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Internacional

La ofensiva de los EE.UU en América Latina:
golpes, retirada y radicalización

Por James Petras**

Dice James Petras que "estamos entrando en un período de ofensiva política y militar de los EEUU, de golpes militares (o intentos de golpes), de acción directa de masas, de polarización política y nuevas formas de representación social", pero que "los resultados políticos importantes están todavía por venir". En este análisis del momento que vivimos el autor se refiere al proceso en los países de suramérica, menos Uruguay. Aborda especialmente Colombia, Venezuela, Brasil y Argentina. Aún así, con esa particular y curiosa omisión, su examen comparativo es también contingente para los hermanos uruguayos, con quienes en estos días celebramos dos valiosos triunfos de la verdad: la búsqueda y encuentro de Simón y la defensa de Antel; mientras volvemos la memoria a las dictaduras de los 70. (GE)

Introducción
La actual ofensiva político militar de los EEUU se pone de manifiesto en América Latina en múltiples contextos, usando una variedad de tácticas e instrumentos (militares y políticos), dirigidos a apuntalar regímenes clientes en decadencia, desestabilizar a los que son más o menos independientes, presionar a las formaciones de centro izquierda para que se muevan hacia la derecha y destruir o aislar a los movimientos populares en ascenso que desafían al imperio de los EEUU y sus lacayos. Procederemos discutiendo en primer lugar las formas particulares de la ofensiva de los EEUU en cada país, para luego explorar las razones generales y específicas de la ofensiva en la América Latina contemporánea. Esta discusión nos aportará las bases para el análisis teórico de la naturaleza específica de "Nuevo Imperialismo" que reviste esta ofensiva, y su impacto sobre los partidos electorales de centro izquierda y los movimientos sociopolíticos más radicalizados. En la sección final discutiremos las alternativas políticas existentes en el contexto de la ofensiva de los EEUU y del nuevo imperialismo.
Ofensiva Político-Militar: Métodos Diversos, Objetivo Único
El aspecto más llamativo de la ofensiva político militar de los EEUU en América Latina lo constituyen las variadas tácticas utilizadas para establecer o consolidar a los regímenes clientes y derrotar a los movimientos sociopolíticos populares opuestos a la dominación imperial.
El centro de la atención sobre la intervención estadounidense de alta intensidad se da en Colombia y Venezuela. En ambos países Washington mantiene apuestas muy altas, que tienen que ver con intereses políticos, económicos e ideológicos, así como con consideraciones geopolíticas.
Ambos países tienen vecindad estrecha con las naciones caribeñas y andinas, al igual que Brasil; la emergencia de un régimen revolucionario en Colombia o la estabilización de un régimen nacionalista en Venezuela podrían inspirar transformaciones similares en las regiones adyacentes y minar el control que ejerce EEUU a través de sus regímenes clientes. Más aún, de producirse cambios políticos significativos, estos podrían afectar el control de los EEUU sobre la producción y el abastecimiento de petróleo, no sólo en Venezuela y Colombia, sino que también podrían imponer presión sobre México y Ecuador para que retrocedan en sus procesos de privatizaciones.
A toda costa Washington quiere mantener un abastecimiento seguro de petróleo en el actual período de "guerra no declarada" contra países productores de petróleo del Golfo -es decir, Irak e Irán- y frente a la creciente vulnerabilidad de Arabia Saudita.
Geopolíticamente las transformaciones socio políticas en Colombia y Venezuela podrían llevar a un pacto de integración con la Cuba revolucionaria, destruyendo así el embargo de cuarenta años impuesto por Washington y creando una alternativa viable al Acuerdo de Libre Comercio (ALCA/FTAA en inglés) patrocinado por los EEUU.
Washington ha optado por diferentes estrategias hacia esos dos países. Para derrotar a la insurgencia popular en Colombia, ha adoptado una estrategia de "guerra total". En Venezuela, combina una estrategia civil de desestabilización político económica que culminaría en un golpe militar.
La estrategia contrainsurgente de Washington en Colombia operaba bajo el manto de una campaña antinarcóticos, para justificar la acelerada escalada militar. Las campañas antinarcóticos se centraban en regiones en las que las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) eran más fuertes, al mismo tiempo que ignoraban virtualmente las áreas controladas por los paramilitares aliados de las Fuerzas Armadas Colombianas. El avance político militar de las FARC hacia fines de los años 90 obligaron al gobierno colombiano a ir a la mesa de negociaciones, e incrementaron su dependencia de la ayuda militar y los asesores del ejército de los EEUU. Así, tanto en los EEUU como en el gobierno de Colombia las "negociaciones de paz" fueron vistas como una táctica temporal para prevenir una ofensiva a gran escala de las FARC sobre los centros urbanos de poder, y como una tregua para fortalecer la capacidad militar del ejército colombiano. También para extender y profundizar la influencia militar de los EEUU sobre las fuerzas militares-paramilitares, y sobre sus estrategias militares. Los "negociadores de paz" del gobierno también esperaban distraer o dividir a las FARC ofreciéndoles una "opción electoral", tal y como sucedió en Centroamérica (en El Salvador y en Guatemala). Las FARC se negaron a rendirse, conocedoras del brutal asesinato en masa de activistas políticos, de 4 a 5 mil en la segunda mitad de los 80, y del abyecto y estrepitoso fracaso de los guerrilleros centroamericanos, convertidos en políticos electoralistas para apenas lograr cambios sociales no significativos. Insistieron en exigir reformas fundamentales de las estructuras del Estado y la economía como precondiciones para cualquier acuerdo de paz duradero. Esas propuestas de reformas democráticas y socioeconómicas fueron totalmente inaceptables para los regímenes de EEUU y de Pastrana, que se estaban moviendo en la dirección opuesta, hacia una mayor militarización de la vida política y de "liberalización" de la economía.
A lo largo de todo el período de negociaciones de paz, los EEUU y Pastrana combinaron una retórica de paz con financiamiento y promoción de grupos paramilitares (a través del ejército colombiano) involucrados en la toma y destrucción de pueblos y aldeas, el desplazamiento de millones de campesinos y sindicalistas, y el asesinato de miles de campesinos sospechosos de tener simpatías izquierdistas. El objetivo era el de aislar la las FARC dentro de la zona desmilitarizada y al mismo tiempo entrenar, armar y acumular tropas en sus fronteras, y llevar adelante tareas de reconocimiento de alta tecnología para identificar blancos estratégicos. Por fin, romper abruptamente las negociaciones y atacar por sorpresa la región por aire y por tierra, capturando o matando a los líderes de las FARC y desmoralizando a los insurgentes en retirada. No hace falta decir que esas tácticas fallaron. La guerrilla continúa activa, fortaleció sus fuerzas en el interior de la zona antes desmilitarizada y no sufrieron pérdidas serias cuando Pastrana rompió las negociaciones de paz.
Los Estados Unidos hicieron de Colombia un "caso experimental" para su ofensiva político militar en América Latina. Antes que nada porque las FARC son la formación antiimperialista más fuerte que amenaza con tomar el poder del Estado. En segundo lugar porque tiene frontera con Venezuela y es percibida como un aliado del presidente Chávez. La derrota de las FARC le permitiría a los EEUU "cercar" e incrementar la presión externa sobre Venezuela, y reforzar la campaña de desestabilización interna.
A medida que la base política de Pastrana se erosiona -debido a la prolongada recesión y a los recortes sociales producto del enorme presupuesto militar- los EEUU aumentan su ayuda bélica. Ahora, toda la economía colombiana está subordinada a la estrategia militar estadounidense dirigida por una política de tierra arrasada, de guerra total. Esto significa que todas las consideraciones, civiles y económicas de Colombia, son secundarias para el interés primordial de Washington de "ganar la guerra" contra las FARC.
Dadas la fuerza y la experiencia de la FARC, y la formidable capacidad estratégica de su dirigente Manuel Marulanda y su Comandancia General, la guerra entre los EEUU y Colombia promete un desarrollo prolongado y sangriento, en el que probablemente haya un escalamiento de grandes dimensiones de la intervención de los EEUU, un mayor uso del terror paramilitar y mayores y más indiscriminados bombardeos de blancos civiles. Sin embargo, una victoria militar de los EEUU es muy dudosa, el resultado final podría estar más cerca de Vietnam que de Afganistán.
Los primeros signos de que la ofensiva de Washington podría tener un efecto de "boomerang" son visibles en Colombia. Hace menos de dos semanas, luego que los EEUU presionasen al presidente Pastrana para que terminara las conversaciones de paz y declarase zona de guerra el área desmilitarizada, renunció el principal general al frente de las tropas que entraron a la zona; éste declaró públicamente que la victoria militar era imposible. La causa inmediata de su renuncia fue la destrucción por las FARC de un puente que conducía hacia el interior de la antigua zona desmilitarizada, ahora bajo el mando militar directo de este general. La exitosa ofensiva militar de las FARC, que siguió al fin de las conversaciones de paz, llevó al Embajador de los EEUU en Colombia a admitir que el Plan Colombia era un fracaso.
En contraste con la estrategia militar de tierra arrasada en Colombia, los EEUU implementan un enfoque cívico militar para derrocar al presidente Chávez en Venezuela. Chávez es un nacionalista liberal, ha seguido una política económica interna bastante ortodoxa al mismo tiempo que ha emprendido una política exterior nacionalista e independiente. La estrategia de los EEUU tiene varias fases y combina ataques cívico-económico-mediáticos con esfuerzos para provocar fisuras dentro del ejército tendientes a provocar un Golpe de Estado.
La primera fase de este conflicto es la desestabilización de la economía mediante acciones muy coordinadas de grupos allegados, de negocios, profesionales y dirigentes sindicales de derecha. El propósito es el de movilizar la oposición pública y centrar la atención de los medios en la inestabilidad del país, inhibiendo las inversiones de los capitalistas menos politizados quienes, sin embargo, tienen miedo de ver descender sus ganancias ante una situación conflictiva. Los medios de comunicación emprenden una campaña sistemática para derrocar al régimen de Chávez, abogando por una toma violenta del poder. Las protestas gubernamentales y públicas contra el comportamiento desestabilizador de los medios le permiten a Washington orquestar una campaña internacional contra las "violaciones a la libertad de expresión", en especial a través de la Asociación Interamericana de Prensa (SIP) influida por los EEUU. La segunda fase de la estrategia de la administración Bush consiste en pasar directamente de la desestabilización a un golpe militar que a su vez incluye otras dos fases. La primera es la de movilizar los recursos de inteligencia de los EEUU, oficiales venezolanos retirados y aquellos denominados "disidentes" entre los oficiales en actividad de las ramas más reaccionarias de las Fuerzas Armadas, en el caso de Venezuela la Fuerza Aérea y la Marina. La idea es la de forzar una discusión política en el comando militar, provocar a otros oficiales con ideas afines para que "salgan" en defensa de los oficiales expulsados y reforzar el mensaje de los medios/empresarios acerca de la "inestabilidad" y de una inminente "caída de Chávez", estimulando así un incremento en la fuga de capitales. El segundo paso es el de organizar a los oficiales autoritarios de la Marina y de la Fuerza Aérea para que presionen al Ejército -el grueso del apoyo a Chávez-, para conseguir adherentes, neutralizar a los oficiales apolíticos y aislar a los leales. La estrategia de dos fases de Washington culminaría en un golpe militar con apoyo activo de los EEUU en el que una "junta cívico-militar de transición" acabaría instalada en el poder.
Vinculada a su estrategia interna, basada en sus lacayos venezolanos, Washington ha implementado una "estrategia externa". El Secretario de Estado Colin Powell ha denunciado públicamente a Chávez como autoritario, y tanto él como el FMI han dado públicamente su apoyo a un "gobierno de transición", una señal clara y evidente del apoyo de los EEUU a los golpistas internos. Las "fuerzas especiales" de los EEUU ya operan en Ecuador, Colombia, Perú, Panamá, Afganistán, Yemen, Filipinas, Georgia, Uzbekistán y otros estados lacayos del Asia Central. Es más que probable que, en el caso de un intento de golpe, el Pentágono envíe elementos tácticos operativos y asesores políticos para "conducir el golpe", y asegurarse de que emerja la configuración apropiada de personalidades civiles con propósitos propagandísticos.
El peligro que el régimen venezolano enfrenta es que, ante la "guerra de desgaste político" de Washington, en la que abundan las avalanchas propagandísticas diarias y las acciones provocadoras, Chávez no puede depender de las constantes movilizaciones de masas. Debe implementar seriamente políticas socioeconómicas redistributivas radicales para mantener el compromiso de las masas y el apoyo activo organizado. La ofensiva orquestada por los EEUU está orientada a crear una "tensión permanente", como arma psicológica para agotar el apoyo popular y socavar la moral del Ejército.
La política exterior independiente de Chávez es lo que suscita el antagonismo de los EEUU. Esto incluye su oposición al Plan Colombia, su crítica a la guerra de los EEUU en Afganistán y a la ofensiva imperial a nivel mundial, sus relaciones cordiales con Irak, Irán y Cuba, y su rechazo a permitir que los EEUU colonicen el espacio aéreo venezolano. Su política exterior no ha sido complementada con reformas socioeconómicas integrales que redunden en el bienestar de millones de sus partidarios desempleados y mal remunerados que viven en los barrios pobres y en las villas miseria.
Los esfuerzos de los EEUU por derrocar a Chávez están basados en su rechazo, a inicios de octubre de 2001, a apoyar la ofensiva imperial mundial, la llamada "campaña antiterrorista". Asesores cercanos a Chávez me informaron que una delegación de altos funcionarios de Washington visitaron al presidente venezolano y le dijeron sin rodeos que "pagaría un alto precio por su oposición al Presidente Bush". Poco después, la Cámara de Comercio local (Fedecámaras) y dirigentes sindicales lanzaron sus campañas, aún cuando el Presidente Chávez había introducido una reforma impositiva muy modesta (que en su mayoría afectaba a las compañías petroleras extranjeras), un plan de adquisición (remunerada) de tierras, y había privatizado la mayor empresa eléctrica pública de Caracas.
Claramente los intentos de Chávez de montar sobre dos caballos a la vez, una política exterior independiente y una política interna liberal reformista, lo hacen muy vulnerable a la estrategia golpista diseñada por los EEUU. La táctica imperial de los EEUU en Venezuela difiere sustancialmente de la empleada en Colombia, en gran parte porque en este caso está defendiendo a un estado cliente contra la insurgencia popular y, en el otro, está tratando de crear un movimiento civil para provocar un golpe. Sin embargo, estratégicamente, el resultado político buscado es el mismo: el de consolidar un régimen lacayo que subordine el país al imperio neomercantilista representado en el ALCA, y se convierta en vasallo dispuesto a hacer de policía en Latinoamérica y tal vez de proveedor de mercenarios para las nuevas guerras de ultramar.
Argentina es el tercer país en el que Washington está interviniendo. Luego de los levantamientos populares de los días 19 y 20 de diciembre de 2001, y de la sucesiva caída de "presidentes" lacayos, Washington comenzó a operar a través de una estrategia de varias fases que fue diseñada para continuar transfiriendo activos por miles de millones de dólares a las compañías estadounidenses, perjudicar a los competidores europeos y reasegurarse una posición privilegiada en el sistema político y económico de Argentina. El colapso del régimen de De La Rúa y la debilidad del régimen de Duhalde para "imponer" un retorno al statu quo anterior al levantamiento popular, han llevado a Washington a recurrir a los allegados civiles incondicionales, el ex-presidente Carlos Menem y el ex-ministro de economía López Murphy, y al aparato de inteligencia militar relativamente intacto desde los días de la sangrienta dictadura.
El problema de Washington con el régimen de Duhalde no es su "rectificación" de las "medidas populistas" (ha accedido al pago parcial de la deuda, ha jurado apoyo incondicional a la ofensiva global de los EEUU, propone limitar el gasto público, etcétera). El problema de los EEUU es que Duhalde no puede cumplir de manera enérgica con sus compromisos con el FMI y Wall Street. Los movimientos populares están creciendo en tamaño y actividad, y son más organizados y radicales. En sus asambleas plantean cuestiones fundamentales así como preocupaciones inmediatas. Sus demandas incluyen el repudio a la deuda externa, la nacionalización de la banca y de los sectores económicos estratégicos y la redistribución del ingreso, es decir, repudian el "modelo neoliberal" precisamente cuando los EEUU presionan para extender y profundizar su control por medio del ALCA neomercantilista.
No caben dudas de que el régimen de Duhalde está dispuesto a acceder a la mayoría de las demandas del FMI, pero le falta la capacidad de implementar todo el paquete completo de ajuste y rescatar económicamente a los bancos en el tiempo y las condiciones que Washington y el FMI lo demandan. Cada concesión al FMI -como los recortes presupuestarios- alimenta el fuego de más manifestaciones de maestros y otros trabajadores estatales; el rescate de los bancos extranjeros requiere continuar la confiscación de los ahorros privados; la rebaja drástica de los presupuestos provinciales provoca más desempleo, hambre y protestas. El régimen de Duhalde ya ha incrementado el nivel de represión y desatado a sus matones callejeros, pero los movimientos proliferan y el tenue barniz de legitimidad del gobierno se está disolviendo. Tenet, el director de la CIA, refiriéndose a las movilizaciones populares ya ha señalado la "preocupación" de los EEUU por la inestabilidad en Argentina. Los recursos estadounidenses en el aparato de inteligencia argentino están lanzando globos de ensayo que evalúan la respuesta a los rumores de un golpe militar. Esas jugadas tentativas, exploratorias, han sido diseñadas para asegurar un consenso entre las elites militares, financieras y económicas, junto con los banqueros y las multinacionales estadounidenses y europeas, especialmente españolas. Los medios de EEUU y Europa han comenzado a hacerse eco de la estrategia desarrollada desde Washington escribiendo sobre el "caos", el "colapso" y la "inestabilidad crónica" del régimen civil.
Washington apunta hacia un régimen cívico-militar, sí, y para cuando Duhalde renuncie o sea derrocado la estrategia de Washington es decapitar a la oposición popular. Puede ser resumida como la Triple M, un régimen conformado por el ex-presidente Menem, el ex-ministro de economía López Murphy y los Militares. Su falta de apoyo social entre las capas medias y los pobres urbanos significaría que sería un "régimen de fuerza", diseñado para poner a la clase media contra la pared, empujándola hacia un éxodo masivo por medio de la reducción brutal de los niveles de vida, necesaria para cumplir con los compromisos de la deuda externa.
En resumen, Washington está trabajando en dos direcciones: por un lado presionando a Duhalde para que se pliegue a sus demandas asumiendo poderes dictatoriales totales, y por el otro preparando las condiciones para un nuevo régimen vasallo cívico-militar, más autoritario y derechista.
El recurso a dictaduras militares con una fachada cívica provee a la administración Bush del disfraz ideológico de "defender la democracia y la libertad de mercados". Los medios de los EEUU pueden embellecer esto, así como toda una variedad de motivos relacionados.
La estrategia de militarización de Washington también es evidente en Ecuador, Bolivia y Paraguay, donde los regímenes lacayos, desprovistos de toda legitimidad popular, se aferran al poder e imponen las fórmulas neomercantilistas de Washington (mercados libres en América Latina y proteccionismo y subsidios en los EEUU).
En Brasil y México, Washington depende mucho de instrumentos políticos y diplomáticos. En el caso de México Washington tiene acceso directo a la administración Fox en política económica, y un virtual agente en el Ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda. La meta de la subordinación mexicana al neomercantilismo de los EEUU no es cuestionada por el gobierno de Bush, dado que Fox y Castañeda están totalmente de acuerdo con ella; la que sí es cuestionada es la efectividad del régimen en implementar las políticas estadounidenses. El esfuerzo de Fox para convertir el sur de México y América Central en una gran planta de ensamblaje, centro petrolero y turístico de los EEUU (Plan Puebla-Panamá), ha chocado con una oposición sustancial. El desplazamiento masivo de capitales estadounidenses hacia China, donde los salarios son todavía más bajos, ha provocado el desempleo en gran escala en los pueblos de la frontera entre México y los EEUU. Los así llamados "beneficios recíprocos" de la "integración" brillan por su ausencia. El "dumping" estadounidense con cereales y otros productos agrícolas ha sido devastador para los campesinos y agricultores mexicanos. La toma de control estadounidense de todos los sectores de la economía mexicana (finanzas, telecomunicaciones, servicios, etcétera) ha llevado a un flujo masivo de pagos al exterior en concepto de beneficios y licencias.
En cuanto a las relaciones exteriores, la influencia de Washington nunca ha sido mayor, dado que Castañeda remeda groseramente las políticas del Departamento de Defensa y de la CIA, declarando el apoyo incondicional a la política estadounidense en Afganistán y en cualquier otra intromisión militar futura, interviniendo burdamente en la política interna de Cuba y provocando el peor incidente en la historia reciente de las relaciones diplomáticas cubano-mexicanas. Las groseras injerencias anticubanas de Castañeda apoyando a Washington tuvieron el resultado contrario, con la gran mayoría de la clase política mexicana pidiendo un voto de censura para el ministro, e inclusive su renuncia. Sin embargo, se ve claramente que la mera presencia de tan desvergonzado promotor de la política estadounidense, como lo es Castañeda en la administración Fox, es indicativa de la conquista agresiva de espacios por parte de Washington en el sistema político mexicano. La poderosa presencia de bancos y corporaciones multinacionales de EEUU y de numerosos vasallos políticos locales y regionales, facilitan la recolonización de México, contra una fuerza laboral cada vez más empobrecida y difícil de controlar.
En Brasil, los EEUU han estado activos, tanto en la esfera política como en la económica. Su apoyo a Henrique Cardoso produjo resultados sin precedentes: la virtual entrega de las principales empresas públicas en los sectores de las finanzas, los recursos naturales y el comercio. Más significativo aún es que los vínculos de los capitales de EEUU y Europa con los imperios brasileños en los sectores de los medios y los grandes negocios, han tenido una poderosa influencia sobre la clase política y sobre la conformación de la política electoral. Este bloque de poder ha conseguido hacer girar políticos electoralistas de centroizquierda hacia la derecha, con el objetivo de asegurarse éstos el acceso a los medios y el apoyo financiero para ganar las elecciones nacionales. La hegemonía de los EEUU sobre Brasil es un proceso político. Su influencia se transmite tanto a través de intermediarios locales y regionales como de los monopolios mediáticos nacionales. La "conquista" más reciente de la ofensiva estadounidense es la de la dirigencia del así llamado Partido de los Trabajadores, y en particular de su candidato presidencial Inacio Lula da Silva. En respuesta a la ofensiva de los EEUU, Lula seleccionó a un magnate textil del derechista Partido Liberal como candidato a la vicepresidencia. Ha intentado congraciarse buscando una reunión con Kissinger, declarando su lealtad al FMI y jurando cumplir los compromisos de la deuda externa, las privatizaciones industriales, etcétera. El giro a la derecha de Lula y del Partido de los Trabajadores significa que todos los mayores partidos electorales permanecerán dentro de la órbita estadounidense, y garantizarán la hegemonía indiscutible de los EEUU sobre las clases políticas.
En resumen, la ofensiva imperial ha adoptado una variedad de tácticas y enfoques en diferentes países, en una variedad de contextos político militares. Al tiempo que dándole en ciertos países (Colombia, Venezuela) una mayor supremacía a la intervención militar y a los golpes militares (siempre con alguna forma de fachada civil), Washington continúa por un lado instrumentando a sus vasallos políticos y diplomáticos, y por otro "dando vuelta" a sus adversarios políticos.
El objetivo estratégico de construir un imperio neomercantilista enfrenta una gran variedad de obstáculos políticos, sociales y militares, lo que es particularmente evidente en Colombia, Venezuela y Argentina. En otras palabras, la proyección imperial de poder está lejos de haberse realizado en totalidad. Se encuentra enredada en una serie de relaciones conflictivas y en un contexto en el que los fracasos socioeconómicos del imperio en el pasado no favorecen el terreno para el avance ni justifican el supuesto de una victoria inevitable. Por el contrario, la actual ofensiva imperial es en parte el resultado de importantes reveses en los años recientes, y del crecimiento de la oposición entre sus antiguos partidarios en las clases medias de algunos países.
La Decadencia del Imperio: Las Bases de la Ofensiva Imperial
La ofensiva político militar de los EEUU en América Latina forma parte de una campaña mundial para revertir el deterioro de su influencia política y su dominación económica, y para extender y consolidar su poder imperial por medio de una combinación de bases militares y regímenes políticos vasallos. Con el inicio el 7 de octubre de 2001 del bombardeo masivo y la subsecuente ocupación de Afganistán, Washington procedió a establecer un régimen títere, completamente dependiente del poder militar de los EEUU. La construcción de estos regímenes satélites se extendió hacia el Asia Central, donde Washington apartó abruptamente a los rusos y estableció bases militares y relaciones patrón-cliente. Procesos similares de intervenciones militares, ocupaciones de bases y relaciones patrón-cliente fueron establecidas con los gobernantes de Filipinas, Yemen y Georgia. En América Latina, antes del 7 de octubre de 2001, los EEUU ya habían establecido bases militares en Ecuador, Perú, Aruba, El Salvador y en el norte de Brasil. Más significativo aún es que la ubicación de nuevas bases fue acompañada por un papel directo en el financiamiento, el entrenamiento y la dirección de operaciones de contrainsurgencia de las fuerzas militares y paramilitares colombianas que combaten a la insurgencia popular.
Es importante hacer notar dos puntos. Primero que esta expansión del poder de los EEUU está dirigida a contrarrestar los avances de los movimientos populares y de los regímenes antiimperialistas. Segundo, que la ofensiva no sólo busca recuperar la influencia perdida, sino también a establecer nuevos centros estratégicos de poder para imponer su imperio mundial absoluto. En el caso de América Latina, ambos procesos están en camino: un esfuerzo imperial concertado para derrotar los desafíos populares al poder imperial, y establecer un imperio neomercantil más exclusivo, explotador y represivo que el que existió durante el período denominado como "neoliberal".
El propósito inmediato de la ofensiva político militar de los EEUU en América Latina es el de recuperar su dominación en una región en la que sus regímenes lacayos están desacreditados y perdiendo su capacidad de aplicar las políticas macroeconómicas debido a la oposición de las masas.
Esencialmente, la presencia militar de largo plazo de los EEUU tiene un objetivo político: apuntalar regímenes desacreditados, reemplazar regímenes vasallos débiles por juntas cívico-militares más autoritarias, y derrocar gobiernos nacionales independientes que se rehusan a seguir las políticas de Washington.
Que los regímenes vasallos de los EEUU se están debilitando salta a la vista por el fracaso del modelo económico liberal, el declive vertical de la popularidad registrado en las encuestas de opinión, la fuga en ascenso de capitales locales y, lo que es más importante en algunos países, la beligerancia cada vez mayor de robustos movimientos populares de masas que desafían la autoridad del régimen cuando no el poder del Estado.
El desafío más poderoso y organizado al proyecto de construcción de regímenes satélites se da en Colombia. La oposición popular al régimen cívico-militar está basado en un poderoso movimiento agrícola multisectorial que incluye a agricultores, campesinos y trabajadores rurales, perjudicados por los recortes en los créditos, la política de puertas abiertas hacia las importaciones de alimentos estadounidenses y el bajo precio de los productos de exportación nacionales. La oposición incluyó también luchas sindicales militantes, particularmente de los sindicatos petroleros, de los empleados públicos y de la industria. La tercera y más significativa oposición se encuentra en el movimiento guerrillero más poderoso y mejor organizado de la historia reciente de América Latina; las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), de menor tamaño, incluyen más de 20 mil combatientes. La tarea principal de los expertos en contrainsurgencia es la de dirigir a los escuadrones de la muerte paramilitares para que expulsen del campo a cientos de miles de campesinos simpatizantes de la guerrilla y asesinen a los habitantes progresistas de los barrios pobres, activistas estudiantiles, trabajadores por los derechos humanos y líderes sindicales. La violencia de las fuerzas paramilitares esta dirigida a aislar a las guerrillas de su base natural de masas -fuente de alimentos y de combatientes- para facilitar a las Fuerzas Armadas el enfrentamiento directo con la guerrilla.
La amplitud y la profundidad de la violencia militar -40 mil pobladores asesinados en la década de 1990- sugieren el grado en el que la guerrilla estuvo y está profundamente enraizada entre los trabajadores y campesinos. La guerrilla controla o tiene influencia sobre la mitad de los municipios rurales del país y no ha sufrido derrotas significativas, a pesar de las frecuentes "campañas de exterminio" del Ejército. Por el contrario, se encuentra activa a menos de 80 kilómetros de la capital, Bogotá, controla carreteras principales y domina una vasta franja de zonas rurales. Al tiempo que inmersos en una guerra móvil más que de posiciones, los insurgentes han, de hecho, establecido un sistema de doble poder en varias regiones del país. Más aún, los insurgentes tienen la ventaja del conocimiento del terreno, de la proximidad a la población local y de una dirigencia estratégicamente superior que holgadamente compensa la capacidad tecnológica y numérica del aparato militar dirigido por los EEUU, en su mayoría compuesto por reclutas.
La entrada masiva de armas y oficiales estadounidenses está dirigida a reforzar al régimen y a impedir su deterioro o colapso de cara a la recesión que ya lleva dos años, al descontento civil y a las arremetidas de la guerrilla.
En Venezuela, el régimen de Chávez ha desafiado la política exterior de los EEUU en varias regiones vitales: 1) en el Medio Oriente, los Estados del Golfo y el Norte de África. El gobierno de Chávez ha fortalecido a la OPEP y visitado Irak, Irán y Libia, rompiendo así el boicot de los EEUU. 2) En el Sur de Asia Chávez se opuso a la intervención militar de los EEUU ("la respuesta al terror no es más terror"); en América Latina se opuso al Plan Colombia y a la estrategia militar contrainsurgente de los EEUU, prohibió los vuelos espías estadounidense sobre el espacio aéreo venezolano, rechazó la implementación del ALCA, desarrolló lazos cercanos con Cuba y ofreció su mediación en la disputa entre la guerrilla y el régimen en Colombia. En términos más generales ha fortalecido la OPEP y revitalizado su capacidad de toma de decisiones, y sobre todo Chávez ha rechazado someterse a la cruzada por la dominación mundial del tándem Bush-Rumsfeld. Esta última toma de posición es la que ha llevado a los EEUU a retirar temporalmente su embajador, y a enviar una delegación de alto nivel de funcionarios del Departamento de Estado que amenazaron a Chávez en un estilo que recuerda más bien a la mafia que a los diplomáticos de carrera. La política exterior independiente de Chávez marca un claro contraste con los anteriores regímenes vasallos corruptos, que hacían de eco de la política internacional de los EEUU.
El tercer país que ha sido testigo de un agudo declive de la influencia de los EEUU es la Argentina. El colapso del régimen de De La Rúa y su séquito de ministros, a remolque de los banqueros extranjeros y de los bancos multilaterales controlados por Europa y los EEUU, hicieron sonar las campanas de alarma en Washington. La instalación de la camarilla de Duhalde y sus concesiones a Washington y al FMI no han tranquilizado a la Casa Blanca, porque su régimen es percibido como inestable e incapaz de poner fin de manera efectiva a las movilizaciones populares. El hecho político más significativo es que la gran mayoría de la clase media se ha puesto en contra del neoliberalismo y sus promotores extranjeros, y rechazan a todos los políticos locales asociados con éstos. A diferencia del golpe de 1976, cuando EEUU y los generales argentinos fueron capaces de echarle la culpa a la izquierda del "desorden" y la "violencia", en 2002 son los regímenes liberales derechistas pro-estadounidenses los que confiscaron los ahorros de la clase media, haciendo descender sus niveles de vida y reprimiendo violentamente sus asambleas y cacerolazos.
Un golpe cívico-militar respaldado por los EEUU podría ocurrir dándose el vacío político total de la clase dominante, sin base social de apoyo y dependiendo exclusivamente de la represión violenta contra la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil. El descrédito político de los lacayos políticos de los EEUU, como el ex-presidente Menem, el ex-ministro (ministro por 15 días) López Murphy y los comandantes genocidas del Ejército, significa que Washington enfrenta en este momento y en un futuro inmediato una correlación de fuerzas socio-políticas muy desfavorable. En esta situación la estrategia más probable de Washington será llamar a Duhalde a tomar medidas represivas aún más severas como un medio de desmovilizar a la oposición, para cumplir con las condiciones de los bancos extranjeros y la promesa de nuevos préstamos del FMI. Otro escenario posible serían nuevas elecciones, en las que una renovada versión de coalición de centroizquierda llegue al poder y Washington recurra al desgaste político, minando las inversiones, los préstamos, etcétera, a efectos de provocar el descontento para así descargar un Golpe de Estado en un entorno de caos y políticas fallidas.
En el contexto tiene lugar una carrera entre los movimientos de masas y Washington para ver quién consigue llenar el espacio dejado por la derecha civil en desintegración. Los EEUU tienen las armas del Estado pero no la base social. Los movimientos de masas tienen el apoyo popular pero ninguna dirigencia nacional organizada en una posición de pujar por la toma del poder del Estado.
Colombia, Venezuela y Argentina expresan claramente los centros de la influencia y el poder en decadencia de los EEUU. Sin embargo, fuerzas alternativas avanzan en varios otros países latinoamericanos. Hay signos claros de que los regímenes vasallos en Paraguay (Macchi), Bolivia (Quiroga), Ecuador (Noboa) y Perú (Toledo), están desacreditados y tienen poco apoyo social para la ejecución de la agenda de Washington. Lo que es más, hay poderosos movimientos de masas multisectoriales en los tres primeros países que han demostrado su capacidad para la acción directa al bloquear algunas de las leyes más retrógradas. Mientras que esos movimientos son poderosos, su fuerza reside en regiones y en clases sociales particulares (campesinos) y son propensos a negociar acuerdos limitados (que nunca son implementados por el régimen, lo que de este modo precipita nuevas movilizaciones y confrontaciones).
Analizar la influencia política de Washington en Brasil es muy complejo. Por un lado, el régimen centroderechista y proestadounidense de Cardoso ha perdido mucho apoyo en la opinión pública, excepto entre los banqueros extranjeros y las elites locales, debilitando así la hegemonía de los EEUU. Por otro lado, la izquierda ha sido severamente debilitada por el giro a la derecha de la dirigencia del Partido de los Trabajadores y su candidato presidencial Inacio Lula Da Silva. Su alianza con el derechista Partido Liberal y su adopción de la mayor parte de la agenda neoliberal dejan a los EEUU en una situación en la que sólo pueden ganar. El giro a la derecha privará de ejercer su voluntad a muchos de los votantes de base del PT, y tal vez divida al partido provocando que pierda las elecciones. O, si se da el resultado improbable de una victoria del PT-Liberales, las consecuencias políticas no afectarán los intereses fundamentales de los EEUU. La incógnita es en qué medida el giro a la derecha del PT va a resultar en un reagrupamiento de la izquierda, en el que los poderosos movimientos sociales (Trabajadores Sin Tierra, pequeños agricultores, movimientos urbanos y habitacionales), los partidos de izquierda radicales (PSTU, PC do B, etcétera) y los disidentes de izquierda del Partido de los Trabajadores puedan aunar fuerzas. Independientemente de los partidos electorales hay una poderosa y creciente corriente de opinión, nacionalista y antiimperialista, que se opone fuertemente al ALCA y a las políticas económicas promovidas por los EEUU y Europa, las que han traído consigo una década de estancamiento económico. Más aún, el ejército brasileño no es un aliado de fiar para el Pentágono, dado que hay una fuerte corriente nacionalista con raíces históricas que podría resistirse a una mayor intervención estadounidense.
En resumen, sería una equivocación atribuir la actual ofensiva político militar de los EEUU exclusivamente a factores globales. La contraofensiva de los EEUU es de fecha anterior al 11 de septiembre y al 7 de octubre. El Plan Colombia comenzó casi dos años antes. Ciertamente, la ofensiva imperial en América Latina recibió un ímpetu ideológico y militar mayor luego de los eventos de la segunda mitad de 2001, pero igualmente importante es el avance de los movimientos populares y la extensión de los sentimientos antiimperialistas y antiliberales en sectores sustantivos de las clases medias en algunos de los países más grandes. La compleja interacción entre la decadencia de la influencia en América Latina y en los Estados del Golfo, combinada con la competencia de Europa, ha cambiado dramáticamente la concepción del imperio por parte de Washington.
El nuevo imperialismo: del neoliberalismo al neomercantilismo
El caso de los "regímenes fallidos" al interior del imperio neoliberal de los EEUU en América Latina fue ilustrado dramáticamente por la Argentina, pero se repite en otros países. El neoliberalismo, como estrategia imperial para obtener el control de los mercados, las empresas y los recursos naturales nacionales, parece estar llegando a su punto final. Esto no significa el fin del imperialismo. Lo que está teniendo lugar es un mayor grado de control del estado imperial sobre las economías y los circuitos de circulación del capital y las mercancías. El ALCA de Washington es precisamente un plano para la construcción de un imperio neomercantilista, en el que los EEUU establecen el marco legal para consolidar una posición privilegiada en los mercados y en la economía latinoamericanos, por encima y en contra de sus competidores europeos/japoneses.
Los imperios neomercantilistas se basan esencialmente en decisiones de Estado unilaterales (rechazando las negociaciones) y en la supremacía militar, ambas diseñadas para imponer políticas a los competidores internacionales, regionales y nacionales. Dada la debilidad de los Estados-clientes neoliberales para contener la insurgencia popular, el estado imperial neomercantilista opta por un mayor uso de la fuerza y de la militarización de la política. Contra las conquistas económicas en América Latina de sus aliados europeos, el neomercantilismo busca limitar las pérdidas futuras atando América Latina a los Estados Unidos.
La transición de un imperio neoliberal a uno neomercantil no es un cambio abrupto; el nuevo imperialismo todavía tiene muchas de las características del anterior: EEUU todavía importa muchas más mercancías que hace 30 años, y continuará siendo dependiente de las importaciones en el futuro previsible. Pero de modo cada vez mayor, Washington se esta moviendo hacia el control de las importaciones, cuotas y tarifas, para proteger a las industrias domésticas no competitivas, desde el acero hasta el camarón.
Segundo. Muchas de las exportaciones de los EEUU han sido subsidiadas y, en cierta medida, el proteccionismo siempre ha existido, aún en los momentos más álgidos del imperio neoliberal. La verdadera cuestión es el grado y, lo que es más importante, la dirección del comercio subsidiado por el Estado. EEUU ha incrementado desproporcionadamente sus subsidios a la agricultura, y a causa del dólar sobrevalorado impusieron aranceles al acero foráneo a un costo para los exportadores de ultramar de casi 10 mil millones de dólares en ingresos no percibidos. Europa tomará represalias; los clientes latinoamericanos no, especialmente aquellos comprometidos con el ALCA.
Tercero. A medida que EEUU pasa a ser un imperio de comercio e inversiones dirigidos por el Estado, en América Latina mantendrá su retórica neoliberal implementando al mismo tiempo una estrategia estatista, desorientando así a los analistas superficiales. Varios factores llevan a una coincidencia entre el neomercantilismo y el incremento de la militarización. a) La evidente asimetría de las relaciones comerciales -los EEUU protegen y dan subsidios a su industria, pero exigen "libre comercio" para América Latina- conduce a desequilibrios que sólo pueden ser impuestos y sostenidos por la fuerza. b) También el neomercantilismo degrada y aliena a sectores de las clases medias locales, de los agricultores y de los pequeños negocios urbanos, estrechando así la base política del régimen lacayo local. c) Además, el papel cada vez mayor del Estado imperial politiza la oposición al Estado. d) El neomercantilismo debilita el empleo local en las industrias y en los servicios sociales del sector público, engrosando las filas de los desocupados y subempleados y ampliando la base social para la acción directa de masas. e) La presión del Estado Imperial sobre los Estados Vasallos para que cumplan con el pago de la deuda externa, elimina la mayor parte del ingreso para financiar servicios sociales locales o proyectos de capital, reduciendo el empleo de profesionales y el desarrollo de la infraestructura. En resumen, la transición a la economía neomercantil requiere más explotación y dominación. La ideología global "antiterrorista" usada para justificar una mayor militarización estadounidense en América Latina es un ardid propagandístico: las bases económicas de la militarización están enraizadas en la transición hacia el nuevo imperialismo.
La Ofensiva de los EEUU: su impacto en la izquierda
La actual ofensiva imperial de los EEUU ha tenido un impacto diferencial en las formaciones de izquierda en América Latina. En general, podemos decir que los partidos electoralistas han girado a la derecha y que los movimientos sociopolíticos se han radicalizado. La ofensiva no sólo ha afectado a las configuraciones políticas y a las estrategias, sino también a los programas económicos.
Comencemos por el lado negativo, aquellos sectores de la izquierda que, como resultado de la intervención de los EEUU, las amenazas, las presiones y la propaganda, han girado a la derecha. Los dos casos más destacados son los del Partido Sandinista (FSLN) en Nicaragua y el Partido de los Trabajadores en Brasil. En ambos casos hubo un gradual giro hacia el centro durante la última década. En las elecciones presidenciales de Nicaragua en 2001 Daniel Ortega escogió un candidato neoliberal para vicepresidente, y luego del 11 de septiembre avaló el bombardeo de los EEUU sobre Afganistán, su ofensiva militar a escala mundial, el ALCA, el pago de la deuda externa y la política neoliberal ortodoxa. Eso no sirvió de nada: Washington y el embajador de los EEUU intervinieron en las elecciones favoreciendo al candidato liberal convencional, y lanzaron amenazas al electorado en caso de votar por una guerrilla reciclada convertida en liberal. Ortega perdió las elecciones y el apoyo de la militancia y de la izquierda, sin lograr asegurarse el apoyo de las elites capitalistas.
En Brasil, la dirigencia del Partido de los Trabajadores ha pasado de un programa socialista a uno socialdemócrata y, recientemente, a uno neoliberal. Mientras que el Partido aún cuenta con una fuerte minoría de socialdemócratas de izquierda y un contingente de intelectuales marxistas, su orientación actual es la de desplazarse hacia el centroizquierda para asegurar alianzas con el conservador Partido Liberal y el PMDB (el Partido Movimiento Democrático Brasileño). Mientras que los dirigentes del partido dan el giro a la derecha, Lula asume más bien las características de un caudillo autoritario más interesado en ganar posiciones de poder que en reformar o cambiar el sistema socioeconómico. Lula y sus seguidores en la dirección han tomado medidas tanto simbólicas como efectivas para asegurar a Washington su voluntad de ser vasallos obedientes: prometen garantizar el pago de la deuda, defender a las empresas privatizadas y estimular a los inversores estadounidenses. En el nivel simbólico-sustantivo, la selección por parte de Lula de un magnate textil, hostil a los sindicatos militantes, a los homosexuales y al Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST), y favorable al ALCA, sugieren que el PT continúa en movimiento… hacia la derecha. Lula alabó a Kissinger, archidefensor de las guerras imperiales y de la OMC, durante su reciente visita a São Paulo. Lula ha visitado Washington para dar seguridades a la Casa Blanca de su apoyo total a su campaña global "antiterrorista". El giro a la derecha, aún más pronunciado por parte del PT luego del 11 de septiembre, sugiere que la presión de Washington aceleró un proceso que ya estaba teniendo lugar como resultado de la política partidaria interna.
En México, el voto del PRD (junto con los otros dos principales partidos de derecha) a favor de la legislación que perjudicaba a las comunidades dirigidas por los zapatistas -y de hecho a todas las comunidades indígenas-, es un indicador de las políticas conciliadoras de la actual dirigencia. La negativa del actual líder del Partido a denunciar los provocadores pronunciamientos del ministro de relaciones exteriores mexicano Castañeda, y las acciones contra Cuba, son indicadores de que algunos sectores del PRD pueden estar compitiendo con el PAN para ser los lacayos favoritos de Washington en el Senado mexicano.
En resumen, la ofensiva de los EEUU ha tenido un impacto significativo en empujar a la mayoría de los partidos electoralistas de centroizquierda hacia la derecha. En casi todos los casos, sin embargo, este giro hacia la derecha ya estaba en camino, la presión sólo aceleró el proceso y quizás empujó a esos partidos mucho más hacia la derecha de lo que se podía prever.
En contraste, la ofensiva político militar estadounidense y el gran empujón dado para imponer el ALCA han aumentado la extensión, profundidad y radicalización de muchos de los movimientos sociopolíticos de la región.
En Colombia, la presión de los EEUU para romper las negociaciones de paz y militarizar la zona neutral ha conducido a grandes y exitosas contraofensivas de las guerrillas, a una colaboración más estrecha entre las FARC y el ELN y a un drástico deterioro de la economía, incluyendo los flujos de petróleo, de energía y el abastecimiento de agua, producto de los ataques de la guerrilla. Aún más, bajo condiciones de guerra y confrontación de clases, es probable que las demandas programáticas de la insurgencia se radicalicen. Al menos en su primera fase, la ofensiva estadounidense en Colombia ha conducido a varias derrotas tácticas y, aparte de la captura de unas pocas poblaciones aisladas en la zona desmilitarizada, ha llevado a pérdidas significativas entre los escuadrones de la muerte paramilitares patrocinados por los ejércitos de EEUU y Colombia.
En Argentina, el intento de Duhalde para aplacar a los EEUU en cuanto al pago de la deuda, ofreciendo votar contra Cuba, cumplir con el FMI, etcétera, ha fortalecido a la oposición y radicalizado las demandas. Los grupos y clases de oposición, otrora dispares, convergen cada día más hacia una coalición efectiva. Las reuniones de unidad nacional cuentan con una asistencia de miles y los cacerolazos de la clase media continúan uno detrás del otro con grandes bloqueos de carreteras a cargo de los desempleados. La economía sigue hundiéndose, previéndose un decrecimiento de dos dígitos. La masa de la clase media con sus fondos todavía confiscados sabe que los banqueros estadounidenses y europeos y sus clientes argentinos pudieron enviar a los EEUU, Europa y Uruguay cerca de 40 mil millones de dólares antes de que sus cuentas fuesen congeladas. El resultado es un rechazo poderoso y consciente hacia la clase política. La ofensiva de los EEUU ha tenido el efecto de aislar a sus vasallos políticos. No ha tenido ningún efecto en cuanto a amortiguar o neutralizar el ascenso popular. Mientras el régimen de Duhalde respalda la ofensiva de los EEUU, se ve socialmente impotente y políticamente aislado, incapaz de implementar medidas políticas significativas. Más importante aún es que Washington no posee interlocutores estables en la mansión presidencial, el régimen de Duhalde podría terminar antes de cumplir con el período de su mandato.
En Venezuela, la ofensiva estadounidense ha movilizado exitosamente a las elites comerciales (Fedecámaras), a la jerarquía religiosa y a los jefes sindicales en manifestaciones a gran escala con la esperanza de provocar un golpe militar y reemplazar a Chávez por un vasallo local. Por otro lado, Chávez ha respondido fomentando manifestaciones masivas de sus partidarios entre los pobres de las ciudades y los sindicalistas que lo apoyan. También cuenta con la lealtad de los comandantes del Ejército. La intervención de los EEUU ha radicalizado los discursos de Chávez, quien ha dado señales de que podría introducir cambios socioeconómicos más sustanciales a favor de los pobres.
Las confrontaciones están llevando a una mayor polarización social entre las clases altas ricas y las clases medias prósperas por un lado, y la clase media pauperizada y los pobres urbanos y rurales por el otro. La ofensiva de Washington ha polarizado al país y ha radicalizado las demandas políticas y sociales en ambos bandos: las clases ricas y el empresariado apoyan abiertamente una solución militar para volver a imponer un régimen lacayo que revierta la política exterior independiente de Chávez; los pobres pidiéndole a Chávez que use mano dura para tratar a la oposición dirigida desde el exterior y que implemente un programa redistributivo radical. Chávez hasta el momento mantiene una cada vez más insostenible "posición intermedia", resistiendo los intentos de la derecha para derrocarlo, llamando a movilizaciones de masas en apoyo al régimen constitucional, manteniendo su política exterior independiente pero sin comprometerse en un proceso de transformaciones sociales claramente delineado.
En México, Brasil, Bolivia, Ecuador y Paraguay, los EEUU se han asegurado el respaldo de los regímenes lacayos a su ofensiva mundial. Pero en ese proceso, los regímenes mismos se convierten cada vez más en instrumentos aislados e inefectivos de las políticas de los EEUU dentro de América Latina. Más aún, por debajo del nivel del gobierno, hay poco apoyo para cualquier campaña militar estadounidense que favorezca a las políticas económicas asesinas y que se sostenga en fuerzas militares represivas con un largo historial de masacrar movimientos populares.
Washington consigue asegurarse alineaciones favorables de parte de la mayoría de los regímenes en los foros internacionales por medio de las amenazas y la compra de votos, pero ha perdido la hegemonía ideológica en toda la región, excepto en algunos círculos de elites intelectuales y entre las ONGs conformistas.
En contraste con esto, los cortes de carreteras de multiplican, desde las "autopistas" de la Patagonia hasta los caminos rurales de Bolivia o las junglas de Colombia: "ellos" no pasan. Los EEUU se aseguran las promesas de los Presidentes títeres, pero cada vez más los palacios presidenciales y los edificios del congreso son rodeados por manifestantes, mientras que el olor a neumáticos ardiendo se filtra por entre los alambres de púas y pasa por las caras adustas de los soldados fuertemente armados. La ofensiva estadounidense ha intimidado o cooptado a los políticos oportunistas precisamente en el momento en el que el electorado los estaba abandonando.
Conclusión
Claramente estamos entrando en un período de ofensiva política y militar de los EEUU, golpes militares (o intentos de golpes), acción directa de masas, polarización política y nuevas formas de representación social. No hay resultados uniformes, los beneficios y las pérdidas que resulten de la ofensiva estadounidense no pueden ser medidos contando los votos de los presidentes y el nivel de asentimiento de los generales leales. Los movimientos sociales en avance y la insurgencia popular han desenmascarado el saqueo imperial y han derribado regímenes lacayos, pero los resultados políticos importantes están todavía por venir.
*Tomado de La página de Petras, Revista Rebelión.
**Traducción de Jorge Capelán, para Rebelión. Corrección de estilo para Surmedia, Gervasio Espinosa.