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Internacional

5 de septiembre del 2002

Empleo y desempleo en el ciclo neoliberal

Adrián Sotelo Valencia

Los informes de organismos internacionales, como OIT, CEPAL, etcétera, reconocen que alrededor de 80% de los empleos creados en América Latina y en México durante la década de los noventa del siglo pasado, son de naturaleza temporal. Esto marca un punto de inflexión en las políticas laborales de los gobiernos neoliberales, que consiste en presentar tendencias a la reducción de la tasa de desempleo ··tan extenso durante las décadas de los ochenta y noventa·· frente a lo cual se maneja que, por lo menos, su curva se ha estabilizado en los últimos años.
Ello acarrea grandes beneficios electorales a dichos gobiernos que presentan esa realidad y las reformas consecuentes, como "encaminadas" a consolidar esos cambios. Claro, contando con los buenos oficios de las dirigencias charras de los sindicatos y del mismo sindicalismo blanco.
Ciertamente podríamos suponer, sin conceder, que esa ha sido la realidad del mundo del trabajo después de la crisis de 1997, cuando la OIT ubica ese punto de inflexión para plantear demagógicamente los "buenos beneficios" de las políticas neoliberales que se han aplicado sistemáticamente en la región. Pero, en cualquier caso, destacamos como fenómeno relevante el inminente proceso de pauperización y precarización del empleo de las grandes masas de trabajadores, que se expresa en múltiples formas, entre ellas: el empleo a medio tiempo o empleo parcial; el trabajo asalariado a domicilio y pagado por pieza, trabajos "regulares" pero remunerados por la mitad o bien, trabajadores que son pagados por el patrón de acuerdo con el salario mínimo, pero obligándolo a aumentar su jornada de trabajo. Un caso, intermedio que ha venido cobrando fuerza en el contexto de la actual crisis estructural y de largo plazo del capitalismo mundial, son los llamados "paros técnicos" en la fábrica, que obligan a reducir la producción y, al mismo tiempo, la jornada de trabajo y el salario como en la empresa automotriz VW de Puebla, en México. Esta realidad para miles de familias trabajadoras de hecho se ha venido imponiendo por la vía de los hechos: en México, en Brasil, etcétera, donde legalmente todavía existen leyes y reglamentos laborales que corresponden al anterior patrón de acumulación capitalista dependiente: tal es el caso de las leyes de consolidación del trabajo de 1943 en Brasil y de la LFT en México de 1931 que, por cierto, ahora está en la mira para ser reestructurada a través de la reforma laboral neoliberal, tanto por parte de los patrones, del sindicalismo corporativo, como del gobierno conservador de Fox y de los partidos políticos.
El capital y el Estado descubrieron la "clave" para incrementar su tasa de ganancia a costa del trabajador: precarizar el trabajo y remunerarlo por debajo de su valor. Pero, además, agregándole la representación ideológica de que el sistema es capaz de generar los empleos que "necesita" la sociedad aunque en las ciudades y en las calles existan millones de desempleados.
La precarización del trabajo, junto a fenómenos tradicionales como la superexplotación, la marginación, la pobreza y la pobreza extrema, se está configurando como un fenómeno estructural, de largo plazo, que se intensifica en función de la aplicación del desarrollo de la técnica y de la ciencia al proceso productivo y de trabajo.
Los organismos internacionales mencionados más arriba, se ocupan de la precariedad laboral, pero ocultan lo que para nosotros constituye su núcleo básico: la creciente pérdida de derechos laborales y sociales para los trabajadores de ambos sexos, tales como educación, salud, enfermedad, prestaciones económico-sociales, vivienda, recreación, etcétera.
Dicha precariedad se está configurando como la pieza maestra de las políticas de reforma del Estado acordes con las de los intereses de los organismos monetarios y financieros que representan a los grandes monopolios transnacionales, a las empresas del capital privado nacional y a las burocracias de los gobierno civiles de los países imperialistas.
La reforma laboral en marcha en México, pero con antecedentes de implantación desde la década de los ochenta en Chile (1981) y en otros países como Argentina y Colombia, pretende codificar, no los derechos de los trabajadores que, por el contrario, son pisoteados a cada instante, sino los del capital a partir de legalizar la realidad de la precarización ya existente en los hechos.
Recorte de derechos y de prestaciones, aumento de la jornada de trabajo, ataque a las formas independientes y autónomas de organización y lucha de los sindicatos, recortes salariales, aumento del personal de confianza y de la fiscalización en las empresas, son otras tantas formas de precarizar el trabajo y flexibilizarlo para ajustarlo a las necesidades de explotación y valorización del capital.
Precarización y desempleo
La precarización del trabajo es un fenómeno que ha venido compaginándose con el crecimiento del desempleo; pero dicho fenómeno ha sido diferenciado respecto a sus efectos en las clases obreras de los países latinoamericanos.
En cuánto a lo primero la CEPA reconoce que: "Tal como lo sugiere la creciente proporción de empleos de baja productividad, la precariedad de las ocupaciones se acentuó durante los años noventa. Desde 1990, la proporción de empleos informales en el área urbana se ha elevado en más de cinco puntos porcentuales, lo que equivale a un crecimiento del sector informal cercano a los 20 millones de personas. Más aún, la proporción de los nuevos empleos absorbidos por el sector informal pasó del 67.3% en el período 1990-1994 al 70.7% en el de 1997-1999".[1] Si bien es cierto que se ha reducido el desempleo a largo plazo en beneficio del subempleo y de la flexibilización laboral, ello no debe llevarnos a hacer cuentas alegres ya que este fenómeno obedece a políticas diferenciadas que tienen que ver con las características económicas, sociales y políticas de países y regiones. La CEPAL reconoce esta realidad cuando diagnostica que "El sostenido aumento de la población activa ejerció gran presión sobre la necesidad de crear nuevos empleos. En ese sentido, la demanda de trabajo no logró responder adecuadamente al importante crecimiento registrado por la fuerza laboral. A consecuencia de ello, en el decenio de 1990 hubo un considerable aumento del número de desempleados, a razón de un 10.1% anual concentrado sobre todo en el período 1997-1999. Durante la década, más de 10 millones de personas engrosaron las filas de la desocupación, la que en 1999 alcanzó al 8.6% de la fuerza de trabajo a nivel nacional (poco más de 18 millones de personas), en contraste con el 4.6% de 1990. Este fenómeno afectó particularmente a la población urbana, al punto que entre 1990 y 1999 la tasa de desempleo en esas zonas se elevó de 5.5% a 10.8% en el conjunto de la región.
El aumento del desempleo a lo largo de la década pasada no fue generalizado en la región, y afectó mayormente a los países de América del Sur. En Argentina, Brasil y Colombia, los tres países sudamericanos de mayor tamaño, el desempleo creció persistentemente. Este fenómeno también mostró una tendencia al alza en Bolivia, Chile, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela. En México y en la mayoría de los países de Centroamérica y el Caribe predominó, por el contrario, una tendencia a la reducción de la desocupación. En los países centroamericanos el desempleo tendió a reducirse (El Salvador, Honduras y Nicaragua) o se mantuvo en niveles relativamente moderados (Costa Rica). Esta tendencia también predominó en el grupo de países insulares del Caribe (Barbados, Cuba, República Dominicana y Trinidad y Tobago), aunque los niveles de desempleo en estos países, con excepción de Cuba, se mantuvieron en tasas más elevadas que en el grupo anterior, cercanas o superiores a 10%".[2] Según el organismo en Centroamérica, El Caribe y en México predominó la caída de la tasa de desempleo. Pero este hecho de ninguna manera nos autoriza a hacer cuentas alegras, como hacen los organismos financieros y gobiernos como el mexicano.
A pesar de que las cifras oficiales de INEGI y de la Secretaría del Trabajo no son confiables y, más bien, distan mucho, siquiera, de acercarse a la realidad laboral de nuestro país, sin embargo, el hecho de que se haya registrado un periodo en el cual se redujo relativamente la tasa de desempleo abierto, sin embargo, la precariedad laboral tal y como la hemos conceptualizado, aumentó exorbitantemente, a grado tal que la mayor parte de los (pocos) empleos que crea el gobierno y el capital son empleos precarios que no resuelven de ninguna manera las necesidades básicas de las clases trabajadoras en materia de salud, alimentación, vivienda, educación, recreación y de satisfactores "histórico-morales" como señaló Marx cuando indica el procedimiento para determinar el valor real de la fuerza de trabajo.
Yo creo que en la actualidad el análisis del empleo, el desempleo y la precariedad del trabajo, tiene que ser dividido en dos fases: la primera antes de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos y la segunda, desde el periodo posterior hasta la actualidad.
En la primera fase el capitalismo ya venía acelerando la recesión y la crisis; los ataques del 11 de septiembre no hicieron más que imprimirle nueva velocidad al proceso. En Europa el desempleo venía en ascenso y en Estados Unidos, desde marzo de 2001 en que se apreció por primera vez la aparición de la recesión después del "milagro" de la new economy del período 1993-2000[3], comenzó un brutal proceso de pérdida de empleos productivos a partir de políticas masivas de despidos implementadas por las grandes corporaciones multinacionales. En Japón, como se sabe, casi 11 años de recesión han amenazado a los empleos. Conquistas obreras como el "empleo vitalicio" ·que cubre sólo a algunas categorías de trabajadores calificados, y excluye a las mujeres trabajadoras ·, el derecho de huelga, el slaaruio garantizado, la reducción d la jornada de trabajo, etcétera, están en la actualidad amenazadas. En Corea del Sur, se ha impuesto la flexibilidad laboral, pero la clase obrera de ese país ha librado, y libra en la actualidad, grandes batallas en las fábricas y en las calles por preservar sus derechos e intereses laborales y sindicales. Y aún así, las jornadas de trabajo son extenuantes con tendencias a rebasar las 50 horas semanales.
En México, como país dependiente del ciclo de reproducción del capitalismo norteamericano, la fracasada política del nuevo gobierno en materia de creación de empleos, tocó fondo y solamente durante el año 2001 fueron despedidos poer la patronal nacional y extranjera alrededor de 1 millón de trabajadores de lo más diversas sectores, industrias y ramas de la producción, destacando el caso de la Industria Maquiladora de Exportación ·que había sido el baluarte neoliberal de la burguesía mexicana y del capital extranjero· la cual despidió a más de 250 000 trabajadores.
La crisis de la nueva economía que se desplomó después del descalabro de las Torres Gemelas de New York ha provocado el despido de alrededor de 2 millones de trabajadores en el transcurso de 2001, casi tres veces el número de despidos notificados en 1999. De esta forma, la tasa de desempleo abierto alcanzó 5.8% en ese año, según la firma de colocaciones Challenger, Gray & Christmas.[4] Como resultado de lo anterior, para abril de 2002 la tasa de desempleo había subido a 6%, de acuerdo con el Departamento del Trabajo de los Estados Unidos.[5] De lo anterior no se puede concluir, como hacen los ideólogos del capitalismo neoliberal, que en el mundo actual de capitalismo globalizado, ya se "superó" la tendencia al aumento del desempleo; más bien lo que si confirmamos es que no importando si se está en una fase de descenso o de ascenso del ciclo económico, tanto la tasa de desempleo como la de empleo dependen de las políticas generales del capital en materia de obtención de ganancias y de expansión de sus negocios. Esto significa que el Estado y el capital, de manera conjunta, tratarán por todos los medios, de doblegar al trabajo para ajustarse al ciclo de los negocios para sere utilizado y desechado cuando a si lo requieran los empresarios en cualquier país del mundo.
Ante un panorama tan adverso para los trabajadores, no se puede contentar con asumir las reformas neoliberales que ajusten el trabajo a la lógica y normatividad de las empresas transnacionales.
Los actuales proyectos excluyentes de reforma laboral ·como la que pretende imponer el gobierno foxista y las contempladas en los anteproyectos de reforma laboral puestos en el Congreso[6] · cualquiera que sea su signo ideológico (tricolor, amarillo y azul), no persiguen otro objetivo que el de actualizar el proceso de compra-venta, contratación y uso de la fuerza de trabajo a las características universales de la explotación y de los mercados globalizados. El eje rector del los nuevos contratos flexibles de trabajo es, y será, su carácter temporal y su ausencia de derechos para los vendedores de su fuerza de trabajo. Con ello se afianzan las políticas de libre contratación y despido por parte del capital en el ciclo actual del capitalismo neoliberal.
Nota final
Considero que el panorama actual de la clase obrera en México y del sindicalismo no es el más adecuando y favorable para impulsar una lucha de resistencia para derrotar los intentos del neoliberalismo por reformar el artículo 123 constitucional y la misma LFT. Sin embargo, ello no debe ser obstáculo para no debatir y construir plataformas de lucha que impulsen tácticamente a los trabajadores a luchar por preservar y recuperar sus niveles de vida y de trabajo tan duramente golpeados desde la instauración del neoliberalismo. La lucha y la voluntad se debe dirigir hacia la formación de empleos no temporales, sino permanentes; no precarios, sino integrales, con alta calificación y bien remunerados. Pero esto no debe ser un objetivo estratégico, porque sería limitarse a aceptar el marco capitalista de explotación y dominación.
A estas alturas de la historia, la lucha debe contemplar objetivos estratégicos y, con la unidad de los trabajadores, ella deberá de sintetizarse en un proyecto que erradique la explotación y la dominación del trabajo por el capital y el Estado.
Esto, se dirá, es una utopía, pero no lo es si comenzamos a dar los primeros pasos.



Intervención en la Mesa IV: "Los investigadores del mundo del tabaco, su análisis y sus posturas ante la Ley Federal del Trabajo", en Las Jornadas de crítica y reflexión: La legislación laboral a debate, organizadas por la Universidad Obrera de México (UOM), el Frente Auténtico del Trabajo (FAT), el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), el Sindicato Único de Trabajadores de la Industria Nuclear (SUTIN), el Sindicato de Trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de México(STUNAM) y Sindicato Independiente de Trabadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (SITUAM), México, DF. 20 de agosto de 2002.



Adrián Sotelo Valencia es Profesor-Investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.



Notas
[1] CEPAL, Panorama social de América Latina · 2000-2001, Naciones Un idas, Santiago, pp.
20 y 21.
[2] Ibíd., p. 21.
[3] Un análisis pormenorizado de la crisis de la llamada nueva economía en los Estados Unidos, la realizo en mi libro de próxima aparición intitulado: Centralidad y reestructuración del mundo del trabajo, ¿nuevos paradigmas?, Coedición Editorial ÍTACA-UOM, México, 2002 (en prensa).
[4] El Universal, 3 de enero de 2002.
[5] El Universal, 4 de mayo de 2002.
[6] Al respecto véase a , Max, Ortega, "Programa neoliberal, reforma de la LFT y resistencia sindical y popular", Ponencia Presentada en La legislación laboral a debate, Mesa de Debate No. IV: "Los investigadores del mundo del trabajo, su análisis y sus posturas ante la Ley Federal del Trabajo", presentada el 22 de agosto de 2002, en el Auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME). En este trabajo el autor destaca la existencia de tres anteproyectos de reforma laboral puestos en el Congreso para su aprobación: el del gobierno federal-PAN, el de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) y el del Partido de la Revolución Democrática(PRD). Sin atender a los intereses del pueblo y de los trabajadores mexicanos, los tres anteproyectos están de acuerdo en reformar la ley, tanto la LFT como el Artículo 123 de la Constitución Política del país y su ingrediente común es su profundo carácter neoliberal.