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Internacional

6 de mayo del 2002

La crisis francesa

Sami Naïr
El País
Los resultados de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Francia no cuestionan el seísmo provocado por los de la primera. Ciertamente, la participación de ayer, domingo 5 de mayo, ha sido una de las más importantes de la V República. Chirac fue elegido masivamente (con más del 80% de los votos); Le Pen, vencido cruelmente. Es una victoria de la democracia. Pero no hay que equivocarse. Si este sobresalto democrático demuestra la fuerza de los reflejos republicanos en Francia, también pone de manifiesto que la amenaza de una explosión del sistema no debe ser descartada totalmente. Además, la victoria de Jacques Chirac puede acabar pareciendo, muy rápidamente, una victoria pírrica: sin duda es un presidente elegido legalmente, pero su legitimidad se ve menoscabada de entrada por el hecho de que una gran parte de la población ha votado menos por él y su programa que para cortar el camino a la barbarie de Le Pen. Al contrario que el general De Gaulle, que, tanto en 1940 como en 1958, pudo hacer prevalecer su legitimidad frente a la legalidad en una situación de crisis, Chirac sólo puede ser considerado como un presidente 'demasiado' bien elegido, es decir, mal elegido, porque en el fondo no tiene ninguna legitimidad que le permita hacer creer que ha salvado al país del desastre que le prepara el Frente Nacional. Y lo mismo se podría decir si en su lugar se encontrara Lionel Jospin y la derecha tuviera que apoyarle frente a Le Pen...
Para enfrentarse a esta detestable situación, Chirac, claro está, quiere obtener una gran mayoría en las legislativas que siguen a esta elección presidencial. Y de hecho, una mayoría sin ambigüedades de la derecha en las legislativas podría proporcionarle los medios para reforzar su autoridad y quizá para resistir hasta el final de su quinquenio. ¿Pero permitiría esto resolver la cuestión que ha planteado la primera vuelta de las elecciones presidenciales, es decir, la de una ruptura histórica ocurrida en el seno de la República? Porque, finalmente, de eso es de lo que se trata: el resultado de la primera vuelta ha puesto de manifiesto, para los franceses y para un mundo asombrado, una crisis profunda de la identidad republicana del país. Crisis que se debe no sólo a la aparición de un voto de protesta que ha ido al Frente Nacional, sino también y sobre todo a la pérdida de influencia de la derecha y la izquierda institucionales. Es el signo más elocuente de la primera vuelta de estas elecciones. Se está produciendo una doble disgregación, que afecta tanto a la derecha clásica como a la izquierda social-liberal (en la que se ha diluido el partido comunista), porque una y otra practican una política y una visión del mundo idénticas, aunque todo está hecho para que se crea lo contrario. La misma política, es decir, la sumisión voluntaria al liberalismo europeo y mundializado; la misma visión del mundo, porque la izquierda ya no tiene ninguna perspectiva de futuro que proponer a las clases populares, a no ser la de adaptarse al sistema capitalista realmente existente. En Francia, esta doble crisis afecta directamente al vínculo social republicano, al Estado, y, quizá más gravemente, a la nación ciudadana que es su fundamento. Todo el mundo sabe bien que el electorado de Le Pen no debe confundirse con los dirigentes del Frente Nacional. Éstos son militantes de extrema derecha neofascistas, que no esconden sus intenciones autoritarias ni sus obsesiones xenófobas. Por el contrario, los electores, o en todo caso la inmensa mayoría de ellos, encarnan más bien una reacción integrista frente a la descomposición de las estructuras de solidaridad del Estado republicano.
En efecto, veinte años de política neoliberal han podido con la confianza del ciudadano francés en la capacidad de justicia y de promoción atribuidas tradicionalmente al Estado. Y desde hace veinte años -Lionel Jospin hablaba en 1983 de un 'paréntesis liberal', pero el paréntesis resultó ser la ley-, el Estado no ha asumido sus responsabilidades en lo que concierne al necesario acompañamiento de la adaptación de la economía francesa a la construcción europea y a los efectos devastadores de la mundialización liberal. El ciclo que ha trastornado el mercado de trabajo desde principios de los años ochenta desencadena despiadadamente una sucesión de flexibilidad, precariedad, paro, marginalidad, hasta desembocar en la exclusión social. Tiene su igual en la creación de guetos, la relegación social, el desarrollo de la inseguridad; en la sensación, por último, de una Francia que ve desaparecer, con la complicidad de sus propias clases dirigentes (de derechas y de izquierdas) su singularidad política -es decir, su modelo republicano igualitario- en una Europa entregada a los intereses de las multinacionales y de las élites financieras y tecnocráticas. El elemento central de la crisis francesa lo constituye la ruptura entre una Francia social-liberal y una Francia relegada. El momento inquietante en la historia del país no es tanto Le Pen como la falta de legitimidad que afecta a la derecha y a la izquierda tradicionales. En efecto, si no se hace nada para retomar el hilo de la cultura y las prácticas republicanas, la lepenización de los espíritus puede desarrollarse y llevar al advenimiento de un verdadero integrismo neofascista de masas, con consecuencias trágicas para Francia y para el resto de Europa. Por eso la verdadera cuestión es saber cómo enfrentarse a esta crisis de identidad.
Se alzan voces que llaman a una 'refundación' de la izquierda. ¿Hay que decir otra vez lo que significa hoy ser de izquierdas y, sobre todo, para hacer qué? Lo mismo se podría decir de la derecha. En realidad, estamos más en el ámbito de la autosugestión que en el de la perspectiva estratégica. Toda refundación implica hoy día una vuelta a los fundamentos sociales que estructuran el modelo republicano francés: ¿cuál es el papel de la ciudadanía participativa, cuál el del Estado, cuáles son las políticas públicas, qué futuro hay para la República igualitaria y solidaria en una Europa comerciante? ¿Cuál es el modelo de integración de las identidades, cuál la pertenencia común? Estas preguntas superan ampliamente la separación derecha-izquierda (que ha desaparecido de hecho, porque la izquierda hace la política liberal de la derecha), sin por ello anularla: la encontramos de nuevo no en la necesidad de plantear estas cuestiones, sino en la orientación política que se da para responder a estas preguntas.
Dicho de otro modo, toda refundación de la izquierda implica ahora un paso obligado por la refundación del modelo republicano básico. No es una cuestión abstracta. No plantear estos problemas puede llevar a la victoria definitiva del proceso de regresión de la identidad manipulado por Le Pen y hecho posible desde hace veinte años por las políticas de la izquierda social-liberal y de la derecha. Es también evidente que, en el fondo, la derecha ya no se siente seriamente amenazada por este aumento del conservadurismo: cree poder instrumentalizarlo reforzando la dimensión estrictamente policial de su política. Sin embargo, arrastra una grave responsabilidad en el advenimiento de esta sociedad de la inseguridad, que no es sólo física, sino también social y de identidad.
La izquierda puede tender a hacer lo que no deja de hacer desde 1983: engañar a sus seguidores adoptando una postura antiliberal en la oposición y convirtiéndose con la misma rapidez a las 'obligaciones' del mercado en cuanto obtiene el poder. Desde este punto de vista, el ejemplo de la mayoría plural desde 1997 ha sido caricaturesco.
Ahora bien, lo que dice claramente el voto popular de protesta es que toda chapuza de la izquierda en torno a promesas vagas y manipulaciones partidistas está condenada al fracaso. Por el contrario, para afrontar los desafíos actuales, debe abrirse un verdadero, un gran debate público en la izquierda, igual que en el seno de la derecha republicana: restablecer el vínculo social republicano, reformular una concepción de la ciudadanía basada en el carácter multiétnico y multiconfesional de Francia en un marco laico y reintegrar en la nación a las clases populares que se alejan de ella bien mediante el abstencionismo político, bien por la adhesión a místicas integristas y extremistas. Es la única manera de luchar contra la falsa identidad francesa proclamada por Le Pen. Los resultados del 5 de mayo no deben hacernos olvidar los del 21 de abril. Se trata del futuro de la República.