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Internacional

27 de mayo de 2002

Expertos apremian a proteger derechos colectivos de autor

El arte popular, vulnerable a la voracidad de los copyright
ANASELLA ACOSTA NIETO
La Jornada

Riesgo de que manifestaciones ancestrales sean registradas en otros países, como sucedió en EU con el pozol maya

¿Quién es el autor de los diseños de los huipiles oaxaqueños? ¿Quién el de las grecas que aparecen en gabanes y rebozos? ¿Y el de las serpientes y estrellas de códices y pirámides? ¿Se puede etiquetar con un copyright la tradición y el saber colectivo de culturas milenarias?

Ante la voracidad del mercado, que amenaza con cobrar derechos por el mínimo movimiento, promotores culturales alertan sobre uno de los mayores riesgos que enfrentan las expresiones artísticas de los pueblos indígenas: la falta de registro de autor.

Alejandro Porter, director del Museo Nacional de Culturas Populares; Ofelia Murrieta, presidenta de la Asociación de Amigos de esa entidad, y Sol Rubín de la Borbolla, directora de la Fundación Daniel Rubín de la Borbolla, coinciden en que legislar sobre los derechos colectivos de autor en defensa del patrimonio cultural que representan las diversas expresiones de la cultura indígena es una tarea que se debe resolver en lo inmediato ante el avance de empresas trasnacionales y leyes internacionales que privilegian el registro de fórmulas sobre los usos y tradiciones milenarias.

Anteayer, en la presentación del libro Geometrías de la imaginación. Diseño e iconografía de Oaxaca (CNCA), compilado por Sergio Carrasco, Porter se refirió a la discusión de los derechos colectivos de autor como uno de los grandes pendientes en México.

Informó que CNCA ya ha sostenido un primer acercamiento con el Instituto Mexicano de Derechos de Autor y el primer resultado ha sido el reconocimiento de la existencia de un "vacío legal" en la materia. La propuesta por ahora es iniciar la discusión entre diseñadores, creadores, editores y representantes de organizaciones indígenas.

De la Borbolla calificó la actual legislación internacional en materia de derechos de autor como "individualista", pues no toma en cuenta a los pueblos del tercer mundo, donde los procesos creativos de las culturas indígenas responden a la herencia de un saber y una tradición colectiva que se ha mantenido por siglos, como lo testifican artesanías, indumentaria y música popular en la actualidad.

Alertó sobre el riesgo que corren las manifestaciones culturales de los pueblos indígenas ante leyes de otros países que, incluso, pretenden imponer el registro o copyright sobre el derecho de autor.

Murrieta, en tanto, destacó la posibilidad de que en un futuro los mexicanos deban pagar derechos por el uso de remedios a base de yerbas que han sido usados por siglos en el país y, específicamente, en las comunidades indígenas, ahora que las empresas trasnacionales se adueñan de tradiciones mediante el registro de fórmulas, como ha ocurrido con el maíz y los frutos transgénicos.

La observación de Murrieta no es exagerada. El 7 de octubre de 2000, los corresponsales de La Jornada en Estados Unidos, Jim Cason y David Brooks, informaron que la empresa trasnacional de alimentos Quest International y la Universidad de Minnesota habían obtenido una patente en aquel país en 1999 para el uso de una propiedad del pozol, alimento aparentemente utilizado por los mayas para curar problemas intestinales y limpiar heridas infectadas.

De acuerdo con investigaciones de la Rural Advancement Foundation International (RAFI), apuntaba la nota, la patente oficial del gobierno estadunidense número 5919695 nombró a nueve personas como inventoras de esta cepa bacterial.

El tema sobre los derechos colectivos de autor vino a colación por la publicación de Geometrías de la imaginación, libro que incluye una recopilación de diversos elementos iconográficos y sus significados, tomados de diversos soportes prehispánicos, coloniales y contemporáneos de las culturas indígenas, como son indumentaria, cerámica, códices y arquitectura, los cuales no tienen ninguna protección autoral.

Ante esta situación personas como Otilia Sandoval, mujer de 49 años originaria de la comunidad de San Andrés Chicahuaxtla, en Oaxaca, quien desde los 15 años teje rebozos, cobijas y gabanes en un telar de cintura con labores (diseños) que aprendió de sus familiares y que ahora ella enseña a sus hijas, está en riesgo de tener que pagar por mantener una tradición.

Rubín de la Borgolla dijo que las tejedoras de huipiles oaxaqueñas han desarrollado a lo largo de años un trabajo en el que plasman una complejidad de símbolos y signos que identifican a un grupo específico.

Al respecto, Murrieta lamentó que no se conozca siquiera la evolución de un huipil, como consecuencia de la ignorancia del significado de los símbolos manejados por las comunidades indígenas. En este sentido, celebró la publicación de la compilación iconográfica de Sergio Carrasco.

Destacó que lo importante del libro es que los chicos bien que estudian diseño en escuelas privadas recurran a esta fuente y se den cuenta de que hay algo más que los malls de Santa Fe, que hay una riqueza enorme por ser usada y reinventada por ellos, y que no necesitamos copiar de las pasarelas de Viena o Zurich. Por esto, sí habría que pagar derechos de autor a las comunidades, expresó.

Carrasco se refirió a lo que podría ser una de las mayores aportaciones de este trabajo de compilación, y aunque advirtió que todavía es una hipótesis, dijo que se han acercado a la idea de que el cuadro es el principio de estructuras morfológicas y filosóficas que contienen el conjunto de un estilo de pensamiento que luego se va definiendo en miles de formas que se observan en los productos del arte popular mexicano a través de los siglos.

El cuadrado es una figura que aparece como simbología del mundo, el sentido de la humanidad y el universo, y a su vez es universal, porque se encuentran formas estructurales básicas de la época prehispánica que también se dan en China, África o en el Cáucaso. En cuanto a estilos, el mexicano evidentemente es diferente del árabe, islámico y europeo, explicó.

De acuerdo con la introducción escrita por Carrasco en Geometrías de la imaginación, "el lenguaje signífico, iconográfico y ornamental de los objetos y productos de las artes populares y la artesanía son sobre todo lenguajes simbólicos que expresan lugares geográficos, pertenencias, naturalezas animales y vegetales, signos y símbolos sagrados"; más aún, muchos de los diseños eran elaborados en los "estados de ensoñación", en los que se entremezclaban los símbolos y las representaciones del mundo mítico-religioso y "lo real geometrizado" establecía los ámbitos y espacios de su cosmogonía.