dictadura militar que duró más de tres décadas. Cuando en la primera elección directa para presidente de la República, en tres décadas, percibieron la posible victoria de un candidato de Izquierda -Lula- se entregaron en brazos de un aventurero -Fernando Collor- que acabó siendo depuesto tres años más tarde.
Por su parte, la Izquierda brasileña es hija directa del desarrollo desigual y combinado del capitalismo de su país. Se apoyó en el fuerte ciclo de desarrollo industrial llevado a cabo por la dictadura militar, aprovechando que se habían apoderado del poder aún durante la vigencia del ciclo largo expansivo del capitalismo internacional que, al mismo tiempo, extendió y renovó a la clase trabajadora brasileña. Fue del sindicalismo de base de la industria automovilística de la periferia de su mayor metrópolis -Sao Paulo- que surgió el eje original del PT y el propio Lula como principal líder sindical que desafió a la dictadura militar.
Se apoyó también en la no realización de la reforma agraria en el segundo país productor de granos del mundo, que tiene una brutal concentración de la propiedad rural y niveles alarmantes de hambre y miseria. Fue apoyándose en la explosividad de la cuestión agraria en Brasil -en que la cuestión de la esclavitud se convirtió en el problema agrario- que la Izquierda pudo contar con el principal movimiento campesino de su historia, el Movimiento de los Sin Tierra (MST).
Apoyándose en una intelectualidad crítica con gran capacidad creativa, generó un pensamiento social en condiciones de poner las bases para una interpretación alternativa de la historia y la cultura brasileñas, en la cual destacan, entre otros, Caio Prado Jr., Celson Furtado, Florestan Fernandes, Darcy Ribeiro, Antonio Candido, Sergio Buarque de Holanda. Cuenta también con técnicos y científicos forjados en la investigación pública, paralelamente al desarrollo industrial y universitario del país.
El derrumbe de la dictadura fue seguido por un período político decisivo en la configuración actual de la Izquierda brasileña, en la contradictoria década de los 80. Si ésta fue caracterizada como una "década perdida" en términos económicos -cuando en realidad se trataba del inicio de décadas de bajo crecimiento y pérdida del impulso económico anterior y no de una década excepcionalmente negativa- tuvo, por primera vez en la historia brasileña, un sólido movimiento de construcción de una Izquierda independiente con un fuerte movimiento de masas Se fundaron el Partido de los Trabajadores (PT), la Central Unica de Trabajadores (CUT) y el Movimiento de los Sin Tierra (MST), entre otros. El fuerte impulso antineoliberal de esa década -que incluyó una "constitución ciudadana", como la bautizó su presidente, Ulysses Guimaraes, para destacar su carácter de afirmación de derechos-, desembocó en la cuasi elección de Lula, como presidente de Brasil en 1989, en una reñida segunda vuelta contra Collor de Mello, menos de diez años después de la fundación del PT y apenas a cuatro años del término de la dictadura militar.
La fuerza acumulada en esa década fue suficiente para quebrar la viabilidad del gobierno de Collor de Mello, golpeando en su lado más frágil: el del patrimonialismo tradicional de las élites políticas brasileñas, en este caso representada por un joven político originario de los partidos de la dictadura, del noreste del país, región fuertemente marcada por esos rasgos de retraso político. Las denuncias de corrupción terminaron derribando a Collor de Melo, que fue sucedido por la versión brasileña de la conversión de la socialdemocracia al neoliberalismo, como fue Fernando Henrique Cardoso. El fracaso del neoliberalismo tardío de Cardoso abrió paso al favoritismo de Lula en las elecciones presidenciales de 2002. La Izquierda brasileña, expresada en el PT, su partido más fuerte y representativo, nació con una propuesta programática general de "socialismo democrático", sin identificarse por eso con la social democracia -y su proyecto de "democratización del capitalismo"-, pero buscando diferenciarse del modelo soviético. Ese modelo nunca fue especificado en términos políticos o programáticos, pero refleja una voluntad general de ruptura con el capitalismo.
Al poco tiempo, el PT, nacido de los movimientos sociales de resistencia a la dictadura y de la denuncia del carácter conservador de la transición a la democracia, se fue institucionalizando, al participar sistemáticamente en las elecciones, elegir parlamentarios, algunos prefectos y hasta gobernadores de estados. El fracaso prematuro del proyecto de democratización conservadora, proyectó al PT al centro de la lucha hegemónica. Su proyecto de radicalización de la nueva democracia con la profundización de su contenido social, a través del cual pretendía fortalecer los derechos de los trabajadores y otros contingentes sociales postergados, incorporó modalidades de gobierno basadas en el presupuesto participativo, fundado en la experiencia pionera de Porto Alegre y en la moralidad en la administración pública.
Esta plataforma no fue suficiente para resistir la avalancha que representó la versión brasileña del Consenso de Washington -el Plan Real, plan de estabilización monetaria del gobierno de Cardoso- con sus promesas de ingreso a la modernidad vía ajuste fiscal. Así, Cardoso fue elegido en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1994 y reelegido en 1998, en la misma forma en que lo fueron Menem y Fujimori, consiguiendo ocultar que su modelo económico se agotaba y se encontraba el borde de la quiebra, lo que se reveló un mes después de las elecciones, desembocando en la crisis brasileña de enero de 2002 y del nuevo empréstito del FMI, en paralelo con la desvalorización de la moneda brasileña.
El rechazo de la mayor parte del electorado en la primera vuelta de las elecciones presidenciales mostró el fracaso del proyecto de gobierno de Cardoso. Su candidato, el ex ministro de Planeamiento y de Salud de su gobierno y viejo correligionario de Cardoso por más de tres décadas, José Serra, obtuvo apenas el 23% de los votos. La coalición gubernamental se dividió pero más como producto del fracaso y de la impopularidad del gobierno que de los métodos virulentos de imposición de la candidatura de Serra, aun cuando éstos hayan pesado. Serra representaría la continuación de un proyecto de desarrollo, intentando -al estilo de la fracasada "tercera vía" de Fernando de la Rúa- compatibilizar el modelo del FMI de ajuste fiscal con el desarrollo económico, anclado en la gran burguesía industrial paulista. Eso acabó con la compatibilidad con el partido que representa básicamente a la oligarquía agraria del noreste -el Partido del Frente Liberal- que se dividió y se alejó del candidato del gobierno.
Esas condiciones facilitaron el éxito de Lula. Este optó por un programa de salida del neoliberalismo basado en la alianza del capital productivo contra el especulativo. Para eso eligió a un gran empresario industrial, senador por el segundo Estado más grande del país -Minas Gerais- como candidato a vicepresidente, y un programa de reactivación económica basado en la caída de las tasas de interés para estimular el crédito a la inversión y al consumo, generando así una espiral virtuosa en la economía, al estilo keynesiano clásico. Con la recuperación del crecimiento sería posible contemplar una reactivación del mercado interno, del consumo de masas, con distribución de renta, fortalecimiento del empleo, elevación de los salarios y sueldos de los trabajadores, apoyo a las pequeñas y medianas empresas, extensión de la reforma agraria y, con ella, de la produccion de alimentos para el mercado interno, reforma tributaria para incentivar la producción y las exportaciones. Para evitar una fuga aun más acentuada de capitales, Lula se comprometió a cumplir con los compromisos vigentes y se pronunció a favor de un nuevo empréstito del FMI para aumentar las reservas del país, a pesar de criticar los condicionamientos en relación a los límites del déficit presupuestario.
¿Un postneoliberalismo a la brasileña? ¿Qué puede significar en ese plano la elección de Lula en Brasil? Se trata de la primera tentativa concreta de ruptura con el neoliberalismo, a través del programa de Lula y de una salida gradual a la lógica neoliberal prevaleciente en el país durante más de un decenio. ¿Qué condiciones tienen Lula o el PT o Brasil para protagonizar el postneoliberalismo?
Cuentan, en primer lugar, con una Izquierda, en los planos social, político, institucional y cultural, con fuerza acumulada en los decenios anteriores, como no existe en ningún otro país del mundo. Cuentan también con una economía menos debilitada qe los otros dos países similares del continente -Argentina y México- que está menos desnacionalizada y que tiene mayor capacidad de resistencia, tanto en la producción para el mercado interno como en la competitividad externa .