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Internacional

15 de julio del 2002

El nuevo plan militar de EE.UU fabrica hasta sus enemigos

El costo de conservar la supremacía militar
Michael T. Klare
Masiosare

Convencidos de que su país debe estar preparado para enfrentar "lo desconocido, lo imprevisible y lo inesperado", los actuales gobernantes de Estados Unidos están dando un viraje estratégico en su política militar, que involucra el desarrollo de tecnologías y armamento que podría utilizarse dentro de 30 o 40 años... si acaso se utiliza. El autor sostiene que el nuevo plan se propone "trasladar la orientación primordial de las fuerzas estadunidenses de la defensa contra la agresión (el propósito original de la OTAN) a la ofensiva e intervención". Y estima que "seguramente esto no pasará inadvertido en otras partes del mundo, y sin duda motivará a países que puedan tener motivo para temer una intervención estadunidense, a incrementar sus capacidades defensivas. Uno debe preguntarse si no nos estamos exponiendo a un mayor nivel de riesgo al crear una profecía autocumplida"

SI, TAL COMO SE ESPERA, el Congreso aprueba el presupuesto militar para 2003, propuesto por la administración Bush, el gasto militar estadunidense aumentará en 45 mil millones de dólares en el próximo año fiscal –13% más de lo asignado este año y el más grande incremento desde la era de Reagan–. Una parte del dinero adicional será usada en la guerra en Afganistán y para financiar un cuantioso incremento en sueldos militares, pero mucho de lo adicional estará dedicado a la "transformación" del establishment militar. Montos aún mayores serán destinados a la transformación en los años venideros, en cuanto el Departamento de Defensa comience a remplazar las armas existentes de la era de la guerra fría con sistemas nuevos, súper sofisticados. El inicio de este esfuerzo ha producido gran alegría en la industria del armamento y ha despertado una amplia discusión sobre las relativas virtudes de varias tecnologías y sistemas de armamento. Pero mientras se habla mucho sobre los aspectos técnicos y financieros de la transformación, se pone muy poca atención en las dimensiones políticas y estratégicas –los aspectos que tendrán el mayor impacto en la seguridad estadunidense e internacional en los próximos años –.
Cuando se le insiste al secretario de Defensa Donald Rumsfeld y a sus asociados respecto del significado de la "transformación", ellos hablan de la necesidad de abandonar las actuales suposiciones estratégicas y de organizar a las fuerzas estadunidenses para combatir contra enemigos desconocidos y circunstancias inesperadas. También se pone mucho énfasis en el desarrollo de tecnologías avanzadas que incrementen la habilidad estadunidense en futuros campos de batalla. Pero un análisis más minucioso de las declaraciones del Pentágono indica que lo que está sucediendo va más allá del simple deseo de utilizar nuevas tecnologías o de prepararse para lo desconocido. Es posible detectar un cambio fundamental en el pensamiento estratégico –un cambio con implicaciones de largo alcance para Estados Unidos y el mundo–.
Al referirse a este cambio, los funcionarios del Pentágono hablan de remplazar la "estrategia basada en la amenaza", que por mucho tiempo dominó la planeación militar estadunidense, con lo que ellos describen como el "acercamiento basado en las capacidades". Esto significa que el Departamento de Defensa ya no organizará sus fuerzas para contrarrestar amenazas militares específicas provenientes de enemigos claramente identificados, en su lugar, adquirirá la capacidad para derrotar cualquier tipo de ataque concebible, montado por cualquier adversario imaginable, en cualquier momento –desde ahora hasta el más remoto futuro–. En otras palabras, se trata de un mandato para conseguir una permanente supremacía militar.
En busca del poder infinito
Aspirar a una permanente supremacía no es un nuevo esfuerzo. Desde el fin de la guerra fría, los creadores de las políticas han aspirado a convertir el estatus de Estados Unidos como superpoder único en un hecho inmutable de la vida. En la más explícita expresión de esta perspectiva, el borrador del Pentágono "Guía para la Planeación de la Defensa" para los años fiscales de 1994-99, creado en febrero de 1992, llamaba a un esfuerzo conjunto estadunidense para preservar su estatus de superpoder único en el futuro previsible. "Nuestro primer objetivo", declaraba el documento altamente confidencial, "es prevenir el resurgimiento de un nuevo rival, ya sea en el territorio de la ex Unión Soviética o en algún otro lugar, que implique una amenaza como la que implicó anteriormente la Unión Soviética".
Esta declaración, atribuida en parte a Paul Wolfowitz (el entonces subsecretario de Defensa para las Políticas y ahora secretario adjunto de Defensa), provocó una protesta mundial cuando se publicaron extractos de ella en The New York Times y The Washington Post. Los críticos, especialmente en Europa, dijeron que esto equivalía a dar el papel de "policía mundial" a Estados Unidos y a subordinar a los aliados estadunidenses a un estatus de segunda clase en un orden mundial dominado por Estados Unidos.
Enfrentado a estas críticas, el Departamento de Defensa adoptó un documento guía revisado, que llamaba a una mayor colaboración entre Estados Unidos y sus aliados.
Si bien la idea de la supremacía militar estadunidense era demasiado delicada como para ser discutida públicamente durante los noventa, el concepto nunca desapareció del todo. Un gran número de expertos y estrategas prominentes continuaron circulando las ideas contenidas en el borrador original del documento guía de 1992. Entonces, durante la campaña presidencial de 2000, con George W. Bush, los que proponían esta perspectiva tuvieron una nueva oportunidad de exponer su punto de vista. En su más importante discurso sobre política militar, impartido en The Citadel [colegio militar en Carolina del Sur (N.T.)] en septiembre de 1999, Bush reiteró muchos de los conceptos, primero articulados en el documento de 1992. Más significativo aún, adoptó el concepto de superioridad militar. Al señalar la gran ventaja de Estados Unidos en tecnología militar, prometió "aprovecharse de la tremenda oportunidad –dada a pocas naciones en la historia– de extender la paz actual al lejano reino del futuro. Una oportunidad para proyectar la influencia pacífica estadunidense, no sólo en el mundo, sino también al paso de los años". En este discurso –se dijo que fue preparado con la asistencia de Wolfowitz–, Bush dijo que Estados Unidos necesitaba suficiente transporte aéreo y marítimo para movilizar rápidamente tropas a cualquier lugar del mundo, así como sofisticados dispositivos de vigilancia para localizar a las fuerzas enemigas en cualquier momento del día o de la noche, y avanzadas municiones para destruirlos con el mínimo riesgo para los combatientes estadunidenses. "En el próximo siglo, nuestras fuerzas deben ser ágiles, letales, de rápido despliegue y deben requerir del mínimo apoyo logístico", declaró Bush. "Debemos de ser capaces de proyectar nuestro poder a grandes distancias, en días o semanas, en vez de meses. Nuestros militares deben ser capaces de identificar los blancos a través de varios medios" y "deben ser capaces de destruir esos blancos casi instantáneamente, con una diversidad de armas".
Estas ideas centrales son los principios guías del incremento bélico de la administración. Estos principios han gobernado todo aspecto de la planeación del Pentágono desde que el equipo de Bush ocupó la Casa Blanca. Y han sido incluidos en la definición de la administración de "transformación".
Si bien ha recibido un fuerte apoyo de la Casa Blanca, cuando primero buscó aplicar estos principios, el secretario Rumsfeld se enfrentó a una considerable resistencia de las atrincheradas burocracias en el Departamento de Defensa. Los servicios militares estaban preparados para aceptar miles de millones de dólares prometidos por la Casa Blanca en la procuración de nuevas armas, pero preferían gastar todo este dinero en costosos rubros convencionales como tanques, artillería pesada, aviones de caza, portadores de aviones y submarinos. Durante la primavera y verano del 2001, Rumsfeld fue rechazado una y otra vez cuando buscaba persuadir a los altos funcionarios a abandonar su apego a las armas convencionales y adoptar las nuevas tecnologías apoyadas por los que proponen la transformación.
La superpotencia sale del closet
El 11 de septiembre y la subsecuente movilización del poder estadunidense para la guerra en Afganistán cambiaron este escenario en varias maneras significativas. Para empezar, dio mano libre a quienes apoyan la transformación radical para que pusieran sus ideas en práctica más pronto y en una escala mayor a la que jamás habían vislumbrado. El aparente éxito de sus esfuerzos –en particular el uso de las unidades de fuerzas especiales altamente móviles y con armas ligeras para coordinar los ataques aéreos desde bombarderos equipados con municiones guiadas por láser– les dio un enorme prestigio en Washington.
En segundo lugar, el desbordado apoyo público a la guerra contra el terrorismo permitió a Bush asegurar del Congreso los fondos suficientes para cubrir prácticamente todos los costosos rubros anhelados por las fuerzas armadas y también para financiar los sistemas más visionarios apoyados por los transformadores. Los 45 mil millones de dólares añadidos al presupuesto militar de 2003 son evidencia de estas extraordinarias circunstancias.
Finalmente, el 11 de septiembre produjo un significativo cambio en la postura militar favorecida por el presidente y sus más cercanos consejeros. Cuando primero describió esta postura, en su discurso de 1999 en The Citadel, un entusiasta Bush apoyó la ampliación del poder estadunidense en el tiempo y el espacio; sin embargo, al mismo tiempo, explícitamente rechazó un papel estadunidense destacado en el mantenimiento de la paz y en otras operaciones "de baja intensidad". "No seremos los guardianes permanentes de la paz", dijo en aquella ocasión. "Esta no es nuestra fortaleza ni nuestro llamado". Pero, tras el 11 de septiembre, él añadió el combate de baja intensidad a la lista de operaciones militares en los que se espera que las fuerzas estadunidenses obtengan superioridad.
Las nuevas armas del policía mundial
El presupuesto propuesto para el Departamento de Defensa para el año fiscal 2003, el cual comienza el 1 de octubre de 2002, refleja todos estos avances. Lo más significativo es que incluye fondos sustanciales tanto para los sistemas del "legado" –tanques y aviones construidos durante la guerra fría y favorecidos por los servicios militares– y para los sistemas "transformadores" preferidos por la gente que rodea a Bush y Rumsfeld. También toma en cuenta la expansión de las capacidades de "proyección de poder" estadunidense, para permitir el rápido despliegue de las fuerzas a los distantes campos de batalla. E incluye un incremento en los esfuerzos científicos y técnicos que tienen como fin desarrollar nuevos tipos de armas para las guerras en un futuro distante.
La mayoría de los comentarios públicos respecto del presupuesto militar de 2003 se han enfocado a la asignación de grandes cantidades para la procuración de sistemas del "legado", como el avión de caza F-22 Raptor y los aviones de caza Joint Strike. Aun con la cancelación de Rumsfeld del sistema de artillería Crusader, de miles de millones de dólares, el presupuesto está atascado de costosos rubros. Por esta razón, el presupuesto ha sido atacado por los analistas militares que favorecen un gran incremento en el gasto del Pentágono, pero que culpan a Rumsfeld de asignar demasiado dinero a los sistemas del "legado" y no suficiente a las armas innovadoras y de alta tecnología. "Hay cachos de transformación en el presupuesto", dice Andrew Krepinevich del Center for Strategic and Budgetary Assessments, pero no lo suficiente como para hacer una diferencia fundamental. "Me preocupa que nos estemos encerrando a nosotros mismos al comprometernos, hoy, a comprar algunos de estos sistemas de armamento, como los aviones de caza, en tan grandes cantidades en las próximas dos décadas", dijo a The Wall Street Journal el 28 de marzo.
Los comentarios de Krepinevich han sido repetidos por algunos integrantes de la izquierda, que opinan que el incremento en el presupuesto de 2003 es una gigantesca retribución a las compañías militares de la nación –muchas de las cuales contribuyeron con sustanciosos fondos a la campaña presidencial de Bush–. Pero si bien es cierto que el nuevo presupuesto es extraordinariamente generoso con los constructores de equipos militares convencionales, como el F-22, sería un error enfocarse nada más en este fenómeno e ignorar la radical transformación del establishment militar estadunidense, concebido por el nuevo presupuesto.
Para apreciar integralmente el significado a largo plazo del programa de Rumsfeld, es útil separar el plan del presupuesto en tres ejes o dimensiones de la planeación militar: vertical, horizontal y temporal. La dimensión vertical se refiere a la intensidad relativa o la capacidad destructiva en el combate –la "escalera de la escalada", de un conflicto de baja intensidad a grandes guerras regionales, a enfrentamientos globales convencionales, hasta una guerra nuclear. La dimensión horizontal se refiere al alcance geográfico –la capacidad militar de "proyectar poder" a localidades distantes. Finalmente, la dimensión temporal se refiere a la capacidad militar de anticipar y preparar para el combate con enemigos en un futuro distante.
En el pasado, la estrategia estadunidense había puesto límites explícitos o implícitos al movimiento de sus fuerzas a lo largo de estos tres ejes. Con respecto a la dimensión vertical, la doctrina del Pentágono siempre ha enfatizado la superioridad estadunidense en el extremo superior del eje, pero esencialmente ha desdeñado la preparación para una guerra limitada –bajo el supuesto de que cualquier establishment militar capaz de aplastar a un gran adversario no tendría ninguna dificultad en derrotar a un grupo de enemigos menores–. En cuanto al eje horizontal, la estrategia estadunidense siempre ha valorado mucho a Europa, Asia del Este y Medio Oriente, las tres áreas consideradas de gran importancia estratégica por Estados Unidos. Finalmente, la estrategia generalmente ha privilegiado la preparación para posibles encuentros en el cercano mediano plazo, enfocándose en un choque con la Unión Soviética o, más recientemente, con adversarios familiares como Irak y Corea del Norte.
Pero la nueva estrategia del Pentágono implica una postura completamente nueva. En vez de imponer límites, busca asegurar el dominio estadunidense en todo punto concebible a lo largo de los tres ejes. En el eje vertical, la nueva estrategia requiere de una capacidad estadunidense para ser superior en cualquier tipo de conflicto, desde el terrorismo y la insurgencia hasta una guerra nuclear. A pesar de que el mayor énfasis será puesto en fortalecer las capacidades estadunidenses en conflictos medianos, fondos considerables también serán destinados a conflictos bélicos de bajo nivel –contraterrorismo, contrainsurgencia y operaciones "policiacas"–.
Para mejorar la capacidad estadunidense en tales operaciones, el Pentágono está incrementando la fortaleza de las Fuerzas de Operaciones Especiales y las está proveyendo de un amplio abanico de equipo nuevo. Las importantes iniciativas incluyen adquirir cuatro plataformas AC-130U (del tipo que fue usado para aplastar a las posiciones enemigas en Afganistán) y convertir cuatro submarinos de misiles balísticos Trident en "submarinos de ataque", que transportarán misiles Tomahawk y serán capaces de infiltrar pequeños pelotones de los comandos de las Fuerzas Especiales a las zonas costeras de los poderes hostiles.
Los fondos adicionales también estarán destinados a armas nucleares y a sistemas espaciales. De acuerdo al Nuclear Posture Review, propuesto al Congreso en enero, la administración reducirá la cantidad de ojivas nucleares desplegadas en misiles operativos y bombarderos, pero establecerá a una "capacidad de respuesta" a partir de armas que alguna vez fueron operativas y que rápidamente podrían ser restablecidas a un estatus activo. (El nuevo acuerdo de reducción de armamento firmado por los presidentes Bush y Putin en mayo no pone restricciones a medidas de este tipo.) Los fondos también serán asignados en el presupuesto del Departamento de Energía para el estudio de la posible modificación de las actuales ojivas nucleares para su uso en ataques a refugios subterráneos, y para medidas destinadas a reducir el tiempo que tomaría reanudar las pruebas de armas nucleares (en el caso de que este presidente u otro quisiese hacerlo).
En el eje horizontal se pondrá especial énfasis en mejorar las capacidades estadunidenses de proyectar poder en distantes campos de batalla. Normalmente, tales misiones involucran dos tipos de equipo: sistemas de "movilidad", cuya función es llevar las tropas estacionadas en Estados Unidos a lejanas zonas de batalla; y sistemas "anti-access-denial" [contra el rechazo de entrada, N.T.], cuya tarea es dominar las fuerzas "access denial" [que rechazan la entrada] desplegadas por el enemigo para impedir una invasión en su territorio.
Para mejorar la proyección del poder, el nuevo presupuesto asigna 4 mil millones de dólares para 12 aviones de cargo intercontinentales C-17 . También se van a iniciar los trabajos en un buque de transportación anfibio y en una nueva clase de "buques de preposicionamiento marítimo" ("maritime prepositioning") –grandes embarcaciones con helipuertos y embarcaderos integrados que serán usados como almacenes flotantes en zonas lejanas a las bases existentes–. Y para mejorar las capacidades de "anti-access-denial", el Pentágono iniciará el desarrollo de un nuevo bombardero de largo alcance y adquirirá adicionales Unmanned Aerial Vehicles (UAV, aviones espías sin piloto como el Predator, usado en Afganistán).
Quizá aún más significativo es el plan del Pentágono de mejorar las capacidades estadunidenses en el eje temporal –desarrollando armas que no serán usadas en muchos años, contra enemigos cuya identidad hoy sólo puede ser adivinada–. Así como lo explicó el secretario Rumsfeld el 31 de enero, la nación debe estar preparada para defenderse "contra lo desconocido, lo incierto, lo imprevisible y lo inesperado" y debe preparar sus fuerzas "para detener y derrotar a adversarios que aún no aparecen".
Creando al enemigo
Uno podría preguntarse por qué gastar grandes sumas de dinero en este tiempo de austeridad interna para defendernos de enemigos que ahora no existen y que puede ser que nunca existan. De la misma manera, uno podría especular que prepararse ahora para un combate futuro con un hipotético adversario, como China o India, podría implicar una profecía autocumplida, ya que genera miedo y hostilidad entre los dirigentes extranjeros que en otras circunstancias podrían escoger ser amigos o aliados. Pero tales argumentos se toparían con oídos sordos en el Departamento de Defensa, donde los funcionarios están empeñados en continuar con una amplia variedad de sistemas visionarios y experimentales.
La mayoría de los programas en esta categoría aún están en la fase de la investigación y el desarrollo, o están escondidos en cuentas secretas ("negras"), distribuidas a lo largo del presupuesto. Algunos, sin embargo, han estado sujetos a discusión pública. El Unmanned Combat Aerial Vehicle representa un esfuerzo de este tipo, un UAV sin armamento que planearía sobre territorio enemigo y atacaría blancos cuando se lo pidan sus controladores terrestres, localizados a docenas o hasta cientos de millas de ahí. Tales sistemas, dice el general Richard Myers, jefe del Estado Mayor Conjunto, "tienen el potencial de cambiar de manera significativa el modo de combate y quizá hasta la naturaleza misma del combate".
Otro nuevo sistema que contará con fondos en 2003 es el DD(X), un buque de guerra de alta tecnología que incorporará una amplia gama de armas y tecnologías innovadoras. Aunque los detalles aún son superficiales, se espera que se incorporen tecnologías del tipo "furtivo" anti- radar, del tipo del que hoy sólo hay en aviones, y se espera que transporte una amplia variedad de misiles terrestres y anti-buques.
Algunas armas que hoy están en el restirador llegarán a producirse en gran escala, otras no. El asunto es que estos sistemas son desarrollados en ausencia de alguna amenaza creíble de algún adversario que posea algo remotamente parecido a la existente capacidad militar de Estados Unidos. Hoy, ninguna nación o combinación de Estados en el mundo puede ganarle al establishment militar estadunidense, y no parece que vaya a haber ninguno con esta habilidad en al menos tres o cuatro décadas, como mínimo.
Entonces, la pregunta que pende entre los estadunidenses es si el gasto de cientos de miles de millones de dólares (y después de billones) para defendernos contra hipotéticos enemigos, que pueden no aparecer hasta dentro de 30 o 40 años, es una precaución sensata, como afirman el presidente y el secretario de Defensa, o si eventualmente socavará la seguridad estadunidense al trasladar dinero de los vitales fondos de programas de salud y educación y al crear un ambiente global de miedo y hostilidad que producirá exactamente lo contrario de lo que se pretende a través de todos estos gastos.
Otra pregunta vital proviene del nuevo énfasis de la administración en los sistemas "anti-access- denial". Dejando a un lado la jerga y la ofuscación, éste es un plan para mejorar la capacidad de Estados Unidos de invadir y someter a países hostiles con una capacidad defensiva significativa, como Corea del Norte y China. En esencia, esto significa trasladar la orientación primordial de las fuerzas estadunidenses de la defensa contra la agresión (el propósito original de la OTAN) a la ofensiva e intervención. Seguramente esto no pasará inadvertido en otras partes del mundo, y sin duda motivará a países que puedan tener motivo para temer una intervención estadunidense a incrementar sus capacidades defensivas (anti-access). De nuevo, uno debe preguntarse si no nos estamos exponiendo a un mayor nivel de riesgo al crear una profecía autocumplida.
Estos son asuntos cruciales que merecen un intenso debate en todos los niveles de la sociedad. Sin embargo, el Congreso se apresura a apoyar prácticamente todas las iniciativas del Pentágono sin la más mínima pretensión de vigilancia. Debemos presionar a nuestros representantes en Washington a pensar con cuidado las implicaciones a largo plazo de una estrategia de supremacía militar permanente.
* El autor es investigador en el Five College Program in Pieace & World Security Studies, en el Hampshire College en Amherst, Massachussets. El artículo se publicó en The Nation (15 de julio de 2002 y se reproduce con autorización de los editores.
(Traducción: Tania Molina Ramírez)