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Internacional

17 de marzo del 2002

Exigir derechos, no limosnas

Heinz Dieterich Steffan

Implorar a los Estados del Primer Mundo que concedan el 0.7 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) como "ayuda" a los países del Tercer Mundo es un grave error político, porque significa renunciar a derechos éticos, políticos y jurídicos codificados en la ley internacional, a cambio de convertirse en mendigo. Implica también, entrar en las hipócritas reglas de juego de las potencias dominantes del grupo G-7 que transfiguran a las víctimas de la sociedad global en responsables de su propia desgracia.
El error de las ONGs y otras fuerzas políticas que sustituyen la justicia por la caritas se vuelve entendible de inmediato, si consideramos los tres principales mecanismos de expoliación que practica el grupo G-7 para enriquecerse a costa de los países empobrecidos: 1. el uso descarado del proteccionismo en todos los sectores económicos, donde las naciones dominantes no son competitivas o preservan oligopolios o monopolios ilegítimos; 2. la desigualdad en los términos de intercambio (Terms of Trade, TOT) en el mercado mundial que favorecen unilateralmente a las potencias industriales y, 3. la deuda externa.
La sangría constante que los tres sistemas de expoliación imponen a los pueblos del Tercer Mundo queda patente en las siguientes cifras. En cuanto al proteccionismo, se gastan diariamente en el Primer Mundo mil millones de dólares para encarecer los productos alimenticios. Esta cifra sería difícil de creer si no hubiera sido producida por una fuente impecable, el Secretario General de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Mike Moore. Para ponerla en perspectiva, el funcionario agregó: "Esto es de tres a cinco veces superior a toda la ayuda exterior (overseas development aid, ODA) y ocho veces superior a toda la ayuda para la deuda."
Los términos de intercambio, que miden la evolución de los precios entre las mercancías con alto valor agregado ("industriales") que fabrican las potencias industriales y los productos menos elaborados ---p.e., materias primas y productos agrícolas--- del Tercer Mundo, favorecen unilateralmente a los primeros; de tal manera que las cantidades laborales necesarias para mercantilizar los productos del Tercer Mundo, son cada vez mayores frente a aquellas que se encuentran incorporadas en las mercancías industriales. Por ejemplo, muchos de los principales productos de América Latina, como el petróleo, el café, el azúcar, los granos y la mayoría de los metales, sufrieron un deterioro en los términos de intercambio en el 2002, respecto del año anterior, de 23%; es decir, América Latina tendría que haber exportado un 23% por ciento más de estos productos en el año 2002, para obtener los mismos ingresos del año anterior. A nivel mundial, la ONU estima que el Tercer Mundo pierde anualmente más de 500 mil millones de dólares por este cambio desigual.
Las cifras del tercer mecanismo, la deuda externa, son bien conocidas. La deuda externa de los países del Tercer Mundo alcanzó a inicios de los años noventa alrededor de 1.4 billones de dólares. Hoy supera a las 2 billones de dólares, pese a que los países deudores ya liquidaron más que la suma original por concepto de intereses y amortización.
Con su estructura y dinámica actual, la economía global no es una economía ---es decir, un sistema organizado para la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos mundiales--- sino un gigantesco y brutal dispositivo de acumulación y apropiación ilegítima del plusproducto mundial. Aristóteles llamaba esto con razón, "una perversión" de la idea y praxis del subsistema social "economía" que debería denominarse crematística.
Pedir ayuda a los arquitectos y operadores de este engendro monstruoso, en lugar de justicia, significa absolver a los causantes de la miseria mundial, justo, cuando el mismo Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se ve obligado a reconocer que son las reglas de juego de los explotadores que generan el circulo vicioso de empobrecimiento y guerra que aflija a la humanidad. Es un principio fundamental del derecho nacional e internacional, que los causantes de daños a terceros tienen la obligación de resarcir los perjuicios originados. Este principio está siendo reconocido internacionalmente y se extiende desde el trabajo forzado y esclavista de los Nazis hasta la explotación del colonialismo europeo en África, América y Asia. Las potencias explotadoras están legalmente obligadas a resarcir los horrendos daños causados a las naciones colonizadas y neocolonizadas durante los últimos quinientos años y, con más razón aún, por el sistema crematístico ilegítimo que operan hoy día.
Las razones, por las cuales el G-7 y los explotadores menores prefieren pagar "ayuda" en lugar de cumplir con sus obligaciones legales, son cinco: 1. las sumas que pagan son una ridícula fracción de sus deberes materiales reales; 2. la canalización de la supuesta ayuda a través de un gran número de ONGs permite domesticar a éstas; 3. al dar "ayuda" en lugar de justicia puede engañar a su población nacional con la idea de que a las elites les importa combatir la miseria en el mundo; 4. la "ayuda" no sólo es un buen negocio, porque reduce la deuda real a una suma simbólica, sino que fomenta las exportaciones nacionales, debido a que una parte sustantiva de ella obliga a los países receptores utilizarla en la compra de mercancías del donador; 5. finalmente, la "ayuda" permite chantajear a los gobiernos del Tercer Mundo, lo que no sería posible si las potencias jugaran conforme a las reglas que ellas mismas establecieron.