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Internacional

28 de febrero del 2002

Emilio Botín, la globalización y el monopolio

Ioseba Eceolaza Latorre
Gara

Hace unos años, cuando se ofició públicamente y con gran entusiasmo el funeral de lo público y se dio la bienvenida a las privatizaciones y a las liberalizaciones, los monaguillos y el cura repetían hasta la saciedad varios de los mandamientos de la, por lo menos por estas tierras, nueva religión que se estaba alumbrando. La virtud principal era que estas nuevas leyes iban a beneficiar al conjunto de la población puesto que, al haber más competencia, los precios se abaratarían. Además, iba a ver más donde elegir.
El tiempo y los hechos han demostrado que la mayor parte de las virtudes de esta nueva forma de organizar la economía eran falsas y los únicos que se iban a beneficiar eran los ricos de siempre, ya que, por una parte, la privatización de empresas públicas no ha supuesto un abaratamiento de los productos gracias a la competencia ­tenemos los casos de la telefonía, las compañías de transporte, etcétera­ y, por otra parte, la diversidad de empresas dedicadas a lo mismo supone otro tipo de monopolio y de concentración, pero ahora en manos privadas y no públicas, así que la competencia no siempre resulta beneficiosa para los intereses del conjunto de la ciudadanía. La libre competencia ha hecho que tengamos la posibilidad de elegir entre lo mismo y lo mismo.
En este contexto hay que entender el hecho de que Emilio Botín y su familia ya sean dueños de tres de los cinco mayores bancos del Estado español. Las conclusiones a las que llegamos son bastante sencillas, por un lado, si Emilio Botín u otros personajes son dueños de la mayoría de la banca, ¿qué tipo de competencia, en cuanto a precios, servicios, etcétera, nos van a ofrecer?. La respuesta es obvia. Ninguna.
Por otro lado, este nuevo sistema económico globalizador y sus organismos son los que están detrás de todos estos hechos, ya que hacen el papel de Papa de la religión a la que hacía referencia antes. Son ellos quienes marcan la ortodoxia, el camino a seguir y los castigos a los que se someterá a los infieles y a las ovejas negras, es la inquisición del siglo XXI.
Los números cantan y nos dicen que la riqueza está cada vez en menos manos y la pobreza está cada vez más compartida. 447 multimillonarios tienen más dinero que el ingreso anual de la mitad de la humanidad. Esta consecuencia casi inevitable de este sistema económico, aparte de problemas sociales evidentes, dinamita por completo los más elementales valores que han inspirado a las democracias (o eso se supone). Estos valores están relacionados con la voluntad popular, la igualación de las posibilidades para acceder al poder, el aumento de la movilidad interclasista, o sea, la posibilidad cada vez mayor de promoción social y, en consecuencia, de ascenso social, y, en definitiva, la igualdad de derechos.
Y digo que ha dinamitado todos estos valores porque, si cada vez hay más riqueza en menos manos, también el poder político va a estar controlado por menos personas. Es decir, el poder político en bastantes ocasiones está sometido al poder económico y a los deseos de los inversores, y es obvio que con esta situación de monopolio la situación va a empeorar. Los gobiernos no gobiernan, las elecciones no eligen. Es el mercado y los dueños de los monopolios (como Botín y otros) quienes gobiernan y eligen, y cuando esto ocurre desaparecen por completo las personas, que pasan a ser deudores y consumidores.
La desregularización y, en consecuencia, los monopolios empresariales hacen que casos paradójicos y vergonzosos, como el del Grupo General Electric o el Grupo British Aerospace, se hagan cada vez más comunes. El primer grupo empresarial tiene otras cuatro empresas que son las que más envenenan el aire del planeta, pero es también el mayor fabricante norteamericano de equipos de control de la contaminación del aire. El segundo grupo citado engloba a una empresa que firmó un contrato de 90 millones de dólares para quitar las minas antipersonales de Kuwait. Casualmente, fueron ellos los que las habían plantado. Es decir los grandes monopolios son los que al fin y al cabo se llevan todo el pastel del negocio.
Otro caso que demuestra lo negativo de esta concepción de la economía es el de los medios de comunicación. Estos cada vez están en menos manos, como se puede observar en el caso español. Son dos las empresas que poseen la gran mayoría de radios, televisiones, periódicos, editoriales y plataformas digitales, que, además, coinciden con grandes grupos empresariales que a su vez son los dueños de compañías telefónicas, bancos y un largo etcétera.
Sin ninguna duda, esta concentración de inversores reduce de una manera drástica la libertad de opinión. Debido a este monopolio, logran con una facilidad impresionante que tengamos una visión concreta e interesada de la realidad y crean pensamiento único. El consenso ha llegado a tal extremo porque son los mismos que, exceputando casos concretos, no encuentran mayor oposición. En este sentido, es curioso que el planeta nunca haya sido tan desigual en oportunidades pero tan igual en ideas. Esta uniformización de las ideas, como consecuencia de la monopolización, es la muerte en sí misma de la democracia, ya que este sistema aboga por la pluralidad y la libertad de pensamiento.
En resumen, creo que la dinámica adoptada por este sistema económico en cuanto a la concentración de empresas tiene resultados nefastos en muchos de los ámbitos de nuestras vidas. Por ejemplo, en los programas televisivos o radiofónicos que se emiten, en el precio de las llamadas de teléfono, en los servicios prestados por algunos bancos, etcétera. Debido a esta situación, en mi opinión, el poder elegido por la ciudadanía pocas veces va a ir contra los intereses de estas grandes corporaciones porque, en definitiva, son los que financian campañas electorales y otros elementos.
Así que, claramente, y por el bien de la libertad, tenemos que oponernos a esta concentración de poder tan desmesurado que estamos sufriendo. Si no, dejaremos de tener sentido en este circo en el que se ha convertido la democracia liberal.