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Internacionales

29 de enero del 2002
Enron, cositas del Mundo Libre

Cristóbal Guzmán Sarrión

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Se imagina comprando acciones de su propia empresa que no valen un pimiento confiándoles los ahorros de toda la vida, su futuro y el plan de pensiones, sin posibilidad de deshacerse de ellas mientras los directivos le ocultan las cuentas, se hacen multimillonarios con un suculento pelotazo y le dejan tirado como una colilla después de haber defraudado a Hacienda y dejado en la calle a miles de empleados con la inestimable colaboración de senadores, altos cargos y del mismísimo presidente de la nación? Esto es Enron.
Los que no se cansan de hablar de nuestro Mundo Libre habían hecho hasta ahora 'mutis por el foro' en lo que ha sido la mayor bancarrota de la historia de los Estados Unidos, paradigma del desarrollo capitalista más salvaje que últimamente anda torturando a sus prisioneros de guerra pasándose por la entrepierna los derechos humanos más elementales consagrados en los tratados internacionales. Muchos de los que se encargan de poner sordina a este flagrante terrorismo de Estado también habían pasado de puntillas sobre este crimen financiero de desarrollo simultaneo -nueva casualidad- con la llamada Libertad Duradera. Son los tejedores del Mundo Libre que enfocan hacia otro lado manteniendo en la ignominiosa penumbra lo que no conviene saber.
En el corazón del Mundo Libre nació hace bastantes años, gracias a una fusión, una compañía proveedora de gas que se empeñó en extender sus tentáculos entrando en el negocio de la venta de energía. El momento era el adecuado: como bien saben los ideólogos del Mundo Libre, no hay cosa más maravillosa que privatizar empresas y desregular el mercado. Los servicios irán a peor, los beneficios a mejor y se prescindirá de cuantos trabajadores sea menester, ya que todo ello pertenece al natural del Mundo Libre, que es más libre cuanto menos lo son sus excluidos. El caso es que Enron aprovechó la Ley de Política Energética de Texas (1992) para consolidarse y poner sus miras en Pensilvania.
Kenneth Lay, presidente de Enron dimitido hace unos días, presionó al gobernador de Texas, George W. Bush (¡sorpresa!), para que hiciera lo propio con el de Pensilvania, Tom Ridge, actual secretario de Seguridad del Interior (¡segunda sorpresa!), para que Enron se hiciera con el monopolio del mercado.
Las maniobras subterráneas de tanto sinvergüenza no acaban aquí, simplemente comienza la trama. Simultaneo con lo anterior, la Comisión de Operaciones de Futuros en Materias Primas, presidida por George Bush padre (a estas alturas ya estaremos curados de espanto) decidió la exención impositiva de las subsidiarias energéticas, abriendo la puerta para el fraude fiscal. Antes de que estuviera abierta del todo, Enron decidió entrar como elefante en cacharrería creando cientos de compañías testaferras colocadas en paraísos fiscales con la excusa de tener reservas económicas a buen recaudo para ser utilizadas en caso de irle mal las cosas. Más bien se creó una ingente riqueza personal de los ejecutivos, cuyo nivel de inteligencia indudablemente sobrevaloraron al falsear las cuentas, exagerar las ganancias en 600 millones de dólares y ocultar más de 1.000 millones de deuda (1).
En agosto del año pasado, la vicepresidenta de Desarrollo Empresarial de Enron, Sherry Watkins, alertó a Lay sobre esta falsedad contable, lo cual no fue obstáculo para que los ejecutivos se desprendieran de sus acciones, obteniendo más de 1.000 millones de dólares de beneficios, dejando a sus miles de empleados en la ruina -estaban en posesión del 60% del accionariado- después de haber pasado las acciones de valer 99 dólares a sólo uno en una estafa que asciende a unos 30.000 millones de dólares en acciones volatilizadas. El propio presidente, que había adquirido cierta maestría en el dolo, había comprado dos millones de dólares en acciones en agosto, aunque se encargó de ocultar que había vendido otros treinta durante el año anterior.
A esta estafa también contribuyó otro importante núcleo de delincuentes, concretamente la empresa auditora Arthur Andersen, que no vaciló en presentar auditorías falsas antes de destruir documentos públicos comprometedores que no han tenido empacho en reconocer.
La razón, evidente: la empresa auditora era la misma encargada de la gestión (servicios cuyo pago ascendió en 2001 a 27 y 28 millones de dólares, respectivamente), por la cual esperaba seguir cobrando estas sumas suculentas aun a costa de falsear documentos públicos (2). Según los mensajes internos de correo electrónico conocidos recientemente, los empleados de la compañía auditora cobraron horas extras para destruir los documentos de Enron. El auditor David Duncan se ha negado esta semana a aportar información alguna en el subcomité de Comercio y Energía del Congreso.
Mientras se cocía este entramado especulativo-delictivo, el vicepresidente de la nación, Dick Cheney, a la sazón uno de los peces gordos de la industria petrolera -junto a la familia Bush- especialmente interesada en el gas natural de Afganistán, entre otros, mantuvo numerosas reuniones en los meses anteriores a la declaración de bancarrota (2 de diciembre de 2001) con los ejecutivos de Enron, llegando a interceder por la compañía ante el Gobierno de la India para poner en marcha una planta energética de la que esta transnacional avezada en el delito poseía un 65% (3). De hecho, de los 2.900 millones de dólares de inversión, la pública Corporación de Inversiones Privadas Exteriores estaba a cargo de un buen porcentaje del gasto. El Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos también apoyó a Enron ante Atal Bihari Vajpayee, primer ministro hindú (4).
La trama de Enron tiene ramificaciones indudablemente nauseabundas, a lo que contribuye el corrupto sistema electoral norteamericano en el que las grandes corporaciones deciden quién es el presidente y quiénes alcanzan la púrpura en la Cámara de Representantes. Bush II, que ha tenido su propia guerra para ocultar este y otros asuntos oscuros, intentó eliminar el llamado 'Impuesto Mínimo Alternativo' creado por Reagan en los ochenta, a lo que se opuso la mayoría congresista. Sin embargo, todo ello no supuso ningún problema para su amigo Kenneth Lay, cuya compañía no sólo no contribuyó tributariamente de 1996 a 2000, sino que acumuló derechos de devolución de impuestos federales por valor de 378 millones de dólares en función de su fraude contable (5).
En Europa también existían suficientes indicios para investigar a fondo las prácticas agresivas de Enron. En 1999, la compañía alemana de energía Veba rehusó fusionarse con la norteamericana, que veía una ocasión única de ganar dinero fácil a costa de la desregulación del mercado en el Viejo Continente. A pesar de que el proyecto de crear E.ON estaba ya maduro, los germanos se apercibieron, a través de la consultora PricewaterhouseCoopers, de la eliminación de decenas de millones de deuda de sus libros de contabilidad y del objetivo único de Enron por hacerse con el monopolio del mercado de aquel país. A pesar de las dudas y posterior rechazo de Veba a la fusión, expresados públicamente arguyendo estos 'problemas' contables, nadie se atrevió a investigar a fondo a tan influyente coloso (6).
La pieza clave de la implicación de Bush, que explica los 'favores' prestados a Enron, son los 623.000 dólares de donación de la compañía a sus campañas electorales, a lo que hay que añadir otros 5,7 millones a legisladores, la mayoría republicanos. La corrupción, taimadamente disimulada por la maquinaria televisiva del Mundo Libre, alcanza a numerosos estamentos. Baste reconocerla en la persona de Lawrence Lindsey, consejero económico de la Casa Blanca que el año pasado recibió 50.000 dólares de Enron como consultor externo de la compañía. Lindsey ha sido el encargado de realizar un informe en el que, claro, ha negado que la quiebra vaya a tener consecuencias en la economía nacional, de la que se excluyen, al parecer, los miles de puestos de trabajo sacrificados.
La relación de personajes corruptos no sólo se limitan al presidente, vicepresidente y consejero económico. Muchos legisladores han optado por desmarcarse, como Hillary Clinton, que ha decidido de forma altruista deshacerse de los 8.000 dólares que recibió de Lay para su campaña.
Esta nómina faunística en el corazón del Mundo Libre es interminable. Muchos de ellos eran (o son) accionistas de Enron, sin que se sepa a ciencia cierta si vendieron a tiempo sus acciones aprovechando la información privilegiada de los ejecutivos. Por el momento, además de Bush, Cheney, y Lindsey, están implicados Thomas White, secretario del Ejército; Donald Rumsfeld, secretario de Defensa; William Winkenwerder, adjunto al anterior; Mark Weinberger, secretario adjunto del Tesoro; Kathleen Cooper, subsecretaria de Economía; Eugene Hickock, subsecretario de Educación; los embajadores en Rusia, Irlanda y los Emiratos Arabes; Bruce Carnes, jefe financiero del Departamento de Energía; y Marc Racicot, ahora jefe del Comité Nacional Republicano al que llegó aupado por Bush II después de formar parte del 'lobby' de Enron. Como dato adicional de la corrupción generalizada, hay que reseñar que John Ashcroft, a la sazón secretario de Justicia y uno de los principales saboteadores del ordenamiento jurídico internacional en materia de tortura y terrorismo de Estado, también ingresó una suculenta suma de Enron, por lo cual no hubo más remedio que recusarlo en la investigación del asunto (7). Como homenaje a la memoria, que es maestra de la vida, cabe recordar que durante su gira por las provincias del Mundo Libre, ante él se cuadraron, entre otros, Aznar y Piqué, que ahora pueden ver en dificultades a uno de sus 'aliados naturales', Tony Blair, otro habitual del terrorismo de Estado que tampoco parece ajeno a esta trama de consecuencias imprevisibles (8). De hecho, según la oposición, el Gobierno laborista levantó una moratoria sobre la construcción de centrales eléctricas de gas a cambio del apoyo financiero de la compañía entonces presidida por Kenneth Lay, mientras Arthur Andersen, la otra firma implicada en esta estafa, también fue beneficiaria de contratos estatales a partir de 1997. Por el momento, la petición para iniciar una investigación en el Comité de Administración Pública del Parlamento ha obtenido la callada por respuesta.
Para acabar de rematar la faena, al frente de la investigación se ha colocado Harvey Pitt, conocido abogado de las compañías auditoras y reconocido apologeta de la delincuencia financiera, ahora presidente de la Comisión del Mercado de Valores. El tal Pitt, que guarda ciertos paralelismos con su excolega española Pilar Valiente en el caso 'Gescartera', cuenta con una trayectoria francamente desalentadora (9).
Hasta ahora, los norteamericanos, que leen poco y ven mucha tele -como nosotros-, decían en las encuestas no estar preocupados o desconocer el tema tan entretenidos como estaban con la conspiración de las galletas asesinas y demás Libertades Duraderas (10). Ahora, el simple morbo por el presunto suicidio de J.C. Baxter, exvicepresidente de la compañía, ha vendido algunas horas de pantalla. Cositas del Mundo Libre.
(*) Edición revisada de artículo publicado en el diario 'La Tribuna de Albacete' el 27-01-02
Notas (1) The Observer, 13 de enero de 2002, recogido por Rebelión con traducción de Germán Leyens.
(2) Russell Mokhiber y Robert Weissman en 'Focus on the Corporation', enero de 2002, recogido por La Insignia con traducción de Berna Wang.
(3) Al igual que el auditor David Duncan, Cheney y Bush se han negado a aportar datos esclarecedores de sus reuniones con los directivos de Enron bloqueando la investigación de la Oficina de Contabilidad del Congreso (GAO). Cheney estima que la Casa Blanca no está sujeta a su autoridad al ser "una criatura del Congreso". Por su parte, el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, invoca la "protección del poder presidencial" para ocultar la lista de ejecutivos con los que el presidente estudió el plan energético el año pasado. La GAO está estudiando recabar esos datos mediante una citación judicial.
(4) The Washington Post, 25 de enero de 2002.
(5) The New York Times, 17 de enero de 2002.
(6) The New York Times, 27 de enero de 2002.
(7) The Observer…
(8) Matthew Taylor, portavoz liberal-demócrata de Economía en la Cámara de los Comunes, declaró a la Radio 4 de la BBC el 28 de enero: "Sabemos que Enron ha usado sus amplios contactos políticos en EEUU a favor de sus intereses y hay pruebas de que ha sucedido lo mismo en el Reino Unido".
Aunque Blair ha negado su responsabilidad en este asunto, un portavoz oficial de Downing Street reconoció el mismo día que habían existido "reuniones" de representantes de Enron con los ministros de Comercio e Industria desde la llegada al poder de los laboristas en 1997, algunos de cuyos actos de campaña financió la compañía. Enron también había participado gratuitamente con sus servicios para elaborar la política económica laborista entre 1992 y 1997.
(9) "Pidan a ejecutivos y empleados que se imaginen todos sus documentos en manos de un celoso funcionario de la administración o en la primera página del New York Times. Cada empresa debe tener un sistema para la retención y destrucción de documentos…" ('Cuando a las buenas empresas les ocurren cosas malas: Manual para la gestión de crisis', 1994, parte del extracto reproducido por Russell Mokhiber y Robert Weissman en 'Focus on the Corporation'…).
(10) Antes de suspenderse la cotización de Enron, sólo un 18% de la población admitía seguir "muy de cerca" este escándalo financiero. De ellos, el 79% decía "aprobar" la gestión de Bush según una encuesta realizada por Gallup. Hace unos días, The New York Times publicaba otro sondeo en el que el 82% de los norteamericanos aprueba la gestión del presidente.


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