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Internacional

30 de abril del 2002

"Hablaría de mi amor suavemente"

John Berger
Traducción del texto de John Berger, nota y versión de los poemas de Nazim Hikmet: Ramón Vera Herrera


Viernes
Nazim, estoy de luto y quiero compartirlo contigo, así como tú compartiste tantas esperanzas y tantos lutos con nosotros.
"El telegrama llegó de noche
sólo tres sílabas:
Ha muerto"
Cargo luto por mi amigo Juan Muñoz, un artista maravilloso que murió ayer en una playa en España, a los 48 años.
Y quiero preguntarte algo que me tiene perplejo. Después de una muerte natural, tan diferente del morir asesinado o por hambre, del ser víctima, llega primero la conmoción, a menos que la persona haya estado sufriendo por algún tiempo, y después esa monstruosa sensación de pérdida, particularmente si la persona es joven

"Rompe el alba
pero mi habitación
es toda noche"


-y entonces viene la pena, que dice de sí misma que nunca acabará. Y no obstante, con esta pena asoma subrepticiamente algo más que se aproxima a la broma pero no es tal (Juan era un buen bromista), algo que hace alucinar, como el vuelo de un pañuelo de prestidigitador después de un acto de magia, una especie de ligereza, algo totalmente opuesto a lo que uno siente. ¿Es esta ligereza una frivolidad o una nueva enseñanza?
Cinco minutos después de preguntártelo, recibo un fax de mi hijo Yves, con algunas líneas que acaba de escribir para Juan:

"Siempre apareciste
con una risa
y un nuevo acto de magia

Desaareciste siempre
dejándonos tus manos
sobre la mesa

Desaparecías
dejándonos tu baraja
en las manos

Reaparecerás
con una nueva risa
que será una magia."


Sábado
No estoy seguro de haber visto alguna vez a Nazim Hikmet. Juraría que sí, pero no puedo hallar la evidencia circunstancial. Creo que fue en Londres, en 1954. Cuatro años después de que saliera de prisión, nueve años antes de su muerte. Era orador en un mitin político en Red Lion Square. Dijo algunas palabras y luego leyó algunos poemas. Unos en inglés, otros en turco. Su voz era fuerte, calma, extremadamente suya y muy musical. Pero no parecía provenir de su garganta -o no en ese momento. Era como si tuviera un radio en el pecho, que prendía o apagaba con sus manos largas y ligeramente temblorosas. Lo describo mal porque su presencia y su sinceridad eran muy obvias.
En uno de sus extensos poemas describe a seis personas que a principios de los cuarenta escuchan en Turquía una sinfonía de Shostakovich, por la radio. Tres de esas personas están (como él) en prisión. La transmisión es en vivo; la sinfonía es ejecutada en el mismo momento en Moscú, a varios miles de kilómetros de distancia.
Al escucharlo leer sus poemas en Red Lion Square tuve la impresión de que las palabras que pronunciaba provenían del otro lado del mundo. No porque fueran difíciles de comprender (no lo eran), ni porque fueran borrosas o gastadas (estaban plenas de la capacidad de perdurar), sino porque eran dichas para de algún modo triunfar sobre las distancias y trascender interminables separaciones. El aquí de todos sus poemas está en otro sitio.

"En Praga un carretón
-lo arrastra un solo caballo-
pasa por el viejo cementerio judío.
Carga la añoranza de otra ciudad,
soy yo el carretero."


Aun sentado en la tarima, antes de pararse a hablar, uno podía ver que era un hombre inusualmente grande y alto. No por nada le apodaban "el árbol de ojos azules". Al incorporarse, dio la impresión de ser también muy ligero, tanto que corría el riesgo de elevarse por el aire.
Quizá nunca lo vi, porque habría sido poco probable que, en un mitin organizado en Londres por el movimiento internacional por la paz, hubieran tenido que atarlo a la tarima con varios tirantes de cuerda, de tal manera que permaneciera en tierra. Sin embargo este es mi claro recuerdo. Sus palabras, después de pronunciadas, lo elevaban al cielo -el mitin era al aire libre- y su cuerpo buscaba seguir la palabras que había escrito, conforme derivaban alto y más alto por encima de la plaza y por encima de las chispas de los tranvías de antaño, suprimidos tres o cuatro años antes a todo lo largo de Theobald's Road.

"Eres una aldea en las montañas
de Anatolia,
eres mi ciudad,
la más bella y la más desdichada.
Eres un grito de auxilio, quiero decir, eres mi país;
las pisadas que corren hacia ti son las mías."


Lunes por la mañana
Casi todos los poetas contemporáneos que me han importado más durante mi larga vida los leí en traducciones, muy rara vez en su idioma original. Pienso que habría sido imposible, para cualquier persona, decir esto antes del siglo veinte. Durante siglos se argumentó si era posible o no traducir poesía -pero los argumentos eran de cámara, como hay música de cámara. Durante el siglo veinte la mayoría de estos entornos quedaron reducidos a escombro. Los nuevos medios de comunicación, la política global, los mercados mundiales, etcétera, juntaron a millones de personas y apartaron a millones de personas de un modo indiscriminado y sin precedentes. Como resultado, las expectativas de la poesía cambiaron; más y más, la mejor poesía confió en lectores que estaban más y más lejos.

"Nuestros poemas
como mojoneras
deben trazar el camino."


Durante el siglo veinte, muchas líneas de poesía desnudas se tejieron entre diferentes continentes, entre aldeas olvidadas y capitales distantes. Todos ustedes lo saben, todos ustedes: Hikmet, Brecht, Vallejo, Atilla Jósef, Adonis, Juan Gelman...

Lunes por la tarde
Leí por vez primera algunos poemas de Nazim Hikmet cuando me hallaba en mi última adolescencia... Los publicaba una oscura revista literaria internacional editada bajo la égida del Partido Comunista Británico. Era yo un lector habitual. La línea del Partido era basura, pero con frecuencia yo hallaba inspiración en los poemas y relatos publicados.
Para entonces, Meyerhold había sido ya ejecutado en Moscú. Si ahora pienso particularmente en Meyerhold, es porque Hikmet estaba influido por él y ya lo admiraba cuando visitó Moscú por primera vez a principios de los años veinte.
"Le debo mucho al teatro de Meyerhold. En 1925, de regreso en Turquía, organicé el primer teatro de trabajadores en uno de los distritos industriales de Estambul. Trabajando en este teatro como director y autor, sentí que era Meyerhold quien nos había abierto nuevas posibilidades de trabajo con y para el público."
Después de 1937, estas nuevas posibilidades le costaron la vida a Meyerhold, pero en Londres los lectores de la revista no lo sabían aún.
Lo que me impactó de los poemas de Hikmet cuando los descubrí por vez primera fue su espacio; contenían más espacio que poesía alguna leída por mí hasta entonces. No describían el espacio; venían en él, atravesaban montañas. Hablaban de acciones. Relacionaban dudas, soledad, desamparo, tristeza, pero estos sentimientos seguían a las acciones. No eran un sustituto para la acción. El espacio y las acciones van juntos. Su antítesis es la prisión, y fue en las prisiones turcas que Hikmet, un prisionero político, escribió la mitad de la obra de su vida.

Miércoles
Nazim, quiero describirte la mesa en la que trabajo. Es una mesa blanca, de metal, propia de un jardín, una como la que podrías toparte en los terrenos de un yali en el Bósforo.
Ésta se halla en la veranda cubierta de una casa pequeña en los suburbios, al sureste de París. La casa se construyó en 1938, una de tantas construida aquí para alojar artesanos, gente con oficios, obreros calificados.
En 1938 tú te hallas en prisión. Un reloj de pulsera cuelga de un clavo por encima de tu cama. En el pabellón arriba del tuyo, tres bandidos encadenados esperan su sentencia de muerte.
Siempre hay demasiados papeles en esta mesa. Cada mañana lo primero que hago, mientras bebo café, es intentar ponerlos en orden. A mi derecha hay una maceta con una planta que sé te gustaría. Tiene hojas muy oscuras. Su envés es del color del damasceno; en la parte de arriba, la luz las ha manchado de marrón oscuro. Las hojas se agrupan en triadas, como si fueran mariposas nocturnas -son del mismo tamaño que las mariposas- que se alimentan de la misma flor. Las flores de la planta son pequeñas, son rosa y tan inocentes como las voces de niños que aprenden una canción en la primaria. Es una especie de trébol gigante. Ésta en particular viene de Polonia donde le nombran koniczyna. Me fue regalada por la madre de un amigo, quien la cultivó en su jardín cerca de la frontera con Ucrania. Ella posee unos ojos azules sorprendentes y no puede dejar de tocar sus plantas mientras se pasea por el jardín o deambula por su casa, como algunas abuelas que no pueden dejar de tocar las cabezas de sus nietos pequeños.

"Mi amor mi rosa
mi viaje por la planicie polaca ha comenzado:
Soy un niño pequeño, feliz y maravillado
un niño
que mira su primer libro de estampas
de gente
animales
objetos, plantas."


En una narración todo depende de qué sigue a qué. Y el orden más cierto es apenas obvio. Ensayas uno y yerras. A menudo muchas veces. Es por esto que un par de tijeras y una cinta Scotch están también sobre la mesa.
La cinta no se halla ajustada a ningún despachador de esos que hacen posible desprenderle un tramo. Tengo que cortar la cinta con las tijeras. Lo difícil es hallarle la punta en el carrete, y después desenrrollarla. Busco impaciente, irritado, con mis uñas. Cuando por fin encuentro el borde, lo pego en el filo de la mesa, y dejo que la cinta se desenrrolle hasta tocar el piso, luego la dejo ahí colgando.
A veces salgo de la veranda a la habitación de junto, donde converso o como o leo el periódico. Hace unos días, sentado en este cuarto, algo captó mi atención porque se movía. Una diminuta cascada de agua titilante se volcaba, rizándose, hacia el piso de la veranda, cerca de las patas de la silla vacía frente a la mesa. Algunos arroyos de los Alpes comienzan con algo no mayor que un goteo así.
Un rollo de cinta adhesiva agitado por el aire que se cuela por la ventana es a veces suficiente para mover montañas.

Jueves por la noche
Hace diez años me hallaba cerca de la Estación Haydar-Pacha, frente a un edificio en Estambul donde la policía interrogaba a los sospechosos. En el piso más alto detenían a los prisioneros políticos y cotejaban sus declaraciones, a veces por semanas. Hikmet fue interrogado ahí, en 1938.
El edificio no fue diseñado como cárcel sino como una inmensa fortaleza administrativa. Parece indestructible y está hecho de ladrillos y silencio.
Las prisiones planeadas expresamente como tales, tienen un aire siniestro, y con frecuencia nervioso, de perentoriedad. La prisión de Bursa, por ejemplo, en la que Hikmet pasó diez años, era llamada "el aeroplano de piedra", por su disposición irregular.
La fortaleza quieta que yo miraba frente a la estación tenía, por contraste, la secrecía y la tranquilidad de un monumento al silencio.
Quien quiera que aquí se halle, pase lo que pase aquí adentro, -anunciaba el edificio con tonos mesurados- será olvidado, borrado de los registros, enterrado en una fisura entre Europa y Asia.
Fue entonces que comprendí algo acerca de la estrategia única e inevitable de su poesía: ¡tenía que remontar continuamente su propio confinamiento! En todas partes, los prisioneros sueñan siempre con el Gran Escape, pero no la poesía de Hikmet. Antes de siquiera comenzar, su poesía situaba la prisión como un punto minúsculo en el mapa del mundo.

"El más bello de los mares
no se ha cruzado aún.
La más bella de las criaturas
no ha crecido aún.
Nuestros más hermosos días
no los hemos visto aún.
Y las más bellas palabras que quisiera decirte
no las he dicho aún.

Nos tomaron prisioneros,
nos han encerrado:
a mí entre estas paredes,
a ti afuera.
Eso no es nada.
Lo peor
es cuando las personas -lo sepan o no-
llevan la prisión por dentro...
A la mayoría se les fuerza a ello,
personas honestas, trabajadoras, buenas
dignas de ser amadas tanto como a tí te amo yo."
Su poesía, como un compás geométrico, trazaba círculos, a veces íntimos, a veces amplios y globales, con su afilada punta inserta en la celda de la prisión.
A menudo me parece que muchos de los más importantes poemas del siglo veinte -escritos por mujeres y por hombres- pueden ser los más fraternales alguna vez escritos. Esto nada tiene que ver con consignas políticas. Se aplica a Rilke que era apolítico, a Borges que era reaccionario, y a Hikmet que toda su vida fue comunista. Nuestro siglo fue uno de masacres sin precedente y, no obstante, el futuro que imaginó (y por el que a menudo luchó) proponía la fraternidad. Muy pocos de los siglos anteriores propusieron algo semejante.

Estos hombres, Dino,
con girones de luz en las manos,
¿a dónde se dirigen
en esta penumbra, Dino?
Tú, yo también:
estamos con ellos, Dino.
Nosotros también, Dino,
hemos atisbado el cielo azul.


Sábado
Quizá esta vez tampoco te estoy viendo. Y sin embargo juraría que sí. Estás sentado, al otro lado de mi mesa en la veranda. ¿Has notado alguna vez que la forma de una cabeza sugiere en ocasiones el modo de pensamiento que habitualmente fluye dentro de ella? Hay testas que inexorables indican la velocidad de los cálculos. Otras revelan la resuelta prosecución de viejas ideas. En los días que corren, muchas delatan la incomprensión de una pérdida continua. Tu cabeza, su tamaño y tus intensos ojos azules, me sugieren la coexistencia de muchos mundos con diferentes cielos, uno dentro del otro; no intimidan, están en calma, pero se hallan habituados a la sobrepoblación.
Quiero preguntarte acerca del periodo que vivimos ahora. Mucho de lo que creíste que sucedía en la historia, o creíste que debía ocurrir, resultó ilusorio. El socialismo, como tú lo imaginaste, no se construye en lugar alguno. El capitalismo corporativo avanza sin obstáculo - aunque se le confronte más y más y las Torres Gemelas hayan estallado. El mundo, sobrepoblado, se hace más pobre año con año. Dónde está el cielo azul que alguna vez miraste con Dino.
Sí, aquellos anhelos, respondes, están hechos girones, y sin embargo ¿qué es lo que altera este hecho? La justicia sigue siendo plegaria de una sola palabra, como lo canta Ziggy Marley en tu tiempo, ahora. La historia toda estriba de anhelos que se mantienen, se pierden, se renuevan. Y con las nuevas esperanzas llegan nuevas teorías. Pero para los sobrepoblados, para aquellos que tienen muy poco, o nada, excepto algunas veces el arrojo y el amor, la esperanza funciona de manera distinta. Es entonces algo qué morder, algo qué poner entre los dientes. No olvides esto. Sé realista. Con la esperanza entre los dientes, llega la fuerza para seguir aun cuando la fatiga nos acose, llega la fuerza, cuando es necesaria, para elegir no gritar en el momento equivocado, llega la fuerza, sobre todo, para no aullar. Una persona, con la esperanza entre los dientes, es un hermano o hermana que exige respeto.
Aquellos sin esperanza en el mundo material están condenados a estar solos. Lo más que pueden ofrecerle a otros es lástima.
Entonces, cuando se trata de sobrevivir las noches e imaginar los días venideros, poco importa si la esperanza entre los dientes es fresca o está hecha girones. ¿Tienes café?
Voy a hacer un poco.
Abandono la veranda. Cuando regreso de la cocina con dos tazas -y el café es turco- te has ido. Sobre la mesa, muy próximo a donde está pegada la cinta Scotch, hay un libro, abierto en un poema que escribiste en 1962.

"Si fuera un platanar -descansaría bajo su sombra
si fuera un libro
Leería, sin aburrirme, en una noche en vela
lápiz no querría ser, aun entre mis dedos
si fuera una puerta
Abriría para el bien y cerraría para lo inicuo
si fuera una ventana, una ventana abierta de par en par, sin cortinas
Traería la ciudad a mi cuarto
si fuera una palabra
Invocaría lo bello, lo justo, lo verdadero
si fuera una palabra
Hablaría de mi amor suavemente."

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Nazim Hikmet, sin duda el más grande poeta turco contemporáneo, nace en lo que hoy es la ciudad griega de Salónica el 15 de enero de 1902. Publica su primer texto a los 17 años y su primer libro, 835 líneas, en 1929. Perseguido por los ingleses desde finales de la Primera Guerra Mundial y hostilizado en su país, es condenado a prisión por vez primera en 1924, a su retorno de la Unión Soviética en donde vivió y estudió entre 1921 y 1924. Huye de nuevo a Moscú en 1925 y colabora con Meyerhold y Maiakosvky. A su regreso a Turquía es encarcelado de nuevo pero la movilización estudiantil logra su liberación.
A partir de 1928 se dedica al periodismo, a la traducción y a la subtitulación de filmes. Atacado por las figuras literarias de su país y acusado de traición a la patria por su estancia en la Unión Soviética, en 1938 se le acusa de incitar a la rebelión a los estudiantes de las escuelas militares. Un tribunal castrense lo condena a 28 años y cuatro meses de prisión. Concluida la Segunda Guerra Mundial, se crea el Comité de Salvación de Nazim Hikmet y de Divulgación de su obra, al que se suman los reclamos de estudiantes, escritores, entidades internacionales de juristas y la propia unesco. Hacia 1950 obtiene su liberación, después de una difícil y prolongada huelga de hambre, y es por ese entonces que aparece una antología de su poesía prologada por Tristán Tzara. Sus actividades político culturales lo acercan a Neruda, Eluard, Picasso, Alberti y Aragón. Su obra puede resumirse en 39 libros, 20 libros de poemas, 14 de teatro y cinco de narrativa. Según sus propias palabras, Hikmet trató de "encontrar la manera más lacónica, sintética y sencilla; una forma que, siendo el producto de un largo trabjao, no lo demuestre. Es decir, no un zueco de campesino con soberbios bordados, sino como unas medias de nylon, que muestren la piel como si estuviera desnuda. Me esfuerzo por utilizar menos imágenes y comparaciones [...] expresarme de tal modo que el poema todo sea imprescindible, a tal punto que, quitándole una palabra, todo se desplome".
Muere en Moscú el 3 de junio de 1963, de un paro cardiaco. Quizá el regalo más grande que sigue recibiendo es que pese al rechazo de parte de cierta intelectualidad turca, sus poemas los recitan incluso quienes no saben leer, y "se transmiten de boca en boca en las noches junto al fuego".*
Traducción del texto de John Berger, nota y versión de los poemas de Nazim Hikmet: Ramón Vera Herrera

* Los datos para la elaboración de la nota y para cotejar las versiones castellanas de la poesía de Hikmet, fueron tomadas de Antología poética en versión de Solimán Salóm, Visor, Madrid, 1970, y El gigante de ojos azules, selección y estudio preliminar de Daniel Friedenberg, Biblioteca Básica Universal, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1983.