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Internacional

17 de junio del 2002

Las acciones preventivas del imperio

Miguel Ángel Ferrari
Programa Hipótesis, LT8 Radio Rosario
 
"Los hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas han entregado un mensaje claro a todos los enemigos de los Estados Unidos: aun a siete mil millas de distancia, al otro lado de los océanos y continentes, en las cimas de las montañas y en las cuevas, no escaparán a la justicia de esta nación". Esto decía el presidente norteamericano George W. Bush en su discurso sobre "el estado de la Unión" pronunciado el pasado 29 de enero.
El sábado 1º de junio, el gobierno estadounidense dio un gran salto en su política exterior.
Encaminado a imponer a sangre y fuego la absoluta unilateralidad de Washington en el manejo del mundo, el presidente Bush pronunció un discurso en la academia militar de West Point que encierra una nueva doctrina militar. Esta nueva doctrina establece el derecho de los Estados Unidos a realizar ataques militares preventivos contra aquellos países que juzgue como terroristas o que den cobertura a los terroristas.
Ya en su mensaje del 29 de enero Bush advirtió --aludiendo al terrorismo-- "actuaremos con deliberación, sin embargo el tiempo no está de nuestro lado. No aguardaré los acontecimientos mientras se cierne el peligro". Allí estaba anticipando esta nueva doctrina que --siguiendo la tradición de la Casa Blanca-- llevará estampado su apellido.
Mediante la doctrina Bush, los Estados Unidos se arrogarán el derecho a asestar --a quienes ellos lo decidan-- el primer golpe bélico, sin esperar crisis o actos de guerra específicos previos.
Conocidos en el derecho internacional como casus belli.
Las consecuencias de esta brutal e inicua doctrina imperial, fueron graficadas de este modo por el columnista William Safire, en la edición del 31 de enero del periódico The New York Times "el revólver que puso en la mesa este dramaturgo político, se disparará en el próximo acto".
Las clases dominantes de los Estados Unidos han aprovechado los ataques terroristas del 11 de setiembre como una oportunidad única para reconfigurar al mundo, imponer a propios y extraños su absoluto predominio militar e iniciar una marcha triunfal hacia el tan anhelado monopolio petrolero planetario.
Respecto de este último objetivo, conviene recordar dos cosas: en primer lugar que las reservas petrolíferas estadounidenses --a estar por el consumo actual-- sólo alcanzan para abastecer a ese país durante cuatro años. De allí se desprende la importancia estratégica del control de la producción de crudo en todo el orbe.
En segundo término, es harto conocido el entrelazamiento existente en los Estados Unidos entre los intereses petroleros, la industria militar y el poder político, especialmente en esta etapa de gobierno republicano. Todos los halcones, desde el propio Bush; pasando por el vicepresidente, Richard Cheney; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y la secretaria del Consejo Nacional de Seguridad, Condoleezza Rice, están vinculados de uno u otro modo a esos grupos económicos.
Quizás la expresión más acabada de lo que terminamos de decir, está expresada en la designación de Zalmay Khalizad como enviado especial de la Casa Blanca a Afganistán. El señor Khalizad es experto en perforación petrolera y de gas natural en Asia central. En la década pasada fue asesor de alto nivel de la compañía petrolera Unocal, con sede en los Estados Unidos, y autor de un estudio donde evaluó la constrcción un gasoducto, a un costo de varios miles de millones de dólares, que atravesaría Afganistán, conectando la ex república soviética de Turkmenistán con Pakistán y la India. El actual enviado del gobierno estadounidense en Afganistán negoció un acuerdo --en su momento-- con los gobernantes talibanes, desplegó un intenso lobby en Washington por una mayor presencia estadounidense en Afganistán y propició el estrechamiento de relaciones con el retrógrado régimen que gobernaba en Kabul.
Khalizad, no sólo es un lobbista de los intereses petroleros, sino que tiene aspiraciones de estudioso de la política exterior norteamericana. En un pequeño libro de su autoría, titulado "De la contención al liderazgo mundial", recomienda que Washington debe hacer todo lo posible para impedir que surja un rival estratégico o económico. En un pasaje de su opúsculo escribe: "es vital para los intereses de los Estados Unidos evitarlo, lo que supone, estar dispuestos a utilizar la fuerza si es necesario".
El atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York y el Pentágono, cuya autoría --con seriedad y rigor jurídico-- aún no se ha establecido, además de las sombras que arroja la negligencia de los organismos de seguridad que fueron reiteradamente advertidos, se ha constituido en una excelente oportunidad, como decíamos, para reconfigurar el mundo.
A propósito de ello, Condoleezza Rice opina que el terrorismo internacional solamente podrá ser derrotado recortando la soberanía de los estados nacionales. La jefa del Consejo Nacional de Seguridad considera que la soberanía implica muchas obligaciones, tales como no masacrar a la población, no agredir a los vecinos y no apoyar la terrorismo. El gobierno --según Rice-- que no cumple con estos requisitos no tiene derecho a ser soberano. Al tiempo que los Estados Unidos y otros países tienen el derecho y la obligación moral de intervenir. Ante la sospecha de que un Estado fabrica armas de destrucción masiva y tiene contacto con terroristas el ataque puede ser preventivo.
Claro que, quien se reserva la autoridad para establecer qué Estado debe ser castigado, son los propios Estados Unidos. Que --dicho sea de paso-- son los mayores fabricantes de ese tipo de armas y su relación con el terrorismo (inclusive el de Al Qaeda y el talibán) fueron y son ampliamente comprobables. En América latina hemos padecido en carne propia la instrucción en la Escuela de Asesinos de las Américas, la instigación y la puesta en práctica del terrorismo de Estado, que segó centenares de miles de vidas de nuestros compatriotas.
Los halcones estadounidenses no sólo están poniendo al mudo ante la posibilidad de agresiones de todo tipo que --al decir de ellos mismos-- puede incluir ataques nucleares, sino que están avanzando sobre las propias instituciones de los Estados Unidos. Opinan que a partir de ahora las guerras no serán convencionales --las famosas guerras asimétricas--, que el enemigo no tendrá ejército y que, por lo tanto, el derecho internacional carecerá de sentido.
Creen que el límite entre la paz y la guerra se desdibujará en muchas regiones del planeta. Es por ello que el jefe del Estado Mayor norteamericano tiene tanto peso en el gabinete de Bush, aunque no sea miembro del Gobierno. La tradicional separación entre la estructura militar y civil del poder Ejecutivo se debilita, lo que significa que las futuras guerras dependerán menos de la voluntad del Congreso y más de los deseos de la Casa Blanca y el Pentágono. También el grupo de halcones petromilitaristas le está escatimando los derechos al propio pueblo norteamericano.
Otro de los pilares de la convivencia internacional que esta perversa doctrina Bush está destruyendo, es el derecho a la neutralidad. Este derecho fue respetado en las últimas grandes guerras y --hasta podríamos decir-- que cuenta con antecedentes desde los más recónditos tiempos. Ahora la expresión totalitaria de Bush "quien no está con nosotros está con los terroristas" pone en peligro a la mayoría de los países del mundo que pretenden ejercer el legítimo derecho de la autodeterminación.
Un país que desde hace más de cuarenta años viene ejerciendo este derecho, es la República de Cuba. Pero ocurre que ahora el imperio norteamericano puede (como lo hizo con la falsa imputación de hace un mes, cuando se acusó a La Habana de producir armas químicas) ampararse en la supuesta legalidad de su lucha contra el terrorismo, para atacar a ese proceso popular que --en el transcurso de esta semana, con más de nueve millones de manifestantes, sobre once millones de habitantes, a lo largo de toda la isla-- puso de manifiesto que no está dispuesto a ser pisoteado por quienes se arrogan el rol de amos del mundo.
Para apoyar en concreto esta doctrina imperial, el presidente Bush solicitó en enero un aumento del presupuesto militar de 48 mil millones de dólares (esta cifra es mayor que el presupuesto militar total de cualquier país del mundo). Mientras la primera potencia planetaria aplica estas cuantiosas cifras al incremento de los gastos de guerra, acaba de finalizar en Roma --en medio de un evidente fracaso-- la cumbre mundial contra el hambre.
"Los líderes de las naciones industriales --dice el diario Clarín de Buenos Aries-- ni siquiera buscaron pretextos para justificar su ausencia. El presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, recordó que hace poco los mismos líderes vinieron a Roma para firmar el pacto entre la organización militar, la OTAN, y la Rusia del presidente Vladimir Putin. 'No vinieron en cambio por los 800 millones de personas que mueren de hambre'", destacó el sucesor de Mandela. Pareciera que para los fascistas encumbrados en el gobierno de EEUU todavía tiene vigencia aquella vieja máxima popular de la China imperial, que decía: "al emperador se le permite incendiar una aldea, pero a los campesinos se les prohibe siquiera encender una vela".