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Internacional

23 de mayo del 2002

Después de las elecciones francesas y holandesas

¿Existe una amenaza de fascismo en Europa?
Alan Woods
In Defence of Marxism
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Después de las elecciones de la semana pasada en Holanda, la atención de los medios de comunicación del mundo se concentró en el espectacular progreso de la llamada Lista Fortuyn –la formación ad hoc de la derecha, contra la inmigración, aglomerada alrededor del recientemente asesinado Pim Fortuyn.
Como sucedió inmediatamente después del aumento electoral de Le Pen en Francia, mucha gente se pregunta si la política en Europa se orienta hacia la derecha, o incluso si existe peligro de fascismo.
Sin embargo, es necesario guardar las proporciones. La elección de ayer en Holanda no resultó en un claro vencedor. El Partido Demócrata Cristiano consiguió 43 asientos de los 150 del Parlamento, lo que significa que es ahora el más poderoso. Los aliados políticos del difunto Pim Fortuyn, que se presentaron por el partido Lijst Pim Fortuyn (LPF), con una serie de temas programáticos incluyendo –sobre todo– que se termine con la inmigración, consiguió 26 asientos.
Como en Francia, el gran perdedor fue el Partido Socialista. Los socialdemócratas perdieron 12 asientos, recibiendo sólo 23, lo que significa que ha terminado la coalición de ocho años dirigida por el líder laborista Wim Kok. Sus socios en la coalición, los liberales del VVD y Democrat66, también sufrieron pérdidas.
Es casi seguro que el líder demócrata cristiano, Jan Peter Balkenende, será el próximo Primer Ministro. En todo caso tendrá que llegar a acuerdos con los partidos de los que espera que lo respalden en el gobierno. Los liberales del VVD (posibles socios) conducirían su agrupación a 66 asientos, pero queda la LPF –una coalición Demócrata Cristiana, VVD y LPF le daría una confortable mayoría de 92 asientos al gobierno.
Balkenende ha dicho que no estará de acuerdo con la línea de Fortuyn sobre la inmigración como un precio a pagar por poder contar con los parlamentarios del LPF entre sus aliados políticos, pero no ha excluido la posibilidad de formar una coalición con ellos. Naturalmente, estos "respetables" caballeros no excluyen ningún apoyo, siempre que prometa una garantía para sus cómodos puestos y privilegios. Y si la LPF se une a la coalición en el gobierno, definitivamente pedirán concesiones para su línea racista ("Holanda está llena").
Qué es la LPF
La LPF conquistó 26 asientos, lo que significa que tiene más asientos que el Partido Socialista, ¡y que ahora es el segundo partido en el Parlamento! Para un partido que no existía hace tres meses es un resultado increíble. Su éxito puede ser atribuido en parte a que Pim Fortuyn fue asesinado en la víspera de la elección. Una vez más, vemos cómo la locura criminal del terrorismo individual ha servido los intereses de la reacción. En esas circunstancias, se podría haber esperado que su "partido" lograse aún más votos. A pesar de todo, el asesinato de por sí no basta como explicación.
Lo que este resultado indica es la sorprendente inestabilidad que existe actualmente incluso en las sociedades capitalistas más prósperas y aparentemente más estables en la actualidad. Lo que más atrajo a los electores fue que a Fortuyn se le percibía como diferente de otros políticos y que cuestionaba al Establishment político holandés. La opinión pública está descontenta con el status quo, las mismas caras y políticas de siempre que no ofrecen una solución para sus problemas. Hay un sentimiento profundo de molestia y un deseo de un cambio radical. Esto se puede expresar hoy en día en un giro repentino hacia la derecha, pero se expresará mañana en un viraje igual de rápido y brusco hacia la izquierda.
Pim Fortuyn no era fascista, sino un demagogo racista de derecha bastante peculiar. Ex profesor de sociología, abiertamente gay, que apoyaba la legalización de las drogas, de la prostitución, de la eutanasia y de los matrimonios del mismo sexo, también se pronunciaba contra la burocracia, las fronteras abiertas de los Países Bajos con el resto de la Unión Europea, y quería revocar el primer artículo de la Constitución holandesa que prohíbe la discriminación. Así revela el rostro reaccionario tras la máscara "liberal". Su oposición a la inmigración a los niveles actuales y sus ataques a la cultura musulmana (a la que calificaba de "atrasada") lo ubicaba en la extrema derecha, más cerca de políticos como Jean-Marie Le Pen.
La "Lista" no es de ninguna manera un partido, sino un surtido de elementos contradictorios improvisado a la ligera. No tiene una ideología cohesiva, sino expresa simplemente los confusos anhelos de la pequeña burguesía de hallar soluciones milagrosas. Ya que semejantes movimientos de la pequeña burguesía sólo pueden prosperar sobre la base de constantes éxitos –como los que Pim Fortuyn logró obtener con su hábil demagogia –sus posibilidades de supervivencia no son muchas.
"Hasta ahora la LPF no ha sido muy estable," dijo una de sus nuevas parlamentarias, Maxine Verhagen. "Las opiniones cambian y la gente se va." Sus palabras caracterizan perfectamente la naturaleza inestable de esa formación pequeño burguesa. Si forma una coalición con los Demócrata Cristianos, las posibilidades de supervivencia de la Lista serán aún menores. Algunos analistas han predicho que la coalición se derrumbará en menos de dos años, conduciendo a nuevas elecciones. Los Países Bajos, esa agradable islita de prosperidad, han entrado en la inestabilidad general que es ahora la característica principal de la política en todos los países europeos.
Tendencias reaccionarias
Los eventos en Holanda no pueden ser considerados en aislamiento del resto de Europa. No olvidemos la victoria de Haider en Austria. También hay nacientes tendencias bonapartistas dentro de cada uno de los partidos burgueses derechistas: en los conservadores británicos, en Forza Italia, incluso en los republicanos de EE.UU. Pero ésa no es la tendencia dominante en la actualidad. La correlación de las fuerzas de clase no es comparable en forma alguna con la situación antes de la guerra, cuando había un gran campesinado en Italia y Alemania. Ahora, en todas partes, la clase trabajadora es la inmensa mayoría. Esto quiere decir que se excluye un movimiento inmediato hacia la reacción fascista o bonapartista en los países capitalistas desarrollados –por lo menos por el momento.
Sin embargo, la degeneración sin precedentes de la socialdemocracia y de los partidos ex-estalinistas produce inevitablemente la desilusión de las masas y prepara el camino a la reacción. Es demostrado por las recientes elecciones en Francia, donde Le Pen derrotó al candidato socialista y logró entrar en la segunda vuelta. Eso causó inmediatamente una escandalosa campaña en la prensa sobre el presunto peligro del fascismo en Francia. En realidad, Le Pen no es un fascista, sino un racista reaccionario y un marcapasos del fascismo. Si hubiera sido elegido, se hubiera comportado de la misma manera que Fini, líder del partido neofascista italiano, la Alianza Nacional que ya no es más que otro partido burgués conservador de derecha. Lo mismo hubiera, sin duda, sido el caso de Pim Fortuyn, si hubiera vivido lo suficiente como para ser elegido.
Debemos, por cierto, combatir en todo momento a la reacción y el racismo. Pero es un serio error hacer sonar la alarma y comenzar a gritar fascismo cada vez que un demagogo reaccionario consigue un aumento de sus votos. Una tal conducta puede desorientar seriamente a la clase trabajadora y, en realidad, desarmarla para cuando llegue el momento de una verdadera lucha contra la reacción.
En este momento, las verdaderas organizaciones fascistas han sido reducidas en todas partes a ser unas sectas virulentas. Pueden recurrir a actividades terroristas, pero esto sólo expresa su impotencia. La razón es obvia. La clase gobernante no necesita por el momento a esos elementos. La victoria electoral de Le Pen en la primera vuelta de las elecciones francesas reveló de inmediato el verdadero estado de la situación. Los trabajadores y la juventud salieron a las calles en todas las principales ciudades de Francia. Esto debe haber hecho sonar la alarma en los corredores del poder.
No, la burguesía no precisa del fascismo en esta etapa. Sus provocaciones pueden desestabilizar la situación y provocar una masiva reacción de parte de la clase obrera, como sucedió en Italia en 1960. Si van demasiado lejos con sus provocaciones, el estado burgués tomará medidas en su contra, como un hombre que toma un bastón para controlar a un perro revoltoso. Pero eso no significa que no haya peligro de una reacción seria en el futuro –al contrario.
La continuación del capitalismo significará inevitablemente una convulsiva crisis tras la otra: desocupación masiva, falta de viviendas, la ruina de pequeños comerciantes, etc. En tales circunstancias, los partidos de derecha (no fascistas, sino "respetables" conservadores democráticos) tratarán de utilizar la carta racista para dividir a la clase obrera y distraer la atención de las masas de la verdadera causa de la crisis. En tiempos de prosperidad, los mandamases están felices de acoger a los inmigrantes como una fuente de mano de obra barata que explotar. Pero en tiempos de crisis, tratan de culpar a los inmigrantes por la falta de puestos de trabajo y de viviendas.
La verdadera causa de esos problemas es el propio sistema capitalista. La clase obrera francesa votó en masa por un cambio en la sociedad. Miraron hacia los socialistas y los comunistas para que suministraran una solución a sus problemas. Pero los dirigentes del Partido Socialista y del Partido Comunista trataron de basarse en el capitalismo y en el "mercado". El resultado fue que desilusionaron y desmoralizaron a sus partidarios en la clase obrera. Con ello prepararon el camino para la reacción.
El último período fue muy similar al período del Bloque de Izquierdas en Europa en los años 20. Después de traicionar a la revolución en Francia, Alemania y otros países, la socialdemocracia tomó el poder, pero, sobre la base del capitalismo, fue impotente para resolver los problemas de la clase obrera. La pasajera prosperidad en EE.UU. (que fue muy similar al boom de los años 90) terminó en el gran Crash de 1929. De la noche a la mañana, millones de personas de la clase media se vieron arruinadas y millones de trabajadores fueron despedidos. En Alemania, el desempleo llegó a cuatro millones (ahora, por primera vez desde los años 30, la desocupación en Alemania ha llegado a la misma cifra.)
Las políticas de los dirigentes reformistas en Alemania, Austria y España en los años 30 llevaron directamente al fascismo. En Gran Bretaña, donde el capitalismo era más fuerte y donde se podían apoyar en el Imperio, la clase gobernante no necesitó ir tan lejos (aunque en la época expresaron abiertamente su entusiasmo por Hitler, Mussolini y Franco, como baluartes contra el comunismo"). Sin embargo, las políticas de los líderes del laborismo británico llevaron a la derrota del Partido Laborista y a la victoria de la reacción con el Gobierno Nacional.
En esa época, los líderes socialistas y comunistas argumentaron que había un peligro de fascismo (lo que era verdad), y que el camino para combatirlo era a través del Frente Popular, o la unidad con el ala llamada "democrática" de la burguesía (lo que era erróneo). En todo caso, la negativa de los dirigentes laboristas de realizar la transformación socialista de la sociedad llevó en su momento a las más terribles derrotas.
Es una lección importante para los trabajadores de Europa. La manera más importante de bloquear el movimiento hacia la reacción es luchar por una genuina política socialista. Los dirigentes socialistas y comunistas deben romper con la burguesía y defender los intereses del trabajador, del campesino, del pequeño comerciante –¡no sólo con palabras, sino con hechos! ¡Hay que nacionalizar los bancos y los grandes monopolios! Crear puestos de trabajo y proveer las viviendas que la gente necesita. Otorgar créditos baratos a los pequeños comerciantes y campesinos. Es el único camino.
La lucha contra el racismo y la reacción
El único camino para combatir a la reacción es unir a la clase trabajadora tras una auténtica política socialista. El racismo es un veneno mortífero que socava el arma más importante del Movimiento Obrero –la unidad de clase. Debemos combatir el racismo en todas sus formas y manifestaciones, abiertas o disimuladas. Sin embargo, el racismo no puede ser eliminado con llamados sentimentales o con la demagogia moralista de los políticos burgueses "liberales". Sólo puede ser erradicado eliminando sus raíces sociales: o sea la falta de puestos de trabajo, de viviendas, de escuelas y hospitales. Sobre una base capitalista, es una proposición totalmente utópica.
La crisis del capitalismo crea el tipo de fermento en el que las ideas racistas y reaccionarias pueden encontrar un eco en algunos sectores de la población. Donde el movimiento obrero no ofrece una alternativa, la gente que no comprende la verdadera razón por la que no hay suficientes puestos de trabajo y viviendas, puede ser persuadida por demagogos reaccionarios para que busquen un chivo expiatorio. Al profundizarse la crisis, sectores de la clase media "respetable" pueden ponerse frenéticos y buscar a un salvador en la extrema derecha. Los elementos de una tal situación pueden ser vistos actualmente, aunque sólo en un bosquejo difuso y oscuro. Los eventos en Francia y Holanda no constituyen el verdadero drama, sino sólo un ensayo deslucido y patético. En el futuro, las cosas serán mucho más serias.
Durante los últimos 200 años, la clase obrera de Europa ha luchado consecuentemente por los derechos democráticos. En ese mismo período, los banqueros, los capitalistas y los terratenientes se han opuesto consecuentemente a todo progreso democrático. La democracia existe hoy en la forma que existe en Gran Bretaña, Francia y en los Países Bajos, gracias a que la clase obrera y el movimiento laboral han derrotado la resistencia de las clases propietarias.
A largo plazo, habrá divisiones en todos los partidos burgueses, resultando en la formación de partidos abiertamente bonapartistas, y una polarización de la sociedad a la derecha y a la izquierda, preparando el camino para todo tipo de conspiraciones derechistas, como la conspiración Gladio de los años 70. Pero debido a la fuerza de la clase obrera y sus organizaciones, esto puede allanar el camino para una explosión de la lucha de clases y conducir incluso a una guerra civil abierta.
La bulliciosa propaganda sobre el "riesgo de fascismo" en Europa es enteramente falsa. Los burgueses en Europa se quemaron fuertemente los dedos con el fascismo en el pasado, y no es probable que vuelvan a entregarle el poder a lunáticos fascistas como Hitler y Mussolini. Cuando llegue el momento las clases gobernantes en Gran Bretaña o los Países Bajos decidirán que la democracia ya no les sirve, utilizarán otros métodos, siendo lo más probable que le entreguen el poder a los militares. Las bandas fascistas serán utilizadas para asesinar y aterrorizar a la clase trabajadora, como Patria y Libertad en Chile. Es decir, pueden jugar el papel de auxiliares de la reacción bonapartista, pero no se les permitirá que tomen el poder.
Pero la burguesía no recurrirá a la reacción abierta hasta haber agotado todas las otras posibilidades. Mucho antes de que lleguemos a esa etapa, los trabajadores habrán tenido numerosas posibilidades de tomar el poder en un país tras el otro. Sólo después de una cantidad de serias derrotas de la clase trabajadora, se posará el peligro de una dictadura bonapartista.
Lucharemos para defender todos los derechos democráticos básicos que han sido conquistados por la clase obrera en su lucha de generaciones. Defenderemos la libertad de expresión, de prensa, de reunión. Ante todo, defenderemos el derecho de huelga y de manifestación, y el derecho a formar, y pertenecer a, un sindicato. Nos oponemos a todas las leyes anti-sindicalistas y a todos los intentos de atar a los sindicatos al Estado.
Sin embargo, reconocemos que la democracia, a fin de cuentas, no es más que una de las formas mediante las cuales la burguesía ejerce su régimen de clase. Bajo el capitalismo, incluso en las repúblicas burguesas más libres, la democracia tiene sólo un carácter parcial y restringido, y es más formal que real para un noventa y cinco por ciento de la sociedad. En una democracia burguesa, cualquiera puede decir más o menos lo que le dé la gana, mientras los grandes bancos y los monopolios sigan decidiendo lo que sucede. Es sólo otra forma de expresar la dictadura de los grandes negocios.
Aunque luchamos por defender los derechos democráticos, y aprovechamos cada una y todas las posibilidades que se nos ofrecen para defender la causa de la clase obrera y cambiar la sociedad, incluyendo la participación en elecciones, comprendemos que la clase gobernante nunca ha abandona su poder y sus privilegios sin presentar batalla.
La clase gobernante no apoya a la democracia por sentimentalismo, sino porque es generalmente el medio más económico de controlar la sociedad, mientras se engaña a las masas para que crean que pueden decidir lo que sucede. Bien considerado, cuando ven que se amenaza sus intereses fundamentales, los burgueses no dudan en recurrir a la reacción más brutal, dejando a un lado la máscara de la democracia y de la vigencia de las leyes, para revelar su auténtica imagen.
El movimiento hacia la transformación socialista de la sociedad no tendrá lugar en una línea recta. Inevitablemente habrá altos y bajos. Períodos de voraginoso avance serán seguidos por períodos de cansancio, tregua, derrotas, incluso períodos de reacción. Habrá bandazos violentos a la izquierda y a la derecha. Pero cada paso hacia la reacción sólo preparará un viraje más fuerte hacia la izquierda. En la actualidad no hay peligro de fascismo o siguiera de reacción bonapartista en ningún país capitalista desarrollado. Pero eso puede cambiar en el período que se abre.
A fin de cuentas, la elección que enfrenta la sociedad no es entre "democracia o dictadura" sino entre la dictadura del Capital o un régimen de democracia de los trabajadores.
20 de mayo de 2002